¿Por qué si somos tan ricos el empleo es cada vez más precario?
Carlos Berzosa – Consejo Científico de ATTAC España
La crisis económica ha supuesto un aumento del pesimismo económico acerca de la situación actual y el futuro más próximo. La salida de la crisis como tendencia general ha supuesto mayores niveles de desigualdad en el interior de los países, una liberalización de las relaciones laborales que ha intensificado la precarización en el empleo, y recortes en el Estado del bienestar. Estas tendencias se venían dando ya con anterioridad a la crisis, pero han sido agravadas desde el desencadenamiento que tuvo lugar en 2007/2008.
Las tendencias, que tienen su origen en los años ochenta del siglo pasado, han sido consecuencia de la implantación de un modelo de globalización neoliberal hegemonizado por las finanzas. El ideario neoliberal ha pretendido acabar, aunque no siempre lo ha conseguido, con las reformas económicas que se introdujeron durante los treinta años gloriosos del capitalismo, como algunos analistas han bautizado el periodo comprendido 1945 y 1973. Una fase expansiva que ni siquiera duró 30 años.
En estos años, la intervención del Estado en la regulación económica, la ampliación y consolidación del Estado del bienestar, la introducción en algunos países de la planificación indicativa, y la existencia de un sector público empresarial, lograron que el crecimiento económico tan importante que hubo conviviera con el pleno empleo y un mayor grado de cohesión social. No fue oro todo lo que relució, que con el paso de los años se ha tendido a mitificar, sino que la desigualdad siguió existiendo, aunque descendiera, la participación de la mujer en el mercado laboral era bastante inferior a la de los hombres, los gastos militares aumentaron, se explotó al Tercer Mundo por parte de los países ricos, y el tipo de crecimiento ya tenía un efecto destructor sobre el medio ambiente.
La regulación keynesiana y el modelo fordista en la producción dieron resultados positivos en la consecución de aumentos en la productividad del trabajo y en la rentabilidad empresarial. Este modelo llegó a su fin en la década de los setenta, aunque ya comenzó a tener achaques con anterioridad, como consecuencia del menor crecimiento de la productividad y el descenso en la tasa de beneficios empresariales. Estos hechos coincidieron con un fuerte movimiento obrero, que con sus luchas en los años 1968/69 consiguieron mejoras salariales y sociales, precisamente cuando el ciclo expansivo empezaba a tener ritmos de crecimiento menores en la producción, inversión y la productividad. El detonante fue, sin embargo, la subida de los precios del petróleo a finales de 1973, pero con anterioridad tuvo lugar la crisis del sistema monetario internacional que se instituyó en 1944 en Bretton Woods.
La salida a la crisis fue el intento de restablecer las tasas de beneficio, lo que supuso la aceptación del modelo neoliberal y el intento de desmontar el capitalismo regulado de posguerra. Si no se ha conseguido en su totalidad es por la resistencia de las luchas obreras y sociales, así como la defensa de la ciudadanía del Estado del bienestar. Se pasó, de todos modos, a un capitalismo desatado, como lo ha llamado con acierto Andrew Glyn (Catarata, 2010). La hegemonía de las finanzas es el resultado de la búsqueda de mayores beneficios que no se conseguían en la estructura productiva.
El fin del modelo fordista, sustentado en la gran fábrica, tiende a desparecer con la creciente automatización y externalización de las actividades productivas y de servicios, que se efectúan a nivel global. Esto ha debilitado al movimiento sindical. Estos cambios profundos en el proceso productivo han generado salarios menores y una creciente terciarización de la economía. El sector servicios es muy heterogéneo y se producen niveles muy dispares en los salarios y la productividad. El empleo ya no se concentra en grandes fábricas sino que se disemina en unidades de producción menores a lo largo y ancho del mundo. Divide y vencerás es lo que el capital está llevando a cabo sobre la clase trabajadora. Esta fragmentación del proceso de trabajo no supone lo mismo en cuanto a la propiedad. La concentración y centralización de capital es mayor que nunca. Los beneficios de los aumentos de la productividad, no tan elevados como se podía esperar de la implantación de las tecnologías de la información y la comunicación, no se distribuyen de una forma más equitativa sino que se concentran en los grandes imperios económicos.
En la actualidad, se asiste a nuevos cambios significativos, como es la venta y compra por internet de prácticamente todos los productos y servicios que se ofrecen en el mercado. El uso de determinadas aplicaciones permite comprar de todo -hasta comida hecha- lo que supone eliminación de intermediarios, que son sustituidos por repartidores que trabajan en condiciones más que precarias. La renta y la riqueza crecen, aunque en menor medida que en épocas anteriores, pero se sustenta en la especulación, el incremento de las burbujas, menores salarios, sobrexplotación de la mano de obra del Tercer Mundo, desigualdad de género y depredación del medio ambiente.
Los países desarrollados de la década de los setenta, más los que se han ido incorporando a este grupo desde entonces, y los emergentes que se asoman con fuerza a la primera división, son bastante más ricos que hace más de cuarenta años. Sin embargo, la inestabilidad en el empleo y la incertidumbre son muy superiores a las de entonces. Se vive en un mundo más inseguro, y no solamente por las guerras y el terrorismo, como consecuencia de las condiciones laborales y sociales que se están instituyendo. Los capitalistas son insaciables. Por esto es por lo que a pesar de los grandes avances en la ciencia, investigación e innovación, las condiciones materiales de existencia no solo no mejoran sino que empeoran para partes significativas de la población mundial. El aumento de la riqueza y de la renta y el avance tecnológico no se corresponde con las enormes privaciones existentes. El modelo económico, social y ecológico actual impide el desarrollo humano.
Catedrático Emérito de la Universidad Complutense de Madrid
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