jueves, 18 de mayo de 2017

“Nosotros cohabitamos con la muerte”


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“Nosotros cohabitamos con la muerte”

 

 

Mandarina

SANJUANA MARTÍNEZ, CULIACÁN, SINALOA | CTXT | 16 mayo 2017
El Chino lleva la Santa Muerte tatuada en sus pantorrillas, también en el pecho y en la espalda, incluso más abajo y por todas partes, lo muestra con orgullo. Dice que todo su cuerpo es una ofrenda a la Santa Patrona del crimen organizado.
Estamos sentados en el Bar Papion’s, en la capital del clandestinaje sinaloense. Esta es la tierra del Chapo Guzmán y del Mayo Zambada, amos y señores, venerados y odiados en Culiacán. También es la tierra de mi colega Javier Valdez, guerrero de la pluma, combatiente del periodismo libre, compañero de batallas. Nos acompaña Manuel Ortiz, fotógrafo aguerrido y comprometido antropólogo.
Nos reímos con el Chino. El bato dice que quiere una cerveza para soltar la “sopa”. Javier le explica que soy periodista. Al Chino se le hace raro que una morra ande a las tres de la mañana en estos barrios sórdidos y pintorescos donde se contrata a sicarios a sueldo. Es la una de la mañana y al ritmo de banda en la improvisada pista bailan prostitutas, narcos de poca monta y travestis. El ambiente ciertamente es sórdido, el olor también. El tufo a orines se mezcla con los tequilas. Los sanitarios son inexistentes. En una esquina hay una pared falsa que esconde los meaderos como en los establos. En la barra están apoyadas varias mujeres ofreciendo sexoservicio. Llevan minifaldas y ropa muy ajustada que deja ver sus extensos michelines. Hay entre diez o doce mesas pegadas a las paredes. En el centro un hombre gordo y sudoroso con sombrero ranchero y cinto piteado, muy macho aprieta las nalgas de su acompañante —un travesti exuberante— mientras bailan fajando.
Este lugar es el centro de reunión de sicarios. Javier se conoce cada rincón clandestino de Culiacán. Y el Chino sabe que hasta aquí viene gente y lo contrata. Se sienta a la mesa con la mirada retadora. Le jode que una periodista pretenda preguntarle cosas de su trabajo, de su chamba, de su profesión como él le dice.
— Es un trabajo, jefa. Entiéndalo, alguien tiene que hacerlo.
— Sí, sí, claro, me apresuro a comentar para intentar un ambiente relajado.
— ¡Cálmate, bato!, le dice Javier.
Pero al Chino le vale. Sigue en su pose de perdonavidas. Además, él se sabe guapo. Anda en los 30 años. Tiene los ojos rasgados, tirando a orientales; tal vez por eso le dicen el Chino. Su piel morena brilla con las luces neón del lugar. Es muy delgado y de repente su mirada extraviada por la cocina se posa en la realidad del lugar al que ha llegado:
“Pinches travestis, no valen verga”, espeta sin contemplaciones.
Adopta pose de mamón, está recién bañado y lleva el cabello largo peinado hacia atrás con algo de brillantina. Cruza la pierna y finalmente me mira. Coquetea.
Silencio.
Le invito una cheve, la bebe a gran velocidad y al terminar acaricia la figura en plata de la Santa Muerte que trae colgada al cuello. “¿Qué quiere saber?”, me suelta de repente mirándome a los ojos de forma retadora. “Pa qué chingaos quiere que le cuente?”. Le explico que también soy periodista como Javier y me dedico a escribir, y que además me interesa desde el punto de vista humano conocer detalles de su profesión.
— Yo estoy especializado, dice interrumpiéndome.
— ¿Entiende lo que quiere decir especializado, jefa?… Especializado, es-pe-cia-li-za-do.
— No entiendo. Explíqueme, por favor.
En ese momento se saca una especie de funda dorada que llevaba en alguna parte del cuerpo. De la funda extrae lentamente una daga grande cuyo filo resplandece. Se ríe al ver mi expresión y suelta:
— Corto cabezas.
— Ok
— Soy un profesional. ¡Yo no ando con mamadas!
— ¿Cómo?
— Mis cortes son quirúrgicos. De un tajo.
— ¿Así nomás?
— Nomás. A mí no me gusta la tortura. Mi trabajo es limpio.
— ¿Y se droga para hacer su trabajo?, le pregunto.
Ríe, sin contestarme.
Hablamos durante 40 o 50 minutos. Se va relajando. Pide más cervezas. Le pregunto su cuota, el precio de sus “trabajitos”. Y suelta.
— Usted me cae bien, a usted se lo dejo barato. Nomás deme 3 mil pesos (150 euros)… Yo le quito al gallo de encima.
— ¿Qué gallo?
— ¿A poco no tiene enemigos?
— Le agradezco, pero ahorita no me interesa.
La autora del artículo, Sanjuana Martínez, con Javier Valdez, en Culiacán. 
La autora del artículo, Sanjuana Martínez, con Javier Valdez, en Culiacán.
El Guayabo
Javier Valdez suelta la carcajada, mientras caminamos por las calles de Culiacán y recuadramos al Chino. Recorremos una casa abandonada, recientemente balaceada con más de 500 proyectiles. En Culiacán se libra una batalla por el control de la venta y distribución de droga. Y el periódico Riodoce, fundado por Javier y su compañero Ismael Bojórquez, es el único medio de comunicación que ha sido capaz de resistir los granadazos y las amenazas del narco. Con un firme compromiso social por la libertad de expresión y el ejercicio periodístico, este periódico es un ejemplo de heroicidad en tiempos del narco.
La cultura del narco en Sinaloa y el tejido social van unidos. Y Javier me lleva de la mano a un narcotour para visitar los últimos lugares de la tragedia cotidiana. Cuenta que la descomposición social es producto no solo del crimen organizado, sino en buena medida de la narcopolítica.
— Seríamos muy pendejos si pelearamos con los narcos, si sabemos que los narcos tienen pactos con el gobierno o que el gobierno está protegiendo a los narcos, me dice Ismael Bojórquez, sentado en la redacción de Riodoce y añade:
— Cada vez que detienen a un capo grande, nos enteramos que lo protegía el ejército, la marina, los Pinos. Nosotros valoramos una y otra vez las notas que publicamos. Esto es muy malo para el periodismo, porque finalmente estás reconociendo que la guerra la estamos perdiendo. En las redacciones se ha perdido la guerra. El narco nos ha ganado la guerra.
EN LAS REDACCIONES SE HA PERDIDO LA GUERRA. EL NARCO NOS HA GANADO LA GUERRA.
Javier coincide con su compañero. Y volvemos a patear las calles de Culiacán, ciudad donde vive el MZ, mejor conocido como el Mayo Zambada, actual líder del poderoso Cártel de Sinaloa, también identificado como “El Padrino”, por su supuesta “generosidad” y “filantropía” con sus paisanos. Estamos en la tierra del enigmático Mayo. Si la sierra de Sinaloa donde confluyen Chihuahua y Durango en el llamado Triangulo Dorado fue el fuero del Chapo Guzmán, actualmente en una cárcel de máxima seguridad en Nueva York, Culiacán se ha convertido en el Imperio del Mayo Zambada, el hombre que controla la ciudad gracias al apoyo de las fuerzas policíacas y militares que presuntamente le brindan protección.
Su casa, como la de los grandes capos sinaloenses, está ubicada en la lujosa colonia Colinas de San Miguel. Se trata de bunkers vigilados por decenas de hombres armados, sofisticados sistemas de videograbadoras e improvisados retenes de guardias vestidos de civil que se apropian de las calles para impedir el paso a punta de pistola o metralleta, al igual que en la colonia Las Quintas. Hasta los taxistas saben a quién pertenecen las ostentosas mansiones, como la del Mayo Zambada que cuando tiene un evento social en Culiacán, la ciudad es sitiada como si se tratara del Estado Mayor presidencial resguardando al presidente de la República.
El poderoso Mayo Zambada, por quien Estados Unidos ofrece 5 millones de dólares, es un personaje enigmático e intocable que durante las últimas tres décadas ha sabido permanecer y crecer junto a grandes capos como Miguel Ángel Félix Gallardo y Amado Carrillo.
Hace 40 años, los narcos sinaloenses, llamados gomeros –por la extracción de la goma de la amapola–, se concentraban en la colonia Tierra Blanca y su estilo era menos ostentoso. Se regían por un aparente código ético de delincuentes que incluía no matar mujeres y niños. Pero eso se acabó. En Culiacán la guerra que se ha cobrado miles de muertos inició el 21 de enero de 2008 en la colonia Burócratas. Ese día, detuvieron a Alfredo Beltrán Leyva, El Mochomo, gracias a la delación de los suyos. Allí empezó la escisión del cártel de Sinaloa y los Beltrán Leyva no tardaron en urdir su venganza: el asesinato del Chapito Guzman, Edgar Guzmán de 22 años, ejecutado el 8 de mayo de 2008. Su altar en el centro comercial de la Avenida universitarios se mantiene con flores frescas cada día.
Desde entonces, la guerra en las calles de Culiacán se ha cobrado cientos de vidas. Y Javier cubre esta barbarie.
— Hay una mayor incidencia delictiva calificada: ejecuciones, levantones, decapitados, mutilaciones, narcomantas, operativos especiales, todo lo que esto ha implicado de números y de impacto y la violencia.
Javier Valdez es experto en narcotráfico. Ha publicado una docena de libros que desvelan zonas hasta ahora ocultas. Se ha atrevido a revelar el ritmo de vida de los capos. Ha descrito con detalle la vida de las buchonas, las mujeres del narco, y también a los narcojúniors. Se metió de lleno a investigar a los huérfanos del narco e incluso exhibió a la narcoprensa.
Javier Valdez sabe que ha tocado temas prohibidos, pero se ha negado al silencio.
NO QUIERO SER UN PERIODISTA DEL SILENCIO. EL NARCO NOS ENCERRÓ EN NUESTRAS CASAS, NOS CASTRÓ LA VIDA PÚBLICA. PERO NOSOTROS SEGUIMOS ADELANTE
— El narco dejó de ser un problema policiaco. El narco es una forma de vida. Y tenemos que contarlo. No quiero ser un periodista del silencio. El narco nos encerró en nuestras casas, nos castró la vida pública. Pero nosotros seguimos adelante. Yo me niego a estar encerrado o asustado o las dos cosas.
Para finalizar el narcotour, Javier me lleva a la cantina “El Guayabo”, uno de los lugares más visitados por periodistas. Aquí lo conocen, los meseros lo saludan, lo abrazan. A veces desde aquí toma notas, ordena las ideas y piensa.
Tuit de Javier Valdez, el día de la muerte de Miroslava Breach Velducea, en Chihuahua. 
Tuit de Javier Valdez, el día de la muerte de Miroslava Breach Velducea, en Chihuahua.
— A mí me gusta pensar la forma de escribir la intimidad del dolor, me dice invitándome a brindar con cerveza lager Dos Equis y un buen tequila.
Y hablamos de nosotros, de la vida, del amor, de los hijos, de esta profesión nuestra tan lastimada: 125 compañeros han sido asesinados, 25 permanecen desaparecidos. Cada 26 horas se agrede a un periodista. ¡Y en este país no pasa nada, chingao!
— Nos están matando, me dice, nos están desapareciendo. Yo siento la mira del arma apuntándome en la cabeza, morra. La muerte nos persigue, se ríe de nosotros. Cohabitamos con la muerte. Tú lo sabes. La muerte esta aquí a nuestro lado, morra.
NOS ESTÁN MATANDO, ME DICE, NOS ESTÁN DESAPARECIENDO. YO SIENTO LA MIRA DEL ARMA APUNTÁNDOME EN LA CABEZA, MORRA. LA MUERTE NOS PERSIGUE, SE RÍE DE NOSOTROS
Reímos, nos abrazamos, brindamos toda la noche. Celebramos la vida. Cada instante, porque no sabemos hasta cuándo. Nos despedimos. Ambos cubrimos este inmenso camino de barbarie, este reguero de sangre que nos ha dejado una estela de dolor y sufrimiento.
Javier me escribe luego:
— Te abrazo fuerte, con mi voz, estos sonidos eléctricos, la mirada de tu menuda silueta por las acercas de la ciudad y nuestros cafés que luego fueron tequilas. Sale pues, cuídate y que haya suerte. Besos también, acomódatelos en casos de urgencia. Tuyo.
Tu sombrero
Veo tu sombrero tirado en medio de la calle. Y me pregunto: ¿qué hace tu sombrero allí? ¿Por qué esta manchado de sangre?
— Asesinaron a Javier, me dice un colega por el teléfono.
— ¿Está confirmado?, alcanzo a decir, antes de soltar un grito agudo y desgarrado de dolor.
— ¡No puede ser!
La imagen está en todas partes. Vuelvo a ver tu sombrero. Pero no veo tu cuerpo. ¿Dónde estás, bato? Me niego a verte tirado en medio de la calle. Me aferro a tu sombrero, a tu risa, a tus abrazos, a tu voz…
Y te escucho decirme: “La muerte anda con nosotros, la traemos al lado, morra”.
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Sanjuana Martínez es una de las periodistas más prestigiosas de México. Referencia en la investigación de las violencias, cuenta con varios premios de periodismo y ha publicado una decena de libros sobre el ejercicio de la profesión.

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