Las manifestaciones populares más grandes desde 1979, que movilizaron a
amplios sectores de la sociedad a principios de 2018 bajo la consigna
“Pan, trabajo, libertad”, habrían sido coordinadas, según el régimen,
por “los enemigos de Irán”. Esta tesis es defendida también por Nicolás
Maduro, quien denunció la injerencia de Israel y de Estados Unidos e
hizo “votos para que el pueblo y el gobierno de ese país hermano sigan
construyendo y afianzando su propio modelo soberano de país”. Fathi,
activista y refugiada kurda de Irán, rechaza esta lectura: “Me sorprende
cuando veo a los partidos de izquierda occidentales apoyando un Estado
como el iraní, tan asesino, tan autoritario”, dijo en conversación con
Brecha. Periodista y activista por los derechos de la mujer en el
Kurdistán iraní, Maryam Fathi hubo de emprender el camino del exilio
ante el riesgo de ser encarcelada. Desde 2011 vive como refugiada
política en el País Vasco, donde milita en la asociación vasco-kurda
Newroz. —¿Cuáles han sido los motivos de las protestas con que Irán recibió el nuevo año?
—Los problemas económicos fueron el detonante y, en concreto, el anuncio del actual presidente, Hasan Rouhani, en el parlamento iraní, de que su nuevo programa económico, su presupuesto, destina el 50 por ciento de los recursos a sostener las operaciones militares fuera de las fronteras de Irán. En las protestas la gente pedía que se olvidaran de Líbano, Siria y Yemen (donde son conducidas estas operaciones) y que pensara en Irán. Están expoliando al pueblo para mantener su actual política internacional. La solidaridad con los pueblos que sufren la guerra es algo diferente a oponerse al envío de fondos a grupos armados o al Estado sirio. Al mismo tiempo, las partidas para educación, por ejemplo, eran ridículas en Irán, incapaces de satisfacer las necesidades de la población.
El problema económico iraní es grande, grave: el 80 por ciento de la población se encuentra bajo el umbral de la pobreza. Una de las políticas empleadas por el régimen para perpetuarse en el poder ha consistido en empobrecer a la población. En su opinión, una población hambrienta y preocupada por sus necesidades materiales inmediatas no puede ocuparse de asuntos políticos. Pero, obviamente, no se pueden separar política y economía, más teniendo en cuenta la importancia que el Estado persa concede a esta última. Son muchos los años que Irán lleva aguantando el aislamiento; teniendo dificultades para vender su petróleo y su gas; teniendo problemas políticos con la Unión Europea y Estados Unidos, que han llevado a la firma del acuerdo en materia nuclear, acuerdo que no puede resolver décadas de problemas económicos. Irán tiene un gobierno teocrático radical, portador de una ideología como la del Estado Islámico; no hay esperanza de cambio con un gobierno así. Las protestas se dan porque la gente no la tiene. Los jóvenes no pueden escuchar música en la calle. La gente está triste, la gente tiene hambre. No hay libertad alguna.
—¿Qué diferencia guardan estas protestas con las de 2009?
—Hay diferentes análisis sobre las últimas protestas en Irán. Desde Europa, desde el exilio, se piensa que están orquestadas desde fuera, por Estados Unidos o Arabia Saudita. Por otro lado, los reformistas y los conservadores se acusan mutuamente. Pero en realidad estas protestas comenzaron en la ciudad de Mashad, símbolo del nacionalismo persa. Un lugar donde el ex presidente Majmud Ajmadineyad tiene muchos simpatizantes y quién sabe si tuvieron parte en el comienzo de las protestas. Lo que está claro es que a las pocas horas de su inicio la gente se levantó en otras ciudades y pequeños pueblos donde no había habido ninguna manifestación desde la revolución de 1979. Ni reformistas ni conservadores esperaban que la revuelta se extendiera con tanta rapidez y en tantos lugares de Irán. Tampoco podían imaginar la masiva presencia de jóvenes y mujeres, de la clase trabajadora, en primera línea. Desde la caída del sha, repito, no se habían dado protestas tan grandes, y menos aun en los cuatro puntos cardinales de Irán: Baluchistán, Kurdistán, las tierras de azeríes y árabes, Teherán…
La diferencia con las protestas de hace nueve años es que entonces fueron lideradas por el ala progresista del régimen y sólo se dieron en el centro de Irán, en Teherán; no llegaron a otras comunidades.
Nacieron, por otro lado, de las diferencias políticas entre los dos sectores del régimen. Las recientes son una erupción que estaba larvada, que se venía gestando y que tiene entre sus destinatarios tanto a los conservadores como a los reformistas, quienes en 2009 consiguieron apagar el descontento con la promesa de nuevas leyes y llevar a la población a las elecciones, a votar, otra vez más, al mismo Estado, la misma ideología. Si hoy en día hubiese un referéndum en Irán, los líderes ultrarreligiosos –teócratas– actuales no ganarían. Sobreviven gracias a la represión, las ejecuciones, las torturas, la cárcel, al empobrecimiento de la sociedad, a sus intervenciones en otros estados de Oriente Medio.
Son bastantes los lugares de la región donde se está dando un cambio político radical. Hasta la fecha, Irán ha conseguido mantenerse alejado de él, gracias, entre otros factores, a su política internacional que ha causado tantos y tan graves problemas, por ejemplo en Siria y Yemen, y que desvía la atención internacional de cuanto sucede en el interior de Irán.
—¿Cuáles son los intereses del Estado iraní en Siria?
—Por un lado está la política de bloques, con Siria, Rusia, China e Irán de una banda, y Arabia Saudita, Estados Unidos, Israel y Turquía, de otra. Por otro, está el deseo de Irán de llegar al Mediterráneo: su idea es crear una suerte de corredor chiita, una media luna chiita, a través de Siria e Irak, respaldado por sus simpatizantes. Es también una forma de acercarse a Líbano e Israel. Por eso a Irán le interesa tener buenas relaciones con el Estado sirio.
—¿El hecho nacional es otro factor a tener en cuenta? Los persas no son mayoría en Irán.
—El 60 por ciento de la población iraní está compuesto por balochis, kurdos, árabes, azeríes (N de R: o azerbaiyanos), turcos, turcomanos. Los persas ocupan la parte central del territorio. Irán es un Estado-nación teocrático que sólo respeta la cultura persa y la religión islámica chiita. Las protestas comenzaron en lugares significativos para la conducción del Estado –Mashad, Isfahán (capital cultural de Irán), Qom (centro espiritual del que han salido todos los líderes del régimen)–, lo cual muestra la gravedad de la circunstancia, la crisis ideológica que se vive en el seno del poder. Vista la situación en el corazón del Estado, los pueblos comprendidos en el Estado iraní aprovecharon el momento y también salieron a la calle; de hecho, la mayoría de las muertes se han producido en esta periferia: sólo en la pequeña ciudad kurda de Kermanshah, por ejemplo, hubo siete muertos en las protestas.
—Una veintena de muertos, miles de detenidos, ¿cuál es ahora la situación?, ¿qué perspectivas hay?
—El régimen, primero, suspendió todas las comunicaciones telemáticas, cortó Internet. Son años en los que aplicaciones como Instagram o Telegram juegan un papel importante para las movilizaciones, ya que no hay ningún medio de comunicación que no esté bajo la tutela del Estado. No hay partidos de oposición. No hay alternativa. Internet es fundamental para el intercambio de opiniones, de informaciones, para formar grupos. Es algo bien sabido por los líderes iraníes, que además de cortar Internet suspendieron grupos de Instagram como Ahmed News, que tenía un millón de seguidores.
Lo siguiente fue militarizar las ciudades. Veintiún muertos en tan pocos días no es cualquier cosa. Si la protesta interna continúa, habrá muchos más muertos, porque el gobierno es capaz de masacrar a la población. Un gobierno que realiza ejecuciones públicas es un gobierno genocida en potencia. Sólo en 2016, según datos gubernamentales, ejecutaron a más de mil presos políticos y sociales.
—¿Cómo se ve desde la disidencia el apoyo que parte de la izquierda internacional (como en Argentina o Venezuela, por ejemplo) ha dado al régimen iraní cuando éste se ve envuelto en problemas? ¿Qué se piensa del argumento que atribuye la contestación interna a la injerencia de potencias extranjeras?
—Los que hemos vivido casi toda nuestra existencia en Irán y conocemos al régimen sabemos que la izquierda clásica, tradicional, está equivocada. El gobierno de Irán no es anticapitalista ni antimperialista. No hay más que ver la entente que forma con una potencia imperialista como Rusia. La izquierda a la que me refiero lleva mucho tiempo engañada por el gobierno de Irán. Pensar que Estados Unidos y Arabia Saudita están detrás de protestas tan grandes –realizadas en más de 90 ciudades diferentes y en pueblos tan pequeños que ni siquiera los líderes iraníes podían sospechar que sus habitantes salieran a protestar– es una equivocación. Miles de personas estaban en la calle; de creer en la intervención extranjera habría que admitir que tienen controlado Irán. Que después de 40 años de silencio, tanta gente, de tantos lugares, de tantas identidades, salga a la calle desmiente esa idea.
Por otro lado, en Oriente Medio se está dando un cambio que también alcanzará a Irán. Los kurdos sabemos muy bien que las potencias extranjeras tienen sus intereses, que la guerra es una herramienta para realizar sus políticas en Oriente Medio. Pensar que si la guerra llegase a Irán su población ya no tendría que seguir aguantando el hambre, la humillación, la injusticia, la violación de los derechos humanos, la represión, es una equivocación. Por otro lado, apoyar a un Estado como el iraní es tanto como apoyar a Estados Unidos. Los estados implicados en la guerra de la región, los miembros de la coalición internacional, no van a llevar la democracia a Irán. El pueblo iraní lo sabe y, además, no quiere seguir permitiendo las políticas internas del régimen. Contra un sistema dictatorial hay que luchar, pero hay que tener cuidado con los intereses de los estados capitalistas en un lugar con tantas reservas de hidrocarburos y con un papel geoestratégico tan importante, como el de Irán.
—Pareciera que la memoria colectiva de parte de la izquierda se congeló con la caída del sha, y que olvidó tanto la contrarrevolución islámica como la ejecución de más de 30 mil militantes de izquierda en 1988, al finalizar la larga guerra contra Irak…
—La revolución que derrocó al sha Mohammad Reza Pahleví en 1979 fue encabezada por los comunistas (Tudeh) y otros partidos de izquierda, como Pmoi (Organización de los Muyahidines del Pueblo de Irán) y Fedayín. Quienes hemos nacido y crecido en Irán sabemos que aquella revolución fue secuestrada por los fundamentalistas religiosos, un hecho en el que Francia y Gran Bretaña tuvieron mucho que ver. No olvidemos, por ejemplo, que Jomeini vivía en Francia. Dada la contrarrevolución, la izquierda protestó: una república islámica no era aquello por lo que habían luchado. La mayoría de los militantes de izquierda fueron ejecutados, y quienes pudieron (como los kurdos, muy activos entonces en las políticas del Tudeh) escaparon a las montañas o al exilio. Yo nací después de estos hechos, y los he conocido, en gran parte, gracias a la lectura. A los nacidos después de 1980 nos llaman “la generación quemada”: porque nacimos bajo un régimen teocrático, tan represor que no deja que la vida florezca; son generaciones sin futuro. Es lo que le sucedió a la gente de izquierda: entraban a las ciudades de Kurdistán (y de todo Irán), sacaban a los varones de sus casas y en la misma puerta los asesinaban. También los mataban en las cárceles de Teherán, Isfahán… Fue una masacre. El régimen no permite la disidencia. Los kurdos no tenemos representación alguna; no tenemos oposición. Hay kurdos en instancias gubernamentales, kurdos que están a favor del gobierno. Lo mismo sucede con las mujeres: Irán es la cárcel de mujeres más grande del mundo. El presidente Hasan Rouhani pertenece al ala de los reformadores, más abierta, supuestamente, que la otra. Pero en su gabinete no ha habido ninguna mujer, no hay ministras; porque las mujeres tampoco pueden ser jueces, no pueden llegar a la presidencia… Me sorprende cuando veo a los partidos de izquierda occidentales apoyando a un Estado así, tan asesino, tan autoritario. Irán tiene problemas con los pueblos y naciones, con las minorías religiosas y las mujeres, con los jóvenes.
—¿Hay por dónde atisbar una solución, una salida, la construcción de una alternativa en Irán?
—La unidad entre los pueblos, conseguir autonomías democráticas, son factores importantes. El 11 de enero el Parlamento Europeo acogió una reunión de representantes de diferentes pueblos de Irán y diputados de izquierda de Europa. El Partido por la Vida Libre en Kurdistán, Pjak, propuso allí el confederalismo democrático como salida, como elemento para el trabajo común. Se está trabajando para formar una confederación democrática de pueblos de Irán; aunque sea en el exilio. De momento la idea es llevar la iniciativa a Irán, organizar al pueblo, sensibilizarlo respecto de estas propuestas, que puedan favorecer la aparición de autogobiernos. Hay que promover la organización para acompañar nuevas protestas o para hacer frente a problemas que puedan venir. Sabemos que no podemos esperar apoyo externo ni un cambio de Teherán: no nos van a traer democracia, sólo más problemas.
Fuente: http://brecha.com.uy/engano-del-gobierno-iran/
—Los problemas económicos fueron el detonante y, en concreto, el anuncio del actual presidente, Hasan Rouhani, en el parlamento iraní, de que su nuevo programa económico, su presupuesto, destina el 50 por ciento de los recursos a sostener las operaciones militares fuera de las fronteras de Irán. En las protestas la gente pedía que se olvidaran de Líbano, Siria y Yemen (donde son conducidas estas operaciones) y que pensara en Irán. Están expoliando al pueblo para mantener su actual política internacional. La solidaridad con los pueblos que sufren la guerra es algo diferente a oponerse al envío de fondos a grupos armados o al Estado sirio. Al mismo tiempo, las partidas para educación, por ejemplo, eran ridículas en Irán, incapaces de satisfacer las necesidades de la población.
El problema económico iraní es grande, grave: el 80 por ciento de la población se encuentra bajo el umbral de la pobreza. Una de las políticas empleadas por el régimen para perpetuarse en el poder ha consistido en empobrecer a la población. En su opinión, una población hambrienta y preocupada por sus necesidades materiales inmediatas no puede ocuparse de asuntos políticos. Pero, obviamente, no se pueden separar política y economía, más teniendo en cuenta la importancia que el Estado persa concede a esta última. Son muchos los años que Irán lleva aguantando el aislamiento; teniendo dificultades para vender su petróleo y su gas; teniendo problemas políticos con la Unión Europea y Estados Unidos, que han llevado a la firma del acuerdo en materia nuclear, acuerdo que no puede resolver décadas de problemas económicos. Irán tiene un gobierno teocrático radical, portador de una ideología como la del Estado Islámico; no hay esperanza de cambio con un gobierno así. Las protestas se dan porque la gente no la tiene. Los jóvenes no pueden escuchar música en la calle. La gente está triste, la gente tiene hambre. No hay libertad alguna.
—¿Qué diferencia guardan estas protestas con las de 2009?
—Hay diferentes análisis sobre las últimas protestas en Irán. Desde Europa, desde el exilio, se piensa que están orquestadas desde fuera, por Estados Unidos o Arabia Saudita. Por otro lado, los reformistas y los conservadores se acusan mutuamente. Pero en realidad estas protestas comenzaron en la ciudad de Mashad, símbolo del nacionalismo persa. Un lugar donde el ex presidente Majmud Ajmadineyad tiene muchos simpatizantes y quién sabe si tuvieron parte en el comienzo de las protestas. Lo que está claro es que a las pocas horas de su inicio la gente se levantó en otras ciudades y pequeños pueblos donde no había habido ninguna manifestación desde la revolución de 1979. Ni reformistas ni conservadores esperaban que la revuelta se extendiera con tanta rapidez y en tantos lugares de Irán. Tampoco podían imaginar la masiva presencia de jóvenes y mujeres, de la clase trabajadora, en primera línea. Desde la caída del sha, repito, no se habían dado protestas tan grandes, y menos aun en los cuatro puntos cardinales de Irán: Baluchistán, Kurdistán, las tierras de azeríes y árabes, Teherán…
La diferencia con las protestas de hace nueve años es que entonces fueron lideradas por el ala progresista del régimen y sólo se dieron en el centro de Irán, en Teherán; no llegaron a otras comunidades.
Nacieron, por otro lado, de las diferencias políticas entre los dos sectores del régimen. Las recientes son una erupción que estaba larvada, que se venía gestando y que tiene entre sus destinatarios tanto a los conservadores como a los reformistas, quienes en 2009 consiguieron apagar el descontento con la promesa de nuevas leyes y llevar a la población a las elecciones, a votar, otra vez más, al mismo Estado, la misma ideología. Si hoy en día hubiese un referéndum en Irán, los líderes ultrarreligiosos –teócratas– actuales no ganarían. Sobreviven gracias a la represión, las ejecuciones, las torturas, la cárcel, al empobrecimiento de la sociedad, a sus intervenciones en otros estados de Oriente Medio.
Son bastantes los lugares de la región donde se está dando un cambio político radical. Hasta la fecha, Irán ha conseguido mantenerse alejado de él, gracias, entre otros factores, a su política internacional que ha causado tantos y tan graves problemas, por ejemplo en Siria y Yemen, y que desvía la atención internacional de cuanto sucede en el interior de Irán.
—¿Cuáles son los intereses del Estado iraní en Siria?
—Por un lado está la política de bloques, con Siria, Rusia, China e Irán de una banda, y Arabia Saudita, Estados Unidos, Israel y Turquía, de otra. Por otro, está el deseo de Irán de llegar al Mediterráneo: su idea es crear una suerte de corredor chiita, una media luna chiita, a través de Siria e Irak, respaldado por sus simpatizantes. Es también una forma de acercarse a Líbano e Israel. Por eso a Irán le interesa tener buenas relaciones con el Estado sirio.
—¿El hecho nacional es otro factor a tener en cuenta? Los persas no son mayoría en Irán.
—El 60 por ciento de la población iraní está compuesto por balochis, kurdos, árabes, azeríes (N de R: o azerbaiyanos), turcos, turcomanos. Los persas ocupan la parte central del territorio. Irán es un Estado-nación teocrático que sólo respeta la cultura persa y la religión islámica chiita. Las protestas comenzaron en lugares significativos para la conducción del Estado –Mashad, Isfahán (capital cultural de Irán), Qom (centro espiritual del que han salido todos los líderes del régimen)–, lo cual muestra la gravedad de la circunstancia, la crisis ideológica que se vive en el seno del poder. Vista la situación en el corazón del Estado, los pueblos comprendidos en el Estado iraní aprovecharon el momento y también salieron a la calle; de hecho, la mayoría de las muertes se han producido en esta periferia: sólo en la pequeña ciudad kurda de Kermanshah, por ejemplo, hubo siete muertos en las protestas.
—Una veintena de muertos, miles de detenidos, ¿cuál es ahora la situación?, ¿qué perspectivas hay?
—El régimen, primero, suspendió todas las comunicaciones telemáticas, cortó Internet. Son años en los que aplicaciones como Instagram o Telegram juegan un papel importante para las movilizaciones, ya que no hay ningún medio de comunicación que no esté bajo la tutela del Estado. No hay partidos de oposición. No hay alternativa. Internet es fundamental para el intercambio de opiniones, de informaciones, para formar grupos. Es algo bien sabido por los líderes iraníes, que además de cortar Internet suspendieron grupos de Instagram como Ahmed News, que tenía un millón de seguidores.
Lo siguiente fue militarizar las ciudades. Veintiún muertos en tan pocos días no es cualquier cosa. Si la protesta interna continúa, habrá muchos más muertos, porque el gobierno es capaz de masacrar a la población. Un gobierno que realiza ejecuciones públicas es un gobierno genocida en potencia. Sólo en 2016, según datos gubernamentales, ejecutaron a más de mil presos políticos y sociales.
—¿Cómo se ve desde la disidencia el apoyo que parte de la izquierda internacional (como en Argentina o Venezuela, por ejemplo) ha dado al régimen iraní cuando éste se ve envuelto en problemas? ¿Qué se piensa del argumento que atribuye la contestación interna a la injerencia de potencias extranjeras?
—Los que hemos vivido casi toda nuestra existencia en Irán y conocemos al régimen sabemos que la izquierda clásica, tradicional, está equivocada. El gobierno de Irán no es anticapitalista ni antimperialista. No hay más que ver la entente que forma con una potencia imperialista como Rusia. La izquierda a la que me refiero lleva mucho tiempo engañada por el gobierno de Irán. Pensar que Estados Unidos y Arabia Saudita están detrás de protestas tan grandes –realizadas en más de 90 ciudades diferentes y en pueblos tan pequeños que ni siquiera los líderes iraníes podían sospechar que sus habitantes salieran a protestar– es una equivocación. Miles de personas estaban en la calle; de creer en la intervención extranjera habría que admitir que tienen controlado Irán. Que después de 40 años de silencio, tanta gente, de tantos lugares, de tantas identidades, salga a la calle desmiente esa idea.
Por otro lado, en Oriente Medio se está dando un cambio que también alcanzará a Irán. Los kurdos sabemos muy bien que las potencias extranjeras tienen sus intereses, que la guerra es una herramienta para realizar sus políticas en Oriente Medio. Pensar que si la guerra llegase a Irán su población ya no tendría que seguir aguantando el hambre, la humillación, la injusticia, la violación de los derechos humanos, la represión, es una equivocación. Por otro lado, apoyar a un Estado como el iraní es tanto como apoyar a Estados Unidos. Los estados implicados en la guerra de la región, los miembros de la coalición internacional, no van a llevar la democracia a Irán. El pueblo iraní lo sabe y, además, no quiere seguir permitiendo las políticas internas del régimen. Contra un sistema dictatorial hay que luchar, pero hay que tener cuidado con los intereses de los estados capitalistas en un lugar con tantas reservas de hidrocarburos y con un papel geoestratégico tan importante, como el de Irán.
—Pareciera que la memoria colectiva de parte de la izquierda se congeló con la caída del sha, y que olvidó tanto la contrarrevolución islámica como la ejecución de más de 30 mil militantes de izquierda en 1988, al finalizar la larga guerra contra Irak…
—La revolución que derrocó al sha Mohammad Reza Pahleví en 1979 fue encabezada por los comunistas (Tudeh) y otros partidos de izquierda, como Pmoi (Organización de los Muyahidines del Pueblo de Irán) y Fedayín. Quienes hemos nacido y crecido en Irán sabemos que aquella revolución fue secuestrada por los fundamentalistas religiosos, un hecho en el que Francia y Gran Bretaña tuvieron mucho que ver. No olvidemos, por ejemplo, que Jomeini vivía en Francia. Dada la contrarrevolución, la izquierda protestó: una república islámica no era aquello por lo que habían luchado. La mayoría de los militantes de izquierda fueron ejecutados, y quienes pudieron (como los kurdos, muy activos entonces en las políticas del Tudeh) escaparon a las montañas o al exilio. Yo nací después de estos hechos, y los he conocido, en gran parte, gracias a la lectura. A los nacidos después de 1980 nos llaman “la generación quemada”: porque nacimos bajo un régimen teocrático, tan represor que no deja que la vida florezca; son generaciones sin futuro. Es lo que le sucedió a la gente de izquierda: entraban a las ciudades de Kurdistán (y de todo Irán), sacaban a los varones de sus casas y en la misma puerta los asesinaban. También los mataban en las cárceles de Teherán, Isfahán… Fue una masacre. El régimen no permite la disidencia. Los kurdos no tenemos representación alguna; no tenemos oposición. Hay kurdos en instancias gubernamentales, kurdos que están a favor del gobierno. Lo mismo sucede con las mujeres: Irán es la cárcel de mujeres más grande del mundo. El presidente Hasan Rouhani pertenece al ala de los reformadores, más abierta, supuestamente, que la otra. Pero en su gabinete no ha habido ninguna mujer, no hay ministras; porque las mujeres tampoco pueden ser jueces, no pueden llegar a la presidencia… Me sorprende cuando veo a los partidos de izquierda occidentales apoyando a un Estado así, tan asesino, tan autoritario. Irán tiene problemas con los pueblos y naciones, con las minorías religiosas y las mujeres, con los jóvenes.
—¿Hay por dónde atisbar una solución, una salida, la construcción de una alternativa en Irán?
—La unidad entre los pueblos, conseguir autonomías democráticas, son factores importantes. El 11 de enero el Parlamento Europeo acogió una reunión de representantes de diferentes pueblos de Irán y diputados de izquierda de Europa. El Partido por la Vida Libre en Kurdistán, Pjak, propuso allí el confederalismo democrático como salida, como elemento para el trabajo común. Se está trabajando para formar una confederación democrática de pueblos de Irán; aunque sea en el exilio. De momento la idea es llevar la iniciativa a Irán, organizar al pueblo, sensibilizarlo respecto de estas propuestas, que puedan favorecer la aparición de autogobiernos. Hay que promover la organización para acompañar nuevas protestas o para hacer frente a problemas que puedan venir. Sabemos que no podemos esperar apoyo externo ni un cambio de Teherán: no nos van a traer democracia, sólo más problemas.
Fuente: http://brecha.com.uy/engano-del-gobierno-iran/
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