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Preparación de una nueva guerra, por Thierry Meyssan
- El presidente Fayez Al-Sarraj, jefe de uno de los gobiernos que hoy luchan entre sí en Libia, y su subsecretario de Defensa, el general Salah Al-Namrush, dan los últimos toques al plan de intervención de Turquía.
Es importante conservar en mente varios hechos que los medios de difusión se obstinan en querer olvidar:
La Yamahiriya Árabe Libia, nacida de un golpe de Estado que registró muy poco derramamiento de sangre, no fue la llegada al poder de un dictador loco sino un acto de liberación nacional ante el imperialismo británico. Fue también la expresión de una voluntad de modernización que se tradujo en la abolición de la esclavitud y en un intento de reconciliación entre las poblaciones árabes y las poblaciones negras de África.
La sociedad libia está organizada en tribus, lo cual hace imposible –al menos en la situación actual– instaurar allí una verdadera democracia. Muammar el-Kadhafi había organizado la Yamahiriya Árabe Libia según el modelo de las comunidades imaginadas por los socialistas utópicos franceses del siglo XIX, lo cual equivalía a crear una vida democrática a nivel local, sin que esta se extendiese al nivel nacional. La Yamahiriya fue derrocada precisamente por carecer de una política de alianzas, lo cual le impidió defenderse.
La coalición que atacó Libia se hallaba bajo la dirección de Estados Unidos, país que durante todo el conflicto ocultó a sus propios aliados el fin que realmente perseguía, para ponerlos finalmente ante los hechos consumados, conforme a la política definida como leading from behind, o sea «dirigir desde atrás». Después de haber clamado durante meses que la OTAN no intervendría en Libia, fue finalmente ese bloque militar quien dirigió las operaciones. Washington nunca trató de instalar en Libia un gobierno bajo control estadounidense, lo que hizo fue propiciar el ascenso de fuerzas rivales entre sí para impedir el regreso a la paz entre los libios, en aplicación de la doctrina Rumsfeld/Cebrowski [1].
En Libia no hubo una revolución popular contra la Yamahiriya sino una agresión de fuerzas terrestres de al-Qaeda, un regreso manipulado a la división de antaño entre las regiones de Cirenaica y Tripolitania y la intervención militar externa bajo la coordinación garantizada por la OTAN –con países miembros de la OTAN garantizando los ataques aéreos mientras que la tribu de los misrata y las fuerzas especiales qataríes se encargaban de realizar las operaciones terrestres.
A partir de aquel momento, la rivalidad entre el gobierno instaurado en Trípoli y el gobierno de Bengazi hizo retroceder el país a la época anterior a 1951, cuando Libia se dividía en dos Estados separados –Tripolitania y Cirenaica–, rivalidad reinstaurada o despertada durante la agresión de la OTAN. Pero en este momento, en vez reaccionar respaldando a uno u otro bando contra el otro, la única posibilidad sensata de restablecer la paz sería tratar de unirlos contra a los enemigos del país.
Actualmente, el gobierno establecido en Trípoli cuenta con el respaldo de la ONU, Turquía y Qatar, mientras que el gobierno de Bengazi tiene el apoyo de Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Francia y Rusia. Fiel a su estrategia de siempre, Estados Unidos es el único país que apoya simultáneamente a los dos bandos, para que sigan matándose indefinidamente.
- Imagen de la resolución del parlamento de Turquía que autoriza el despliegue de tropas turcas en Libia.
Turquía apoya a la Hermandad Musulmana, instalada en el poder en Trípoli, lo cual explica simultáneamente el apoyo de Qatar –favorable a la cofradía– a ese gobierno y la oposición de Egipto, de Emiratos Árabes Unidos y de Arabia Saudita.
Turquía desarrolla sus ambiciones regionales apoyándose en los descendientes de los antiguos soldados otomanos que pueblan Misurata, lo cual explica el apoyo de Ankara al gobierno de Trípoli, la capital libia, cuyo control se halla desde 2011 precisamente en manos de la tribu de los misrata.
Turquía utiliza en Libia a los yihadistas que ya no puede seguir protegiendo en Idlib (Siria), de donde está evacuándolos y trasladándolos a Libia, concretamente a la región de Tripolitania, para lanzarlos al asalto de Bengazi.
A la luz del derecho internacional, la intervención turca es legal ya que se basa en un pedido del gobierno de Trípoli, legalizado por el acuerdo firmado en Skhirat (Marruecos), el 17 de diciembre de 2015, y por la resolución 2259 del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptada el 23 de diciembre de 2015. Sin embargo, todas las demás intervenciones exteriores son ilegales… a pesar de que el gobierno de Trípoli se compone de la Hermandad Musulmana, al-Qaeda y el Emirato Islámico (Daesh). Dicho claramente, estamos viendo en Libia una inversión de los papeles, con los fanáticos yihadistas en el oeste del país –y respaldados por la ONU– mientras que quienes luchan contra ellos, desde el este de Libia, se hallan en la ilegalidad.
Por el momento, sólo hay algunos soldados turcos del lado del gobierno de Trípoli pero hay soldados egipcios, emiratíes, franceses y rusos junto al de Bengazi. El anuncio del envío oficial de algunos soldados turcos más no modificará mucho ese equilibrio pero sí lo hará el traslado a Libia de yihadistas exfiltrados de Siria, movimiento que puede llegar a ser del orden de cientos de miles de individuos, llegando eventualmente a invertir la correlación de fuerzas.
No es inútil volver a recordar, contrariamente a lo que se afirma en la “historia oficial” que Occidente pretende imponer, que el llamado «Ejército Sirio Libre» no se inició –al principio de la agresión externa contra Siria– con desertores sirios sino que se creó con yihadistas libios de al-Qaeda. Era por lo tanto previsible que esos yihadistas regresaran a su país de origen.
Las milicias sirias turcomanas y los yihadistas de la Legión del Levante (Faylaq al-Sham), lo cual representa unos 5 000 individuos, ya están siendo trasladados a Libia. Si se mantiene esta “migración” de yihadistas a través de Túnez, la llegada de refuerzos para el gobierno de Al-Sarraj podría durar años, hasta que termine la liberación total de la gobernación siria de Idlib. Por supuesto, esto sería excelente para Siria, pero significaría una catástrofe para Libia y para el Sahel en general.
Libia se vería entonces en la misma situación que enfrentó Siria: con los yihadistas respaldados por Turquía arremetiendo contra las poblaciones locales respaldadas por Rusia –dos potencias que ponen extremo cuidado en no enfrentarse directamente, siendo Turquía miembro de la OTAN.
Al instalarse en Trípoli, Turquía pasa a controlar el segundo gran flujo de migrantes hacia los países de la Unión Europea. Eso pone a Ankara en condiciones de recrudecer el chantaje que ya ejerce sobre la Unión Europea gracias al actual flujo de migrantes a través del territorio turco.
Debido a la ausencia de fronteras físicas, los ejércitos yihadistas circularán libremente por el desierto, desde Libia, por todo el conjunto del Sahel, lo cual hará a los países del G5-Sahel (Mauritania, Mali, Burkina Fasso, Níger y Chad), todavía más dependientes de las fuerzas antiterroristas francesas y del AfriCom estadounidense. Los yihadistas amenazarán Argelia pero no Túnez, país que ya está en manos de la Hermandad Musulmana y que controla el tránsito de yihadistas por la isla de Yerba (también llamada Jerba).
Las poblaciones sunnitas del Sahel serán entonces objeto de una “purificación” y los cristianos de esa región serán expulsados de allí, como antes fueron expulsados los cristianos del Oriente.
Llegará un momento en que los ejércitos yihadistas cruzarán el Mediterráneo –no olvidemos que las islas italianas, principalmente Lampedusa y Malta, están a 500 millas náuticas. La Cuarta Flota estadounidense intervendrá inmediatamente para rechazar a los yihadistas, en virtud de los Tratados del Atlántico Norte y de Maastricht, pero el caos se extenderá inevitablemente a los países de Europa occidental. Será entonces cuando, por fin, los europeos entenderán el gravísimo error que cometieron al embarcarse en el derrocamiento de la Yamahiriya Árabe Libia.
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