De la gran Reforma, a la negociación de intereses (Primera Parte)
Escrito por Jenaro Villamil
La reforma constitucional a
telecomunicaciones y radiodifusión fue sobrevendida por sus impulsores
del Pacto por México como el “parteaguas” en la materia. No era para
menos. La iniciativa modifica los artículos 6, 7, 27, 28, 73, 78 y 94 de
la Constitución Política y, por primera vez, plantea una legislación
única para los dos grandes sectores dominados por intereses monopólicos.
Sin embargo, la reforma fue defendida
por sus redactores e impulsores como un “techo” y no como un piso, a
partir del cual era necesario mejorar, corregir e incorporar elementos
que fueron descartados o minimizados por los impulsores. Esos elementos
ignorados finalmente quedaron fuera, a pesar de un largo diálogo de
sordos en la sesión de la madrugada del 21 para el 22 de marzo en la
Cámara de Diputados.
Entre los elementos ignorados están: los derechos de las audiencias
y el compromiso de una legislación secundaria en la materia
(originalmente estaba en uno de los borradores del texto del artículo 6
Constitucional); la definición de medios públicos, así como los derechos
de las concesiones indígenas y comunitarias (simplemente se ignoraron o
minimizaron las figuras que no entran en el esquema de la competencia
del mercado); mecanismos de contrapeso institucional a las decisiones
que adoptará el nuevo regulador autónomo (IFETEL); compromisos puntuales
para mejorar los contenidos desde sus tres flancos principales:
publicidad, información y entretenimiento. Sólo de última hora se
incorporó una promesa para abrir los espacios a la producción
independiente, pero única y exclusivamente en los medios gubernamentales
que administrará el nuevo Sistema de Radio y Televisión.
Los avances son importantes y no pueden
ser ignorados. Ahí están los logros que incorpora la reforma
constitucional: la creación de un organismo autónomo que regulará la
industria de telecomunicaciones y de radio y televisión (el IFETEL);
elevar a rango constitucional el derecho de acceso a internet; prohibir la publicidad integrada
que durante años han negado tanto los concesionarios, los comentaristas
como los clientes políticos (especialmente, el PRI y Peña Nieto);
ordenar la partición accionaria en los llamados “agentes dominantes”
(con una clara dedicatoria hacia Telmex-Telcel); regular los mercados
convergentes de telefonía fija y móvil, televisión abierta y
restringida, internet y satélites; comprometer la licitación de dos
cadenas de televisión digital abierta (el plazo para la convocatoria se
prolongó de 120 a 180 días, a partir de la creación de IFETEL); así como
permitir la inversión extranjera directa hasta en un 100 por ciento en
telecomunicaciones y 49 por ciento en radio y televisión.
Justo el tema de la inversión hasta 100
por ciento en telefonía, satélites e internet fue uno de los puntos que
generó un mínimo debate a lo largo de la maratónica sesión. Las bancadas
del PRD, PRI y PAN defendieron esta apertura, mientras legisladores del
PT y del MC indicaron que esta apertura viola la soberanía y
desmintieron que en todos los países se permita una apertura hasta ese
porcentaje.
Sólo en radiodifusión, el dictamen
estableció un “candado de reciprocidad” para abrir la televisión y la
radio a una inversión de hasta 49 por ciento, siempre y cuando los
países de origen garanticen lo mismo. No se fijaron candados mínimos de
contenidos (como una cuota de acceso a producción nacional
independiente), y menos calidad y ética en la información que divulguen.
Las negociaciones cupulares
La sesión de la Cámara de Diputados
inició hasta las 20 horas del 21 de marzo, con siete horas de retraso.
Durante este lapso se especuló con la posibilidad de prolongar el debate
en el pleno hasta después del periodo vacacional de Semana Santa.
Las formas para presionar y negociar los
últimos cambios a la minuta fueron una demostración clara de que la
“gran reforma”, en realidad, se trató de un encuentro entre cúpulas:
cabilderos de las televisoras, especialmente de Grupo Televisa, para buscar candados a la gratuidad en el tema del must carry y del must offer; dirigentes
de los tres principales partidos firmantes del Pacto por México que
querían cumplir con el ordenamiento de sacar la reforma antes del 30 de
marzo; y un personaje singular del gobierno federal de Enrique Peña
Nieto que se convirtió en la “línea” de Los Pinos: el jefe de la Oficina
de la Presidencia, Aurelio Nuño.
Para muchos diputados fue ofensivo ver
que sus coordinadores negociaban con enviados del Consejo Rector del
Pacto por México (esa figura que se ha vuelto supralegislativa),
además de Aurelio Nuño, un joven de ascendente carrera política. Nuño
se inició como redactor de discursos de Enrique Peña Nieto, muy cercano a
Luis Videgaray, el virtual vicepresidente desde la Secretaría de
Hacienda, y ahora se volvió el vínculo entre las negociaciones de la
industria y de los legisladores.
Entre los temas que atoraban las negociaciones de última hora estaba precisamente el must carry y el must offer, así
como los reclamos de incorporar criterios que obligaran a los
monopolios de televisión (y no sólo a los de telefonía), así como
eliminar en el artículo 28 constitucional la obligación de que IFETEL
tuviera una “consulta previa, no vinculante” con el titular del
Ejecutivo. Este último punto era, en buena medida, la clave de la
autonomía del organismo y de la promesa peñista de sacar a la
presidencia de la República del reparto de concesiones en la industria.
En esta negociación también intervino el
titular de la SCT, Gerardo Ruiz Esparza, viejo lobo de mar del Grupo
Atlacomulco, ex funcionario cercano a Emilio Gamboa Patrón (en los
tiempos de éste como titular de la SCT con Carlos Salinas de Gortari).
Ruiz Esparza y Arturo Nuño convencieron a los negociadores que no se
podía excluir por completo al Ejecutivo federal. Eliminaron la consulta
directa con el presidente, para que ahora fuera con la SCT (parte del
Ejecutivo federal) y le agregaron el calificativo de “opinión técnica”.
En la discusión a puerta cerrada, se
rechazaron varias de las propuestas y observaciones de legisladores y
especialistas, incluyendo las que provinieron del Senado de la
República. Entre esos temas que quedaron al margen estuvieron el
“derecho de las audiencias”, los derechos de los comunicadores y
periodistas (como el secreto profesional), la definición de los medios
públicos, los plazos para negociar las nuevas licitaciones en
radiodifusión y el tema de la soberanía en relación con la inversión
hasta el 100 por ciento en satélites.
Las rondas de negociaciones estaban determinadas por los intereses económicos no por los derechos ciudadanos. “El temor a Slim”,
según confió uno de los testigos de esta ronda de negociaciones, fue
uno de los ánimos principales para ponerle todo tipo de candados a la
posibilidad de que el magnate de la telefonía pudiera competir en
televisión abierta y televisión restringida con su némesis, Grupo
Televisa.
“Era una negociación de cárteles”, opinó
otro observador. Se refería a cárteles económicos, aunque la guerra
entre ambos más bien parecía una disputa digna de los cárteles del
crimen organizado.
Slim les dio la vuelta ese mismo día con
una maniobra espectacular: el Comité Organizador Internacional de los
Juegos Olímpicos anunció que la exclusividad para los derechos de
transmisión de las Olimpiadas de Brasil y de las Olimpiadas de Invierno
de Rusia en 2016 y 2018, para todas las plataformas de contenidos en
América Latina (internet, radio, televisión, telefonía) se las ganó América Móvil, la firma controladora de Slim en todo el continente.
De golpe, Slim avanzó fuera del Congreso a competir en materia de distribución de contenidos con Televisa y TV Azteca. El anuncio fue un balde de agua fría.
El empresario les demostró que si le ponían candados legales y le
partían el monopolio, él tiene la fuerza (y el dinero) suficientes para
competir agresivamente en el terreno global de los contenidos. Sobre
todo, en el de las Olimpiadas, el evento que más interés genera para los
publicistas.
Continúa mañana
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