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El negocio de los datos personales
Por Antonio Lorca Siero
Es de todos conocido que la intimidad ha pasado a ser un derecho de
papel, y a veces ni eso, ya que se protege por un lado y la quitan por
otro.
Por Antonio Lorca Siero
Es de todos conocido que la intimidad ha pasado a ser un derecho de papel, y a veces ni eso, ya que se protege por un lado y la quitan por otro. Este es el caso de lo que afecta a la gobernabilidad. Además, ha resultado ser un negocio para algunos a cuenta de sacar a la luz la intimidad de otros. Este negocio se manifiesta en una triple dimensión: particular, empresarial y política.
Los poderes públicos, para guardar las formas y darse lustre ante la opinión ciudadana, insisten en proteger la intimidad de las personas. Sobre todo, para conformar a ese auditorio de progreso que mueve el espectáculo social a conveniencia. Los que se inscriben en este grupo juegan con la ambigüedad calculada, es decir, cuando interesa, dejan en el aire sus propias intimidades para obtener remuneración de cualquier naturaleza; mientras que, cuando no son remunerados, patalean y se indignan públicamente. En este aspecto, que se ventila en el terreno publicitario, la intimidad pretende dejar de ser derecho de papel para enfilar la senda de la intimidad como negocio personal. A poco más que esto último ha quedado reducida la protección de la intimidad para algunos aventajados, mientras la generalidad simplemente calla.
Dicho esto, resulta que si la intimidad real se ha visto afectada por las intromisiones públicas y, por otra parte, convertida en negocio de minorías, en ciertos casos sencillamente ignorada y en otros indebidamente protegida, se ha pasado por alto otra situación mucho más alarmante. La inmensa mayoría ciudadana, circula ajena a lo que no es otra cosa que simple espionaje orquestado con la finalidad de vender sus datos y algo más que datos. Este espíritu comercial que anima a las empresas a utilizar aparatos inteligentes para invadir la intimidad de cualquiera resulta agresivo y llega al puro del chantaje. Ahora, con la mejora de internet, el espionaje está garantizado a nivel de masas. Como se dice que es gratis y, aunque sea pagando no hay otra alternativa, quienes viven del invento se forran por exceso de demanda. Empleando inocentes términos como pueden ser cookies e historiales y otros con no tan buena prensa como virus, malwares o la operativa de los indeseables hackers, resulta que por uno u otro motivo la intimidad personal siempre está en el aire. La cuestión es, cuanto menos. preocupante porque por parte de los que mandan, no se aprecia interés alguno por controlar lo que son abusos y dejan el tema a la buena disposición de las empresas. El control público directo del asunto se ha desplazado a la propia burocracia empresarial que vive del negocio. Lo que permite adelantar que en tanto se ventilen asuntos de dinero no puede existir control real. Los que viven del negocio están primero a lo suyo y, si puede servir a efectos publicitarios, a disfrazar sus intromisiones en el ámbito de la intimidad de las personas quitando de un lado para guardar ocultamente en otro. La cosa parece estar clara, de hecho, primero se sitúan los intereses empresariales y, salvo que se escuche un clamor generalizado que pueda afectar a la política en el plano electoral, las cosas continúan igual, basta con encogerse de hombros y dejar que todo siga como está. De otro lado, políticamente hay que mostrar sumisión para no irritar a los tenedores de la bandera de las grandes empresas que arrasan sin contemplaciones eso que se llama derecho a la intimidad. Por tanto, la intimidad ha dado un paso más en su irremediable desprestigio.
No hay que alarmarse en exceso, porque todo parece tener cierto sentido como negocio a dos bandas —empresarial y particular—, sin dejar a un lado la parte que se refiere al interés general, reservada a las administraciones públicas. A la vista del acoso de los más avispados en el panorama de internet, la tecnología parecería orientada por este camino. Desde una visión individualista, aunque se hable de progreso, de hecho sirve para recortar derechos y libertades, mientras que, por otra parte, se utiliza para alejar a las personas de la realidad para entregarlas a lo virtual. Pero he aquí que si es posible arrollar la intimidad gracias a las tecnologías, también lo es condicionar voluntades llevándolas al terreno donde resulta más fácil hacer negocio. Si asaltando la intimidad se obtienen datos y con ellos se pueden llevar las ovejas al redil, también es un buen negocio para el que ejerce de pastor. Con lo que resulta que la explotación comercial de la intimidad, como negocio de algunos personajes expertos en publicidad, y negocio empresarial, ahora tiene su interés en el terreno de la política. Parece ser que es posible inclinar voluntades, traducido en votos, haciendo uso científico de esos datos procurados por el asalto tecnológico a la intimidad de los potenciales votantes que se venden y compran.
Para terminar, si la intimidad resulta ser útil a estas minorías privilegiadas, tiene que seguir siendo lo que es —un derecho de papel—, al menos, en tanto las masas permanezcan indiferentes ante el negocio que se hace a su costa e incautamente sientan protegido su derecho a la intimidad.
Antonio Lorca Siero
Septiembre de 2019.
Por Antonio Lorca Siero
Es de todos conocido que la intimidad ha pasado a ser un derecho de papel, y a veces ni eso, ya que se protege por un lado y la quitan por otro. Este es el caso de lo que afecta a la gobernabilidad. Además, ha resultado ser un negocio para algunos a cuenta de sacar a la luz la intimidad de otros. Este negocio se manifiesta en una triple dimensión: particular, empresarial y política.
Los poderes públicos, para guardar las formas y darse lustre ante la opinión ciudadana, insisten en proteger la intimidad de las personas. Sobre todo, para conformar a ese auditorio de progreso que mueve el espectáculo social a conveniencia. Los que se inscriben en este grupo juegan con la ambigüedad calculada, es decir, cuando interesa, dejan en el aire sus propias intimidades para obtener remuneración de cualquier naturaleza; mientras que, cuando no son remunerados, patalean y se indignan públicamente. En este aspecto, que se ventila en el terreno publicitario, la intimidad pretende dejar de ser derecho de papel para enfilar la senda de la intimidad como negocio personal. A poco más que esto último ha quedado reducida la protección de la intimidad para algunos aventajados, mientras la generalidad simplemente calla.
Dicho esto, resulta que si la intimidad real se ha visto afectada por las intromisiones públicas y, por otra parte, convertida en negocio de minorías, en ciertos casos sencillamente ignorada y en otros indebidamente protegida, se ha pasado por alto otra situación mucho más alarmante. La inmensa mayoría ciudadana, circula ajena a lo que no es otra cosa que simple espionaje orquestado con la finalidad de vender sus datos y algo más que datos. Este espíritu comercial que anima a las empresas a utilizar aparatos inteligentes para invadir la intimidad de cualquiera resulta agresivo y llega al puro del chantaje. Ahora, con la mejora de internet, el espionaje está garantizado a nivel de masas. Como se dice que es gratis y, aunque sea pagando no hay otra alternativa, quienes viven del invento se forran por exceso de demanda. Empleando inocentes términos como pueden ser cookies e historiales y otros con no tan buena prensa como virus, malwares o la operativa de los indeseables hackers, resulta que por uno u otro motivo la intimidad personal siempre está en el aire. La cuestión es, cuanto menos. preocupante porque por parte de los que mandan, no se aprecia interés alguno por controlar lo que son abusos y dejan el tema a la buena disposición de las empresas. El control público directo del asunto se ha desplazado a la propia burocracia empresarial que vive del negocio. Lo que permite adelantar que en tanto se ventilen asuntos de dinero no puede existir control real. Los que viven del negocio están primero a lo suyo y, si puede servir a efectos publicitarios, a disfrazar sus intromisiones en el ámbito de la intimidad de las personas quitando de un lado para guardar ocultamente en otro. La cosa parece estar clara, de hecho, primero se sitúan los intereses empresariales y, salvo que se escuche un clamor generalizado que pueda afectar a la política en el plano electoral, las cosas continúan igual, basta con encogerse de hombros y dejar que todo siga como está. De otro lado, políticamente hay que mostrar sumisión para no irritar a los tenedores de la bandera de las grandes empresas que arrasan sin contemplaciones eso que se llama derecho a la intimidad. Por tanto, la intimidad ha dado un paso más en su irremediable desprestigio.
No hay que alarmarse en exceso, porque todo parece tener cierto sentido como negocio a dos bandas —empresarial y particular—, sin dejar a un lado la parte que se refiere al interés general, reservada a las administraciones públicas. A la vista del acoso de los más avispados en el panorama de internet, la tecnología parecería orientada por este camino. Desde una visión individualista, aunque se hable de progreso, de hecho sirve para recortar derechos y libertades, mientras que, por otra parte, se utiliza para alejar a las personas de la realidad para entregarlas a lo virtual. Pero he aquí que si es posible arrollar la intimidad gracias a las tecnologías, también lo es condicionar voluntades llevándolas al terreno donde resulta más fácil hacer negocio. Si asaltando la intimidad se obtienen datos y con ellos se pueden llevar las ovejas al redil, también es un buen negocio para el que ejerce de pastor. Con lo que resulta que la explotación comercial de la intimidad, como negocio de algunos personajes expertos en publicidad, y negocio empresarial, ahora tiene su interés en el terreno de la política. Parece ser que es posible inclinar voluntades, traducido en votos, haciendo uso científico de esos datos procurados por el asalto tecnológico a la intimidad de los potenciales votantes que se venden y compran.
Para terminar, si la intimidad resulta ser útil a estas minorías privilegiadas, tiene que seguir siendo lo que es —un derecho de papel—, al menos, en tanto las masas permanezcan indiferentes ante el negocio que se hace a su costa e incautamente sientan protegido su derecho a la intimidad.
Antonio Lorca Siero
Septiembre de 2019.
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