Oligarquía mexicana: un ente monstruoso, insaciable de poder y riqueza
Por: Guillermo Fabela Quiñones /
18 octubre, 2014
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(18 de octubre, 2014).- La necesidad
de tocar fondo es básica para que un adicto pueda dejar atrás su
enfermedad y empiece un proceso de rehabilitación. Esta situación es
válida en lo tocante a una élite como la mexicana, que padece una
enfermiza adicción por la riqueza y el poder que le permitan reafirmar
su supremacía sobre los ciudadanos comunes. Tres décadas dedicadas a dar
rienda suelta a tan deplorable adicción, han hecho de la oligarquía
mexicana a un ente monstruoso, insaciable, que en su inconciencia está
acabando incluso consigo misma.
Así como un adicto al alcohol y a las
drogas no admite que es víctima de una enfermedad incurable y
progresiva, así el adicto al poder y al dinero no acepta que su proceder
es insano y dañino en grado sumo. Sin embargo, llega un momento en que o
se toca fondo y se recapacita o se muere por la imposibilidad de darse
una oportunidad de rehabilitación. Tal es la disyuntiva en la que están
en este momento la oligarquía mexicana y la clase política que
administra los bienes de la nación con una mentalidad igualmente
enfermiza.
La realidad actual es una coyuntura
propicia para que las élites aristocráticas, con mentalidad
decimonónica, que lideran a la sociedad nacional se vean forzadas a
tocar fondo. Desgraciadamente no hay margen para ser optimistas, porque
la adicción de que son víctimas los oligarcas y sus secuaces en la alta
burocracia la tienen metida hasta la médula de los huesos. Y los
milagros, desgraciadamente, sólo se producen en la literatura bíblicay
teológica.
Para que las élites tan enfermas que
padecemos en México llegaran a toca fondo se requiere la presión firme y
sostenida, organizada y sensata, que las obligue a recapacitar sobre el
imperativo de dar “el doceavo paso”, antes de que sea demasiado tarde y
la dramática adicción que las está consumiendo, acabe con la viabilidad
de una razonable recomposición de la sociedad. Han sido ya tres décadas
de que sólo viven, esas élites insaciables de poder y riqueza, para dar
rienda suelta a su adicción, con la consecuencias que todos los
mexicanos estamos padeciendo.
La más lamentable se puede expresar en
pocas palabras: en vez de que seamos la sexta o séptima economía del
mundo, como pudimos haberlo sido de haber aprovechado el arranque de la
industrialización del país después de la Segunda Guerra Mundial, con una
visión de largo plazo, patriotismo y respeto a las leyes, al Estado de
derecho, caminamos para atrás en las últimas tres décadas, como lo
testimonia el nulo crecimiento económico y la corrupción desenfrenada
por la adicción de las élites al dinero y al poder. Ahora estamos
colocados en la catorceava posición. De esa magnitud es el daño a México
y a las generaciones presentes y futuras.
Las perspectivas no son nada halagüeñas,
pues cada año empeoran en el país las condiciones salariales y
laborales, con un profundo daño al mercado interno y con dramáticas
consecuencias en el tejido social. En la actualidad, según el Centro de
Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP), 6 y medio millones de
personas están buscando empleo diariamente, y lo más dramático del caso
es que cada mes se suman 100 mil más, lo que da un total de un millón
200 mil desempleados cada año que presionan a un mercado laboral que no
les abre sus puertas.
El problema se vuelve apocalíptico
porque la principal válvula de escape para no presionar tanto los
salarios a la baja (otro grave problema nacional) “está prácticamente
cerrada”. De ahí la explosión del crimen organizado en México, a partir
de 1983, lo que no es una coincidencia con el empoderamiento del modelo
neoliberal, sino uno de sus resultados: una “válvula de escape” para una
juventud que no encuentra los medios para trabajar decentemente. Y no
los encuentra porque el modelo les brindó a los adictos de las élites
oligárquicas, inmejorables oportunidades para dejarse atrapar por la
adicción.
De ahí que lo único sensato sea la
organización de las clases mayoritarias con la finalidad de “curar” a
esas élites atrapadas por su adicción, pues se antoja como un imposible
que por sí mismas puedan tocar fondo. Esto es preciso que lo entiendan
las fuerzas armadas, con patriotismo y visión para no dificultar el
proceso “curativo”.
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