LA DOCTRINA del The Pentagon’s New Map “países integrados/no integrados” (países estables/países destruidos)
Autor/a: kenzocaspi
Thomas P. M. Barnett Esa estrategia, radicalmente nueva, comenzó a ser
impartida como enseñanza por Thomas P. M. Barnett desde el 11 de
septiembre de 2001.Fue dada a conocer y se expuso públicamente en marzo de 2003 –o sea justo antes de la guerra contra Irak–en un artículo de la revista estadounidense Esquire, y posteriormente en el libro titulado The Pentagon’s New Map, pero parece tan cruel que nadie ha creído que pudiera llegar a aplicarse. Para el imperialismo se trata de dividir el mundo en dos: una zona estable que goza de los beneficios del sistema y otra zona donde el caos alcanza proporciones tan espantosas que nadie piensa ya en resistir sino sólo en sobrevivir,zona donde las transnacionales pueden extraer las materias primas que necesitan sin rendir cuentas a nadie. Desde el siglo XVII y la guerra civil británica, Occidente se desarrolló temiendo siempre el surgimiento del caos.Thomas Hobbes enseñó a los pueblos de Occidente a someterse a la «razón de Estado» con tal de evitar el tormento que sería el caos.La noción de caos volvió a aparecer con Leo Strauss, después de la Segunda Guerra Mundial. Ese filósofo, que formó personalmente a numerosas personalidades del Pentágono, pretendía establecer una nueva forma de poder sumiendo una parte del mundo en el infierno. Hay hombres que no buscan nada lógico como el dinero.No puedes comprarlos, intimidarlos, convencerlos ni negociar con ellos. Hay hombres que sólo quieren ver arder el mundo… Alfred / Batman the dark knight
La experiencia del yihadismo en el Medio Oriente ampliado nos ha mostrado lo que es el caos.
Después de haber reaccionado ante los acontecimientos de Deraa
–en marzo y abril de 2011– como se esperaba que lo hiciera, utilizando
el ejército para enfrentar a los yihadistas de la mezquita
al-Omari, el presidente Assad fue el primero en entender lo que estaba
sucediendo. En vez de reforzar los poderes de los servicios de seguridad
para enfrentar la agresión exterior, Assad puso en manos del pueblo
los medios necesarios para defender el país.
Comenzó por levantar el estado de emergencia, disolvió los tribunales
de excepción, liberó las comunicaciones vía internet y prohibió a las
fuerzas armadas hacer uso de sus armas si con ello ponían en peligro
las vidas de personas inocentes.
Esas decisiones, que parecían ir contra la lógica de los hechos,
tuvieron importantes consecuencias. Por ejemplo, al ser atacados en la
región de Banias, los soldados de un convoy militar, en vez de utilizar
sus armas para defenderse, optaron por quedar mutilados bajo las bombas
de los atacantes, e incluso morir, antes que disparar y correr el riesgo de herir a los pobladores que los veían dejarse masacrar sin intervenir para evitarlo.
Como tantos otros en aquel momento, yo mismo creí que Assad era
un presidente débil con soldados demasiados leales y que Siria iba a ser
destruida. Pero, 6 años más tarde, Bachar al-Assad y las fuerza armadas
de la República Árabe Siria han ganado la apuesta. Al principio,
sus soldados lucharon solos contra la agresión externa. Pero poco a poco cada ciudadano fue implicándose, cada uno desde su puesto, en la defensa del país. Y los que no pudieron o no quisieron resistir, optaron por el exilio. Es cierto que los sirios han sufrido mucho, pero
Siria es el único país del mundo, desde la guerra de Vietnam, que
ha logrado resistir la agresión militar externa hasta lograr que
el imperialismo renunciara por cansancio.
En segundo lugar, ante la invasión del país por un sinnúmero de
yihadistas provenientes de todos los países y poblaciones musulmanes,
desde Marruecos hasta China, el presidente Assad decidió renunciar a la
defensa de una parte del territorio nacional con tal de garantizar
la posibilidad de salvar a su pueblo.
El Ejército Árabe Sirio se replegó en la «Siria útil», o sea en las ciudades,dejando
a los agresores el campo y los desiertos. Mientras tanto el gobierno
sirio velaba constantemente por el abastecimiento en alimentos de todas
las regiones que controlaba. Contrariamente a lo que se cree
en Occidente, el hambre ha afectado sólo las zonas bajo control de los
yihadistas y algunas ciudades que se han visto bajo el asedio de esos
elementos. Los «rebeldes extranjeros» –y esperamos que
los lectores nos disculpen por lo que puede parecer un oxímoron–, con
abundante abastecimiento garantizado por las asociaciones «humanitarias»
occidentales, utilizaron su propio control sobre la distribución de
alimentos para someter poblaciones enteras imponiéndoles un régimen de
hambre.
El pueblo sirio comprobó por sí mismo que era el Estado sirio, la
República Árabe Siria, quien le garantizaba alimentación y protección,
no los yihadistas.
El tercer factor es que el presidente Assad explicó, en un discurso
que pronunció el 12 de diciembre de 2012, de qué manera esperaba
restablecer la unidad política de Siria. Resaltó específicamente la
necesidad de redactar una nueva Constitución y de someterla a la
aprobación del pueblo por mayoría calificada, para realizar después una
elección democrática de la totalidad de los responsables de las
instituciones, incluyendo –por supuesto– al presidente.
En aquel momento, los occidentales se burlaron de la decisión del
presidente Assad de convocar a elecciones en medio de la
guerra. Hoy en día, todos los diplomáticos implicados en la resolución
del conflicto, incluyendo a los de la ONU, respaldan el plan Assad.
A pesar de que los comandos yihadistas circulaban por todo el país,
incluyendo la capital, y asesinaban a los políticos hasta en sus casas y
junto a sus familias, el presidente Assad estimuló a los miembros de la
oposición interna a hacer uso de la palabra. Assad garantizó la
seguridad del liberal Hassan el-Nouri y del marxista Maher el-Hajjar
para aceptaran, al igual que él mismo, correr el riesgo de presentarse
como candidatos en la elección presidencial de junio de 2014. A despecho
del llamado al boicot que lanzaron la Hermandad Musulmana y los
gobiernos occidentales, y desafiando el terror yihadista, a pesar de que
millones de sirios habían salido del país, el 73,42% de los electores
respondieron al llamado de las urnas.
Por otro lado, desde el principio mismo del conflicto, el presidente
Assad creó un ministerio de Reconciliación Nacional, algo nunca visto en
un país en guerra. Confió ese ministerio al presidente de un partido
aliado, el PSNS, Alí Haidar, quien negoció y concluyó más de un millar
de acuerdos de amnistía a favor de ciudadanos que habían tomado las
armas contra la República, muchos de los cuales decidieron incluso
convertirse en miembros del Ejercitó Árabe Sirio.
A lo largo de esta guerra, y a pesar de lo que afirman quienes
lo acusan injustamente de haber generalizado la tortura,
el presidente Assad no ha recurrido nunca a medidas coercitivas
en contra de su propio pueblo. No ha instaurado ni siquiera
un reclutamiento masivo o un servicio militar obligatorio. Todo joven
tiene siempre la posibilidad de sustraerse a sus obligaciones militares y
una serie de pasos administrativos permite a cualquier varón evitar el
servicio militar si no desea defender su país con las armas en la mano.
Sólo los exiliados que no han realizado esos trámites pueden verse en
situación irregular en relación con esas leyes.
A lo largo de 6 años, el presidente Assad ha recurrido constantemente
al respaldo de su pueblo, otorgándole responsabilidades, y ha hecho
a la vez todo lo posible por alimentarlo y protegerlo. Y ha corrido
siempre el riesgo de dar antes de recibir. Así se ha ganado la confianza
de su pueblo y es por eso que hoy cuenta con su activo respaldo.
Las élites sudamericanas se equivocan al ver en la situación de hoy
la simple continuación de la lucha de las pasadas décadas por una
distribución más justa de la riqueza. La lucha principal ya no es entre
la mayoría del pueblo y una pequeña clase de privilegiados. La opción
que se planteó a los pueblos del Gran Medio Oriente, y a la que pronto
tendrán que responder también los sudamericanos, no es otra que defender
la Patria o morir.
Los hechos así lo demuestran. El imperialismo contemporáneo ya
no tiene como prioridad apoderarse de los recursos naturales. Hoy domina
el mundo y lo saquea sin escrúpulos. Ahora apunta a aplastar a los
pueblos y destruir las sociedades de las regiones cuyos recursos ya
explota hoy en día.
En esta nueva época de violencia, sólo la estrategia de Assad permite mantenerse en pie y preservar la libertad.
Thierry Meyssan
[1] Algo similar sucedió ya, en 1962, cuando Washington montó en
la OEA una farsa diplomática contra el joven Gobierno Revolucionario
de Cuba. La Cuba revolucionaria se retiró entonces de la OEA y ha
rechazado varias veces reincorporarse a esa organización, que el
entonces ministro cubano de Exteriores Raúl Roa calificó de «ministerio de colonias de Estados Unidos». Nota de la Red Voltaire.
Hace 70 años que los estrategas estadounidenses sufren una obsesión
que no tiene nada que ver con la defensa de su pueblo. Lo que les
obsesiona es mantener la superioridad militar de Estados Unidos sobre el
resto del mundo. Durante el decenio transcurrido entre la disolución de
la URSS y los atentados del 11 de septiembre de 2001, estuvieron
buscando diferentes maneras de intimidar a todo el que se resistía a la
dominación estadounidense. Harlan K. Ullman desarrollaba
la idea de aterrorizar a los pueblos asestándoles golpes brutales
(Shock and awe o “shock y pavor”) [1]. Se trataba, idealmente, de algo
como el uso de la bomba atómica contra los japoneses. Eso se concretó,
en la práctica, bombardeando Bagdad con una lluvia de misiles crucero.
Los discípulos del filósofo Leo Strauss (judio)
soñaban con librar y ganar varias guerras a la vez (Full-spectrum
dominance o “dominio en todos los sentidos”). Vimos entonces las guerras
contra Afganistán e Irak, que se desarrollaron bajo un mando común [2].
Leo Strauss David (Kirchhain, Hesse, Alemania, 20 de
septiembre de 1899 – Annapolis, Maryland, Estados Unidos, 18 de
octubre de 1973) fue un filósofo
político y clasicista germano-estadounidense. Nacido en una familia judía, posteriormente
emigró a Estados Unidos. Pasó la mayor parte de su carrera como
profesor de ciencias políticas en la Universidad de Chicago, donde
enseñó a varias generaciones y publicó 15 libros. Originalmente educado
en la tradición neo-kantiana con Ernst Cassirer e inmerso en el trabajo
de los fenomenólogos Edmund Husserl y Martin Heidegger, Strauss
posteriormente enfocó sus estudios en los textos griegos
de Platón y Aristóteles, recorriendo sus interpretaciones mediante la
filosofía judía e islámica, y animando a la aplicación de sus ideas a la
teoría política contemporánea.
El almirante Arthur K. Cebrowski predicaba que había que reorganizar
los ejércitos de Estados Unidos de manera tal que fuese posible procesar
y compartir una multitud de datos de forma simultánea. Eso haría
posible algún día el uso de robots capaces de indicar instantáneamente
las mejores tácticas [3]. Como veremos más adelante, las profundas
reformas que el almirante Cebrowski inició no tardaron en producir
frutos… venenosos.
El pensamiento neoimperialista estadounidense
Esas ideas y obsesiones primeramente llevaron al presidente George W.
Bush y la US Navy a organizar el más extenso sistema internacional de
secuestro y tortura, que contó 80 000 víctimas. Posteriormente, llevaron
al presidente Obama a poner en marcha todo un aparato para perpetrar
asesinatos, principalmente mediante el uso de drones pero también
recurriendo a comandos armados. Ese sistema opera en 80 países y dispone
de un presupuesto anual de 14 000 millones de dólares [4]. A partir de los hechos del 11 de septiembre de 2001, el
asistente del almirante Cebrowski, Thomas P. M. Barnet, impartió en el
Pentágono y en las academias militares estadounidenses numerosas
conferencias anunciando lo que sería el nuevo mapa del mundo según el Pentágono [5].
Ese proyecto se ha hecho posible debido a las reformas estructurales
realizadas en los ejércitos estadounidenses, reformas en las que se
percibe una nueva visión del mundo. El proyecto en sí
parecía tan descabellado que los observadores extranjeros lo
consideraron, apresuradamente, sólo una forma de retórica más entre
tantas otras tendientes a sembrar el miedo en los pueblos que Estados
Unidos pretende dominar. Barnett afirmaba que, para mantener su hegemonía mundial, Estados Unidos tendría que dividir el mundo en dos partes.Quedarían de un lado los Estados estables (los miembros del G8 y sus aliados) y del otro lado estaría el resto del mundo,considerado simplemente como un “tanque” de recursos naturales. Barnett se diferenciaba de sus predecesores en un punto fundamental:ya
no consideraba que el acceso a esos recursos fuese crucial para
Washington sino que afirmaba que los Estados estables sólo tendrían
acceso a esos recursos recurriendo a los ejércitos estadounidenses.Para
eso habría que destruir sistemáticamente toda la estructura estatal en
los países que serían parte de ese “tanque” de recursos, de
manera que nadie pudiese oponerse en ellos a la voluntad de Washington,
ni tampoco tratar directamente con los Estados estables.
En su discurso de enero de 1980 sobre el Estado de la Unión, el presidente Carter enunció su doctrina: Washington consideraba el acceso al petróleo del Golfo para
garantizar el abastecimiento de su propia economía como una cuestión de
seguridad nacional [6]. El Pentágono creó entonces el CentCompara controlar esa región.Sin
embargo, Washington está sacando actualmente menos petróleo de Irak y
de Libia que antes de las guerras contra esos países… ¡pero no le
importa!
La destrucción de las estructuras estatales equivale a regresar a los
tiempos del caos, concepto ya enunciado por Leo Strauss pero al que
Barnett confiere un sentido nuevo. Para el filósofo judío Leo Strauss,
después del fracaso de la República de Weimar y la Shoa (el Holocausto),
el pueblo judío no puede seguir confiando en las democracias,así
que la única vía que le queda para protegerse de un nuevo nazismo es
instaurar su propia dictadura mundial –claro, ¡en aras del Bien!Para
eso tendrá que destruir algunos Estados que oponen resistencia,
hacerlos retroceder a la era del Caos y reconstruirlos según nuevas
leyes [7]. Orden y Caos
Eso corresponde con lo que decía Condoleezza Rice durante los
primeros días de la agresión de 2006 contra el Líbano, cuando aún
parecía que Israel saldría victorioso:
«No veo el interés de la diplomacia si es para volver al statu quo
antes entre Israel y el Líbano. Creo que sería un error. Lo que aquí
vemos es, en cierta forma, el comienzo, las contracciones del nacimiento
de un nuevo Medio Oriente y, hagamos lo que hagamos, tenemos que estar
seguros de que avanzamos hacia el nuevo Medio Oriente y de que no
volvemos al antiguo.» Para Barnett, sin embargo, habría que hacer retroceder a
la era del Caos no sólo a los pueblos que oponen resistencia sino a
todos los países que no han alcanzado cierto nivel de vida. Y cuando
estén sumidos en el Caos… habrá que mantenerlos en él. Andrew MarshallLa influencia de los seguidores de Leo Strauss ha disminuido en
el Pentágono después del fallecimiento de Andrew Marshall, creador del
«giro hacia Asia» [8]. Una de las grandes rupturas entre el pensamiento de Barnett y lo que pensaban sus predecesores reside en que Barnett piensa que no hay que desatar guerras contra tal o más cual país por razones políticas sino contra regiones enteras del mundoporque no están integradas al sistema económico global.Por
supuesto, siempre habrá que empezar por un país en particular, pero se
hará favoreciendo la extensión del conflicto, hasta destruirlo todo…
como en el Medio Oriente ampliado (o Gran Medio Oriente). En este
momento sigue la guerra, incluso con despliegue de blindados, tanto en
Túnez, Libia, Egipto (en el Sinaí), Palestina, Líbano (en Ain el-Helue y
Ras Baalbeck), como en Siria, Irak, Arabia Saudita (en la ciudad de
Qatif), Bahréin, Yemen, Turquía (en Diyarbakir) y Afganistán. Es por eso que la estrategia neoimperialista de Barnett tendrá
que apoyarse obligatoriamente en ciertos elementos de la retórica de
Bernard Lewis y de Samuel Huntington, la «guerra de civilizaciones» [9]. Pero
como será imposible justificar que permanezcamos indiferentes ante las
desgracias de los pueblos de los países condenados a ser parte del
“tanque” de recursos naturales, habrá que convencernos de que nuestras
civilizaciones son incompatibles. Bernard Lewis – Samuel HuntingtonSegún
este mapa, extraído de un Powerpoint que Thomas P. M. Barnett presentó
en 2003 durante una conferencia impartida en el Pentágono, los Estados
de todos los países incluidos en la zona rosada deben ser destruidos.
Ese proyecto no tiene nada que ver con la lucha de clases en el plano
nacional, ni con la explotación de los recursos naturales. Después de
destruir el Medio Oriente ampliado, los estrategas estadounidenses se
preparan para acabar con los Estados en los países del noroeste de
Latinoamérica. La aplicación del neoimperialismo estadounidense
Esa exactamente es la política que ha venido aplicándose desde el 11
de septiembre de 2001. No se ha terminado ninguna de las guerras
desatadas desde entonces. Desde hace 16 años, las condiciones de vida de
los afganos son cada día más terribles y peligrosas. La reconstrucción
del Estado que alguna vez tuvieron, reconstrucción que supuestamente
seguiría el modelo aplicado en Alemania o Japón al término de la Segunda
Guerra Mundial, nunca llegó concretarse. La presencia de las tropas de
la OTAN no mejoró la vida de los afganos que, por el contrario, se
deterioró aún más. Todo indica que esa presencia militar de la OTAN es
actualmente la causa del problema. A pesar de todos los discursos que
alaban la ayuda internacional, las tropas de la OTAN sólo están en
Afganistán para mantener y agravar el caos.
No hay un solo caso de intervención de la OTAN en que los motivos
oficiales de la guerra hayan resultado ciertos. No fue cierta la
justificación oficial de la guerra contra Afganistán (motivo invocado:
una supuesta responsabilidad de los talibanes en los atentados del 11 de
septiembre de 2001), como tampoco lo fue en la guerra contra Irak
(motivo invocado: un supuesto respaldo del presidente Saddam Hussein a
los terroristas del 11 de septiembre y la preparación de armas de
destrucción masiva que planeaba utilizar contra Estados Unidos), ni en
Libia (supuesto bombardeo del ejército libio contra su propio pueblo),
ni en Siria (dictadura del presidente Assad y de la secta de los
alauitas). Y en ningún caso el derrocamiento de un gobierno ha puesto
fin a la guerra. Todas esas guerras se mantienen hoy en día, sin
importar la tendencia o el grado de sumisión de los dirigentes en el
poder.
Las «primaveras árabes», si bien son fruto de una idea del MI6 que
sigue el modelo de la «revuelta árabe» de 1916 y de las hazañas de
Lawrence de Arabia, fueron incorporadas a la misma estrategia de Estados
Unidos. Túnez se ha convertido en un país ingobernable. En Egipto,
donde el ejército nacional logró recuperar el control de la situación,
el país está tratando poco a poco de levantar cabeza. Libia se ha
convertido en un campo de batalla, no desde que el Consejo de Seguridad
de la ONU adoptó su resolución llamando a proteger la población libia
sino después del asesinato de Muammar el-Kadhafi y la victoria de la
OTAN.
Siria es un caso excepcional ya que el Estado nunca pasó a manos de
la Hermandad Musulmana y que esta no ha logrado imponer el caos en todo
el país. Pero numerosos grupos yihadistas, vinculados precisamente a esa
cofradía, lograron controlar –y todavía controlan– partes del
territorio nacional, instaurando en ellas el caos. Ni el califato del
Emirato Islámico (Daesh), ni Idlib bajo al-Qaeda, constituyen Estados
donde el islam pueda florecer. Son sólo zonas de terror sin escuelas ni
hospitales.
Es probable que gracias a su pueblo, a su ejército y a sus aliados
rusos, libaneses e iraníes, Siria logre escapar al destino que
Washington había diseñado para ella. Pero el Medio Oriente ampliado
seguirá siendo pasto del fuego hasta que los pueblos entiendan los
planes de sus enemigos.
Ahora vemos como el mismo proceso de destrucción se inicia en el
noroeste de Latinoamérica. Los medios de difusión occidentales hablan
con desdén de los desórdenes en Venezuela, pero la guerra que así
comienza no habrá de limitarse a ese país. Se extenderá a toda esa
región, a pesar de que son muy diferentes las condiciones económicas y
políticas de sus países.
Los límites del neoimperialismo estadounidense
A los estrategas estadounidenses les gusta comparar el poder de
Estados Unidos al del Imperio romano. Pero los romanos aportaban
seguridad y opulencia a los pueblos que conquistaban y los incorporaban a
su imperio. El Imperio romano construía monumentos y racionalizaba las
sociedades de esos pueblos. El neoimperialismo estadounidense no tiene
intenciones de aportar nada, ni a los pueblos de los Estados estables,
ni a los de los países incluidos en el “tanque” de recursos
naturales. Lo que tiene previsto es extorsionar a los primeros y
destruir los vínculos sociales en los que se sustenta la unión nacional
de los segundos. Ni siquiera le interesa exterminar a estos últimos sino
hacerlos sufrir para que el caos en el que viven convenza a los Estados
estables de que para ir a buscar los recursos que necesitan tienen que
contar con la protección de los ejércitos estadounidenses.
El proyecto imperialista consideraba hasta ahora que «no se puede
hacer la tortilla sin romper huevos», o sea admitía que tiene que
cometer masacres colaterales para extender su dominación. En lo
adelante, lo que planifica son masacres generalizadas para imponer
definitivamente su autoridad.
El neoimperialismo estadounidense implica que los demás Estados del
G8 y sus aliados acepten que la «protección» de sus intereses en el
extranjero quede en manos de los ejércitos de Estados Unidos. Ese
condicionamiento no constituye un problema para la Unión Europea, ya
sometida desde hace mucho a la voluntad del amo estadounidense, pero
plantea una dura discusión con el Reino Unido y será imposible que Rusia
y China la acepten.
Recordando su «relación especial» con Washington, Londres ya exigió
participar como socio en el proyecto estadounidense para gobernar el
mundo. Fue ese el sentido del viaje de Theresa May a Estados Unidos, en
enero de 2017, pero quedó sin respuesta [10].
Es además inconcebible que los ejércitos de Estados Unidos garanticen
la seguridad de las «rutas de la seda», como hoy lo hacen –junto a las
fuerzas británicas– con las vías marítimas y aéreas que utiliza
Occidente. Es también inimaginable que Rusia acepte ahora ponerse de
rodillas, después de su exclusión del G8, debido a su implicacion en
Siria y en Crimea.
Thierry Meyssan
[1] Shock and awe: achieving rapid dominance, Harlan K. Ullman y
otros autores, ACT Center for Advanced Concepts and Technology, 1996.
[2] Full Spectrum Dominance. U.S. Power in Iraq and Beyond, Rahul Mahajan, Seven Stories Press, 2003.
[3] Network Centric Warfare: Developing and Leveraging Information
Superiority, David S. Alberts, John J. Garstka y Frederick P. Stein,
CCRP, 1999.
[4] Predator empire: drone warfare and full spectrum dominance, Ian G. R. Shaw, University of Minnesota Press, 2016.
[5] The Pentagon’s New Map, Thomas P. M. Barnett, Putnam Publishing Group, 2004.
[6] “State of the Union Address 1980”, por Jimmy Carter, Voltaire Network, 23 de enero de 1980.
[7] Algunos especialistas en el estudio del pensamiento de Leo
Strauss lo interpretan de manera completamente diferente. Pero lo
importante aquí no es lo que realmente pensaba ese filósofo sino lo que
profesan quienes, con razón o sin ella, se dicen seguidores de su
pensamiento en el Pentágono. Political Ideas of Leo Strauss, Shadia B.
Drury, Palgrave Macmillan, 1988. Leo Strauss and the Politics of
American Empire, Anne Norton, Yale University Press, 2005. Leo Strauss
and the conservative movement in America: a critical appraisal, Paul
Edward Gottfried, Cambridge University Press, 2011. Straussophobia:
Defending Leo Strauss and Straussians Against Shadia Drury and Other
Accusers, Peter Minowitz, Lexington Books, 2016.
[8] The Last Warrior: Andrew Marshall and the Shaping of Modern
American Defense Strategy, Chapter 9, Andrew F. Krepinevich y Barry D.
Watts, Basic Books, 2015.
[9] «The Clash of Civilizations?» y «The West Unique, Not Universal»,
Foreign Affairs, 1993 y 1996; The Clash of Civilizations and the
Remaking of World Order, Samuel Huntington, Simon & Schuster, 1996.
[10] “Theresa May addresses US Republican leaders”, por Theresa May, Voltaire Network, 27 de enero de 2017.
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