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Venezuela y Cuba: el error que cuesta la vida a la Revolución Kaos en la red
La
post-verdad de la burguesía propietaria mundial nos quiere vender la
plus-mentira en la idea reaccionaria de que la alternativa al
capitalismo es el post-capitalismo.
“En
una revolución se triunfa o se muere, si es verdadera” – ese apotegma
que brilla en la Carta de despedida del Ché a Fidel no habla de
glorificación al heroismo. Nos dice que cualquier revolución que intente
la superación de la sociedad clasista estará condenada a muerte por las
clases que sostienen el sistema. Y no importa si la toma del poder
político se ha dado mediante la lucha armada contra la clase burguesa
que detenta el capital y explota de manera inmisericorde a la clase
trabajadora, al pueblo, a la masa, a la mayoría popular o si se ha dado
mediante la lucha política a la que da margen la “democracia” burguesa.
La reacción de la burguesía y su oligarquía será la misma: aniquilar la
revolución popular. Impedir que la revolución desmantele el orden
clasista del estado, la economía y la sociedad.
“Toda
la historia de la humanidad hasta nuestros días, ha sido la historia de
la lucha de clases” – es lo que de manera irrebatible constata Marx y
constatamos todos hoy. Toda revolución que se plantee la superación de
la sociedad clasista está definiendo un paradigma que niega el summum de
esa sociedad: la negación del capitalismo.
La
sociedad clasista “moderna” se conforma sobre el fundamento del modo de
producción e intercambio capitalista. No es posible la superación de la
sociedad clasista sin la superación del modo de producción e
intercambio capitalista. La burguesía propietaria del capital y los
trabajadores/obreros poseedores de su fuerza de trabajo permanecen en
relaciones sociales antagónicas. Porque antagónicos son el capital y el
trabajo. No representan entre sí una contradicción dialéctica, porque no
son pares dialécticos, aptos en su interración socio-económica para una
síntesis cualitativa superior. No. Son pares antagónicos,
definitivamente irreconciliables.
El capital no ha
dejado de ser lo que siempre ha sido, la expresión de una relación
social. El propietario del capital necesita usar la fuerza de trabajo
para reproducirlo. Esa reproducción del capital tiene su origen en la
parte del valor del trabajo que el capitalista no retribuye al
trabajador. La relación social que lo permite es la del trabajo
asalariado. El capitalista se ha hecho del capital, mientras que el
trabajador no ha conseguido más que alquilar su fuerza de trabajo. La
parte de la sociedad que entra en posesión del capital no rebasa el
promedio histórico del 10%. Los últimos mil años y en especial los
recientes 200 años dan cuenta fehaciente de ello (T. Piketty). La
dinámica de concentración y acumulación de capital es centrífuga. El
capital se reproduce y acrecienta porque el precio de la mano de obra en
el mercado de trabajo es inversamente proporcional al valor del trabajo
que produce el trabajador. Mientras más valor produce el trabajador más
se acrecienta el capital que acapara el capitalista. Son proporciones
excluyentes por razón de la propiedad.
No existe capitalista, propietario de capital, que pueda escapar a la lógica de la reprodución ampliada del capital. Los
artesanos, la familia, pequeños comerciantes, los trabajadores a cuenta
propia no son propietarios de capital en el sentido capitalista. No se
alcanza en ese nivel de propiedad la reproducción ampliada de capital
porque por regla no se contrata y explota suficiente fuerza de trabajo
asalariada. Aquí tiene lugar la reproducción simple de capital. Son
formas de propiedad compatibles con el socialismo, con las relaciones sociales del modo de producción e intercambio socialista. Más allá de todo altruismo que pueda asistir al capitalista, este está obligado, recalco, obligado a explotar al trabajador asalariado,
si es que aspira a mantenerse dentro de la competencia capitalista. La
maximización de la ganancia, del lucro, es un imperativo del modo de
producción e intercambio capitalista. Esa maximización del lucro sólo
puede darse a expensas de reducir cada vez más, relativa o
absolutamente, el salario del trabajador. No hay otra opción. Todo
intento de los trabajadores por obtener mayor
participación del salario en las ganancias de los capitalistas plantea
un conflicto de intereses. La expresión de ese conflicto a nivel de la
sociedad es la lucha de clases.
La superación de
la sociedad clasista implica el establecimiento de un estado de derecho
totalmente contrario al estado burgués. El cambio cualitativo se da en la
igualdad de todos con respecto al capital y al trabajo. El estado de
derecho burgués declara en sus órdenes constitucionales la propiedad
privada sobre el capital como derecho sacrosanto. La felonía de tal
orden viene a reinvindicar la sociedad clasista. El poder fáctico, que
en última instancia es siempre el poder económico (F. Engels), estará,
dada la relación social dominante del trabajo asalariado en el modo de
producción, en manos de la clase devenida burguesa, la burguesía
propietaria. La subordinación a ese poder fáctico, institucionalizado
por el estado de derecho burgués, será de hecho obligada para la clase
trabajadora.
El error mortal de las revoluciones
populares ha radicado y radica en creer que la democracia es posible
bajo el estado de derecho burgués. “Aquellos que luchan
por el socialismo establezcan la democracia y el pueblo por sí sólo
caminará hacia el socialismo” – sugería Marx en clara alegoría al
imposible de la democracia en el capitalismo. Sobre lo que no dejan dudas los análisis posteriores de W. Streeck. De
ahí la máxima revolucionaria “Democracia o Capitalismo”. La
transformación del estado burgués capitalista es la condición sine qua
non.
Si el poder revolucionario no cambia
el carácter burgués del estado de derecho, la revolución será
mediatizada y vencida a mediano y largo plazo por la clase burguesa. Es
todo lo que nos enseña la historia de las revoluciones no-burguesas. La
Revolución Bolivariana no escapa de esta objetividad histórica, porque la sociedad venezolana es una sociedad clasista. Como lo son, con la específica excepción de la sociedad cubana, las sociedades latinoamericanas y caribeñas. Cuba,
sin embargo, permanece en el interregno gramsciano de un sistema que no
se sacude definitivamente el carácter capitalista del modo de
producción y no avanza hacia relaciones sociales de producción e intercambio plenamente socialistas i.
El reformismo economicista le abre las puertas en la Isla a la
formación de una pequeña y mediana burguesía propietaria, al tiempo que
la burocracia político-administrativa se convierte en estamento
dominante de la propiedad estatal sobre el gran capital. La
democratización de las relaciones sociales de producción e intercambio
pasan a segundo plano. El proceso de reversión capitalista se mantiene
latente y toma aliento.
El cambio del
carácter burgués del estado de derecho sólo es posible a través del
cambio del modo de producción e intercambio capitalista. Cuando se
habla, como se habla en el debate venezolano, de economía mixta, no se
escucha la idea-fuerza revolucionaria sobre el cambio radical – yendo a
las raíces – de las relaciones sociales de producción. Escuchamos (en O. Schemel et. al) el sofisma de la economía política burguesa de que la propiedad privada sobre el capital demuestra su superioridad sobre las formas de propiedad social del
capital. Ello, a pesar de que la propiedad privada en Venezuela está
demostrando su incapacidad para responder de manera eficiente y efectiva
a las necesidades de producción del país (P. Curcio). Todo lo
contrario. Son las nuevas formas de propiedad social del capital las que evidencian superioridad productiva. Es un movimiento incipiente de la economía social.
La
Constituyente abre el espacio político de un nuevo desencadenante
histórico, justo como lo expresa el Pdte. Nicolás Maduro M. Atenidos al
legado del pensamiento del Pdte. H. Chávez ese desencadenante no puede
ser otro que socialista. Tal legado es la comprensión y la convicción
que la alternativa ante la que está el Programa de la Revolución Bolivariana es el Socialismo.
En Venezuela la lucha de clases ha adquirido una intensidad dramática pero terminal, por el hecho de la profunda revolución social avanzada desde las fuerzas revolucionarias bolivarianas en el poder del estado. Hasta 1998 la lucha de clases se
daba en el “baño de maría” en el que la clase burguesa en posesión del
estado cocinaba el antagonismo de las contradicciones del modo de
explotación capitalista. La huída hacia adelante de la burguesía y la
oligarquía propietaria en pos de la multiplicación de sus ganancias ante la tendencia decreciente de las mismas llevó
al maridaje descarnado con la burguesía norteamerica. El Consenso de
Washington sobre la implantación del neoliberalismo despojó a la
burguesía venezolana de todo control sobre el país. Una burguesía que
nunca aspiró al título de “burguesía nacional” por su viciado carácter
de burguesía rentista-compradora (K. Marx), ahora
se convertía en burguesía mercenaria. El “Caracazo” que desvertebra
definitivamente la sociedad pone de relieve la arremetida que la clase
burguesa estará siempre dispuesta a acometer en defensa de sus
ambiciones clasistas. No dejan dudas sobre ello la violencia golpista
contra el poder revolucionario alcanzado legalmente bajo el propio orden
de la democracia burguesa. Es la burguesía quien desconoce dicho orden
cuando ha dejado de servirle. Las sangrientas arremetidas contra el
pueblo dirigidas a derrocar el Gobierno Bolivariano se repiten en 2014 y
ahora con inusitada saña en 2017. La Comuna de París duró apenas dos semanas ahogada en sangre por la burguesía francesa. Las
burguesías latinoamericanas dan fe de su bélico interés de clase. Será
siempre poca la memoria del golpe de estado sangriento de la burguesía y
la oligarquía chilena contra el Gobierno democrático del Pdte. Salvador
Allende y la bestial arremetida fascista contra la clase trabajadora y todo aquel que manifestara ideas progresistas.
Como la venezolana, la revolución allendista abogaba por la
transformación socialista democrática de la sociedad clasista chilena
con el mandato de las urnas.
Como contra la Revolución Cubana, que alcanzara el poder del estado por la vía armada contra el poder fáctico burgués criollo e internacional, los EEUU, principal propietario de la isla, arremeten hoy
contra la Revolución Bolivariana que alcanza el poder político mediante
los votos dentro del orden del estado de derecho burgués. Lo que ello
demuestra es que para el Imperialismo las vías no importan. Lo que importa es el objetivo de las revoluciones.
Ni I. Lula, ni los Kirchner se propusieron en tanto gobiernos
progresistas como objetivo el socialismo en Brasil y Argentina. Fueron
los procesos progresistas consentidos y hasta alabados por el orden
burgués internacional en contraposición a la Revolución Bolivariana. A
pesar de que la Revolución Bolivariana se ponía a la vanguardia de la
transformación y el desarrollo social en América Latina. Ello no
significó que esos gobiernos dejaran de estar en la mira de las
burguesías pro imperialistas. Hoy la oligarquía y la burguesía
propietaria brasileña retoma el poder mediante un golpe de estado al
Gobierno del Partido de los Trabajadores (PT). En Argentina la potente propaganda de los medios burgueses y la guerra sostenida contra el Gobierno de C. Kirchner le da el poder a la burguesía propietaria y a la oligarquía heredera de los gorilas y el neoliberalismo de ayer.
El neoliberalismo, desterrado de ambos países por gobiernos progresistas
que nunca se propusieron organizar al pueblo en lucha por el
socialismo, después del decenio negro, la década perdida para los
pueblos latinoamericanos, vuelve con fuerza insólita en Brasil y Argentina.
La mano de la oligarquía imperialista estadounidense ha sido bastón
indispensable en todo ello. Nada que sorprenda. Como conocemos S.
Bolivar definió meridianamente los intereses de la clase oligárquica imperialista del
estado norteamericano. “Los EEUU parecen destinados por la Providencia
para plagar la América de miseria en nombre de la libertad”. De ahí que
el revolucionario imprescindible que ha sido el Ché advirtiera que “en
el Imperialismo no se puede confiar ni tantito así”.
Con
el Imperialismo no hay otro diálogo que el de la determinación por
desterrar el capitalismo de Venezuela. Impedirlo es la motivación
clasista del poder estadounidense. La verdadera causa de la orden ejecutiva del Pdte B. Obama, renovada por D. Trump, que
declara a Venezuela “amenaza inusual y extraordinaria” es la amenaza
ideo-política del socialismo para el orden imperialista burgués del
estado, la economía y la sociedad norteamericana.
Nadie
en su sano juicio daría por cierto que Cuba con su revolución en 1959
constituía amenaza alguna para los EEUU. Un país subdesarrollado
económicamente de apenas 6 millones de habitantes entonces, sin riquezas
naturales y mucho menos petróleo, atrasado educacional y culturalmente,
con una sociedad eminentemente empobrecida y sin fuerza militar no
podía serlo. La perspectiva del socialismo en Cuba se convirtió en
“emergencia nacional” para el Imperialismo. La emancipación social era
un mal ejemplo para los países del patio trasero yanqui. Para la propia
sociedad norteamericana. El fantasma del comunismo a apenas 90 millas de
distancia. Había que impedirlo. Por más de 50 años hasta hoy dura el
bloqueo económico, financiero y comercial más virulento que haya o sufra
país alguno por parte de una super potencia como los EEUU.
La post-verdad de la burguesía propietaria mundial nos quiere vender la plus-mentira en la idea reaccionaria de que la alternativa al capitalismo es el post-capitalismo.
Una suerte de espacio vacío de contenido económico, social y político. A
esa narración ideológica se suman las izquierdas derechistas que
declaran el fin de la historia en el estilo del inefable
F. Fukuyama. No hay lucha de clases, a pesar que las clases
antagónicas, burguesías y trabajadores, subsisten. No hay derecha ni
izquierda, a pesar que la hegemonía de la propiedad privada del capital
constituye el paradigma económico-político que distingue la ideología
de toda derecha.
Ahora podemos
comprender la importancia de la Constituyente Económica en el nuevo
desencadenante histórico que abre la Constituyente legitimada
abrumadoramente por el pueblo venezolano. Cambiar el estado, según refrenda el Artículo
348 de la Constitución Bolivariana, para la Revolución significa
cambiar de raíz el carácter del estado burgués venezolano. La
Constitución Socialista que emane de la Constituyente vendrá a ser la
superación cualitativa de la Constitución Progresista de 1999.
La Constituyente Económica necesita partir del reconocimiento de que el
estado burgués se asienta sobre el fundamento de la hegemonía de la
propiedad privada sobre el capital. En Venezuela la clase burguesa
propietaria despojada del poder político del estado conserva el poder
económico. Productivo y financiero. El cambio de esa relación de poder
es vital para la Revolución Bolivaria.
Ante tal imperativo surge
el llamado a la “economía mixta” en el debate constituyente venezolano.
La clara expresión material del significante político de la
conciliación de clases. Un imposible científicamente demostrado e
históricamente corroborado. Lo que se nos está diciendo es que la
superación de la sociedad clasista no es bienvenida. O, aún peor, desde
el burdo revisionismo marxista, que ello sólo puede ser producto del
desarrollo tecnológico de las fuerzas productivas que llevarán, allá por
el infinito, a un mundo de super-abundancia de bienes accesibles para
todos sin excepción. Como si lo que nos está diciendo el capitalismo
sobre la destrucción ya hoy del ser humano y el medio-ambiente con el
desarrollo de sus fuerzas productivas fuera un cuento de camino. Ahí
está la bandera ideológica del progresimo en el pensamiento
socialdemócrata que sigue intentando la negación del imperativo
socialista. El espejismo de que con un poco de justicia social basta, y
ello se alcanza en la esfera de la distribución de la riqueza se hace
recurrente. Basta con mejorar dicha distribución y la sociedad encuentra
el caudal del progreso y la armonía for ever.
La falacia del pensamiento político burgués alza una y otra vez vuelo a
pesar de que la realidad objetiva la hace caer una y otra vez. El 1% de la población mundial acapara el 99% de las riquezas y los ideólogos de
la sociedad clasista nos toman por tontos. La concentración de los
ingresos y la riqueza permanece en su tendencia alcista no por causa del
estado, la economía y la sociedad clasista, sino por arte de magia.
“Después que conocemos cómo son las cosas, porqué volver atrás” – le
rebatía Marx al partido obrero alemán su programa socialdemócrata (Programa de Gotha).
El
debate constituyente tiene la oportunidad de decidir por la revolución
socialista. No como eslogán, sino como brújula de la transformación del
estado, la economía y la sociedad a través del cambio del modo de
producción e intercambio capitalista. Lo que es decir, mediante
transformación de las relaciones socio-económicas. Ello crea un nuevo paradigma cultural, humanista.
La
Constituyente Económica adquiere relevancia especial. El nuevo modelo
económico no puede ser otro que socialista. La economía social se impone
como el sistema alternativo a la economía privada. El modo de
producción e intercambio hegemoniza la propiedad socio-cooperativa
sobre el capital. Lo cual toca también el capital financiero del
sistema bancario. El paradigma de acumulación de capital pasa a ser
esencialmente social. Los cambios se dan y entrelazan en el corto, mediano y largo plazo ii.
La
Revolución Socialista Bolivariana no puede ser más que “creación
heroica” tal, como nos legó nuestro peruano José C. Mariátegui. La
práctica es el criterio marxiano de toda verdad.
Blog Roberto Cobas Avivar, https://robertocobasavivar.wordpress.com/
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