miércoles, 4 de septiembre de 2019

[El relato de la crisis griega] Tsipras y Varoufakis hacia la capitulación final


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[El relato de la crisis griega] Tsipras y Varoufakis hacia la capitulación final

 

 


A partir de los últimos días de abril de 2015, bajo la presión de los dirigentes europeos, Tsipras apartó a Varoufakis de las negociaciones en Bruselas, pero sin retirarle el cargo de ministro de Finanzas. Lo reemplazó por Euclides Tsakalotos y además concedió cada vez más peso a Georges Chouliarakis quien, objetivamente, actuaba en pro de los intereses de los acreedores desde febrero de 2015. Dijsselbloem y Juncker le habían insistido a Tsipras de que Choulariakis estuviera en el centro de las negociaciones ya que era el representante griego en el que tenían mayor confianza
Serie: El relato de la crisis griega por Yanis Varoufakis: un testimonio que va en su contra
 [1]
Tsipras aceptó hacer nuevas concesiones a la Troika, con la que multiplicaba los contactos y las discusiones. Según Varoufakis, Tsipras envió un correo electrónico a la Troika a finales de abril de 2015, en el que comunicaba su aceptación de liberar un excedente presupuestario primario del 3,5 % cada año durante el período 2018-2028. Ese nuevo desistimiento volvía imposible el fin de la austeridad, puesto que necesitaba nuevos recortes en los presupuestos sociales y una aceleración de las privatizaciones. Eso no era suficiente para la Troika, que deseaba más concesiones, y no se llegó a un acuerdo.
Según Varoufakis, Tsipras envió un correo electrónico a la Troika a finales de abril de 2015, en el que comunicaba su aceptación de liberar un excedente presupuestario primario del 3,5 % cada año durante el período 2018-2028.
Durante ese tiempo, la Comisión para la verdad sobre la deuda griega instituida por la presidenta del Parlamento griego trabajaba con ahínco en la elaboración de un informe y de recomendaciones para antes de la expiración del segundo memorando, prolongado hasta el 30 de junio de 2015. El objetivo era presentar el informe durante una sesión pública en el parlamento los días 17 y 18 de junio de 2015, con el fin de influir en la resolución del memorando y en las negociaciones. Según el mandato recibido por la Comisión, era necesario identificar la parte de deuda que podría ser definida como ilegítima, ilegal, odiosa o insostenible.
La comisión estaba formada por 30 personas, 15 provenientes de Grecia y 15 provenientes del extranjero, entre las cuales varios profesores de derecho de diferentes universidades (del Reino Unido, Bélgica, España y Zambia), un exrelator de las Naciones Unidas sobre deuda y respeto de los derechos humanos, expertos en finanzas internacionales, auditores de cuentas públicas, personas que habían participado anteriormente en auditorías de deuda pública, un expresidente de un banco central y exministro de economía, especialistas en bancos con un conocimiento profundo del sector bancario en el curso de su vida profesional. Entre las 15 personas provenientes de Grecia, varias tenían experiencia en el mundo bancario, en el ámbito de las finanzas internacionales, del derecho, del periodismo y de la salud.
Los miembros de la Comisión, de la que coordinaba los trabajos, se pusieron de acuerdo sobre las definiciones correspondientes a deuda ilegítima, odiosa, ilegal e insostenible así como en la metodología de trabajo. Se dividieron en seis grupos de trabajo, de los que tres analizaban las deudas reclamadas por los diferentes acreedores: un grupo auditaba las deudas reclamadas por el FMI, un segundo grupo las reclamadas por el BCE, y un tercer grupo las reclamadas por los 14 países de la zona euro que habían concedido préstamos bilaterales en 2010, así como las debidas a dos organismos creados por la Comisión Europea para conceder préstamos a Grecia: el Fondo europeo de estabilidad financiera (FEEF) y el Mecanismo de estabilidad (MEDE) que era su sucesor. Esos diferentes acreedores que estaban representados por la Troika poseían más del 85 % de la deuda griega en 2015. Los otros tres grupos de trabajo se dedicaban a lo siguiente: uno debía elaborar un análisis del proceso de endeudamiento público antes de 2010. El segundo debía realizar una evaluación rigurosa de las medidas dictadas por la Troika (y aceptadas por los gobiernos que se habían sucedido desde 2010) y de su impacto sobre el ejercicio de los derechos humanos fundamentales. El último grupo de trabajo reunía a varios juristas y elaboraba conclusiones en términos jurídicos y recomendaciones a las autoridades griegas.
Esos diferentes acreedores que estaban representados por la Troika poseían más del 85 % de la deuda griega en 2015.
Una parte importante de los trabajos de la comisión eran públicos. Las sesiones se realizaban en el Parlamento y eran retransmitidas en directo por la cadena parlamentaria. Y ésta ganaba cada semana que pasaba más y más audiencia con un público que comenzaba a abandonar las cadenas de televisión privadas y opositoras al gobierno de Tsipras. La cadena pública ERT cerrada a partir de junio de 2013 por pedido de la Troika sólo retomó sus actividades a partir de junio de 2015, una semana antes de que la Comisión de auditoría remitiera sus conclusiones.
La Comisión efectuó sesiones de comparecencia de testigos, que fueron retransmitidas en directo por la cadena parlamentaria. Philippe Legrain, exasesor directo del presidente de la Comisión Europea durante el primer memorando, llegó de Londres para testimoniar, [2] así como Panagiotis Roumeliotis, exrepresentante de Grecia ante el FMI al comienzo del primer memorando. [3] Esas sesiones permitieron demostrar ante un público muy amplio las verdaderas razones de la intervención de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional.
A pesar de los repetidos pedidos que se le dirigieron, Yanis Varoufakis no ayudó a la Comisión a cumplir con su misión. Su desinterés era patente ya que no la menciona ni una sola vez en el libro que dedica a explicar los acontecimientos de 2015. No comprendió en absoluto que esa Comisión y sus conclusiones podían ayudar enormemente a Grecia a liberarse de sus acreedores con argumentos muy sólidos tanto para la opinión pública en Grecia como para la opinión pública internacional. Por supuesto, para que las propuestas de la Comisión se pudieran concretar, habría sido necesario que los miembros del gobierno publicitaran los retos y trabajos de esa Comisión. ¿Y quién era la persona mejor colocada del gobierno para difundir los trabajos de la auditoría sino el ministro de Finanzas?
En cuanto a Tsipras, su apoyo a la Comisión era puramente formal y se cuidó mucho de referirse a ello en sus declaraciones públicas en el exterior.
Por el lado del ala izquierda de Syriza, una parte no se dio cuenta de la importancia de los trabajos de auditoría. Su líder principal, Panagiotis Lafazanis, no se acercó ni una sola vez a las sesiones públicas de la Comisión mientras que otros ministros miembros de la Plataforma de izquierda la apoyaron activamente. Es el caso de Dimitris Stratoulis, a cargo de las pensiones, de Costas Isychos, viceministro de Defensa y de Nadia Valavani, viceministra de Finanzas.
El rechazo de Varoufakis y de Tsipras a mencionar en el extranjero los trabajos de la Comisión estaba en relación directa con la funesta estrategia que ponían en práctica. Dicha estrategia consistía en buscar la solución en un alivio del pago de la deuda, sin cuestionar su naturaleza ni reconocer su carácter ilegítimo y odioso. La otra vertiente de la misma consistía en practicar la diplomacia secreta y hacer creer que la Troika había desaparecido.
Les molestaba profundamente el mandato que la presidenta del Parlamento griego había atribuido a la comisión.
El rechazo de Varoufakis y de Tsipras a mencionar en el extranjero los trabajos de la Comisión estaba en relación directa con la funesta estrategia que ponían en práctica. […] Les molestaba profundamente el mandato que la presidenta del Parlamento griego había atribuido a la comisión.
El hecho de recurrir a una participación activa de los ciudadanos en la auditoría de la deuda no formaba parte de sus prácticas. Para ellos, todo pasaba por las negociaciones en la cumbre sin llevar a cabo la más mínima campaña de comunicación internacional para deslegitimar a la Troika. Varoufakis se comunicaba con los medios únicamente sobre sus propuestas que llevarían supuestamente a un consenso con los dirigentes europeos. Él mismo declara en su libro que les pedía consejo de manera regular, especialmente cuando se reunía con Wolfang Schäuble, el ministro alemán de finanzas, o Angela Merkel, la cancillera alemana.
El famoso plan X al que Varoufakis se ha referido constantemente después de su salida del gobierno, cuando todo ya estaba jugado, nunca fue comunicado al gobierno en pleno ni al grupo parlamentario, ni al Comité central de Syriza. Solo se habló dentro del pequeño círculo de Tsipras y de algunos de sus colaboradores que trabajaban en secreto. Su puesta en marcha eventual dependía únicamente de la decisión de Tsipras. Pero éste le había demostrado varias veces que no estaba preparado para aplicarlo. Las pocas veces en que, según lo dicho por Varoufakis, Tsipras y otros miembros del círculo quisieron tomar medidas fuertes, por ejemplo en contra del gobernador del Banco Central, o el 21 y 22 de febrero al negarse a confirmar algunos términos del acuerdo del 20 de febrero, Varoufakis afirma que los convenció de que renunciaran.
La decisión clave que señala el punto de no retorno es el decreto ley del 20 de abril que ordenaba a todos los organismos públicos (municipalidades, universidades, hospitales, parlamento, bibliotecas públicas, etc., salvo las cajas de la seguridad social y de pensiones) a transferir sus reservas de liquidez al Banco de Grecia para pagar los vencimientos de junio, que como todos los vencimientos de los primeros meses del gobierno de Syriza estaba destinado solamente al FMI. Fue la señal de que el gobierno estaba totalmente ligado al acuerdo del 20 de febrero y rechazaba cualquier eventualidad de plan B, cualquier ruptura con los acreedores. Pero Varoufakis jamás emitió la más mínima reserva sobre esa decisión fatal, que hacía inútil cualquier discusión sobre planes alternativos. Y no dice ni una sola palabra en su libro.
La decisión clave que señala el punto de no retorno es el decreto ley del 20 de abril que ordenaba a todos los organismos públicos a transferir sus reservas de liquidez al Banco de Grecia para pagar los vencimientos de junio.
Como resultado de esa decisión política, la posición de la Plataforma de izquierda se volvía insostenible. La cuestión se planteó, por ejemplo, sobre ¿que debían hacer en esa situación los alcaldes y el presidente de la región de las islas Jónicas que eran miembros o estaban próximos a la Plataforma de izquierda? En general se plegaron a la demanda. Durante una reunión nacional de la corriente Lafazanis, celebrada hacia el 24 de abril, se tomó la decisión, de forma unánime, de encargar a Lapavitsas y sus colaboradores de poner a punto un plan alternativo, que la Plataforma de izquierda haría público. Pero Lafazanis dejaba pasar el tiempo.
¿Por qué ese retraso? Probablemente, Lafazanis y los otros dirigentes eran conscientes que si ese plan se hacía público, los ministros de la Plataforma de izquierda deberían poner su sillón en la balanza, y ellos no querían correr ese riesgo. Ese fue el error fatal de la Plataforma de izquierda, que ya anunciaba la falta de garra manifestada públicamente durante las semanas decisivas de julio-agosto de 2015.
Volvamos a los momentos decisivos de los meses de mayo y junio.
El 12 de mayo de 2015, Grecia debía hacer por séptima vez desde febrero un reembolso al FMI. Las cajas públicas habían sido prácticamente vaciadas para efectuar los pagos precedentes y la Troika se negaba a pagar lo que le debía a Grecia, especialmente 1.900 millones de euros de los beneficios obtenidos por el BCE con los títulos griegos.
Sin embargo, el FMI quería evitar que Grecia suspendiera el pago, lo que demuestra que temía por esa medida. En consecuencia, el FMI con sus cómplices en Grecia, especialmente el gobernador del Banco Central y Georges Chouliarakis, encontró un truco. Pretendió que había descubierto una cuenta olvidada abierta en el pasado por Grecia en el FMI, en la que todavía existía un saldo. En realidad, el FMI pagó cerca de 650 millones de euros bajo forma de un nuevo préstamo sobre la cuenta en cuestión, lo que permitió después a Grecia reembolsar el monto que debía, o sea 765 millones de euros según Varoufakis [4] (747,7 millones de euros si creemos al Wall Street Journal), agregando el remanente de lo que quedaba disponible en el fondo de los cajones de las cajas públicas.
El FMI quería evitar que Grecia suspendiera el pago, lo que demuestra que temía por esa medida.
Personalmente, había sido puesto en conocimiento de ese subterfugio por una fuente bien informada en Washington, y yo previne a la presidenta del Parlamento griego, Zoe Konstantopoulou, quien hasta ese momento no estaba al corriente de nada.
En la misma época, la presidenta Zoe Konstantopoulou me informó que había rechazado una pedido de Tsipras consistente en que le transfiriera la liquidez disponible en las cajas del Parlamento griego. Para convencerla, le dijo que ese dinero serviría para pagar las jubilaciones. Pero, antes de negarse al pedido de Tsipras, la presidenta había telefoneado a Dimitris Stratoulis, el ministro encargado de las pensiones, que ante su pregunta le contestó que no había realizado esa demanda a Tsipras, ya que había tomado precauciones: quedaba suficiente dinero en el sistema de pensiones para pagar las jubilaciones. El propio Stratoulis resistía con el fin de impedir que ese dinero tan necesario a los pensionistas no se fuera de país para llenar los cofres del FMI. Zoe Konstantopoulo rechazo por consiguiente transferir la suma que le pedía Tsipras.
No obstante, la presidenta del Parlamento mantenía buenas relaciones con el Primer ministro y cada vez que yo me inquietaba por la orientación adoptada por Tsipras, ella me tranquilizaba diciéndome que terminaría por no hacer más concesiones y por adoptar medidas radicales que permitirían encontrar una salida al impasse. No estaba convencido pero continuamos activamente el trabajo en el seno de la comisión de auditoría.
Yo buscaba también manifestar mi apoyo a los ministros de izquierda, como Dimitris Stratoulis, que trataban de empujar al gobierno hacia la suspensión del pago de la deuda. La situación de millones de jubilados griegos era insostenible y la Troika no paraba de exigir nuevas reducciones en los gastos del sector pensiones. Es por ello que el 15 de mayo de 2015, fui al ministerio de Stratoulis con el fin de dialogar sobre lo que convenía hacer y para ponerle al corriente de los trabajos de la comisión. Stratoulis estaba muy contento de mi visita y decidió informar públicamente sobre la misma. Envió un informe de ese encuentro y por mi parte redacté el siguiente comunicado de prensa:
«Después de una visita el viernes 15 de mayo al ministerio griego de Pensiones y un encuentro con el ministro Stratoulis, he aquí mi declaración con respecto al contenido de nuestro fructífero intercambio.
Queda claro que hay una relación directa entre las condiciones impuestas por la Troika y el aumento de la deuda pública desde 2010. La Comisión para la verdad sobre la deuda griega hará público en junio de 2015 su informe preliminar en donde el carácter ilegítimo e ilegal de la deuda reclamada a Grecia será evaluado. Hay pruebas evidentes de violaciones de la Constitución griega y de los tratados internacionales que garantizan los derechos humanos.
La Comisión considera que existe una relación directa entre las políticas impuestas por los acreedores y el empobrecimiento de la mayoría de la población así como la disminución en un 25 % del PIB desde 2010. Por ejemplo, los fondos de pensión públicos sufrieron enormes pérdidas como consecuencia de la reestructuración de la deuda griega organizada en 2012 por la Troika. Ésta impuso una pérdida de 16 a 17.000 millones de euros en relación a su valor original de 31.000 millones de euros. Los ingresos del sistema de seguridad social también sufrieron directamente debido al aumento del desempleo y a la reducción de los salarios, consecuencias de las medidas impuestas por la Troika.
La deuda griega no es sostenible, no solo desde el punto de vista financiero, porque está clara la imposibilidad de Grecia para reembolsarla, sino también es insostenible desde el punto de vista de los derechos humanos. Varios juristas especialistas en materia de derecho internacional consideran que Grecia puede declararse en estado de necesidad. Según el derecho internacional, cuando un país está en estado de necesidad, existe la posibilidad de suspender el pago de su deuda de manera unilateral (sin la acumulación de intereses atrasados) con el objetivo de garantizar a su ciudadanía los derechos humanos fundamentales, tales como la educación, la salud, la alimentación, unas pensiones decentes, empleos, etc.
El objetivo de este informe preliminar de la Comisión para la verdad sobre la deuda griega es reforzar la posición de Grecia, dándole argumentos suplementarios para sus negociaciones con los acreedores. A la Comisión para la verdad sobre la deuda le gustaría organizar una visita pública con periodistas para permitir al ministro hacer pública la relación directa entre las políticas impuestas por la Troika y la degradación del nivel de vida de la mayoría de la población, y específicamente de los jubilados, que vieron como se les redujo su ingreso en un 40 % de media, desde que la Troika está activa en Grecia.
Como el ministro nos declaró, el 66 % de los jubilados reciben una jubilación mensual de menos de 700 euros y el 45 % reciben una inferior al umbral de la pobreza, fijado en 660 euros.
Repruebo totalmente las nuevas exigencias del FMI y del Eurogrupo que quieren imponer nuevas reducciones en las jubilaciones, mientras que es evidente que las políticas precedentes y actuales impuestas por los acreedores violan el derecho de los jubilados a una pensión digna. Su monto debe restaurarse.
Éric Toussaint, coordinador científico de la Comisión para la verdad sobre la deuda griega. [5]
La víspera de este encuentro con Dimitris Stratoulis, fui a escuchar a Varoufakis en una gran conferencia organizada por el Financial Times y dedicada al futuro de los bancos griegos. Varoufakis declaró allí que las negociaciones con «las instituciones» (recordemos que en ese momento, según el discurso oficial, la Troika había desaparecido) iban por el buen camino. Según él, había que llegar a un doble acuerdo, uno que permitiría acabar el 2º memorando el 30 de junio, como estaba previsto, y un segundo que constituiría un nuevo arreglo.
Esa declaración era una repetición de lo que yo ya sabía por boca de unos de sus colaboradores directos: Varoufakis buscaba como Tsipras un nuevo acuerdo para reemplazar el vigente, y que quiéralo o no, eso significaba un 3º memorando. Durante la conferencia organizada por el Financial Times ante una platea de miembros del establishment y representantes de empresas extranjeras, Varoufakis había declarado: «Es imposible salir de la zona euro sin que eso conlleve una catástrofe para el país que se vaya». Entre los otros conferenciantes estaba Kyriakos Mitsokakis, que se convirtió en primer ministro cuatro años después, en julio de 2019. El representante del Banco Piræos, uno de los cuatro grandes bancos del país, anunciaba que no había que preocuparse mucho si se habían retirado 27.000 millones de euros de los bancos griegos, desde fines de diciembre de 2014. En esa conferencia reinaba una atmósfera irreal, los participantes cuidadosamente seleccionados parecían vivir a años luz de la población griega. Tuve acceso a ese evento gracias a un ministro que me remitió la invitación personal que había recibido. Encontré a Dragasakis, quien no se mostraba muy contento por tener que dirigirme la palabra. Su malestar aumentó cuando uno de sus jóvenes colaboradores me declaró que había leído con gran interés y entusiasmo la edición griega del libro 65 preguntas/65 respuestas sobre la deuda, el Banco Mundial y el FMI [6] que yo había escrito junto a Damien Millet. Dragasakis, visiblemente, no estaba nada cómodo con esa declaración intempestiva de su colaborador.
Varoufakis buscaba como Tsipras un nuevo acuerdo para reemplazar el vigente, y que quiéralo o no, eso significaba un 3º memorando.
En el gobierno, eran perceptibles el malestar y las frustraciones, pero eso no se filtraba al público. Recuerdo muy bien mi segundo encuentro con la ministra Rania Antonopoulos que tenía a su cargo la creación de 300.000 empleos, una de las prioridades del programa de Syriza. Durante el primer encuentro, que había tenido lugar en febrero de 2015, me había declarado que quería, en la medida de lo posible, prestar su concurso al lanzamiento de la auditoría de la deuda como yo le había propuesto. Durante nuestro segundo encuentro en mayo del mismo año, expresó su frustración como ministra. Me confió que pensaba que había cometido un error cuando aceptó entrar en el gobierno de Tsipras, ya que su departamento no tenía medios suficientes y ella no se sentía libre para decir lo que pensaba. También me declaró que habría debido priorizar su rol de diputada en el Parlamento. Me explicó que no había reuniones del gobierno en pleno ni discusión colectiva. Consideraba que Tsipras dejaba que la política se condujera según las encuestas.
En Syriza se estaba desarrollando un profundo malestar. Pero para los militantes del partido incluidos los del nivel más alto, salvo el pequeño círculo de Tsipras, era difícil percibir lo que realmente pasaba. Tsipras, quien presidía el partido siendo también primer ministro, comunicaba muy pocas cosas a sus camaradas. No informaba sobre las concesiones que estaba por hacer a la Troika y dejaba entender que emprendería un giro radical, ya que los dirigentes europeos no respondían positivamente a las demandas del gobierno griego. Tsipras utilizaba al máximo los ataques de los enemigos de Syriza para pedir que todos, en el interior del partido, cerraran filas y dieran su confianza al gobierno. Sin embargo, el 24 de mayo de 2015, durante una reunión del Comité central de Syriza, una enmienda propuesta por la Plataforma de izquierda que criticaba el curso de las negociaciones y la estrategia del gobierno, apelaba a tomar medidas unilaterales para conseguir la puesta en marcha efectiva del Programa de Tesalónica, y en la votación obtuvo el 44 % de los votos. [7]
En Syriza se estaba desarrollando un profundo malestar. Pero para los militantes del partido incluidos los del nivel más alto, salvo el pequeño círculo de Tsipras, era difícil percibir lo que realmente pasaba.
En el seno de la Plataforma de izquierda desde abril de 2015, Costas Lapavitsas, elegido diputado por Syriza en enero de 2015, había difundido una propuesta con una línea alternativa a la practicada por Tsipras. Esa propuesta detallada proponía actuar en pro de una anulación de la mayor parte de la deuda pública, apoyaba la auditoría con participación ciudadana, rechazaba la obligación de liberar un superávit primario, señalaba la necesidad de nacionalizar los bancos y anular una parte importante de la deuda de las familias con respecto a los bancos, y proponía restaurar el salario mínimo y las jubilaciones volviendo a la situación de antes del memorando de 2010. La propuesta avanzada por Costas Lapavitsas se basaba en los trabajos preparatorios redactados con el economista alemán Heiner Flassbeck que tuvo funciones ministeriales en un gobierno socialdemócrata en los años 1990. Estas propuestas incluían la perspectiva de una salida del euro teniendo en cuenta dos opciones, la de una salida negociada o la de una salida conflictiva. Ese programa era totalmente interesante, pero desgraciadamente no fue difundido por la Plataforma de izquierda, ya que hasta último momento buscó un compromiso con Tsipras. Stathatis Kouvelakis, que era miembro del Comité central de Syriza hasta el verano de 2015 y adherente a la Plataforma de izquierda, considera que la dirección de esta plataforma tuvo la responsabilidad de la no publicación de esa línea alternativa. Kouvelakis considera que la dirección de la Plataforma, de la que varios miembros tenían responsabilidades ministeriales, se mantuvo sumisa equivocadamente a las coacciones de la participación gubernamental. [8] Y yo comparto ese análisis.
El domingo 31 de mayo, mientras yo estaba totalmente ocupado en la redacción final del informe de auditoría de la deuda, que se presentaría el 17 de junio en el Parlamento, recibí un llamado de Daniel Munevar, [9] colaborador de Varoufakis desde el mes de marzo. Me proponía un almuerzo junto a James K. Galbraith. Dudé, ya que el trabajo que quedaba era considerable y cada hora contaba. Luego pensé que una discusión con Galbraith podría ser útil al trabajo de la comisión y durante unas horas dejé el estudio de 18 m2 que una persona generosamente me había prestado, pues estaba convencida de que la auditoría realizada por la comisión servía a los intereses del pueblo griego. Galbraith era uno de los asesores más próximos a Varoufakis durante sus funciones ministeriales. Lo conocía bien desde hacía una decena de años porque habíamos participado en América Latina en varias conferencias sobre la globalización financiera. En marzo de 2015, Daniel Munevar había aceptado colaborar en la comisión de auditoría, pero Galbraith finalmente lo convenció de formar parte del equipo internacional que trabajaría directamente con Varoufakis. Por lo tanto, Munevar no pudo reforzar el equipo de la comisión de auditoría. Sin embargo, desde marzo nos veíamos bastante regularmente en Atenas para evaluar la situación, y traté, sin éxito, que Varoufakis aceptara que Munevar pudiera ayudar a la Comisión, a pesar de sus tareas como asesor en el ministerio de finanzas.
El domingo 31 de mayo, Galbraith, Munevar y yo comimos en una terraza de un restaurante popular del centro de Atenas, a algunos metros de la plaza Sintagma. Galbraith había efectuado poco antes un viaje a Berlín y estaba muy preocupado porque los dirigentes alemanes se mantenían inamovibles en sus posiciones. Estaba bajo de moral. Aunque no lo dijera abiertamente, se planteaba preguntas sobre la eficacia del enfoque seguido hasta ese momento por el gobierno. Le expresé mis críticas sobre el rechazo del gobierno a suspender el pago de la deuda. Aunque reconoció que una suspensión de pagos habría podido dar resultados positivos mientras que la moderación adoptada por el gobierno no estaba dando nada, defendió la línea de Varoufakis y de Tsipras. Por el contrario cuando le dije que yo estaba totalmente en desacuerdo con la decisión de no controlar el movimiento de capitales, me respondió que el gobierno tenía razón y no era necesario discutir ese tema. Quizás porque él mismo no estaba convencido de la política seguida por su amigo Varoufakis sobre ello, no trató de dar un argumento convincente. Pero estuvimos de acuerdo sobre un tema: la necesidad de poner en circulación lo más rápido posible una moneda complementaria. Me dijo que trataba de convencer a Tsipras y a su entorno sobre esa cuestión, pero no obtenía ningún resultado. Una vez más, constaté el abismo que me separaba de la línea de Tsipras como de la de Varoufakis sobre los temas centrales. Le expliqué la importancia de los trabajos de la comisión e invité a Galbraith a asistir a las sesiones de comparecencia de Philippe Legrain y de Panagiotis Roumeliotis que estaban programadas para el 11 y 15 de junio respectivamente. Galbraith asistió al menos a una de las dos comparecencias.
El 2 y 3 de junio, yo estaba invitado a presentar el trabajo de la comisión en una reunión celebrada en Atenas por el grupo de Izquierda Unitaria del Parlamento Europeo. Y constaté que una aplastante mayoría de los parlamentarios no se daban cuenta de lo que pasaba realmente en Grecia y los peligros que representaba la orientación conciliadora que había adoptado el gobierno de Tsipras. Un parlamentario europeo miembro del ala derecha de Syriza, quien era uno de los organizadores de esa reunión en la que participaban unos cuarenta eurodiputados, había vetado que la presidenta del Parlamento griego fuera invitada a hablar en esa reunión. Manifiestamente a sus ojos, era demasiado radical. A pesar de ese veto la presidenta fue a la reunión y tomó la palabra.
El 3 de junio, abandoné por un momento esa reunión de europarlamentarios para encontrarme en reunión privada con Panagiotis Roumeliotis, el exrepresentante de Grecia ante el FMI al comienzo del primer memorando. En esa época, el FMI estaba dirigido por Dominique Strauss-Kahn con quien había hecho sus estudios en París. Roumeliotis tenía una larga experiencia en instituciones internacionales y formaba parte del establishment. Había sido sucesivamente ministro de Comercio en 1987, luego ministro de Economía en 1988-1989. En 2015, era vicepresidente del Banco Piræus. Roumeliotis había acompañado a Varoufakis durante su desplazamiento a Washington el 5 de abril de 2015 para encontrarse con Christine Lagarde. Yo lo había citado el 3 de junio con el fin de preparar su comparecencia prevista para el 15 de junio. Nuestra conversación fue instructiva ya que reconoció que el primer memorando había sido concebido para ayudar a los bancos privados franceses y alemanes, principalmente, así como a los bancos privados griegos. Y eso contradecía el relato predominante, pero más importante aún fue el reconocimiento de que la situación en los bancos griegos en 2009-2010 era mucho más preocupante que la de las finanzas públicas. También reconoció que la crisis tenía su origen, en principio, en la deuda privada y que la crisis de la deuda pública surgía de la misma. No llegó tan lejos en sus declaraciones públicas durante su comparecencia –que duró más de seis horas– el 15 de junio en el Parlamento griego para la Comisión de auditoría. De todas maneras, lo que declaró fue muy interesante. Al comienzo de su intervención, precisó que acababa de recibir una misiva de Christine Lagarde en la que le recordaba su deber de reserva como exmiembro de la dirección del FMI, lo que demuestra muy bien que los dirigentes de la Troika estaban preocupados por la culminación de los trabajos de la Comisión.
Roumeliotis reconoció que el primer memorando había sido concebido para ayudar a los bancos privados franceses y alemanes, principalmente, así como a los bancos privados griegos. […] También reconoció que la crisis tenía su origen, en principio, en la deuda privada y que la crisis de la deuda pública surgía de la misma.
Si Varoufakis y otros autores no mencionan los trabajos de la Comisión, no es porque fuera insignificante, sino porque su propia existencia perturbaba sus planes y ponía en peligro, según ellos, la conclusión de las negociaciones con los acreedores. Estoy convencido que Draghi, Lagarde, Juncker estaban informados de los trabajos de la Comisión y presionaban a Varoufakis y Tsipras para que no hablaran en público de la auditoría ni apoyaran nuestros trabajos.
Si Varoufakis y otros autores no mencionan los trabajos de la Comisión, […] sino porque su propia existencia perturbaba sus planes y ponía en peligro, según ellos, la conclusión de las negociaciones con los acreedores.
La violencia con la que los grandes medios de comunicación griegos se referían a los trabajos de la Comisión constituía un signo evidente de los peligros que representaba para el orden establecido. La presidenta del Parlamento fue la diana principal de los ataques ya que ella había creado la Comisión. Y yo era la diana número 2. Varios artículos publicados por importantes medios de derecha tenían por objetivo desacreditarme y recurrían a ataques personales sobre mi vestimenta así como que yo había participado en auditorías de deudas en países de los llamados en desarrollo. Nos presentaban como un peligro para Grecia. En el seno del Parlamento, el presidente del grupo parlamentario del partido neoliberal To Potami (El río) se mostraba también furioso contra mi función de coordinador científico de los trabajos de la Comisión. Oficialmente protestó contra mi presencia en el Parlamento durante una reunión de los presidentes de los grupos parlamentarios.
Sin embargo, pude constatar en mayo-junio de 2015 que la campaña mediática contra la Comisión y contra mi persona producía en la población griega un efecto contrario al buscado. Durante mis desplazamientos en Atenas, en la calle o en los transportes públicos, numerosas veces me pararon personas para saludarme, estrecharme la mano amistosamente, pedirme permiso para hacerse un selfie conmigo, agradecerme por los trabajos que se estaban haciendo, decirme que cuidara de mi seguridad, etc. Ni una sola vez, alguien manifestó un gesto o una palabra de reprobación. Así fue, incluida la vez que asistí en Plaza Sintagma a una manifestación antigubernamental convocada por partidos de la oposición de derechas. Quería darme cuenta de la situación, ver qué tipo de gente participaba en esa manifestación. Atravesé tranquilamente los grupos de manifestantes, que serían unos diez mil. Vi que algunos me reconocían, pero nadie expresó rechazo. Saqué la impresión de que los trabajos de la Comisión para establecer la verdad sobre la deuda no eran considerados contrarios a los intereses de Grecia por las personas de los medios populares y de las clases medias que movilizaba la derecha. Así mismo, en los restaurantes populares o en los cafés que frecuentaba, no era raro que el patrón o miembros del personal me demostraran simpatía por el trabajo de la Comisión.
En el ámbito internacional, los apoyos al trabajo de la Comisión eran numerosos, una web específica había sido abierta y un llamamiento internacional, con amplio apoyo, atraía constantemente nuevas firmas de todas partes del mundo. Numerosos periodistas extranjeros demostraban también su interés. Hay que señalar que todos los documentos públicos de la Comisión estaban publicados en la web del Parlamento griego, lo que contrastaba con la diplomacia secreta practicada por Tsipras y Varoufakis.
El 4 de junio de 2015, mientras Grecia debía efectuar un nuevo pago al FMI de 305 millones de euros y las cajas públicas estaban vacías, el organismo internacional propone que todos los pagos que se debían hacer en junio, por un monto de 1.532,9 millones de euros, fueran pagados de una sola vez el 30 de junio de 2015. Eso permitía a la Troika presionar al máximo al gobierno para que aceptase firmar una nueva capitulación antes del final del 2º memorando, cuyo vencimiento era, precisamente, el 30 de junio de 2015.
El 3 de junio de 2015, Tsipras fue a Bruselas para una reunión con Juncker y Dijsselbloem, quienes, a su vez, estaban en contacto directo con Merkel, Hollande y Lagarde. Varoufakis estaba de nuevo en fuera de juego y Tsipras no le había pedido que lo acompañara. Para la Troika, se trataba de presionar al máximo al Primer ministro, quien ya había demostrado estar dispuesto a hacer importantes concesiones. Pero esas enormes concesiones no le eran suficientes a la Troika, que quería obligarlo a una capitulación total, y esperaba que eso pasara el 6 de junio.
Las enormes concesiones de Tsipras no le eran suficientes a la Troika, que quería obligarlo a una capitulación total, y esperaba que eso pasara el 6 de junio.
Finalmente, Tsipras decide volver a Atenas el 4 de junio. Al día siguiente, hizo una crítica ante el Parlamento griego sobre la intransigencia de la Troika, sin explicar las nuevas concesiones que había hecho y que no eran suficientes. Por lo tanto, daba la impresión, al público y a los parlamentarios, de que resistía fuertemente ya que afirmaba que no cruzaría las líneas rojas fijadas por su gobierno y el grupo parlamentario de Syriza.
Las negociaciones continuaron en Bruselas con Choulariakis, por parte griega, a la cabeza de las transacciones, haciendo todo lo posible para contentar a la Troika, pero sin resultados substanciales.
El 11 y el 15 de junio, la Comisión para la verdad sobre la deuda organizó dos sesiones públicas de comparecencia de testigos: Philippe Legrain, exasesor de José Manuel Barroso, quien presidió la Comisión Europea entre noviembre de 2004 y noviembre de 2014, lo haría el 11 de junio, y Panagiotis Roumeliotis, el 15 de junio. La audiencia de la Comisión ante el público griego aumentaba.
El 17 de junio, en el Parlamento griego, la Comisión presentaba su informe en presencia de la presidenta del Parlamento, del Primer ministro y de una decena de miembros del gobierno. El informe principal me atañía y fue transmitido en directo por la cadena de TV del Parlamento. [10] Una decena de parlamentarios de otros países estaban presentes, provenientes de Bélgica, Francia, Alemania, España, Argentina, Túnez, etc. Para aportar su apoyo al trabajo de la Comisión y a la demanda de anulación de las deudas ilegítimas. El informe concluyó que la totalidad de la deuda reclamada por la Troika era ilegítima, odiosa, ilegal e insostenible. Tsipras saludó a la Comisión al comienzo de la sesión y luego partió sin hacer ninguna declaración pública. La presentación pública de las diferentes partes del informe tomó dos días enteros. Éste tenía un centenar de páginas y fue distribuido en griego y en inglés, e inmediatamente publicado en la web del Parlamento griego. En las semanas siguientes, fue traducido al francés, alemán, italiano, castellano y esloveno.
Durante ese tiempo, el 18 de junio en el transcurso de una reunión del Eurogrupo en Bruselas, la Troika presionó aún más sobre el gobierno griego. Benoît Cœuré, del BCE, anunció que los bancos griegos tendrían que cerrar sus puertas el 22 de junio. [11] También Christine Lagarde, por el FMI, se mostró muy agresiva.
El 18 de junio, en el transcurso de una reunión del Eurogrupo en Bruselas, la Troika presionó aún más sobre el gobierno griego. Benoît Cœuré, del BCE, anunció que los bancos griegos tendrían que cerrar sus puertas el 22 de junio. También Christine Lagarde, por el FMI, se mostró muy agresiva
El 20 de junio, según Varoufakis, Tsipras estaba muy abatido y él le presentó un texto de un discurso ante la Nación, que tenía el fin de explicar la necesidad de capitular ante las exigencias de la Troika. Varoufakis afirma que le dijo: «…decidas lo que decidas, no engañes, por el amor de Dios a nuestro pueblo. (…) Si quieres rendirte, ríndete. Pero hazlo así… Y le entregué una hoja con el borrador de un breve discurso, un mensaje a la nación, para ser leído en voz alta por televisión
<<Compatriotas griegos. Hemos luchado con valentía contra una acorazada Troika de acreedores. Lo hemos dado todo. Pero es difícil razonar con unos acreedores que no quieren recuperar su dinero. Nos hemos enfrentado a las instituciones más poderosas del mundo, a la oligarquía local, a poderes muy superiores a los nuestros. No hemos recibido ayuda de nadie, Algunos, como el presidente Obama, nos dedicaron unas palabras amables. Otros, como China, nos veían con simpatía. Pero nadie dio un paso al frente para ofrecernos una ayuda real contra aquellos que estaban decididos a aplastarnos. No nos estamos rindiendo. Hoy os quiero decir que preferimos seguir con vida para luchar más adelante. Mañana por la mañana accederé a las exigencias de la Troika. Pero sólo porque a esta guerra aún le quedan muchas batallas. A partir de mañana, después de que yo ceda a las condiciones de la Troika, mis ministros y yo nos embarcaremos en una gira paneuropea para explicar a los pueblos de Europa lo que ha ocurrido, para darles fuerza, y para invitarles a esta lucha común que tiene como objetivo acabar con la podredumbre y reclamar los principios y las tradiciones democráticas de Europa.» [12]
 [13]
La estrategia presentada aquí corresponde muy bien a las debilidades fundamentales de la línea del ministro de Finanzas: desembocaba en la capitulación. Si seguimos el razonamiento mantenido por Varoufakis y las recomendaciones hechas a Tsipras y a su gobierno, sólo después de haberse rendido habrían realizado una gran gira para pedir a los pueblos la movilización. ¿Para qué movilizarse? ¿Para solidarizarse con un gobierno que se rinde? Desde febrero, se tendría que haber organizado sistemáticamente una campaña de movilización nacional e internacional para sostener las acciones que el gobierno debería haber emprendido con resolución, en lugar de capitular por primera vez el 20 de febrero. Luego, en numerosos momentos claves, Tsipras y Varoufakis tendrían que haber hecho un cambio en su orientación para evitar la capitulación. Pero no lo hizo ninguno de los dos.
Varoufakis comenta: «Después de leerlo, Alexis dijo con su habitual tono de abatimiento: —No puedo reconocer ante la gente que voy a rendirme.
Lo que quería decir estaba muy claro: había decidido rendirse de verdad; pero no tenía el valor necesario para decírselo a la gente.»
De todas maneras, las concesiones sistemáticas que Tsipras hacía en las negociaciones con la Troika permitieron entender el desenlace de comienzos de julio de 2015.
Frente a la Troika que quería una rendición humillante a la que Tsipras no estaba preparado, éste terminó convocando un referéndum. Tomó esa decisión el 26 de junio, a la salida de una cumbre celebrada en Bruselas el 25 de junio durante la cual, una vez más, la presidencia de la Comisión Europea, la del Eurogrupo, los jefes de gobierno de la zona euro, el BCE y el FMI habían ejercido la máxima presión sobre Tsipras. El Primer ministro griego abandonó Bruselas el 26 de junio y anunció la convocatoria de un referéndum para el 5 de julio de 2015.
En los días siguientes, para aquellos y aquellas que esperaban que Tsipras tomara finalmente otro camino y suspendiera las concesiones hechas a la Troika, la convocatoria representó una extraordinaria señal de esperanza. Esa esperanza era tanto más fuerte que el gobierno pedía al pueblo que se pronunciara sobre las exigencias de la Troika y llamaba a rechazarlas.
La cuestión sobre la cual los griegos debían pronunciarse se presentaba así:
« ¿Aceptan el proyecto de acuerdo sometido por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional durante el Eurogrupo del 25 de junio de 2015 y compuesto de dos partes, que constituye su propuesta unificada? El primer documento se llama «Reformas para el éxito del programa actual y para el futuro», el segundo «Análisis preliminar de la sostenibilidad de la deuda».
Los dos documentos en cuestión fueron publicados por el gobierno y se podían leer directamente o descargar de la web creada para el referéndum.
Se insuflaba nueva vida a la democracia frente a las imposiciones de los acreedores. Ya era tarde, pero todavía había tiempo para que el gobierno retomara el control y pusiera finalmente en práctica una serie de medidas alternativas, en el caso de un rechazo a las exigencias de la Troika por el mandato del pueblo.
Lo que realmente pensaba Tsipras cuando convocó el referéndum no está claro. Circulan varias interpretaciones. [14]
Varoufakis da su versión que merece tenerse en cuenta. Tsipras había anunciado su decisión el 26 de junio a su pequeño círculo. Estaban Dragasakis (vice primer ministro), Sagias (asesor jurídico), Tsakalotos (quien reemplazaba oficialmente a Varoufakis en sus contactos con la Troika), Pappas (el alter ego de Tsipras), Stathakis, Chouliarakis y Varoufakis. Y éste declara que preguntó a los presentes: « ¿Estamos convocando este referéndum para ganarlo o para perderlo?»
Y continúa su relato:
«La única respuesta que obtuve, y creo que era honesta, vino de Dragasakis:
—Necesitamos una salida de emergencia»
«Como él, yo también estaba convencido de que perderíamos el referéndum. En enero, el voto combinado a favor del gobierno sólo había llegado al 40 %, y ahora teníamos por delante una semana entera de bancos cerrados e historias de miedo en la prensa hasta el 5 de julio. Dragasakis quería perder para así legitimar la aceptación de los términos de la Troika. Yo quería todo lo contrario.» [15]
Más adelante afirma que el objetivo del núcleo de Tsipras (del que se excluye sobre este punto) al convocar un referéndum era para tener la legitimidad para capitular. Escribe que el 27 de junio le propuso a Tsipras y a otros miembros del gabinete de guerra que lo rodeaba, el anuncio de algunas medidas fuertes como la intención de retrasar dos años el reembolso al BCE, [16] cuestión que Tsipras, Dragasakis y Tsakalotos rechazaron. Y agrega: « Justo cuando estaba saliendo de Maximos (oficina del primer ministro, NdeT), la verdad me golpeó con toda crudeza: era eso, de hecho, su intención [la derrota en el referéndum]…» [17]
¿Tsipras pensaba, desde el momento en que había convocado el referéndum, que el gobierno lo perdería, como afirma Varoufakis? No está claro. Según Stathis Kouvelakis, el 26 de junio Tsipras pensaba que el «No» ganaría y superaría el 70 %. [18] Según Varoufakis, Tsipras consideraba que el «Sí» ganaría y que le daría legitimidad para capitular.
Lo cierto es que para Tsipras, como lo señala Kouvelakis, [19] la convocatoria de un referéndum no constituía ninguna señal de ruptura con la Troika, era un movimiento táctico con el fin de retomar la iniciativa para salir del impasse, de manera de poder proseguir la negociación en mejores condiciones.
Por otra parte, Tsipras trató de continuar con las negociaciones durante la semana precedente al referéndum. [20]
Dragasakis, quien también era favorable a continuar las negociaciones y a hacer concesiones, se pronunció públicamente por la anulación de la convocatoria del referéndum ya que pensaba que éste volvería todavía más difícil el diálogo con la Troika.
Varoufakis señala que no había ninguna voluntad de los miembros del gabinete de guerra de organizar una campaña de movilización a favor del «No». Y fue así como no se alentó a los ministros a viajar por el país para realizar mítines a favor del «No». [21] Solamente se convocó una gran concentración el 3 de julio, o sea, dos días antes del referéndum.
El hecho de que Varoufakis estaba convencido de que el «Sí» ganaría muestra que realmente estaba desconectado de lo que pensaba y sentía la mayoría del pueblo griego.
La victoria del «No» sin que hubiera una verdadera campaña organizada por el gobierno muestra hasta donde una gran parte del pueblo estaba preparada para resistir a los acreedores.
Por parte de la Troika, la reacción fue violenta: El BCE hizo que el gobierno cerrara los bancos durante la semana previa al referéndum.
El jueves 29 de junio, Juncker denunciaba la convocatoria del referéndum —jamás visto en un presidente de la Comisión Europea— y llamaba a los griegos, en términos apenas disimulados, a votar «Sí» para «no cometer suicidio». Esa intervención quizás produjo un efecto contrario al buscado.
El 30 de junio, Benoît Cœuré, vicepresidente del BCE, anunciaba que si los griegos votaban mayoritariamente por el «No», la expulsión de la zona euro era probable, mientras que si votaban «Sí», la Troika llegaría para ayudar a Grecia. François Hollande hizo una declaración similar.
Los medios de comunicación dominantes en Grecia llamaban también a votar «Sí» y explicaban que si ganaba el «No» sería la catástrofe.
Durante los días que precedieron al referéndum una serie de personalidades del ámbito internacional, especialmente de Estados Unidos, apoyaban el «No». Entre ellas, el senador Bernie Sanders y los premios Nobel de economía Joseph Stiglitz y Paul Krugman.
El 3 de julio, una marea humana fue a la plaza Sintagma para escuchar a Tsipras y expresar el fervor popular por el «No». Numerosos testigos señalaron que Tsipras se sentía incómodo cuando la multitud lo ovacionaba por su coraje frente a los acreedores. Finalmente, acortó su discurso.
La concentración a favor del «Sí» tuvo mucha menos gente.
El resultado del 5 de julio fue categórico: con una tasa de participación elevada (62,5 %), el «No» ganó con un 61,31 %. En los barrios obreros, el «No» ganó con más del 70 % de los votos. Según una encueta, el 85 % de los jóvenes entre 18 y 24 años votaron «No». [22]
Fue un fracaso notorio para los tres partidos que llamaron a votar por el «Sí»: Nueva Democracia, PASOK y To Potami. Una señal que no engañó: Antonis Samaras, ex primer ministro y presidente de Nueva Democracia anunció su dimisión.
Los dirigentes europeos se sintieron totalmente desconcertados; sus amenazas no habían provocado el efecto buscado en el pueblo griego.
El resultado del 5 de julio fue categórico: con una tasa de participación elevada (62,5 %), el «No» ganó con un 61,31 %. […] Los dirigentes europeos se sintieron totalmente desconcertados; sus amenazas no habían provocado el efecto buscado en el pueblo griego.
Sin embargo, el 6 de julio, Tsipras se reunió con los partidos que habían pedido el voto por el «Sí» y, en 24 horas, elaboró con ellos una posición conforme a las demandas de la Troika a pesar de que habían sido rechazadas en el referéndum. Fue una traición al veredicto popular, tanto más que había jurado públicamente respetar el resultado del referéndum, cualquiera que fuere.
Tsipras retomó inmediatamente el contacto con Bruselas y constató que la Comisión Europea y los dirigentes del Eurogrupo, muy encolerizados con él, querían hacerle pagar su insolencia e humillar al pueblo griego.
Tsipras, no obstante, fue a Bruselas para remitir la propuesta tramada con los partidos que habían llamado a votar por el «Sí». Esta propuesta se parecía como dos gotas de agua a la que había rechazado dos días antes el 61,31 % de los griegos que participaron en el referéndum. Pero los dirigentes europeos le dijeron a Tsipras que no podían confiar en él y exigieron una votación en el Parlamento griego sobre propuestas creíbles, desde su punto de vista, como condición previa a la reanudación oficial de las negociaciones. Tsipras acató la orden y obtuvo el 10 de julio un apoyo masivo en el Parlamento para someter su nuevo plan a la Troika. Los tres partidos que perdieron el referéndum votaron a favor del nuevo plan de Tsipras, mientras que la presidenta del Parlamento griego, 6 ministros y viceministros de la Plataforma de izquierda y otros diputados de Syriza se negaron a aprobarlo (Varoufakis estaba ausente, ya que había elegido ir con su hija a su residencia fuera de Atenas). Sobre 300 parlamentarios, 251 votaron a favor del plan de capitulación propuesto por Tsipras. Syriza estaba en plena crisis.
El 11 de julio, en Bruselas, mientras que el FMI y el BCE estuvieron de acuerdo con la propuesta griega, varios ministros y jefes de Estado europeos querían imponer todavía mayores sacrificios.
El 13 de julio, luego de la reunión de una cumbre de jefes de Estado y de gobierno de la zona euro, el gobierno griego aceptó volver al proceso que conducía al tercer memorando, con condiciones aún más duras que las rechazadas en el referéndum del 5 de julio. A propósito de la deuda, el texto decía claramente que no habría reducción del monto de la deuda griega: «La cumbre de la zona euro señala que no se puede realizar una reducción nominal de la deuda. Las autoridades griegas reafirman su adhesión sin equívoco al respeto de sus obligaciones financieras con respecto al conjunto de sus acreedores, íntegramente y en el tiempo requerido.» [23]
El 13 de julio, […] el gobierno griego aceptó volver al proceso que conducía al tercer memorando, con condiciones aún más duras que las rechazadas en el referéndum del 5 de julio.
La presión ejercida por los dirigentes europeos provocó reacciones de rechazo en todo el mundo. El 13 de julio, el hashtag #THISACOUP fue retuiteado 377.000 veces y dio la vuelta al mundo.
El 15 de julio, la crisis en Syriza se ahonda. Una carta firmada por 109 miembros (sobre 201) del Comité central de Syriza rechazó el acuerdo del 13 de julio calificándolo de golpe de Estado y se pidió una reunión urgente del Comité Central. A pesar de eso, Tsipras, presidente de Syriza, reunió al Comité Central sólo dos semanas después.
El 15 y el 16 de julio, el Parlamento, con los votos de Nueva Democracia, PASOK y To Potami, pero sin los votos de 39 diputados de Syriza, sobre 149 (32 en contra, entre los cuales el de Varoufakis, 6 abstenciones y 1 ausente), aprobó el primer paquete de medidas de austeridad concernientes al IVA y a las pensiones, exigidas por el acuerdo del 13 de julio.
El 17 de julio, como consecuencia del acuerdo del 13 de julio, la Comisión Europea anunció el desbloqueo de un nuevo préstamo de 7.000 millones de euros. Alexis Tsipras remodeló su gobierno, despidiendo especialmente a dos ministros de la Plataforma de izquierda, Panagiotis Lafazanis y Dimitris Stratoulis. Varoufakis había presentado su dimisión el 6 de julio y Nadia Valavani, viceministra de Finanzas, el 15 de julio.
El 20 de julio, Grecia reembolsó 3.500 millones de euros al Banco Central Europeo y 2.000 millones de euros al Fondo Monetario Internacional.
El 22 y 23 de julio aprobó un segundo paquete de medidas inmediatas exigidas por la Troika. Entre los diputados de Syriza, 31 votaron en contra y 5 se abstuvieron. Varoufakis votó a favor.
El 14 de agosto, el Parlamento griego aprobó el tercer memorando por 222 votos a favor, 64 en contra (de los que 32 diputados de Syriza sobre un total de 149). Hubo 11 abstenciones (10 eran de Syriza).
El 20 de agosto, Grecia pagó 3.200 millones de euros al Banco Central Europeo.
A continuación, Tsipras convocó elecciones anticipadas para el 29 de septiembre. Las ganó puesto que un buen número de electores de Syriza no veían otra salida que la de continuar votando por Tsipras, para que no retornara la derecha al gobierno. Era el voto a favor del mal menor, ya que sabían que la derecha lo haría peor en cuanto a la austeridad. La lista de Unidad Popular creada por una gran parte de miembros y diputados de Syriza, que rechazaron el tercer memorando, no obtuvo el porcentaje de votos necesario para entrar en el parlamento (obtuvieron 2,86 % pero el mínimo es el 3 %). Tuvo muy poco tiempo para darse a conocer y no supo ofrecer una alternativa creíble.
El 23 de septiembre, la Comisión para la verdad sobre la deuda se reunió en el Parlamento griego convocada por Zoe Konstantopoulou, quien todavía era presidenta del parlamento ya que la nueva legislatura no había comenzado. La Comisión aprobó dos nuevos informes y consideró que la nueva deuda contraída mediante el tercer memorando era también odiosa. [24] Tres días más tarde, Tsipras hizo elegir como presidente del Parlamento a Nikos Voutsis, quien decidió la disolución de hecho de la Comisión de auditoría de la deuda e hizo desaparecer de la web del parlamento todos los documentos relativos a los trabajos de la Comisión.
El 26 de septiembre, Tsipras hizo elegir como presidente del Parlamento a Nikos Voutsis, quien decidió la disolución de hecho de la Comisión de auditoría de la deuda e hizo desaparecer de la web del parlamento todos los documentos relativos a los trabajos de la Comisión.
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En el transcurso de los dos meses que condujeron a la traición al veredicto popular del 5 de julio, Tsipras seguía una línea que llevaba al desastre. Varias veces, podría haber cambiado la dirección, pero se negó a hacerlo. El entusiasmo provocado por el referéndum del 5 de julio fue efímero y desembocó en una gran decepción.
En el transcurso de los dos meses que condujeron a la traición al veredicto popular del 5 de julio, Tsipras seguía una línea que llevaba al desastre.
¿Varoufakis realmente defendió de manera coherente una alternativa creíble, como lo pretende? La respuesta es claramente negativa. Acompañó a Tsipras y su círculo, y nunca tomó públicamente distancia cuando todavía estaba a tiempo. Y cuando renunció, lo hizo con términos que prolongaron la confusión. En la explicación pública de su dimisión, escribió el 6 de julio:
«Todas las luchas por los derechos democráticos traen consigo un enorme coste asociado. La histórica oposición al ultimátum del Eurogrupo del 25 de junio no es una excepción. En este sentido, es fundamental que el gran capital concedido al gobierno gracias al espléndido voto del no se convierta de inmediato en un sí a una solución adecuada: a un acuerdo que incluya la reestructuración de la deuda, menos austeridad, una redistribución a favor de los necesitados y reformas reales.
«Poco después del anuncio del resultado del referéndum, algunas personas me hicieron saber que ciertos participantes del Eurogrupo, y una amplia variedad de sus «asociados», preferían que yo estuviera… «ausente» durante las reuniones; el primer ministro consideró que esta idea podría ayudarlo a alcanzar un acuerdo. Por esta razón dejo hoy el ministerio de Finanzas.
Considero mi deber ayudar a Alexis Tsipras a aprovechar, como él considere oportuno, el capital que el pueblo griego nos ha concedido después del referéndum de ayer.
Y con orgullo llevaré conmigo el odio de los acreedores.
Nosotros, la izquierda, sabemos cómo actuar colectivamente sin importarnos los privilegios que vienen con el cargo. Doy mi total apoyo al primer ministro Tsipras, al nuevo ministro de Finanzas y a nuestro gobierno. El esfuerzo sobrehumano que supone honrar al valiente pueblo griego y al célebre no que ha regalado a los demócratas del mundo entero, sólo acaba de empezar.» [25]
En cuanto al plan B, fue necesario esperar la decisión de cierre de los bancos griegos para que Varoufakis descubriera, según sus propias declaraciones, que el banco de Grecia disponía de una reserva de billetes de euros por un monto de 16.000 millones de euros. Si el gobierno lo hubiera decidido, ese dinero podría haberse introducido en el circuito, con los billetes sellados, para que funcionara como una moneda complementaria no convertible, y ser puesto en circulación a través de los distribuidores de moneda. En ese momento, reconoció que se había opuesto a que se utilizara esa fuente de dinero, mientras que el líder de la Plataforma de izquierda trataba de convencer a Tsipras para que lo hiciera.
Felizmente, Varoufakis agregó su voto al rechazo del tercer memorando en la noche del 15 y 16 de julio, al votar «no» con los diputados de la Plataforma de izquierda y con Zoe Konstantopoulou.
Respecto a la Plataforma de izquierda, hay que reconocer que cometió el grave error de no expresar públicamente sus desacuerdos a partir de la primera capitulación del 20 de febrero y las siguientes. No planteó un debate público del plan B elaborado especialmente por Costas Lapavitsas. Después de la traición del resultado del referéndum, la Plataforma se limitó a la denuncia de la política de Tsipras sin ser capaz de pasar a la ofensiva con una propuesta alternativa creíble.
No hubo grandes movilizaciones populares ya que una mayoría de la población de izquierda que había participado en el combate, principalmente entre 2010 y 2012, tenía confianza en Tsipras y éste no convocaba al pueblo a movilizarse. Las fuerzas de izquierda fuera del Parlamento que sí llamaban a la movilización eran demasiado débiles.
Los factores que condujeron al desastre están bien definidos: el rechazo a la confrontación con las instituciones europeas y con la clase dominante griega, el mantenimiento de una diplomacia secreta, el anuncio repetitivo de que las negociaciones terminarían por dar buenos resultados, el rechazo a tomar medidas fuertes que eran necesarias (habría que haber suspendido el pago de la deuda, controlar los movimientos de capitales, retomar el control de los bancos y sanearlos, poner en circulación una moneda complementaria, aumentar los salarios, las jubilaciones, bajar la tasa del IVA sobre algunos productos y servicios, anular las deudas privadas ilegítimas…), el rechazo de hacer pagar a los ricos, el rechazo a hacer un llamamiento a la movilización nacional e internacional… Sin embargo como veremos en la siguiente parte, un desenlace trágico no era inevitable. Era posible poner en marcha una alternativa creíble, coherente y eficaz al servicio de la población.

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