lunes, 28 de octubre de 2019

LA DOCTRINA del The Pentagon’s New Map “países integrados/no integrados” (países estables/países destruidos)


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LA DOCTRINA del The Pentagon’s New Map “países integrados/no integrados” (países estables/países destruidos)

Autor/a: kenzocaspi

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Thomas P. M. Barnett
Esa estrategia, radicalmente nueva, comenzó a ser impartida como enseñanza por Thomas P. M. Barnett desde el 11 de septiembre de 2001. Fue dada a conocer y se expuso públicamente en marzo de 2003o sea justo antes de la guerra contra Irak– en un artículo de la revista estadounidense Esquire, y posteriormente en el libro titulado The Pentagon’s New Map, pero parece tan cruel que nadie ha creído que pudiera llegar a aplicarse.
Para el imperialismo se trata de dividir el mundo en dos: una zona estable que goza de los beneficios del sistema y otra zona donde el caos alcanza proporciones tan espantosas que nadie piensa ya en resistir sino sólo en sobrevivir, zona donde las transnacionales pueden extraer las materias primas que necesitan sin rendir cuentas a nadie.
Desde el siglo XVII y la guerra civil británica, Occidente se desarrolló temiendo siempre el surgimiento del caos. Thomas Hobbes enseñó a los pueblos de Occidente a someterse a la «razón de Estado» con tal de evitar el tormento que sería el caos. La noción de caos volvió a aparecer con Leo Strauss, después de la Segunda Guerra Mundial. Ese filósofo, que formó personalmente a numerosas personalidades del Pentágono, pretendía establecer una nueva forma de poder sumiendo una parte del mundo en el infierno.
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Hay hombres que no buscan nada lógico como el dinero. No puedes comprarlos, intimidarlos, convencerlos ni negociar con ellos.
Hay hombres que sólo quieren ver arder el mundo…
Alfred / Batman the dark knight
La experiencia del yihadismo en el Medio Oriente ampliado nos ha mostrado lo que es el caos.
Después de haber reaccionado ante los acontecimientos de Deraa –en marzo y abril de 2011– como se esperaba que lo hiciera, utilizando el ejército para enfrentar a los yihadistas de la mezquita al-Omari, el presidente Assad fue el primero en entender lo que estaba sucediendo. En vez de reforzar los poderes de los servicios de seguridad para enfrentar la agresión exterior, Assad puso en manos del pueblo los medios necesarios para defender el país.
Comenzó por levantar el estado de emergencia, disolvió los tribunales de excepción, liberó las comunicaciones vía internet y prohibió a las fuerzas armadas hacer uso de sus armas si con ello ponían en peligro las vidas de personas inocentes.
Esas decisiones, que parecían ir contra la lógica de los hechos, tuvieron importantes consecuencias. Por ejemplo, al ser atacados en la región de Banias, los soldados de un convoy militar, en vez de utilizar sus armas para defenderse, optaron por quedar mutilados bajo las bombas de los atacantes, e incluso morir, antes que disparar y correr el riesgo de herir a los pobladores que los veían dejarse masacrar sin intervenir para evitarlo.
Como tantos otros en aquel momento, yo mismo creí que Assad era un presidente débil con soldados demasiados leales y que Siria iba a ser destruida. Pero, 6 años más tarde, Bachar al-Assad y las fuerza armadas de la República Árabe Siria han ganado la apuesta. Al principio, sus soldados lucharon solos contra la agresión externa. Pero poco a poco cada ciudadano fue implicándose, cada uno desde su puesto, en la defensa del país. Y los que no pudieron o no quisieron resistir, optaron por el exilio. Es cierto que los sirios han sufrido mucho, pero Siria es el único país del mundo, desde la guerra de Vietnam, que ha logrado resistir la agresión militar externa hasta lograr que el imperialismo renunciara por cansancio.
En segundo lugar, ante la invasión del país por un sinnúmero de yihadistas provenientes de todos los países y poblaciones musulmanes, desde Marruecos hasta China, el presidente Assad decidió renunciar a la defensa de una parte del territorio nacional con tal de garantizar la posibilidad de salvar a su pueblo.
El Ejército Árabe Sirio se replegó en la «Siria útil», o sea en las ciudades,dejando a los agresores el campo y los desiertos. Mientras tanto el gobierno sirio velaba constantemente por el abastecimiento en alimentos de todas las regiones que controlaba. Contrariamente a lo que se cree en Occidente, el hambre ha afectado sólo las zonas bajo control de los yihadistas y algunas ciudades que se han visto bajo el asedio de esos elementos. Los «rebeldes extranjeros» –y esperamos que los lectores nos disculpen por lo que puede parecer un oxímoron–, con abundante abastecimiento garantizado por las asociaciones «humanitarias» occidentales, utilizaron su propio control sobre la distribución de alimentos para someter poblaciones enteras imponiéndoles un régimen de hambre.
El pueblo sirio comprobó por sí mismo que era el Estado sirio, la República Árabe Siria, quien le garantizaba alimentación y protección, no los yihadistas.
El tercer factor es que el presidente Assad explicó, en un discurso que pronunció el 12 de diciembre de 2012, de qué manera esperaba restablecer la unidad política de Siria. Resaltó específicamente la necesidad de redactar una nueva Constitución y de someterla a la aprobación del pueblo por mayoría calificada, para realizar después una elección democrática de la totalidad de los responsables de las instituciones, incluyendo –por supuesto– al presidente.
En aquel momento, los occidentales se burlaron de la decisión del presidente Assad de convocar a elecciones en medio de la guerra. Hoy en día, todos los diplomáticos implicados en la resolución del conflicto, incluyendo a los de la ONU, respaldan el plan Assad.
A pesar de que los comandos yihadistas circulaban por todo el país, incluyendo la capital, y asesinaban a los políticos hasta en sus casas y junto a sus familias, el presidente Assad estimuló a los miembros de la oposición interna a hacer uso de la palabra. Assad garantizó la seguridad del liberal Hassan el-Nouri y del marxista Maher el-Hajjar para aceptaran, al igual que él mismo, correr el riesgo de presentarse como candidatos en la elección presidencial de junio de 2014. A despecho del llamado al boicot que lanzaron la Hermandad Musulmana y los gobiernos occidentales, y desafiando el terror yihadista, a pesar de que millones de sirios habían salido del país, el 73,42% de los electores respondieron al llamado de las urnas.
Por otro lado, desde el principio mismo del conflicto, el presidente Assad creó un ministerio de Reconciliación Nacional, algo nunca visto en un país en guerra. Confió ese ministerio al presidente de un partido aliado, el PSNS, Alí Haidar, quien negoció y concluyó más de un millar de acuerdos de amnistía a favor de ciudadanos que habían tomado las armas contra la República, muchos de los cuales decidieron incluso convertirse en miembros del Ejercitó Árabe Sirio.
A lo largo de esta guerra, y a pesar de lo que afirman quienes lo acusan injustamente de haber generalizado la tortura, el presidente Assad no ha recurrido nunca a medidas coercitivas en contra de su propio pueblo. No ha instaurado ni siquiera un reclutamiento masivo o un servicio militar obligatorio. Todo joven tiene siempre la posibilidad de sustraerse a sus obligaciones militares y una serie de pasos administrativos permite a cualquier varón evitar el servicio militar si no desea defender su país con las armas en la mano. Sólo los exiliados que no han realizado esos trámites pueden verse en situación irregular en relación con esas leyes.
A lo largo de 6 años, el presidente Assad ha recurrido constantemente al respaldo de su pueblo, otorgándole responsabilidades, y ha hecho a la vez todo lo posible por alimentarlo y protegerlo. Y ha corrido siempre el riesgo de dar antes de recibir. Así se ha ganado la confianza de su pueblo y es por eso que hoy cuenta con su activo respaldo.
Las élites sudamericanas se equivocan al ver en la situación de hoy la simple continuación de la lucha de las pasadas décadas por una distribución más justa de la riqueza. La lucha principal ya no es entre la mayoría del pueblo y una pequeña clase de privilegiados. La opción que se planteó a los pueblos del Gran Medio Oriente, y a la que pronto tendrán que responder también los sudamericanos, no es otra que defender la Patria o morir.
Los hechos así lo demuestran. El imperialismo contemporáneo ya no tiene como prioridad apoderarse de los recursos naturales. Hoy domina el mundo y lo saquea sin escrúpulos. Ahora apunta a aplastar a los pueblos y destruir las sociedades de las regiones cuyos recursos ya explota hoy en día.
En esta nueva época de violencia, sólo la estrategia de Assad permite mantenerse en pie y preservar la libertad.
Thierry Meyssan
[1] Algo similar sucedió ya, en 1962, cuando Washington montó en la OEA una farsa diplomática contra el joven Gobierno Revolucionario de Cuba. La Cuba revolucionaria se retiró entonces de la OEA y ha rechazado varias veces reincorporarse a esa organización, que el entonces ministro cubano de Exteriores Raúl Roa calificó de «ministerio de colonias de Estados Unidos». Nota de la Red Voltaire.


Hace 70 años que los estrategas estadounidenses sufren una obsesión que no tiene nada que ver con la defensa de su pueblo. Lo que les obsesiona es mantener la superioridad militar de Estados Unidos sobre el resto del mundo. Durante el decenio transcurrido entre la disolución de la URSS y los atentados del 11 de septiembre de 2001, estuvieron buscando diferentes maneras de intimidar a todo el que se resistía a la dominación estadounidense.
Harlan K. Ullman desarrollaba la idea de aterrorizar a los pueblos asestándoles golpes brutales (Shock and awe o “shock y pavor”) [1]. Se trataba, idealmente, de algo como el uso de la bomba atómica contra los japoneses. Eso se concretó, en la práctica, bombardeando Bagdad con una lluvia de misiles crucero.
Los discípulos del filósofo Leo Strauss (judio) soñaban con librar y ganar varias guerras a la vez (Full-spectrum dominance o “dominio en todos los sentidos”). Vimos entonces las guerras contra Afganistán e Irak, que se desarrollaron bajo un mando común [2].
Leo Strauss David (Kirchhain, Hesse, Alemania, 20 de septiembre de 1899 – Annapolis, Maryland, Estados Unidos, 18 de octubre de 1973) fue un filósofo político y clasicista germano-estadounidense. Nacido en una familia judía, posteriormente emigró a Estados Unidos. Pasó la mayor parte de su carrera como profesor de ciencias políticas en la Universidad de Chicago, donde enseñó a varias generaciones y publicó 15 libros. Originalmente educado en la tradición neo-kantiana con Ernst Cassirer e inmerso en el trabajo de los fenomenólogos Edmund Husserl y Martin Heidegger, Strauss posteriormente enfocó sus estudios en los textos griegos de Platón y Aristóteles, recorriendo sus interpretaciones mediante la filosofía judía e islámica, y animando a la aplicación de sus ideas a la teoría política contemporánea.
El almirante Arthur K. Cebrowski predicaba que había que reorganizar los ejércitos de Estados Unidos de manera tal que fuese posible procesar y compartir una multitud de datos de forma simultánea. Eso haría posible algún día el uso de robots capaces de indicar instantáneamente las mejores tácticas [3]. Como veremos más adelante, las profundas reformas que el almirante Cebrowski inició no tardaron en producir frutos… venenosos.

El pensamiento neoimperialista estadounidense

Esas ideas y obsesiones primeramente llevaron al presidente George W. Bush y la US Navy a organizar el más extenso sistema internacional de secuestro y tortura, que contó 80 000 víctimas. Posteriormente, llevaron al presidente Obama a poner en marcha todo un aparato para perpetrar asesinatos, principalmente mediante el uso de drones pero también recurriendo a comandos armados. Ese sistema opera en 80 países y dispone de un presupuesto anual de 14 000 millones de dólares [4].
A partir de los hechos del 11 de septiembre de 2001, el asistente del almirante Cebrowski, Thomas P. M. Barnet, impartió en el Pentágono y en las academias militares estadounidenses numerosas conferencias anunciando lo que sería el nuevo mapa del mundo según el Pentágono [5]. Ese proyecto se ha hecho posible debido a las reformas estructurales realizadas en los ejércitos estadounidenses, reformas en las que se percibe una nueva visión del mundo. El proyecto en sí parecía tan descabellado que los observadores extranjeros lo consideraron, apresuradamente, sólo una forma de retórica más entre tantas otras tendientes a sembrar el miedo en los pueblos que Estados Unidos pretende dominar.
Barnett afirmaba que, para mantener su hegemonía mundial, Estados Unidos tendría que dividir el mundo en dos partes. Quedarían de un lado los Estados estables (los miembros del G8 y sus aliados) y del otro lado estaría el resto del mundo, considerado simplemente como un “tanque” de recursos naturalesBarnett se diferenciaba de sus predecesores en un punto fundamental: ya no consideraba que el acceso a esos recursos fuese crucial para Washington sino que afirmaba que los Estados estables sólo tendrían acceso a esos recursos recurriendo a los ejércitos estadounidenses. Para eso habría que destruir sistemáticamente toda la estructura estatal en los países que serían parte de ese “tanque” de recursos, de manera que nadie pudiese oponerse en ellos a la voluntad de Washington, ni tampoco tratar directamente con los Estados estables.
En su discurso de enero de 1980 sobre el Estado de la Unión, el presidente Carter enunció su doctrina:
Washington consideraba el acceso al petróleo del Golfo para garantizar el abastecimiento de su propia economía como una cuestión de seguridad nacional [6]. El Pentágono creó entonces el CentCom para controlar esa región. Sin embargo, Washington está sacando actualmente menos petróleo de Irak y de Libia que antes de las guerras contra esos países… ¡pero no le importa!
La destrucción de las estructuras estatales equivale a regresar a los tiempos del caos, concepto ya enunciado por Leo Strauss pero al que Barnett confiere un sentido nuevo. Para el filósofo judío Leo Strauss, después del fracaso de la República de Weimar y la Shoa (el Holocausto), el pueblo judío no puede seguir confiando en las democracias, así que la única vía que le queda para protegerse de un nuevo nazismo es instaurar su propia dictadura mundial –claro, ¡en aras del Bien! Para eso tendrá que destruir algunos Estados que oponen resistencia, hacerlos retroceder a la era del Caos y reconstruirlos según nuevas leyes [7].
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Orden y Caos
Eso corresponde con lo que decía Condoleezza Rice durante los primeros días de la agresión de 2006 contra el Líbano, cuando aún parecía que Israel saldría victorioso:
«No veo el interés de la diplomacia si es para volver al statu quo antes entre Israel y el Líbano. Creo que sería un error. Lo que aquí vemos es, en cierta forma, el comienzo, las contracciones del nacimiento de un nuevo Medio Oriente y, hagamos lo que hagamos, tenemos que estar seguros de que avanzamos hacia el nuevo Medio Oriente y de que no volvemos al antiguo.»
Para Barnett, sin embargo, habría que hacer retroceder a la era del Caos no sólo a los pueblos que oponen resistencia sino a todos los países que no han alcanzado cierto nivel de vida. Y cuando estén sumidos en el Caos… habrá que mantenerlos en él.
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Andrew Marshall
La influencia de los seguidores de Leo Strauss ha disminuido en el Pentágono después del fallecimiento de Andrew Marshall, creador del «giro hacia Asia» [8].
Una de las grandes rupturas entre el pensamiento de Barnett y lo que pensaban sus predecesores reside en que Barnett piensa que no hay que desatar guerras contra tal o más cual país por razones políticas sino contra regiones enteras del mundo porque no están integradas al sistema económico global. Por supuesto, siempre habrá que empezar por un país en particular, pero se hará favoreciendo la extensión del conflicto, hasta destruirlo todo… como en el Medio Oriente ampliado (o Gran Medio Oriente). En este momento sigue la guerra, incluso con despliegue de blindados, tanto en Túnez, Libia, Egipto (en el Sinaí), Palestina, Líbano (en Ain el-Helue y Ras Baalbeck), como en Siria, Irak, Arabia Saudita (en la ciudad de Qatif), Bahréin, Yemen, Turquía (en Diyarbakir) y Afganistán.
Es por eso que la estrategia neoimperialista de Barnett tendrá que apoyarse obligatoriamente en ciertos elementos de la retórica de Bernard Lewis y de Samuel Huntington, la «guerra de civilizaciones» [9]. Pero como será imposible justificar que permanezcamos indiferentes ante las desgracias de los pueblos de los países condenados a ser parte del “tanque” de recursos naturales, habrá que convencernos de que nuestras civilizaciones son incompatibles.
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Bernard Lewis – Samuel Huntington
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Según este mapa, extraído de un Powerpoint que Thomas P. M. Barnett presentó en 2003 durante una conferencia impartida en el Pentágono, los Estados de todos los países incluidos en la zona rosada deben ser destruidos. Ese proyecto no tiene nada que ver con la lucha de clases en el plano nacional, ni con la explotación de los recursos naturales. Después de destruir el Medio Oriente ampliado, los estrategas estadounidenses se preparan para acabar con los Estados en los países del noroeste de Latinoamérica.
La aplicación del neoimperialismo estadounidense
Esa exactamente es la política que ha venido aplicándose desde el 11 de septiembre de 2001. No se ha terminado ninguna de las guerras desatadas desde entonces. Desde hace 16 años, las condiciones de vida de los afganos son cada día más terribles y peligrosas. La reconstrucción del Estado que alguna vez tuvieron, reconstrucción que supuestamente seguiría el modelo aplicado en Alemania o Japón al término de la Segunda Guerra Mundial, nunca llegó concretarse. La presencia de las tropas de la OTAN no mejoró la vida de los afganos que, por el contrario, se deterioró aún más. Todo indica que esa presencia militar de la OTAN es actualmente la causa del problema. A pesar de todos los discursos que alaban la ayuda internacional, las tropas de la OTAN sólo están en Afganistán para mantener y agravar el caos.
No hay un solo caso de intervención de la OTAN en que los motivos oficiales de la guerra hayan resultado ciertos. No fue cierta la justificación oficial de la guerra contra Afganistán (motivo invocado: una supuesta responsabilidad de los talibanes en los atentados del 11 de septiembre de 2001), como tampoco lo fue en la guerra contra Irak (motivo invocado: un supuesto respaldo del presidente Saddam Hussein a los terroristas del 11 de septiembre y la preparación de armas de destrucción masiva que planeaba utilizar contra Estados Unidos), ni en Libia (supuesto bombardeo del ejército libio contra su propio pueblo), ni en Siria (dictadura del presidente Assad y de la secta de los alauitas). Y en ningún caso el derrocamiento de un gobierno ha puesto fin a la guerra. Todas esas guerras se mantienen hoy en día, sin importar la tendencia o el grado de sumisión de los dirigentes en el poder.
Las «primaveras árabes», si bien son fruto de una idea del MI6 que sigue el modelo de la «revuelta árabe» de 1916 y de las hazañas de Lawrence de Arabia, fueron incorporadas a la misma estrategia de Estados Unidos. Túnez se ha convertido en un país ingobernable. En Egipto, donde el ejército nacional logró recuperar el control de la situación, el país está tratando poco a poco de levantar cabeza. Libia se ha convertido en un campo de batalla, no desde que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó su resolución llamando a proteger la población libia sino después del asesinato de Muammar el-Kadhafi y la victoria de la OTAN.
Siria es un caso excepcional ya que el Estado nunca pasó a manos de la Hermandad Musulmana y que esta no ha logrado imponer el caos en todo el país. Pero numerosos grupos yihadistas, vinculados precisamente a esa cofradía, lograron controlar –y todavía controlan– partes del territorio nacional, instaurando en ellas el caos. Ni el califato del Emirato Islámico (Daesh), ni Idlib bajo al-Qaeda, constituyen Estados donde el islam pueda florecer. Son sólo zonas de terror sin escuelas ni hospitales.
Es probable que gracias a su pueblo, a su ejército y a sus aliados rusos, libaneses e iraníes, Siria logre escapar al destino que Washington había diseñado para ella. Pero el Medio Oriente ampliado seguirá siendo pasto del fuego hasta que los pueblos entiendan los planes de sus enemigos.
Ahora vemos como el mismo proceso de destrucción se inicia en el noroeste de Latinoamérica. Los medios de difusión occidentales hablan con desdén de los desórdenes en Venezuela, pero la guerra que así comienza no habrá de limitarse a ese país. Se extenderá a toda esa región, a pesar de que son muy diferentes las condiciones económicas y políticas de sus países.

Los límites del neoimperialismo estadounidense

A los estrategas estadounidenses les gusta comparar el poder de Estados Unidos al del Imperio romano. Pero los romanos aportaban seguridad y opulencia a los pueblos que conquistaban y los incorporaban a su imperio. El Imperio romano construía monumentos y racionalizaba las sociedades de esos pueblos. El neoimperialismo estadounidense no tiene intenciones de aportar nada, ni a los pueblos de los Estados estables, ni a los de los países incluidos en el “tanque” de recursos naturales. Lo que tiene previsto es extorsionar a los primeros y destruir los vínculos sociales en los que se sustenta la unión nacional de los segundos. Ni siquiera le interesa exterminar a estos últimos sino hacerlos sufrir para que el caos en el que viven convenza a los Estados estables de que para ir a buscar los recursos que necesitan tienen que contar con la protección de los ejércitos estadounidenses.
El proyecto imperialista consideraba hasta ahora que «no se puede hacer la tortilla sin romper huevos», o sea admitía que tiene que cometer masacres colaterales para extender su dominación. En lo adelante, lo que planifica son masacres generalizadas para imponer definitivamente su autoridad.
El neoimperialismo estadounidense implica que los demás Estados del G8 y sus aliados acepten que la «protección» de sus intereses en el extranjero quede en manos de los ejércitos de Estados Unidos. Ese condicionamiento no constituye un problema para la Unión Europea, ya sometida desde hace mucho a la voluntad del amo estadounidense, pero plantea una dura discusión con el Reino Unido y será imposible que Rusia y China la acepten.
Recordando su «relación especial» con Washington, Londres ya exigió participar como socio en el proyecto estadounidense para gobernar el mundo. Fue ese el sentido del viaje de Theresa May a Estados Unidos, en enero de 2017, pero quedó sin respuesta [10].
Es además inconcebible que los ejércitos de Estados Unidos garanticen la seguridad de las «rutas de la seda», como hoy lo hacen –junto a las fuerzas británicas– con las vías marítimas y aéreas que utiliza Occidente. Es también inimaginable que Rusia acepte ahora ponerse de rodillas, después de su exclusión del G8, debido a su implicacion en Siria y en Crimea.
Thierry Meyssan
[1] Shock and awe: achieving rapid dominance, Harlan K. Ullman y otros autores, ACT Center for Advanced Concepts and Technology, 1996.
[2] Full Spectrum Dominance. U.S. Power in Iraq and Beyond, Rahul Mahajan, Seven Stories Press, 2003.
[3] Network Centric Warfare: Developing and Leveraging Information Superiority, David S. Alberts, John J. Garstka y Frederick P. Stein, CCRP, 1999.
[4] Predator empire: drone warfare and full spectrum dominance, Ian G. R. Shaw, University of Minnesota Press, 2016.
[5] The Pentagon’s New Map, Thomas P. M. Barnett, Putnam Publishing Group, 2004.
[6] “State of the Union Address 1980”, por Jimmy Carter, Voltaire Network, 23 de enero de 1980.
[7] Algunos especialistas en el estudio del pensamiento de Leo Strauss lo interpretan de manera completamente diferente. Pero lo importante aquí no es lo que realmente pensaba ese filósofo sino lo que profesan quienes, con razón o sin ella, se dicen seguidores de su pensamiento en el Pentágono. Political Ideas of Leo Strauss, Shadia B. Drury, Palgrave Macmillan, 1988. Leo Strauss and the Politics of American Empire, Anne Norton, Yale University Press, 2005. Leo Strauss and the conservative movement in America: a critical appraisal, Paul Edward Gottfried, Cambridge University Press, 2011. Straussophobia: Defending Leo Strauss and Straussians Against Shadia Drury and Other Accusers, Peter Minowitz, Lexington Books, 2016.
[8] The Last Warrior: Andrew Marshall and the Shaping of Modern American Defense Strategy, Chapter 9, Andrew F. Krepinevich y Barry D. Watts, Basic Books, 2015.
[9] «The Clash of Civilizations?» y «The West Unique, Not Universal», Foreign Affairs, 1993 y 1996; The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, Samuel Huntington, Simon & Schuster, 1996.
[10] “Theresa May addresses US Republican leaders”, por Theresa May, Voltaire Network, 27 de enero de 2017.

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