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Los consejos obreros de la Revolución Rusa |
Por Juan Parodi
Para
que una revolución triunfe, necesitará estructurar un nuevo tipo de
poder, que sustituya a las viejas instituciones. Obrero y popular, con
una democracia directa desde la base.
Por Juan Parodi
La palabra “soviet” significa sencillamente “consejo” en ruso. Aparecieron en la revolución de 1905. Con el estallido de febrero de 1917, se extendieron por todo el país. Los soviets se constituyeron en centros de trabajo, en barrios, en el campo…. incluso en cuarteles y comisarías. Al principio eran reuniones donde se preparaban movilizaciones o huelgas, pero la revolución los convirtió en organismos de poder. ¡El 1º decreto del Soviet de Petrogrado establecía que todo movimiento de tropa debía ser aprobado por él! Es decir, había un gobierno “formal” en el país, pero otro “gobierno” que mandaba tanto o más que el primero: el soviet. Los soviets también empezaron a participar en la dirección de las empresas, comenzando a establecer un control obrero de la economía.
A medida que la revolución maduraba, el sistema de soviets iba estructurándose mejor. Había soviets “de base”, desde donde se elegían delegados a soviets de ciudad o de región. Finalmente, había un soviet supremo estatal. Este “parlamento” no funcionaba como los parlamentos que hoy conocemos. La elección era directa en asamblea, y los delegados no se elegían con mandatos de 4 años, sino que eran inmediatamente revocables. Al calor de los acontecimientos, los partidos ganaban o perdían influencia rápidamente.
El enfrentamiento llegó a ser muy agudo. Las manifestaciones eran ya muy masivas bajo la consigna de “¡Todo el poder a los soviets!”. Finalmente, en el mes de octubre, el soviet desplegó sus tropas en los puntos estratégicos y detuvo al gobierno, entregando el poder al soviet supremo estatal, que eligió un nuevo gobierno con Lenin como Presidente y emitió una batería de decretos sobre el establecimiento de la paz inmediata, el reparto de la tierra, la nacionalización de la banca, el control obrero de la economía, la autodeterminación de las nacionalidades o la igualdad total de la mujer.
Las instituciones actuales están diseñadas para imposibilitar cualquier cambio real. Unas candidaturas tienen un masivo apoyo financiero y mediático y otras son invisibilizadas, la ley electoral es injusta (en las últimas elecciones en las que participamos a nuestra candidatura cada diputado le costó 454.012 votos mientras que al PP sólo 57.692), los gobiernos están obligados a pagar la deuda por el art. 135 de la Constitución y maniatados por la UE (un buen ejemplo es Tsipras). Y si todas esas medidas fallaran, los poderes reaccionarios pueden incluso dar un golpe, como hicieron aquí en 1936 o contra Allende en Chile.
Para que una revolución triunfe, necesitará estructurar un nuevo tipo de poder, que sustituya a las viejas instituciones. Obrero y popular, con una democracia directa desde la base. El papel de un partido revolucionario no consiste en inventarse “soviets” u organismos similares, sino en saber construir los organismos obreros y populares de Frente único, que a la par que son el motor de la movilización y de organización unitaria y democrática de la lucha, en su desarrollo puedan llegar a ser las instituciones de la clase obrera alternativas a la instituciones burguesas. Sin esas instituciones alternativas, la llegada al Gobierno, por la vía electoral, no es la llegada al poder sino el acceso al organismo gestor del poder real que exista.
Por Juan Parodi
La palabra “soviet” significa sencillamente “consejo” en ruso. Aparecieron en la revolución de 1905. Con el estallido de febrero de 1917, se extendieron por todo el país. Los soviets se constituyeron en centros de trabajo, en barrios, en el campo…. incluso en cuarteles y comisarías. Al principio eran reuniones donde se preparaban movilizaciones o huelgas, pero la revolución los convirtió en organismos de poder. ¡El 1º decreto del Soviet de Petrogrado establecía que todo movimiento de tropa debía ser aprobado por él! Es decir, había un gobierno “formal” en el país, pero otro “gobierno” que mandaba tanto o más que el primero: el soviet. Los soviets también empezaron a participar en la dirección de las empresas, comenzando a establecer un control obrero de la economía.
A medida que la revolución maduraba, el sistema de soviets iba estructurándose mejor. Había soviets “de base”, desde donde se elegían delegados a soviets de ciudad o de región. Finalmente, había un soviet supremo estatal. Este “parlamento” no funcionaba como los parlamentos que hoy conocemos. La elección era directa en asamblea, y los delegados no se elegían con mandatos de 4 años, sino que eran inmediatamente revocables. Al calor de los acontecimientos, los partidos ganaban o perdían influencia rápidamente.
Los soviets y poder revolucionario
Al principio de la revolución los partidos de izquierda “moderada” eran claramente mayoritarios en los soviets. A pesar del poder que concentraban, eligieron apoyar al gobierno aristocrático “provisional” que se conformó tras la caída del zar, bajo la presidencia del Príncipe Lvov. Es decir, el soviet quedaba como un “consejero de izquierda” a ese gobierno “del cambio”. Al principio, los bolcheviques bajo el mando de Stalin y Kamenev estuvieron de acuerdo con esta orientación. Pero la vuelta de Lenin del exilio en abril cambió el rumbo. El Partido Bolchevique comenzó a combatir frontalmente al nuevo gobierno y a los partidos de izquierda conciliadores con él. Eso hizo que a medida que las expectativas de cambio que la gente trabajadora tenía se frustraban, los bolcheviques fueran ganando más y más peso.El enfrentamiento llegó a ser muy agudo. Las manifestaciones eran ya muy masivas bajo la consigna de “¡Todo el poder a los soviets!”. Finalmente, en el mes de octubre, el soviet desplegó sus tropas en los puntos estratégicos y detuvo al gobierno, entregando el poder al soviet supremo estatal, que eligió un nuevo gobierno con Lenin como Presidente y emitió una batería de decretos sobre el establecimiento de la paz inmediata, el reparto de la tierra, la nacionalización de la banca, el control obrero de la economía, la autodeterminación de las nacionalidades o la igualdad total de la mujer.
Enseñanzas para hoy y mañana
Para coordinar luchas y orientarlas políticamente es necesario impulsar espacios unitarios, como hoy pueden ser las Marchas de la Dignidad. Obviamente, hoy no estamos viviendo ninguna revolución. Pero siempre que las hay se plantea ¿quién debe gobernar?Las instituciones actuales están diseñadas para imposibilitar cualquier cambio real. Unas candidaturas tienen un masivo apoyo financiero y mediático y otras son invisibilizadas, la ley electoral es injusta (en las últimas elecciones en las que participamos a nuestra candidatura cada diputado le costó 454.012 votos mientras que al PP sólo 57.692), los gobiernos están obligados a pagar la deuda por el art. 135 de la Constitución y maniatados por la UE (un buen ejemplo es Tsipras). Y si todas esas medidas fallaran, los poderes reaccionarios pueden incluso dar un golpe, como hicieron aquí en 1936 o contra Allende en Chile.
Para que una revolución triunfe, necesitará estructurar un nuevo tipo de poder, que sustituya a las viejas instituciones. Obrero y popular, con una democracia directa desde la base. El papel de un partido revolucionario no consiste en inventarse “soviets” u organismos similares, sino en saber construir los organismos obreros y populares de Frente único, que a la par que son el motor de la movilización y de organización unitaria y democrática de la lucha, en su desarrollo puedan llegar a ser las instituciones de la clase obrera alternativas a la instituciones burguesas. Sin esas instituciones alternativas, la llegada al Gobierno, por la vía electoral, no es la llegada al poder sino el acceso al organismo gestor del poder real que exista.
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