Las promesas de Peña Nieto |
Escrito por Laura Carlsen |
Sobre
un fondo de violentos enfrentamientos en las calles que contrastaba
fuertemente con la cuidada puesta en escena de los actos oficiales,
Enrique Peña Nieto asumió la presidencia de México el pasado 2 de
diciembre. Las líneas generales de su proyecto para los próximos seis
años, a falta de los detalles, revelan que los cambios propuestos son,
como el nuevo presidente, meramente cosméticos y afectan a aspectos
superficiales.
Después
de jurar su cargo en la Cámara de Diputados en el Palacio de San Lázaro
y tomar juramento a los miembros de su gabinete, el recién inaugurado
presidente de México apareció ante los invitados en el Palacio Nacional,
situado en la céntrica la Plaza de la Constitución, para ofrecer su
primer discurso como titular del Ejecutivo.
Peña
Nieto comenzó su intervención con un rápido repaso de la historia de
México, mencionando las culturas prehispánicas y la española, las
corrientes liberales y revolucionarias y el “pasado reciente”. Sin
referirse al PRI, enfatizó el ordenado cambio de poder desde 1934 y el
“rápido proceso de la democracia”, que, irónicamente, se remonta a 1968,
el año en que su partido masacró a cientos de estudiantes en
Tlatelolco.
El
presidente concluyó con lo que sería la tónica de su discurso: que
México está “listo para despegar” y que “todos coinciden en que tenemos
una oportunidad histórica.” Su alocución se centró en el “momento mexicano”,
la idea de un punto de inflexión a partir del cual México entraría
finalmente en un periodo de paz, prosperidad y reconocimiento global.
Peña
Nieto mencionó los desafíos que quedan por delante, afirmando que
México es un país que “crece a dos velocidades: una de progreso y
desarrollo y otra de atraso y pobreza” y aludiendo a la falta de empleo y
oportunidades educativas. Su discurso incluyó un número de medidas
específicas, aunque no detalladas, que proporciona algunas claves para
el análisis.
1. México en paz:
Peña Nieto ofreció “poner al ciudadano y a su familia en el centro de
la política de seguridad.” Se refirió a esto como un “cambio de
paradigma”, sin mencionar la guerra contra las drogas por su nombre ni a
las 60 u 80.000 personas asesinadas bajo este modelo durante el mandato
de Calderón. Prometió mayor coordinación entre las distintas agencias y
un esfuerzo para combatir la impunidad, y concluyó: “No habrá seguridad
mientras no haya justicia.”
2. Un México inclusivo: Peña Nieto promovió la construcción de un México “inclusivo” y terminar con la brecha de desigualdad para que todos, madres y padres, puedan mantener a sus familias. Dijo que México debería convertirse en una sociedad igualitaria de clase media. 3. Educación de calidad para todos: que forme estudiantes responsables y comprometidos con sus comunidades. 4. Crecimiento económico: mediante una mayor competitividad, el aumento del crédito, una mayor inversión en infraestructura, el fortalecimiento del mercado interior y la expansión del mercado global, para que México pueda posicionarse como una de las economías emergentes. 5. México como un actor global responsable: participación mundial a través de la moderna diplomacia, de manera que México se convierta en un factor de estabilidad en el mundo y en una voz que defienda la libertad. Peña Nieto también utilizó este punto para agradecer a los representantes de otros países su presencia.
Detrás de las promesas
Los
cinco puntos están formulados en términos muy vagos, como suele ocurrir
con las promesas presidenciales. Sin embargo, podemos aprovechar lo que
se dijo para anticipar los desafíos y las posibles contradicciones que
estos plantean, y evaluar la voluntad política para llevarlos a cabo en
los próximos seis años.
Política de seguridad.
Peña Nieto se refirió explícitamente a “un cambio de paradigma”. Esto
no deja de llamar la atención, dado que es lo que el movimiento
pacifista y los analistas críticos (el Programa de las Américas del
Centro para la Política Internacional, entre otros) han estado
reclamando durante años. Sin embargo, es muy poco lo que hay en la parte
estratégica o en las “13 decisiones” enumeradas después para apoyar
dicho cambio.
Un
verdadero cambio de paradigma requeriría dos medidas que el gobierno de
Peña Nieto ha dicho que no tomará: la retirada de las fuerzas armadas
de la lucha contra el narcotráfico y la renegociación de la cooperación
en cuestiones de seguridad con el gobierno estadounidense. Peña Nieto ha
propuesto la creación de una “gendarmería nacional”, que es una policía
militarizada, o un cuerpo de formación militar con competencias
policiales para tratar con la población civil. Eso es lo que ya tiene
México, puesto que ha sido precisamente la lucha contra las drogas la
que ha desdibujado la línea que separa las fuerzas policiales y
militares. Sin un plan para reducir la militarización, las promesas de
“repensar” la guerra contra las drogas palidecen.
El
gobierno de los Estados Unidos, a través de la Iniciativa de Mérida, ha
promovido y apoyado activamente el modelo de guerra contra las drogas
de aplicación de la ley e interdicción, y ha sido la punta de lanza de
la creciente intervención de ese país en la lucha contra el narcotráfico
en México. Aunque tanto el gobierno estadounidense como el mexicano han
admitido en público y en privado (en los cables filtrados por
Wikileaks) que la estrategia no ha funcionado (de ahí su insistencia en
que es cuestión de tiempo), la respuesta sigue siendo continuar sin
realizar mayores ajustes ni evaluaciones en serio.
Las
compañías estadounidenses de defensa, inteligencia y seguridad dependen
de la guerra contra las drogas para obtener contratos multimillonarios
con el gobierno. Como resultado de la Iniciativa de Mérida, el Pentágono
y las agencias estadounidenses han logrado una libertad de acción sin
precedentes incluso para dirigir operaciones en suelo mexicano. Los
halcones del gobierno y la industria armamentística no renunciarán a
ella fácilmente. Peña Nieto lo sabe, y también sabe que la economía de
su país es fuertemente dependiente de su vecino del norte. Los políticos
estadounidenses mostraron su preocupación en caso de que el gobierno
mexicano tratara de negociar algún tipo de acuerdo con los cárteles de
la droga, una opción que resulta prácticamente imposible en este momento
por los cambios en las estructuras del crimen organizado. Peña Nieto ha
asegurado a los Estados Unidos que durante su mandato se mantendrá la
guerra contra el narcotráfico. Eso significa que continuarán las
muertes, las desapariciones y la agitación social. Ni siquiera se
menciona la posibilidad de redefinir la seguridad o la seguridad humana,
aunque la idea de poner al ciudadano en el centro, más bien al estado,
podría interpretarse como más cercana a ese concepto.
Hacer
referencia a la necesidad de justicia y de acabar con la impunidad es
un paso políticamente correcto pero que carece de un verdadero
contenido. La impunidad subyace en las instituciones gubernamentales y
la corrupción del sistema judicial ha sido, históricamente, una
construcción del PRI. La impunidad tiene que ser atacada desde arriba,
ya que ha sido consentida e incluso promovida desde arriba durante
demasiado tiempo. A este respecto resultan ilustrativos los ejemplos de
lo sucedido a anteriores gobernadores del PRI acusados de graves delitos
contra la población, como Ulises Ruiz en Oaxaca y Mario Marín en
Puebla, e incluso al propio Peña Nieto por su papel en los asesinatos y
violaciones que tuvieron lugar en la comunidad de Atenco. No les ha
pasado nada en absoluto. La cubierta de teflón que protege a los
políticos del PRI ha sido cuidadosamente preservada, con un puñado de
excepciones notables como la de los ex-gobernadores Tomás Yarington
(imputado y prófugo) y Mario Villanueva (extraditado a los Estados
Unidos), quienes han sido procesado por delitos vinculados a la guerra
contra las drogas a instancias de las autoridades estadounidenses.
Política económica:
hacer que México sea verdaderamente “inclusivo” requeriría algunos
cambios estructurales en la política económica que no es probable que
ocurran durante el gobierno de Peña Nieto. El objetivo de esta
estrategia se contradice bastante con la fórmula para el crecimiento
económico señalada en el cuarto punto y en otras afirmaciones del nuevo
presidente.
Se
ha comprometido a profundizar más que a revisar el NAFTA, lo que
significa que el campo continuará siendo diezmado a causa de la
competencia desleal por parte de los de productos agrícolas
subvencionados provenientes de Estados Unidos, y que al estado no le
estará permitido adoptar medidas elementales, como favorecer a las
industrias nacionales cuando se realicen compras o nuevos contratos, o
proteger a los sectores vulnerables. Fortalecer el mercado interno al
tiempo que se expande el mercado global suena estupendo, muy
equilibrado, pero lo cierto es que lo primero y lo segundo necesitan
políticas distintas y, a menudo, contradictorias.
Por
ejemplo, construir un mercado interior fuerte requiere que se apoye la
producción nacional, que es lo lógico y necesario pero que está
prohibido bajo las normas del comercio neoliberal, y México es un líder
mundial firmando acuerdos draconianos de libre comercio. Requiere,
además, tener una población con poder de compra, mientras que para
priorizar la inversión extranjera y ser competitivo en un mercado global
amañado contra los trabajadores lo que se precisa es reducir los
salarios, algo que los gobiernos mexicanos han estado haciendo durante
las últimas tres décadas con el PRI y el PAN en el poder.
El
loable objetivo de invertir en infraestructura hace que nos preguntemos
“¿inversión para quién?”, y deja abierta la pregunta de cómo abordará
la administración los controvertidos proyectos de infraestructura que
violan los derechos indígenas y humanos. Más crédito sería una buena
idea, pero hasta ahora el poco que ha estado disponible ha ido a parar
de manera abrumadora a las manos de los grandes productores, empeorando
aún más la distribución de los ingresos.
Una mejor educación:
Esto conlleva dos medidas fundamentales, dedicar más recursos públicos a
la educación y enfrentarse a la vieja dirigencia del corrupto sindicato
de maestros. Varios analistas han afirmado que la designación de Emilio
Chauyfett como Secretario de Educación ha sido un golpe para Elba
Esther Gordillo, con una larga trayectoria como líder del Sindicato
Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Yo no estoy tan segura.
Gordillo
es un personaje político que escaló a lo más alto ejerciendo el poder
de una gigantesca máquina para fabricar votos y clientela política. Esta
máquina fue creada y sostenida por el PRI. Su capacidad para
intercambiar favores permite a Gordillo ser quien manda en el sistema
nacional de educación. Cambiar eso requeriría democratizar el sindicato.
Las fuerzas para democratizar tienen que y deben provenir de las bases.
La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE),
organizada para romper la influencia y la corrupción del sindicato, es
en gran medida anti-PRI y está en contra de Peña Nieto. No es probable
que su gobierno haga algo para fortalecer la democracia sindical de base
(su partido bloqueó la transparencia en asuntos sindicales como parte
de la reforma laboral) ni para apartar definitivamente a la dirigencia
del SNTE.
Relaciones globales:
lo que se dijo sobre ello fue tan poco sustancioso que resulta difícil
saber lo que va a cambiar el gobierno de Peña Nieto. Las versiones
escritas hablan de recuperar el lugar que le corresponde a México en el
concierto de naciones como un “país solidario y comprometido con las
mejores causas de la humanidad”. Cualquiera puede suponer lo que eso
significa. Peña Nieto le contestó a Wolf Blitzer de CNN, quien le había
preguntado deliberadamente cómo sería la relación con Castro y con Hugo
Chávez, que tenía la intención de ampliar relaciones con los países del
norte y del sur. Reconociendo así que los gobiernos del PAN enseguida se
orientaron exclusivamente hacia el norte, hacia los Estados Unidos, y
fueron hostiles hacia los gobiernos de centro-izquierda del Sur.
México
ha actuado a veces como un representante de los Estados Unidos en la
región, haciendo que otros países lo miraran con cierto recelo. El
gobierno estadounidense ha utilizado activamente al mexicano en este
sentido. Mientras la administración Obama siga generando divisiones en
la región con el programa de Caminos hacia la Prosperidad, que solo
incluye a los países que aceptaron firmar tratados de libre comercio con
los Estados Unidos y mayor presencia militar de países aliados bajo la
estrategia de la guerra contra las drogas, no le resultará fácil a Peña
Nieto diseñar una política exterior neutral o equilibrada dentro del
hemisferio, si ese es realmente el objetivo.
Las
organizaciones de la oposición han prometido cambiar la orientación de
sus esfuerzos y pasar de cuestionar las elecciones a cuestionar las
políticas que consideran perjudiciales para el país. El líder de
centro-izquierda y anterior candidato Andrés Manuel López Obrador se ha
negado a reconocer al nuevo presidente y está construyendo un nuevo
partido. En estos momentos, el movimiento #YoSoy132 está sorprendido e
indignado por la respuesta violenta de la policía, al tiempo que hace un
llamamiento a sus seguidores para que rechacen la confrontación
violenta.
La
frase que más se ha escuchado entre los analistas que siguieron el
discurso inaugural de Peña Nieto es “el diablo está en los detalles”.
Aunque Peña Nieto se ciñó a esos cinco puntos estratégicos con 13
decisiones que incluían acciones más específicas, todavía dejó espacio
para la especulación.
Las
promesas políticas son a menudo, si no habitualmente, dejadas de lado
cuando comienza la verdadera tarea de gobernar y uno se pregunta si
fueron sinceras y no prácticas, o diseñadas para construir una imagen,
no un gobierno. El PRI tiene práctica en el arte de la simulación, de
elaborar un discurso público y una práctica privada.
En
cualquier caso, el país y el resto del mundo tienen ahora más pistas de
lo que la vuelta del PRI significará para México, para los Estados
Unidos y para la región.
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