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La nueva dictadura: el neoliberalismo
Por Bolchevique
El Liberalismo Económico es la corriente de
pensamiento que aboga que los mercados sean los que exclusivamente
dicten las normas mediante las que se relacionan oferentes y
demandantes. Aboga por lo tanto, limitar al Estado su intervención en
asuntos económicos.
Por Bolchevique
El Liberalismo Económico es la corriente de pensamiento que aboga que los mercados sean los que exclusivamente dicten las normas mediante las que se relacionan oferentes y demandantes. Aboga por lo tanto, limitar al Estado su intervención en asuntos económicos.
A los que defienden esta doctrina lo mismo le da que hablemos del precio de un yate o del precio de la vivienda. Del precio del nuevo Jaguar o del precio de la luz. Del precio de la última colección de zapatos de Jimmychoo o de tu salario.
Son liberales. Bueno, lo eran en el siglo XVIII y XIX. Ahora estos se dicen nuevos: Neoliberales.
Todo debe marcarlo el mercado. La mano invisible. La oferta y la demanda. Es el liberalismo o la muerte y la destrucción. O algo peor, el Chavismo o el Comunismo.
Prometen libertad y oportunidades. Y lo que provocan son injusticias insoportables.
Cuestionan la regulación del Estado en servicios básicos y critican la presencia del Estado en la vida económica. Eso sí, piden de rodillas su intervención cuando se trata de rescatar empresas o bancos en quiebra o con pérdidas.
Decía Eduardo Galeano que “con el dinero ocurre al revés que con las personas: cuanto más libre, peor.” Hoy son capaces de criticar una subida del SMI. En su día era una renta básica mínima que permitiera un salario digno a los trabajadores.
Sus normas no las marcan los ciudadanos. Las marcan los empresarios. Pero no la mediana o pequeña empresa. No. Las élites económicas y financieras del país. Y por añadido, las de fuera.
Ya nos acusaron de provocar la crisis por vivir por encima de nuestras posibilidades. Ahora nos advierten ante cualquier mejora de las condiciones de los trabajadores que no es posible. No nos podemos permitir la subida de las pensiones. Tampoco la subida del SMI, dicen sin que se les caiga la cara de vergüenza.
Es difícil a estas alturas mirar atrás y recordar qué día nos pareció posible que con 10.000 euros al año alguien puede vivir. O con 12.000. Lo mismo da.
Nos dicen sin inmutarse que los empresarios no podrán asumir esta subida del SMI. Que sus empresas no tienen tantos beneficios. Que con estas medidas les están obligando a cerrar sus negocios. Quizá lo que nunca debieron hacer es abrirlos si no podían pagar salarios dignos a sus empleados.
Hubieran criticado las dificultades a las que se enfrentaban sus negocios con la ilegalización de la esclavitud.
Eduardo Galeano también nos decía que “…hace cinco siglos que estamos en esto, creyendo que la libertad del dinero es más importante que la libertad de la gente…”
Y en eso estamos. Las mercancías se mueven libres. Se cambia la ley para que cada vez puedan moverse más y mejor. Con las personas es exactamente lo contrario. No son racistas, son ordenados.
Estamos viviendo en países democráticos en donde la economía no lo es. Pero parece que esto no es un problema.
Galeano era muy explícito al recordar que “en el mercado libre es natural la victoria del fuerte y legítima la aniquilación del débil. Así se eleva el racismo a la categoría de doctrina económica.”
El dinero por encima de todo. Todo es comprable. Todo vendible. La prostitución es un trabajo como otro cualquiera, dicen. Y quieren regularlo. La maternidad subrogada es un negocio como otro cualquiera, dicen. Y también están con ello. Hace tiempo que vendieron a sus propias madres.
Son neoliberales, más bien neoasesinos. No utilizan bombas ni ejércitos armados (bueno, también). Matan con la violencia institucionalizada y silenciosa. La que lleva a la gente a vivir al límite. Poco a poco, día a día.
El liberalismo es enemigo de la Democracia. Especialmente cuando actúa sobre productos o servicios de primera necesidad. Ahí el Estado debe intervenir. Su pasividad perjudica a la gente. Sus correctores están para evitar la desigualdad excesiva y la exclusión de grandes partes de población.
No debe dejarnos a merced de una mano invisible (que de invisible tiene poco) incapaz de garantizar la distribución equitativa de la prosperidad económica de acuerdo con algún criterio moral. Que por lo tanto, jamás busca la igualdad social, la igualdad de oportunidades, el Estado de bienestar, la distribución de la renta o los derechos laborales. Es decir, el verdadero fin de una sociedad: la Justicia Social.
Por Bolchevique
El Liberalismo Económico es la corriente de pensamiento que aboga que los mercados sean los que exclusivamente dicten las normas mediante las que se relacionan oferentes y demandantes. Aboga por lo tanto, limitar al Estado su intervención en asuntos económicos.
A los que defienden esta doctrina lo mismo le da que hablemos del precio de un yate o del precio de la vivienda. Del precio del nuevo Jaguar o del precio de la luz. Del precio de la última colección de zapatos de Jimmychoo o de tu salario.
Son liberales. Bueno, lo eran en el siglo XVIII y XIX. Ahora estos se dicen nuevos: Neoliberales.
Todo debe marcarlo el mercado. La mano invisible. La oferta y la demanda. Es el liberalismo o la muerte y la destrucción. O algo peor, el Chavismo o el Comunismo.
Prometen libertad y oportunidades. Y lo que provocan son injusticias insoportables.
Cuestionan la regulación del Estado en servicios básicos y critican la presencia del Estado en la vida económica. Eso sí, piden de rodillas su intervención cuando se trata de rescatar empresas o bancos en quiebra o con pérdidas.
Decía Eduardo Galeano que “con el dinero ocurre al revés que con las personas: cuanto más libre, peor.” Hoy son capaces de criticar una subida del SMI. En su día era una renta básica mínima que permitiera un salario digno a los trabajadores.
Sus normas no las marcan los ciudadanos. Las marcan los empresarios. Pero no la mediana o pequeña empresa. No. Las élites económicas y financieras del país. Y por añadido, las de fuera.
Ya nos acusaron de provocar la crisis por vivir por encima de nuestras posibilidades. Ahora nos advierten ante cualquier mejora de las condiciones de los trabajadores que no es posible. No nos podemos permitir la subida de las pensiones. Tampoco la subida del SMI, dicen sin que se les caiga la cara de vergüenza.
Es difícil a estas alturas mirar atrás y recordar qué día nos pareció posible que con 10.000 euros al año alguien puede vivir. O con 12.000. Lo mismo da.
Nos dicen sin inmutarse que los empresarios no podrán asumir esta subida del SMI. Que sus empresas no tienen tantos beneficios. Que con estas medidas les están obligando a cerrar sus negocios. Quizá lo que nunca debieron hacer es abrirlos si no podían pagar salarios dignos a sus empleados.
Hubieran criticado las dificultades a las que se enfrentaban sus negocios con la ilegalización de la esclavitud.
Eduardo Galeano también nos decía que “…hace cinco siglos que estamos en esto, creyendo que la libertad del dinero es más importante que la libertad de la gente…”
Y en eso estamos. Las mercancías se mueven libres. Se cambia la ley para que cada vez puedan moverse más y mejor. Con las personas es exactamente lo contrario. No son racistas, son ordenados.
Estamos viviendo en países democráticos en donde la economía no lo es. Pero parece que esto no es un problema.
Galeano era muy explícito al recordar que “en el mercado libre es natural la victoria del fuerte y legítima la aniquilación del débil. Así se eleva el racismo a la categoría de doctrina económica.”
El dinero por encima de todo. Todo es comprable. Todo vendible. La prostitución es un trabajo como otro cualquiera, dicen. Y quieren regularlo. La maternidad subrogada es un negocio como otro cualquiera, dicen. Y también están con ello. Hace tiempo que vendieron a sus propias madres.
Son neoliberales, más bien neoasesinos. No utilizan bombas ni ejércitos armados (bueno, también). Matan con la violencia institucionalizada y silenciosa. La que lleva a la gente a vivir al límite. Poco a poco, día a día.
El liberalismo es enemigo de la Democracia. Especialmente cuando actúa sobre productos o servicios de primera necesidad. Ahí el Estado debe intervenir. Su pasividad perjudica a la gente. Sus correctores están para evitar la desigualdad excesiva y la exclusión de grandes partes de población.
No debe dejarnos a merced de una mano invisible (que de invisible tiene poco) incapaz de garantizar la distribución equitativa de la prosperidad económica de acuerdo con algún criterio moral. Que por lo tanto, jamás busca la igualdad social, la igualdad de oportunidades, el Estado de bienestar, la distribución de la renta o los derechos laborales. Es decir, el verdadero fin de una sociedad: la Justicia Social.
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