El concepto “guerra cultural global” está tomado de Manuel Arias Maldonado, citado en un artículo de Aloma Rodríguez.
Resulta interesante el planteo de Masha Gessen, miembro de la redacción de New Yorker, quien se refiere a una “sobrerreacción” de las mujeres y cita a la antropóloga Gayle Rubin y su ensayo de 1984 “Thinking Sex” quien habla de una “destrucción inimaginable” cuando “las personas se vuelven peligrosamente locas por la sexualidad”. ¿Es que la historia de la mujer definitivamente está marcada por el abuso sexual, que hasta la fecha había sido silenciado por la mayoría? ¿La ola global arrastra hacia el fundamentalismo feminista?
Fue necesario el glamour de Hollywood con actrices que se calzaron la camiseta de “defensoras del género” o “feministas” que alzaron la voz en nombre de todas las mujeres del mundo, para que se oyera un reclamo y se marcara un antes y un después. Un tiempo nuevo. ¿No es esto antipático, acaso, ubicar a Hollywood como la meca en la construcción de un “basta, hombres violentos y abusadores”, su tiempo terminó? Si bien la noble y esencial tarea de Oprah Winfrey hizo retumbar la voz de las víctimas de abuso, no es menos cierto que se trata de un evento de celebridades, lejos del común, que pasó a convertirse en popular solo porque se trata de una mujer de color que saltó de la pobreza al éxito rotundo, una mujer símbolo imposible de cuestionar. Se convirtió en “autoridad” en la materia y en representante global de un necesario feminismo que ponga fin al pesado pasado de las mujeres que hoy se atreven a hablar. Todas hoy expresan “antes no se podía” por lo que ahora no hay programa de tv o conversación en las redes que no toquen el tema, además de estar esparcido en todos los diarios del mundo.
¿Hizo falta una alfombra roja donde pasearon Christian Dior, Giorgio Armani y otras marcas de renombre, inaccesibles para el común de las mujeres, para “oficializar” el abuso sexual y el maltrato al que fueron sometidas históricamente las mujeres? La mediatización del problema a escalas internacionales fue la forma de comenzar a destapar la olla de los hombres que se aprovecharon en distintas circunstancias de sus víctimas. Importó más el show mediático que las invisibilizadas mujeres musulmanas, africanas, asiáticas o las mexicanas. Esto de que la historia la cuentan los ganadores atravesó lo social: mujeres triunfadoras que contaron sus miserias son las que hicieron valer mínimamente la alarmante situación de sometimiento de otras mujeres a las que les sobran los dólares, pero les han robado la inocencia. Aquellas que son anónimas y viven bajo la tutela de un hombre, con sus rostros cubiertos y soportando el dominio masculino desigual, esas no tienen voz ni pueden sentirse identificadas con el relato hollywoodense del que no dejo de sentirme orgullosa, al cual puedo remitirme con admiración por representar al feminismo y a quienes lograron escalar socialmente pese “a”; pero que en realidad está lejos de la realidad de cualquiera de nosotras, que, como yo, solo somos comunes ciudadanas de un país. Las nadie debemos entregar la representatividad a las hollywoodenses y en adelante, esperar otro acto de feminismo que dure poco más de una hora y se extienda por largo tiempo.
En todo caso, no sé si en el peor o en el mejor, estamos condenadas a que las mediáticas alcen la voz y se animen a confesar cómo aquellos por los que nos derretíamos, son unos malditos. Mirar a nuestro alrededor, y dar las gracias por este “hombre pequeñito” que tengo (figurativamente) y que no es tan apuesto como el acusado, pero es “re-re-bueno”. Conformarnos, digamos. Ya que detrás de todo galán o famoso, hay un posible abusador. Porque cuando ellas alzan la voz, nos refugiamos como parásitos en sus apesadumbradas historias, nos colgamos de sus pesares porque sentaron precedentes. Es decir, necesitamos pantalla, redes sociales, premios de la academia yanqui, Calus Riveros, Oprahs, malhechores famosos y videos en You Tube para conservar la esperanza.
Así, los escándalos sexuales se sucedieron unos a otros y las mujeres en todo el mundo sobrerreaccionaron condenando incluso a hombres que tildaríamos de buenos hombres en otras circunstancias, como en Argentina con el caso del actor que opinó sobre cómo una mujer puede realizarse convirtiéndose en madre (caso Facundo Arana) y lo “mataron”; o nos enteramos que el perfecto varón dueño de una productora había sido un terrible “manipulador” según Araceli González, quien generó otra polémica al declararse “no feminista”. Soportar que un Rial se suba al tren y arme un programa sobre feminismo y violencia de género, para más tarde salir a destrozar a una mujer delatando su pasado poco virginal sin bajarla de “petera”. O bancarse a Julia Mengolini al declararse “feminista” por ser “gente decente” después de haber insultado a las señoras Mirtha Legrand y Susana Giménez con los adjetivos despreciables de “viejas chotas fascistas”.
¿Y qué pasó con las mujeres musulmanas o las mexicanas? Sin irnos más lejos: ¿qué pasó con las vecinas del barrio?
Leés los diarios en Internet y en los comentarios las mujeres insultan de manera escalofriante a otras mujeres y luego salen a marchar por #Niunamenos o se declaran feministas a muerte en las redes sociales, replican carteles de repudio a los hombres maltratadores, a los femicidas, a los abusadores… mientras ellas “matan” virtualmente a sus congéneres sin ninguna piedad con términos como “conchuda”, “puta”, “yegua”, “estúpida”, “pelotuda”, entre los más suaves; y cuanta palabra o frase denigrantes se puedan pensar.
El caso de la maternidad de Luciana Salazar generó controversia de todo tipo y salieron a tratar de destruir la reputación de la modelo. Vuelven a “matar” a una mujer, pero aplauden a Ricky Martin con la misma pasión que generó su odio, pero esta vez, derretidas ante el cantante. ¿No es esto machista?
Como dice el intelectual Luciano Tanto: “somos lo que tenemos en la cabeza, no lo que llevamos entre las piernas”.
La libertad de pensamiento no se perdona – al parecer- si no se rotula bajo la denominación feminismo. Lo adoptan como la cara valedera de la moneda que al otro lado contiene al machismo. Una cara es negativa y la otra, positiva. Luego, te mandan a decir cuál es el verdadero “feminismo” del cual las feministas religiosas, optan por negar el derecho al aborto. Es decir, se trata de un feminismo conveniente y acomodaticio según mis reglas y principios, según una moral… patriarcal? Algo que te diga qué hacer y no hacer cuando la verdadera lucha social es por la igualdad, que se ha mal interpretado, y que por ello los hombres te mandan a usar el pico y la pala para cavar el asfalto. “¿Querías igualdad? Entonces andá a romper la calle…” Obviamente que hay superioridad en la fuerza física, pero no debe existir en otros planos. De lo que se trata es de la igualdad de derechos en todo ámbito, en términos de oportunidades, no se trata de equipararse o parecerse a los hombres; se trata de ser libre y de no estar sometida a ellos.
Cuando se habla de construir una masculinidad nueva, alejada de la falta de reconocimientos hacia la mujer y reivindicatoria de su dignidad, se presentan varios conflictos. La guerra es sin cuartel. Apunta hacia la destrucción y las mujeres retroceden en su actividad identitaria con el feminismo. No se sienten representadas.
Para “destruir” la vieja masculinidad o lo que se denomina machismo, apelan al concepto de dar “muerte al macho”, lo que para algunas ocurre a un nivel simbólico, mientras que para otras, a nivel real. Lo cierto es que opera desde diferentes lugares de enunciación. Podría ser que la mujer homosexual, necesite “matar” al macho para obtener – inconscientemente- más posibilidades de conseguir pareja; en otro plano, podrían aparecer aquellas mujeres heterosexuales que tuvieron ciertas desilusiones como abandono o traición de parte de ellos; también están las intelectuales, quienes racionalizan la matanza a un nivel abstracto, con ideas que tienen un fundamento filosófico; y; finalmente, están las pensadoras del feminismo extremo o fundamentalistas, quienes reaccionan de manera poco ortodoxa, pero que, como las demás, quizá bajo el apresuramiento de buscar a corto plazo una mediana solución a la historia de abusos contra las mujeres -cosa que debe salir de la educación, de los sucesivos diálogos entre hombres y mujeres, y no de circunstancias extremas- refrendan el rechazo de estas prácticas.
Si una mujer no desea embanderarse y no se siente representada por ningún movimiento social está en su derecho. Si niega reconocerse feminista porque observa prácticas extremas e inadecuadas que pretenden obstruir el libre pensamiento y decirte qué hacer, está en su derecho. Si los discursos hollywoodenses o de otras esferas mediáticas no las representan, son libres de continuar siendo independientes o autónomas y con criterios propios acerca del tema, abiertas a sus reflexiones o cerradas a tales. No significa tampoco tener los ojos tapados.
Ser conservadora por elección también es un derecho. Hay mujeres jóvenes que aman ser madres, cuidar sus hogares y maridos, trabajar en lo suyo y que no necesitan movimientos sociales globales o particulares para ser felices. Aman las tradiciones y no pierden por ello su dignidad, que es de lo que se trata todo este asunto.
Basurear a los hombres o asesinarlos ya sea simbólica o físicamente, no son actos de libertad ni dignos de grandeza.
Un jovencito de mi familia, cierta vez, me dijo algo que me dejó pensando: “las mujeres han llegado hasta donde los hombres las han dejado llegar”. Con ello, quiso decirme que la igualdad no se logró. Que las mujeres debíamos seguir luchando. Que nos habíamos conformado con ver en cargos jerárquicos a determinadas mujeres que – justamente- habían sido puestas allí por los hombres. Es compleja la red social y el tema de la igualdad. Una jovencita de mi familia me dijo: “las mujeres ahora no solo tienen que cuidar a los hijos, sino también, trabajar. ¿De qué igualdad estamos hablando?” Con ello quiso decirme que la lucha ha sido mal interpretada. Que con esto de la igualdad lo que hemos conseguido es tener más trabajo que antes. Porque los hombres te castigan. Ellos no pidieron hacerse cargo de las tareas domésticas; en cambio, las mujeres pidieron tener tareas que les generen dinero para ser independientes. En consecuencia, se aumentaron sus quehaceres. Pero la igualdad exige que ellos también hagan las tareas domésticas, y es aquí donde se notan las diferencias. La mujer que no limpia es vaga, el hombre que no lo hace es hombre. Eso es el machismo. Luego está la condición de superioridad a través de la fuerza física y el abuso de poder por los que se cometen delitos.
El tema del piropo es mal interpretado actualmente por el feminismo fundamentalista y se rechaza. Inevitablemente debe diferenciarse. Si un hombre te dice: “estás elegante hoy”, ¿es malo? Si decimos que sí, las enfermas seríamos las mujeres puesto que estaríamos interpretando que este hombre quiere tener sexo. Sería como si al mirar una vaca pastando solo se puede imaginar un asado. En una sociedad sana, debería ser un piropo sin dobleces.
Se habla de “violencia callejera” cuando se dicen obscenidades en espacios abiertos. Pero creo indispensable separar “violencia callejera” de piropo.
Para las fundamentalistas del feminismo no existen los piropos.
Hoy, decir “quiero un hijo tuyo” no es un piropo – según el feminismo- y es machista porque apela a la condición reproductiva de la mujer y la obliga a satisfacer un deseo suyo. Creo que sí, en este caso. Salvo que se diga en esferas íntimas donde el sexo es un juego y en el que se dicen ciertas cosas que solo caben en el plano sexual.
Cada cual sabe dónde está el límite.
El film “Último tango en París” fue polémico por la escena final donde él la viola contra natura a la protagonista. Resulta que la escena fue real, es decir, que se filmó “artísticamente” una violación que nunca fue castigada solo porque se ve a través del celuloide y “parece” ficción. La clave de la violencia y del abuso es el silencio. Lo que no se tolera es el silencio. Por ejemplo, Calu Rivero (actriz argentina) se calló por 5 años el “supuesto” abuso (digo así porque es lo que ella declaró sin juicio probatorio) por parte de un compañero de actuación, el actor Juan Darthés. Lo que no se tolera no es “el exceso de besos” en las escenas, sino el exceso de silencio. Lo que ha impactado de los abusos de los famosos es, no el hecho en sí, sino los años de silencio. Eso es ser víctima. Quizá por ello, Madonna, Oprah y tantas actrices han dejado de ser víctimas al confesar que fueron violadas. Calu Rivero se repuso al hacer público su drama. El silencio es histórico, pero la confesión pública parece ser reparadora del dolor. #MeToo en este caso, es una consigna que ha devuelto cierta dignidad a las mujeres: son muchas, la mayoría, casi todas, es un problema del género. Lo identitario del feminismo ha reparado vidas, ha dado consuelo. “Pero el mal de muchas…” no ha sido consuelo de tontas. Se busca una reparación reivindicatoria.
¿Qué quieren las mujeres? ¿Una confesión pública de los hombres?
En este sentido no ha sido suficiente. Lo que buscan es justicia. Este grito de “basta” de las mujeres tiene que ver con una condena que ya no es social o mediática. Pareciera acercarse más a la venganza en el caso del feminismo fundamentalista. No es sano. Ni hay tolerancia ni perdón. ¿Quieren ejecución? ¿Es este tipo de feminismo exacerbado una nueva forma de la Inquisición, acaso un ejército de mentes uniformadas que nos llevarán a la destrucción de la humanidad?
Cuando los hombres han pedido disculpas públicas, caso de Cacho Castaña ante los dichos “si la violación es inevitable, relajáte y gozá”, estas no han servido en cierto sector dogmático del feminismo.
Si el feminismo es obtener la igualdad de derechos y ser consideradas seres humanos, personas, con idénticas capacidades que los hombres, seres libres y no sometidos, ¿por qué hay una guerra cultural global? Tampoco está en el lenguaje el derecho a la igualdad, según señala el lingüista Pedro Luis Barcia para quien el cambio debe provenir del seno de la sociedad y no del uso del idioma.
Las “estrellas” han caído del cielo. Nos han abierto puertas que no han provenido de las silenciadas y oprimidas mujeres anónimas, de las que no hemos reparado de su gravedad, ni condolido de su miseria. Pero son voces al fin de cuentas, a las que tendremos que aferrarnos como a la cola de un cometa, para volar.
Si a la masculinidad le hace falta una nueva construcción, también a la femineidad, porque si bien estar en pose y sonriendo no hace a esa construcción de mujer, tampoco lo ordinario y vulgar es sinónimo de rebeldía femenina.
Se ha visto mucha hipocresía últimamente, muchos femitruchos. Falsos defensores de las mujeres.
El 56 % de los latinos descendemos de pueblos originarios. Estos, en su gran mayoría, fueron comunidades patriarcales. El patrón común de nuestra cultura, ha sido el patriarca como cabeza de familia con todas sus implicancias. De lo que se trata es de deconstruir modelos impuestos y generar alternativas sin imponer. Tampoco se trata de soportar el tutelaje de las mujeres o de construir naciones con “las buenas feministas”.
Después de este estallido, ¿qué haremos?
Resulta interesante el planteo de Masha Gessen, miembro de la redacción de New Yorker, quien se refiere a una “sobrerreacción” de las mujeres y cita a la antropóloga Gayle Rubin y su ensayo de 1984 “Thinking Sex” quien habla de una “destrucción inimaginable” cuando “las personas se vuelven peligrosamente locas por la sexualidad”. ¿Es que la historia de la mujer definitivamente está marcada por el abuso sexual, que hasta la fecha había sido silenciado por la mayoría? ¿La ola global arrastra hacia el fundamentalismo feminista?
Fue necesario el glamour de Hollywood con actrices que se calzaron la camiseta de “defensoras del género” o “feministas” que alzaron la voz en nombre de todas las mujeres del mundo, para que se oyera un reclamo y se marcara un antes y un después. Un tiempo nuevo. ¿No es esto antipático, acaso, ubicar a Hollywood como la meca en la construcción de un “basta, hombres violentos y abusadores”, su tiempo terminó? Si bien la noble y esencial tarea de Oprah Winfrey hizo retumbar la voz de las víctimas de abuso, no es menos cierto que se trata de un evento de celebridades, lejos del común, que pasó a convertirse en popular solo porque se trata de una mujer de color que saltó de la pobreza al éxito rotundo, una mujer símbolo imposible de cuestionar. Se convirtió en “autoridad” en la materia y en representante global de un necesario feminismo que ponga fin al pesado pasado de las mujeres que hoy se atreven a hablar. Todas hoy expresan “antes no se podía” por lo que ahora no hay programa de tv o conversación en las redes que no toquen el tema, además de estar esparcido en todos los diarios del mundo.
¿Hizo falta una alfombra roja donde pasearon Christian Dior, Giorgio Armani y otras marcas de renombre, inaccesibles para el común de las mujeres, para “oficializar” el abuso sexual y el maltrato al que fueron sometidas históricamente las mujeres? La mediatización del problema a escalas internacionales fue la forma de comenzar a destapar la olla de los hombres que se aprovecharon en distintas circunstancias de sus víctimas. Importó más el show mediático que las invisibilizadas mujeres musulmanas, africanas, asiáticas o las mexicanas. Esto de que la historia la cuentan los ganadores atravesó lo social: mujeres triunfadoras que contaron sus miserias son las que hicieron valer mínimamente la alarmante situación de sometimiento de otras mujeres a las que les sobran los dólares, pero les han robado la inocencia. Aquellas que son anónimas y viven bajo la tutela de un hombre, con sus rostros cubiertos y soportando el dominio masculino desigual, esas no tienen voz ni pueden sentirse identificadas con el relato hollywoodense del que no dejo de sentirme orgullosa, al cual puedo remitirme con admiración por representar al feminismo y a quienes lograron escalar socialmente pese “a”; pero que en realidad está lejos de la realidad de cualquiera de nosotras, que, como yo, solo somos comunes ciudadanas de un país. Las nadie debemos entregar la representatividad a las hollywoodenses y en adelante, esperar otro acto de feminismo que dure poco más de una hora y se extienda por largo tiempo.
En todo caso, no sé si en el peor o en el mejor, estamos condenadas a que las mediáticas alcen la voz y se animen a confesar cómo aquellos por los que nos derretíamos, son unos malditos. Mirar a nuestro alrededor, y dar las gracias por este “hombre pequeñito” que tengo (figurativamente) y que no es tan apuesto como el acusado, pero es “re-re-bueno”. Conformarnos, digamos. Ya que detrás de todo galán o famoso, hay un posible abusador. Porque cuando ellas alzan la voz, nos refugiamos como parásitos en sus apesadumbradas historias, nos colgamos de sus pesares porque sentaron precedentes. Es decir, necesitamos pantalla, redes sociales, premios de la academia yanqui, Calus Riveros, Oprahs, malhechores famosos y videos en You Tube para conservar la esperanza.
Así, los escándalos sexuales se sucedieron unos a otros y las mujeres en todo el mundo sobrerreaccionaron condenando incluso a hombres que tildaríamos de buenos hombres en otras circunstancias, como en Argentina con el caso del actor que opinó sobre cómo una mujer puede realizarse convirtiéndose en madre (caso Facundo Arana) y lo “mataron”; o nos enteramos que el perfecto varón dueño de una productora había sido un terrible “manipulador” según Araceli González, quien generó otra polémica al declararse “no feminista”. Soportar que un Rial se suba al tren y arme un programa sobre feminismo y violencia de género, para más tarde salir a destrozar a una mujer delatando su pasado poco virginal sin bajarla de “petera”. O bancarse a Julia Mengolini al declararse “feminista” por ser “gente decente” después de haber insultado a las señoras Mirtha Legrand y Susana Giménez con los adjetivos despreciables de “viejas chotas fascistas”.
¿Y qué pasó con las mujeres musulmanas o las mexicanas? Sin irnos más lejos: ¿qué pasó con las vecinas del barrio?
Leés los diarios en Internet y en los comentarios las mujeres insultan de manera escalofriante a otras mujeres y luego salen a marchar por #Niunamenos o se declaran feministas a muerte en las redes sociales, replican carteles de repudio a los hombres maltratadores, a los femicidas, a los abusadores… mientras ellas “matan” virtualmente a sus congéneres sin ninguna piedad con términos como “conchuda”, “puta”, “yegua”, “estúpida”, “pelotuda”, entre los más suaves; y cuanta palabra o frase denigrantes se puedan pensar.
El caso de la maternidad de Luciana Salazar generó controversia de todo tipo y salieron a tratar de destruir la reputación de la modelo. Vuelven a “matar” a una mujer, pero aplauden a Ricky Martin con la misma pasión que generó su odio, pero esta vez, derretidas ante el cantante. ¿No es esto machista?
Como dice el intelectual Luciano Tanto: “somos lo que tenemos en la cabeza, no lo que llevamos entre las piernas”.
La libertad de pensamiento no se perdona – al parecer- si no se rotula bajo la denominación feminismo. Lo adoptan como la cara valedera de la moneda que al otro lado contiene al machismo. Una cara es negativa y la otra, positiva. Luego, te mandan a decir cuál es el verdadero “feminismo” del cual las feministas religiosas, optan por negar el derecho al aborto. Es decir, se trata de un feminismo conveniente y acomodaticio según mis reglas y principios, según una moral… patriarcal? Algo que te diga qué hacer y no hacer cuando la verdadera lucha social es por la igualdad, que se ha mal interpretado, y que por ello los hombres te mandan a usar el pico y la pala para cavar el asfalto. “¿Querías igualdad? Entonces andá a romper la calle…” Obviamente que hay superioridad en la fuerza física, pero no debe existir en otros planos. De lo que se trata es de la igualdad de derechos en todo ámbito, en términos de oportunidades, no se trata de equipararse o parecerse a los hombres; se trata de ser libre y de no estar sometida a ellos.
Cuando se habla de construir una masculinidad nueva, alejada de la falta de reconocimientos hacia la mujer y reivindicatoria de su dignidad, se presentan varios conflictos. La guerra es sin cuartel. Apunta hacia la destrucción y las mujeres retroceden en su actividad identitaria con el feminismo. No se sienten representadas.
Para “destruir” la vieja masculinidad o lo que se denomina machismo, apelan al concepto de dar “muerte al macho”, lo que para algunas ocurre a un nivel simbólico, mientras que para otras, a nivel real. Lo cierto es que opera desde diferentes lugares de enunciación. Podría ser que la mujer homosexual, necesite “matar” al macho para obtener – inconscientemente- más posibilidades de conseguir pareja; en otro plano, podrían aparecer aquellas mujeres heterosexuales que tuvieron ciertas desilusiones como abandono o traición de parte de ellos; también están las intelectuales, quienes racionalizan la matanza a un nivel abstracto, con ideas que tienen un fundamento filosófico; y; finalmente, están las pensadoras del feminismo extremo o fundamentalistas, quienes reaccionan de manera poco ortodoxa, pero que, como las demás, quizá bajo el apresuramiento de buscar a corto plazo una mediana solución a la historia de abusos contra las mujeres -cosa que debe salir de la educación, de los sucesivos diálogos entre hombres y mujeres, y no de circunstancias extremas- refrendan el rechazo de estas prácticas.
Si una mujer no desea embanderarse y no se siente representada por ningún movimiento social está en su derecho. Si niega reconocerse feminista porque observa prácticas extremas e inadecuadas que pretenden obstruir el libre pensamiento y decirte qué hacer, está en su derecho. Si los discursos hollywoodenses o de otras esferas mediáticas no las representan, son libres de continuar siendo independientes o autónomas y con criterios propios acerca del tema, abiertas a sus reflexiones o cerradas a tales. No significa tampoco tener los ojos tapados.
Ser conservadora por elección también es un derecho. Hay mujeres jóvenes que aman ser madres, cuidar sus hogares y maridos, trabajar en lo suyo y que no necesitan movimientos sociales globales o particulares para ser felices. Aman las tradiciones y no pierden por ello su dignidad, que es de lo que se trata todo este asunto.
Basurear a los hombres o asesinarlos ya sea simbólica o físicamente, no son actos de libertad ni dignos de grandeza.
Un jovencito de mi familia, cierta vez, me dijo algo que me dejó pensando: “las mujeres han llegado hasta donde los hombres las han dejado llegar”. Con ello, quiso decirme que la igualdad no se logró. Que las mujeres debíamos seguir luchando. Que nos habíamos conformado con ver en cargos jerárquicos a determinadas mujeres que – justamente- habían sido puestas allí por los hombres. Es compleja la red social y el tema de la igualdad. Una jovencita de mi familia me dijo: “las mujeres ahora no solo tienen que cuidar a los hijos, sino también, trabajar. ¿De qué igualdad estamos hablando?” Con ello quiso decirme que la lucha ha sido mal interpretada. Que con esto de la igualdad lo que hemos conseguido es tener más trabajo que antes. Porque los hombres te castigan. Ellos no pidieron hacerse cargo de las tareas domésticas; en cambio, las mujeres pidieron tener tareas que les generen dinero para ser independientes. En consecuencia, se aumentaron sus quehaceres. Pero la igualdad exige que ellos también hagan las tareas domésticas, y es aquí donde se notan las diferencias. La mujer que no limpia es vaga, el hombre que no lo hace es hombre. Eso es el machismo. Luego está la condición de superioridad a través de la fuerza física y el abuso de poder por los que se cometen delitos.
El tema del piropo es mal interpretado actualmente por el feminismo fundamentalista y se rechaza. Inevitablemente debe diferenciarse. Si un hombre te dice: “estás elegante hoy”, ¿es malo? Si decimos que sí, las enfermas seríamos las mujeres puesto que estaríamos interpretando que este hombre quiere tener sexo. Sería como si al mirar una vaca pastando solo se puede imaginar un asado. En una sociedad sana, debería ser un piropo sin dobleces.
Se habla de “violencia callejera” cuando se dicen obscenidades en espacios abiertos. Pero creo indispensable separar “violencia callejera” de piropo.
Para las fundamentalistas del feminismo no existen los piropos.
Hoy, decir “quiero un hijo tuyo” no es un piropo – según el feminismo- y es machista porque apela a la condición reproductiva de la mujer y la obliga a satisfacer un deseo suyo. Creo que sí, en este caso. Salvo que se diga en esferas íntimas donde el sexo es un juego y en el que se dicen ciertas cosas que solo caben en el plano sexual.
Cada cual sabe dónde está el límite.
El film “Último tango en París” fue polémico por la escena final donde él la viola contra natura a la protagonista. Resulta que la escena fue real, es decir, que se filmó “artísticamente” una violación que nunca fue castigada solo porque se ve a través del celuloide y “parece” ficción. La clave de la violencia y del abuso es el silencio. Lo que no se tolera es el silencio. Por ejemplo, Calu Rivero (actriz argentina) se calló por 5 años el “supuesto” abuso (digo así porque es lo que ella declaró sin juicio probatorio) por parte de un compañero de actuación, el actor Juan Darthés. Lo que no se tolera no es “el exceso de besos” en las escenas, sino el exceso de silencio. Lo que ha impactado de los abusos de los famosos es, no el hecho en sí, sino los años de silencio. Eso es ser víctima. Quizá por ello, Madonna, Oprah y tantas actrices han dejado de ser víctimas al confesar que fueron violadas. Calu Rivero se repuso al hacer público su drama. El silencio es histórico, pero la confesión pública parece ser reparadora del dolor. #MeToo en este caso, es una consigna que ha devuelto cierta dignidad a las mujeres: son muchas, la mayoría, casi todas, es un problema del género. Lo identitario del feminismo ha reparado vidas, ha dado consuelo. “Pero el mal de muchas…” no ha sido consuelo de tontas. Se busca una reparación reivindicatoria.
¿Qué quieren las mujeres? ¿Una confesión pública de los hombres?
En este sentido no ha sido suficiente. Lo que buscan es justicia. Este grito de “basta” de las mujeres tiene que ver con una condena que ya no es social o mediática. Pareciera acercarse más a la venganza en el caso del feminismo fundamentalista. No es sano. Ni hay tolerancia ni perdón. ¿Quieren ejecución? ¿Es este tipo de feminismo exacerbado una nueva forma de la Inquisición, acaso un ejército de mentes uniformadas que nos llevarán a la destrucción de la humanidad?
Cuando los hombres han pedido disculpas públicas, caso de Cacho Castaña ante los dichos “si la violación es inevitable, relajáte y gozá”, estas no han servido en cierto sector dogmático del feminismo.
Si el feminismo es obtener la igualdad de derechos y ser consideradas seres humanos, personas, con idénticas capacidades que los hombres, seres libres y no sometidos, ¿por qué hay una guerra cultural global? Tampoco está en el lenguaje el derecho a la igualdad, según señala el lingüista Pedro Luis Barcia para quien el cambio debe provenir del seno de la sociedad y no del uso del idioma.
Las “estrellas” han caído del cielo. Nos han abierto puertas que no han provenido de las silenciadas y oprimidas mujeres anónimas, de las que no hemos reparado de su gravedad, ni condolido de su miseria. Pero son voces al fin de cuentas, a las que tendremos que aferrarnos como a la cola de un cometa, para volar.
Si a la masculinidad le hace falta una nueva construcción, también a la femineidad, porque si bien estar en pose y sonriendo no hace a esa construcción de mujer, tampoco lo ordinario y vulgar es sinónimo de rebeldía femenina.
Se ha visto mucha hipocresía últimamente, muchos femitruchos. Falsos defensores de las mujeres.
El 56 % de los latinos descendemos de pueblos originarios. Estos, en su gran mayoría, fueron comunidades patriarcales. El patrón común de nuestra cultura, ha sido el patriarca como cabeza de familia con todas sus implicancias. De lo que se trata es de deconstruir modelos impuestos y generar alternativas sin imponer. Tampoco se trata de soportar el tutelaje de las mujeres o de construir naciones con “las buenas feministas”.
Después de este estallido, ¿qué haremos?
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