Amor, nihilismo y optimismo revolucionario
Por Andre Vltchek,
Dissident Voice
¡Qué deprimente se ha convertido la vida en casi todas las ciudades occidentales! Algo feo y triste.
No es que no haya
riqueza, que la tienen. Sin embargo, las cosas se están deteriorando:
las infraestructuras se desmoronan, aumentan las desigualdades sociales,
incluso la miseria, que se puede encontrar en cada esquina. Aunque si
la comparamos con la de otras partes del mundo, la riqueza de las
ciudades occidentales resulta chocante, casi grotesca.
Pero tal afluencia
de mercancías no supone felicidad u optimismo. Pase un día entero
paseando por Londres o París, y preste atención a las gentes. Verá que
muchas veces reaccionan con un comportamiento agresivo, con frustración,
con miradas desesperadas y abatidas, con una tristeza que les abruma.
En todas las
grandes ciudades del Imperio lo que falta es vida. La euforia, la
calidez, la poesía y el amor andan sumamente escasos.
Por dondequiera
que usted vaya, encontrará edificios monumentales, boutiques que rebosan
de elegantes mercancías; por la noche, las luces brillan. Sin embargo,
las caras de las gentes son grises. Incluso en las parejas, o en los
grupos, las personas parecen atomizadas, como las esculturas de
Giacometti.
Hable con la
gente, y lo más probable es que vea confusión, depresiones e
incertidumbres. Lo de refinados se convierte a veces en una falsa
cortesía urbana, una especie de finos vendajes que tratan de ocultar las
ansiedades y la soledad insoportable de estas almas humanas
extraviadas.
La falta de un propósito se
entrelaza con la pasividad. En Occidente, cada vez es más difícil
encontrar a alguien que esté realmente comprometido, sea políticamente,
intelectualmente o emocionalmente. Los sentimientos elevados ya no
tienen cabida. Hombres y mujeres los rechazan. Los grandes gestos se
miran con desprecio, o incluso son ridiculizados. Los sueños se hacen
minúsculos, tímidos y se esconden, a veces muy ocultos. Incluso los
sueños son vistos como irracionales y algo anticuado.
*****
Para alguien que viene de lejos es un mundo triste, antinatural, brutalmente cercenado, y en gran medida, miserable.Millones de hombres y mujeres, bien educados, “no saben qué hacer con sus vidas”. Así que se dedican a realizar cursos, regresan a la escuela para llenar su vacío, y así descubrir lo que quieren hacer con sus vidas. Se trata de egoísmo, ya que no parece haber mayores aspiraciones. La mayoría de los esfuerzos comienzas y terminan en el mismo individuo.
Nadie se sacrifica
por los demás, por la sociedad, por la humanidad, por una causa o
incluso por los otros. De hecho, el concepto de los otros parece estar
desapareciendo. Las relaciones son cada vez más distantes, con cada
persona buscando su espacio, exigiendo su independencia. No hay dos
mitades, sino individuos, coexistiendo en una relativa proximidad, pero
ajenos a los demás.
En las ciudades
occidentales, el egocentrismo, incluso la obsesión por las necesidades
personales de cada uno llega a unos extremos surrealistas.
Desde el punto de vista psicológico, sólo puede describirse como un mundo patológico e insano.
Rodeados de una
falsa realidad, muchos individuos sanos se sienten como enfermos
mentales. Entonces se embarcan en la búsqueda de una ayuda profesional
para volver a estar del lado de los normales, completamente sometidos.
En la mayoría de los casos, en vez de rebelarse, en lugar de emprender
una guerra contra el estado de las cosas, estos individuos que todavía
son en cierta medida diferentes, se asuntan al sentirse en minoría y
renuncian voluntariamente y se identifican como “anormales”.
Los breves
momentos de libertad que experimentan aquellos que todavía son capaces
de tener alguna chispa de imaginación, de soñar con un mundo muy
distinto, se evaporan rápidamente, todo se pierde en un instante, de
manera irreversible. Parece algo salido de una película de terror,
aunque no sea tal. Es la triste realidad de la vida en Occidente.
No he podido estar
más de unos pocos días en este ambiente. Como mucho puedo estar un par
de semanas en Londres o París, pero sólo como una “medida de
emergencia”, incapaz de escribir, de crear y sentirse uno pleno para
hacer algo. No puede imaginarme que alguien se enamore de lugares como
estos. No me puedo imaginar escribiendo un ensayo revolucionario en un
lugar así. No me puedo imaginar riendo, en voz alta, feliz y libremente.
Mientras trabajo
brevemente en Londres, París o Nueva York, la frialdad, la falta de
propósito y la falta de pasión y de todas las emociones humanas básicas,
me producen un efecto devastador, de modo que llevan al traste mi
creatividad y me ahogo en dilemas existenciales, patéticos e inútiles.
Después de una
semana, me siento influenciado por este terrible ambiente, estoy
empezando a pensar demasiado en mí mismo, escuchando sólo mis
sentimientos, en vez de considerar los sentimientos de los demás. Mi
deberes hacia los demás empiezo a descuidarlos. Dejo a un lado todo lo
que considero esencial. Mi lado revolucionado se agota y se vuelve romo.
Mi optimismo desparece. Mi determinación de luchar por un mundo mejor
se debilita.
Así que sé que ha
llegado la hora de correr, de huir, ¡rápido, muy rápido! Es hora de
salir de este pantano emocional, de cerrar la puerta de este burdel
intelectual y escapar de esta aterradora vida carente de sentido, de
vidas heridas, perdidas.
No puedo luchar
por esas personas desde dentro, sólo desde fuera. Nuestra forma de
pensar y de sentir no coincide. Cuando les muestro “mi universo” sólo
encuentro prejuicios: no ven ni escuchan, se aferran a la doctrina en la
que fueron educados durante años, décadas.
Para mí no hay
muchas cosas significativas que pueda hacer en las ciudades
occidentales. Venga periódicamente a firmar uno o dos contratos de
libros, a presentar alguno de mis documentales o a hablar brevemente en
alguna Universidad, pero no voy mucho más allá. En Occidente, es difícil
encontrar una resistencia, la mayoría de ellas no son
internacionalistas, sino por el contrario, egoístas, orientadas hacia sí
mismos. Casi no hay valor, ni habilidad para amar, ni pasión, ni
rebelión. En un examen más detallado, no hay vida, ninguna vida como
solíamos considerarla antes, y como se entiende en otras partes del
mundo.
*****
Gobierna
el nihilismo. ¿Es un estado mental esta enfermedad colectiva, algo a lo
que nos ha sometido a propósito el Régimen? No lo sé. Todavía no puedo
responder a esta pregunta, pero resulta importante hacerse esa pregunta y
tratar de responderla.
Sólo sé que sea lo que sea es algo de suma eficacia, negativamente eficaz, pero eficaz al fin y al cabo.
Carl Gustav Jung,
un reconocido psicólogo y psiquiatra suizo, diagnóstico la cultura
occidental como patológica, después de la Segunda Guerra Mundial, Pero
en lugar de intentar comprender esta situación que la coloca en el
abismo, en vez de intentar mejorar, la cultura occidental por el
contrario se adentra más en el abismo y se extiende, colonizando otras
partes del mundo, contaminando peligrosamente sociedades y naciones más
sanas.
Hay que detenerla.
Lo digo porque amo la vida, la que hay fuera del reino de Occidente.
Estoy obsesionado con esto. Así que trato de vivir al máximo, con
deleite, disfrutando de cada momento.
Conozco el mundo,
desde el Cono Sur de Sudamérica, hasta Oceanía, Oriente Medio, hasta los
rincones más desamparado de África y Asia. Es un mundo verdaderamente
imponente, lleno de belleza, de diversidad y de esperanza.
Cuanto más veo y
más conozco, más me doy cuenta de que no podemos vivir sin luchar, sin
una buena lucha, sin grandes pasiones y sin amor, sin propósitos. Es
decir, básicamente todo aquello que Occidente ha reducido a la nada,
convirtiéndolo en irrelevante, obsoleto y esclerotizado.
Todo mi ser se
revela contra el terrible nihilismo y el oscuro pesimismo que está
inyectado en toda la cultura occidental. Soy alérgico a ello. Me niego a
aceptarlo. Me niego a sucumbir.
Veo gente, buena
gente, personas con talento, personas maravillosas, que se contaminan,
con sus vidas arruinadas. Las veo abandonando las batallas, abandonando
sus amores, las veo eligiendo el egoísmo y defendiendo su espacio y sus
sentimientos personales por encima de los afectos y el desapego, optando
por una vía sin sentido por encima de las batallas épicas de la
humanidad y por un mundo mejor.
Vidas arruinadas
una por una, y así millones, a cada momento, cada día. Vidas que
pudieron estar llenas de belleza y alegría, de amor, la vida como una
aventura, creatividad y singularidad, con un sentido y un propósito,
pero que se reducen a la vacuidad, a la nada, en un instante, todo falto
de sentido. Las personas que viven estas vidas realizan tareas y
trabajos por pura inercia, sin cuestionar los patrones de comportamiento
ordenados por el Régimen, obedeciendo las innumerables leyes y normas
absurdas.
Ya no pueden caminar con sus propios pies, se han vuelto sumisos, se acabó todo para ellos.
La lucha para las
gentes de Occidente ha desaparecido. Son gentes obedientes, sumisas al
Imperio destructivo y moralmente difuntas. Han perdido la capacidad de
pensar por sí mismas. Han perdido el coraje de sentir.
Como resultado,
debido a que Occidente tiene una enorme influencia en el resto del
mundo, toda la humanidad está en grave peligro, perdiendo su naturaleza.
*****
En
tal sociedad, una persona que desborde pasión, una persona comprometida
y fiel a su causa no es considerada en serio. En una sociedad como
ésta, sólo el nihilismo y el cinismo son aceptados y respetados.
En tal sociedad, una revolución o una rebelión difícilmente podría ir mucho más allá de una riña en el sofá del salón de estar.
Una persona que
todavía es capaz de amar en un ambiente tan estreñido y tortuoso
emocionalmente, es visto como un bufón, incluso como un elemento
sospechoso y siniestro. Es bastante común que sean ridiculizados y
rechazados.
Las masas
obedientes y cobardes odian a los que son diferentes. Desconfían de las
personas que se ponen de pie y todavía son capaces de pelear, personas
que saben perfectamente cuáles son sus objetivos, las que hacen y no
solamente hablan, las que dedican toda su vida, sin la más mínima
vacilación, a una persona amada o una causa por la que merece la pena
luchar.
Tales gentes
aterrorizan e irritan a las muchedumbres amansadas y sumisas de las
ciudades occidentales. Como castigo, son marginados, socialmente
exiliados y demonizados. Algunos son atacados, incluso desintegrados.
El resultado: no
hay cultura, en ninguna parte de la Tierra, tan banal y tan obediente
como la que reina en Occidente. Nada significativo está sucediendo
últimamente en Europa y Norteamérica, ya que prácticamente no hay otras
formas de pensar y otras percepciones heterodoxas.
Los diálogos y los
debates fluyen a través de canales amaestrados y bien regulados, y no
hace falta decir que fluctúan sólo de manera marginal a través de las
frecuencias ya constituidas.
*****¿Que hay al otro lado de las barricadas?
No quiero glorificar a nuestros países y movimientos revolucionarios.
Ni siquiera quiero
decir que somos justamente lo opuesto de toda esta pesadilla que ha
instalado en Occidente. No lo somos, y estamos lejos de ser perfectos.
Pero estamos
vivos. Estamos de pie, tratando de avanzar en este maravilloso proyecto
que es la humanidad, tratando de salvar la tierra del imperialismo
occidental, de su melancolía nihilista, de su absoluto desastre
ambiental.
Estamos viendo las
formas de avanzar. No hemos rechazado ni el socialismo ni el comunismo,
y estamos estudiando las formas moderadas y controladas de Capitalismo.
Se discuten las ventajas e inconvenientes de la denominada economía
mixta.
Luchamos, pero
debido a que actuamos sin la brutalidad de Occidente, sin ser tan
ortodoxos y dogmáticos, a menudo perdemos, como perdimos recientemente
(aunque esperamos que sólo temporalmente) en Brasil y Argentina. También
ganamos, una y otra vez. Cuando este artículo esté ya impreso,
estaremos celebrando las victorias de Ecuador y El Salvador.
A diferencia de
Occidente, en lugares como China, Rusia y América Latina, nuestros
debates sobre el futuro político y económico están llenos de viveza, a
veces incluso tormentosos. Nuestro arte está comprometido, ayudando a
buscar los mejores conceptos humanistas. Nuestros pensadores están
alerta, compasivos e innovadores, nuestras canciones y poemas están
llenos de fuego y pasión, rebosantes de amor y anhelos.
Nuestros países no
roban, no deponen gobiernos al otro lado del mundo, y no emprenden
invasiones militares. Lo que tenemos es nuestro, lo que hemos creado,
producido y sembrado con nuestras propias manos. No siempre es lo
suficiente, pero estamos orgullosos de ello, porque nadie ha muerto por
ello y nadie ha sido esclavizado.
Nuestro corazón es
más puro, no absolutamente puro, pero más puro que el corazón de
Occidente. No abandonamos a los que amamos, aunque tropiecen y no puedan
caminar más. Nuestras mujeres no abandonan a sus hombres, especialmente
a los que se encuentran luchando por un mundo mejor. Nuestros hombres
no abandonan a sus mujeres, aunque estén sometidos a un profundo dolor y
desesperación. Sabemos a quiénes y qué amamos, y sabemos a quiénes y
qué odiamos: en esto rara vez nos confundimos.
Somos mucho más
simples que los que viven en Occidente. Pero también, más profundos.
Respetamos el trabajo duro, especialmente el trabajo que ayuda a mejorar
las vidas de millones de personas, no sólo nuestras propias vidas o las
vidas de nuestros familiares.
Tratamos de
cumplir nuestras promesas. No siempre conseguimos mantenerlas, ya que
sólo somos humanos, pero lo tratamos, y la mayoría de las veces lo
conseguimos.
Las cosas no
siempre son como queremos que sean, pero otras veces sí. Y cuando “las
cosas son así”, eso significa que por lo menos hay alguna esperanza y
optimismo, y a menudo una gran alegría.
El optimismo es
esencial para obtener cualquier progreso. Ninguna revolución podría
triunfar sin un gran entusiasmo, como ningún amor tampoco lo podría
hacer. Ninguna revolución, ni ningún amor, pueden construirse desde la
tristeza y el derrotismo.
Incluso en medio
de las cenizas, a las que el Imperialismo ha reducido nuestro mundo, un
verdadero revolucionario y un verdadero poeta siempre puede encontrar
una esperanza. No será fácil, nada fácil, pero no imposible. Nada está
perdido en esta vida mientras nuestro corazón lata.
*****
El
estado en que se encuentra actualmente nuestro mundo es terrible. Es
algo que sentimos como que nos movemos en una dirección equivocada, un
falso giro, y que todo finalmente se derrumbará, irreversiblemente. Es
muy fácil mandar todo a hacer puñetas y tumbarse en el sofá cómodamente:
“no hay nada que se pueda hacer”, y después decir que vivimos una vida
sin sentido.
El nihilismo
occidental ha causado estragos: se ha aposentado en millones de seres
pensantes, abocados al derrotismo. Se ha extendido el pesimismo y la
tristeza, y es creencia general que nada se podrá mejorar. La gente se
niega a aceptar etiquetas, rechazando las ideologías progresistas, con
una desconfianza patológica en cualquier poder. “Todos los políticos son
iguales” , lo que se traduce claramente en: “Todos sabemos que nuestros
gobernantes occidentales son unos malhechores, pero no esperen nada
tampoco de otros rincones del mundo; todos son iguales”; “Occidente ha
saqueado y asesinado a cientos de millones de personas, pero no esperen
que los asiáticos lo hagan mejor, los latinoamericanos o los africanos”.
Este negativismo
irracional y cínico ya ha sometido a prácticamente todos los países
occidentales, y ha sido exportado con éxito a las colonias, incluso a
lugares como Afganistán, donde la gente ha estado sufriendo los crímenes
cometidos por Occidente.
Su objetivo es
evidente: evitar que la gente actúe y convencerlos de que toda rebelión
es inútil. Tales actitudes están asfixiando toda esperanza.
Mientras tanto
aumentan los daños colaterales. La metástasis de pasividad y el cáncer
del nihilismo que están siendo difundidos por Occidente ya está atacando
incluso la capacidad humana de amar, de comprometerse con una persona o
una causa, y de cumplir con sus promesas y obligaciones.
En Occidente y sus
colonias, el coraje ha perdido su brillo. El Imperio ha logrado
perturbar la escala de valores humanos, firmemente establecidos en todos
los continentes y en todas las culturas, durante siglos y milenios. De
repente, la sumisión y la obediencia se ha puesto de moda.
Si tal tendencia
no se invierte pronto, la gente acabará viviendo como ratones: asustada,
neurótica, nada fiable, deprimida, pasiva, incapaz de identificar la
grandeza y poco dispuesta a unirse a los que siguen tirando de nuestro
mundo y la humanidad hacia delante.
Millones de vidas se desperdiciarán. Millones de vidas ya están desperdiciando.
Algunos escribimos
sobre invasiones, golpes y dictaduras impuestas por el Imperio. Sin
embargo, casi nada se escribe sobre este gigantesco y silencioso
genocidio que está quebrando el espíritu humano y el optimismo,
arrojando a naciones enteras a una oscura depresión y tristeza. Eso está
ocurriendo, incluso cuando escribo estas líneas. Sucede en todas
partes, en Londres, París y Nueva York, o especialmente allí.
En esos
desafortunados lugares, el miedo ha arraigado. La originalidad, el
coraje y la determinación se han trastocado en miedo. El amor, los
grandes gestos y sueños poco ortodoxos, ahora son pánico y desconfianza.
No hay progreso,
ninguna evolución es posible sin formas de pensamiento no
convencionales, sin un espíritu revolucionario, sin grandes sacrificios y
disciplina, sin compromiso y sin ese conjunto de emociones poderosas y
audaces que es el amor.
Los demagogos y
propagandistas del Imperio quieren que creamos que todo terminó: quieren
que aceptemos la derrota. ¿Por qué deberíamos aceptarla? No vemos
ninguna derrota en el horizonte.
Sólo hay dos realidades separadas, dos universos: el nihilismo occidental y el optimismo revolucionario.
Ya hemos hablado del nihilismo,
pero ¿ no imaginamos como un sueño un mundo mejor y diferente? ¿No
podemos imaginar a la gentes arremetiendo contra los lujosos palacios y
la bolsa de valores? ¿No podemos oír canciones revolucionarias que salen
de los altavoces? En realidad no. Lo que viene a mi mente es algo esencialmente tranquilo, humano y cálido.
Hay un parque
cerca de la antigua estación de tren en la ciudad de Granada, Nicaragua.
Estuve allí hace tiempo. Varios árboles viejos dan una fantástica
sombra, una sombra que acoge. En unas columnas de metal se han grabado
bellos poemas, jamás escritos en este país, junto a los bancos del
parque, simples pero sólidos. Me senté en uno de ellos. No lejos de mí,
un par de envejecidos amantes iban de la mano, leyendo mejilla contra
mejilla de un libro abierto. Estaban tan cerca que parecían formar un
universo simple y totalmente autosuficiente. Sobre ellos los brillantes
versos de Ernesto Cardenal, uno de mis poetas latinoamericanos favorito.
También recuerdo a
dos médicos cubanos, sentados en un banco muy diferente, a miles de
kilómetros de distancia, charlando y riendo junto a dos enfermeras
corpulentas de buen corazón, después de realizar una compleja cirugía en
Kiribati, una isla perdida en el Pacífico.
Recuerdo muchas
cosas, pero no son grandes cosas, sino solamente cosas humanas. Porque
eso es realmente la revolución: un par de envejecidos campesinos en un
hermoso parque público, enamorados, unidos de la mano, leyendo poemas el
uno al otro. O dos médicos que viajan hasta el fin del mundo sólo con
la finalidad de salvar vidas, lejos de los focos y de la fama.
Y siempre recuerdo
a mi querido amigo Eduardo Galeano, uno de los mayores revolucionarios
de América Latina, cuando me dijo en Montevideo que sentía amor por esa
maravillosa dama llamada “Realidad”.
Entonces me digo:
no podemos perder. No vamos a perder. El enemigo es poderoso y hay mucha
gente débil y asustadiza, pero no permitiremos que el mundo se
convierta en un asilo mental. Lucharemos por cada persona afectada y se
encuentra ahogada en la oscuridad.
Vamos a dar cuenta
de la anormalidad y perversidad del nihilismo occidental. Lo
combatiremos con nuestro entusiasmo y optimismo revolucionarios, y
usaremos las mejores armas: la poesía y el amor.
Andre Vltchek es novelista, cineasta y periodista investigador. Ha cubierto varias guerras y conflictos en varios países. Su Point of No Return se ha reeditado recientemente. Oceanía es un libro sobre el Imperialismo Occidental en el Pacífico Sur. También ha escrito un polémico libro sobre la era post-Suharto y el fundamentalismo de mercado: Indonesia: The Archipelago of Fear.
También ha rodado documentales sobre Ruanda y el Congo. Ha vivido
varios años en América Latina y en Oceanía; Vltchek reside actualmente
en Asia Oriental y en África. Puede visitar su sitio web
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