lunes, 29 de enero de 2018

¿Se puede o no se puede ser idealista?



Desde mi ingenuidad, pienso que un político debe ser, sobre todo y en sentido moral, un hombre de ideales. Pero de ideales de alcance colectivo, de progreso para los demás ciudadanos de este país al que quieren gobernar.
¿SE  PUEDE  O  NO  SE  PUEDE
SER  IDEALISTA?
Por Manuel José Arce
(De la serie “Nuestra Generación Maldita)
Ya que estamos en vísperas de campaña electoral (de la hora, pues de la campaña,  a decir verdad, empezó desde hace rato), se me da la onda de ponerme a hablar de cosas que muchos juzgarán pasadas de moda y producto de mi ingenuidad en materia política.
Quizá tengan razón. Quién sabe.
Desde mi ingenuidad, pienso que un político debe ser, sobre todo y en sentido moral, un hombre de ideales. Pero de ideales de alcance colectivo, de progreso para los demás ciudadanos de este país al que quieren gobernar.
Hablo, pues, de idealismo en el sentido moral, no en el filosófico, que es cosa muy distinta: he visto cada troglodita que se apega a filosofías idealistas para ser de esos de los que la gente dice: “Tan materialote el desgraciado”, puesto que, mientras pone a toda la gente a esperar milagros que tengan como soluciones venidas del cielo para todos sus problemas, mientras él, el materialistote, no piensa sino en sacarles el jugo a sus semejantes para acumular más cabezas. Y claro que al zamarro este tiene sus ideales: $, más $ y solo $.
Y conozco también materialistas, en el sentido filosófico, que en el sentido moral son idealistas. Estos, por muy materialistas que sean, no acumulan riquezas “materiales”, viven pobremente, y cultivan el idea de que la felicidad no es un privilegio sino una manera de vivir de toda la humanidad. Son materialistas por su manera de concebir la realidad, por su manera científica de encontrar soluciones para los problemas de la realidad.
Pero no era de estos ideales ni de aquellos idealismos contrapuestos de lo que quiero platicar, sino solamente del fatalismo moral que parece haber sido desechado por la mayoría de nuestros políticos como un estorbo de conciencia.
Cuando en política se habla de alguien que tiene “ideales” la gente pareciera entender que de quien se está hablando es del más baboso de los babosos.
Nuestra política, carente de la sanción moral social, ha degenerado hasta el punto de erigir en valores los antivalores, transformar en virtudes los vicios y en cualidades los defectos.
Se dice: “¿Quién? ¿Fulano? Ese no sirve: es un orador, tiene muchos ideales, tiene demasiados escrúpulos, es un apóstol, es un convencido, etc., etc.”. O bien: “No, lo que es Mengano, ese no sirve: es exclusivamente honrado.
Ya se pusieron a pensar cómo podríamos darle apoyo si es baboso, no dejaría hacer negocios, qué esperanza que aguante en el gobierno dos meses si no deja hueviar, hay que ser realista, hay que poner los pies en la tierra, aquél es demasiado honrado y así no se va a ninguna parte. “¿Perencejo?” Más pior, ese es muy blando, cree que la gente se le puede convencer con palabritas. Aquí el único idioma es el de los mameyazos.
Y el resultado de esta manera de pensar, de esta cadena de prejuicios, de este cinismo generalizado lo tenemos a la vista: política de pandillas, maniobras a espalda del pueblo “soberano”, burla continua de la verdadera esencia de la palabra “democracia”, descontento general y empeoramiento constante de la situación del país sin vías de solución posible, encasillamiento de cada quien en sus propios e inmediatos intereses y los de su camarilla.
La violencia es un árbol que tiene raíces más hondas de lo que pesamos.
USA.


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