sábado, 5 de agosto de 2017

Las milicianas del Quinto Regimiento


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Las milicianas del Quinto Regimiento


Antolina Mata Díaz mira a un punto perdido. Tiene los labios finos, apretados. El cabello peinado hacia atrás. Su rostro surcado de arrugas. Es lavandera. Tiene 65 años. Francisca Gómez Cobo y Pilar González Andrés son sastras de 14. Matilde Landa, 32 años, es responsable de personal sanitario. También hay limpiadoras. Y cocineras y enfermeras y sirvientas y mecanógrafas y jornaleras y peluqueras y administrativas y matronas, intérpretes... Jóvenes, mayores, solteras, casadas, viudas, trabajadoras fuera del hogar y dentro de las casas.

Ninguna de ellas empuñó un fusil, pero todas fueron milicianas. “Ellas no fueron fotografiadas por Gerda Taro ni Robert Capa, sino por el fotógrafo del Quinto Regimiento sentadas en una silla en el patio. No solo había jóvenes sonrientes y valientes que empuñaban un arma como mostraban las fotografías que se publicaban”, explica el historiador José María García Márquez, que ha elaborado una muestra de las mujeres de este cuerpo militar de voluntarios de la II República creado tras la sublevación.

De las 26.736 fichas recogidas en el archivo, 513 corresponden a mujeres (1,92 por ciento). La mayoría procedía de Madrid y, sobre todo, de sus barrios más humildes. Los ingresos se produjeron desde el mismo 18 de julio. “El primero que hemos encontrado es el de la madrileña Emilia Cabello Pascual, de la que no poseemos fotografía ni los datos completos de su ficha y que, posiblemente, pueda tratarse de un error en su fecha”, sostiene García Márquez. El domingo 19 de julio y el lunes 20, otro pequeño grupo de seis mujeres se incorporaron al cuartel del antiguo convento salesiano, entre ellas la modista María Morales García, de 24 años, o la “fregachina” (como reza en su ficha) Victoria Quijorna, de 44.

“Contar con numerosas mujeres para el desempeño de múltiples tareas de organización e intendencia permitió a los mandos dotarse de una infraestructura muy superior a la que tuvieron otras unidades del Ejército Popular. Los trabajos de limpieza y lavado de ropa, la cocina, la costura y reparación de uniformes, el ropero del regimiento, etc. fueron siempre menos valorados y, sin embargo, muy importantes para la milicia. Limpiando cocinas y comedores, letrinas y oficinas, dejaron patente su generosa contribución a la lucha contra la sublevación. Y no solían ser sus rostros precisamente los que recogían las fotografías que se llevaban a la prensa”, insiste el historiador.

Áurea Carmona Nanclares era la única maestra nacional que consta. Ingresó en el batallón Thaelmann y fue destinada como enfermera al hospital de sangre de Rascafría. Murió en prisión en 1939 después de ser detenida y denunciada al finalizar la guerra. “En algunos casos -añade el historiador- la cualificación profesional de varias de ellas supuso una aportación decisiva a las necesidades de todo tipo que tuvo el Quinto Regimiento desde el primer momento. Por ejemplo, las taquimecanógrafas y mecanógrafas jugaron papeles muy valiosos como auxiliares y secretarias de los mandos, tanto en la comandancia general como en la organización administrativa de varios servicios”. Este fue el caso de Margarita de la Fuente, Pilar Muñoz Falcón, Carmen Capafons Gómez, Julia Díaz Caballero, Esperanza Gil Lozano y Luisa González Fernández.

En los servicios médicos y sanitarios también fue fundamental la participación de las mujeres, que, además de organizar, formaron a muchas auxiliares en un contexto en el que no cesaban de llegar heridos del frente: “Estas mujeres, a su vez, desempeñaron un reconocido papel en botiquines, pabellones y quirófanos, a veces en las inmediaciones de las líneas del frente con un riesgo indiscutible”, añade García Márquez. Destaca los nombres de seis jóvenes del Socorro Rojo Internacional: Agustina García Caamaño, María Luisa Gómez Redondas, Ana Lera Lillo, María Luisa López García, Margarita Martín Jiménez y Carmen Ortega Sampedro. Mercedes Gómez Otero, que también ayudaba en la enfermería, fue detenida en julio de 1939. Recorrió las cárceles del régimen en diferentes periodos durante 21 años hasta que obtuvo la libertad en 1961. “Posiblemente haya sido una de las mujeres que más tiempo haya estado en prisión durante la dictadura”, expone el historiador.

Sobre su afiliación política, García Márquez detalla los 146 casos en los que se especifica su militancia (un 28,46 por ciento frente al 66,75 por ciento de los hombres, como recoge el profesor Juan Andrés Blanco Rodríguez en El Quinto Regimiento en la política militar del PCE en la Guerra Civil (UNED, 1993). La mayoría de ellas -90- pertenecían a UGT. El resto militaban de forma repartida en el Partido Comunista, Juventudes Socialistas Unificadas, CNT, Mujeres Antifascistas, Partido Socialista, Izquierda Republicana y Federación Universitaria Escolar. “La milicia en el Quinto Regimiento llevó a muchas mujeres a consolidar su militancia e ideología y después de terminar la guerra siguieron luchando de forma ejemplar”, añade el historiador.

Un ejemplo: Encarnación Juárez Ortiz era modista y tenía 35 años cuando se integró en el batallón Garcés en Córdoba. Luego marchó a Jaén, donde vivía y donde fue detenida al terminar la guerra. Logró ocultar su paso por las milicias republicanas aunque no su destacada militancia en el PCE de Jaén desde enero de 1938. En el sumarísimo que se le instruyó -detalla García Márquez- fue considerada por la Secretaría de Orden Público como “peligrosísima” para la Causa Nacional y la sociedad y condenada a 20 años de prisión. Consiguió salir en libertad condicional en julio de 1943, pero tres años más tarde, por sus actividades clandestinas, fue detenida de nuevo y sometida a terribles interrogatorios que le provocaron un intento de suicidio. No salió de prisión hasta 1951.

Pilar Bueno Ibáñez, modista madrileña, ingresó en agosto en las filas del Quinto Regimiento con 26 años. Cuando terminó la guerra, pasó a formar parte del clandestino comité provincial del PCE en Madrid. Fue detenida y fusilada junto a otras doce jóvenes el 5 de agosto de 1939. Era la mayor de las Trece Rosas. “Es de justicia recuperar sus nombres y así poder testimoniar un pequeño pero necesario homenaje a su trabajo. Las milicianas son ellas también, no se olvide. Lo dejaron todo para luchar en el puesto que le encomendasen y en el destino que fuese, y hay que reconocerles esa valiente actitud”, concluye el historiador.
http://www.lamarea.com/2017/04/13/las-milicianas-no-fotografio-capa/

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