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(Opinión) La globalización ha muerto (por Alvaro García Linera)
B25y Resumen Latinoamericano on diciembre 28, 2016
Resumen
Latinoamericano, 28 diciembre 2016.-El desenfreno por un inminente
mundo sin fronteras, la algarabía por la constante jibarización de los
estados-nacionales en nombre de la libertad de empresa y la cuasi
religiosa certidumbre de que la sociedad mundial terminaría de
cohesionarse como un único espacio económico, financiero y cultural
integrado, acaban de derrumbarse ante el enmudecido estupor de las
élites globalófilas del planeta.
La renuncia de Gran Bretaña a
continuar en la Unión Europea –el proyecto más importante de unificación
estatal de los cien años recientes– y la victoria electoral de Trump
–que enarboló las banderas de un regreso al proteccionismo económico,
anunció la renuncia a tratados de libre comercio y prometió la
construcción de mesopotámicas murallas fronterizas–, han aniquilado la
mayor y más exitosa ilusión liberal de nuestros tiempos. Y que todo esto
provenga de las dos naciones que hace 35 años atrás, enfundadas en sus
corazas de guerra, anunciaran el advenimiento del libre comercio y la
globalización como la inevitable redención de la humanidad, habla de un
mundo que se ha invertido o, peor aún, que ha agotado las ilusiones que
lo mantuvieron despierto durante un siglo.La globalización como meta-relato, esto es, como horizonte político ideológico capaz de encauzar las esperanzas colectivas hacia un único destino que permitiera realizar todas las posibles expectativas de bienestar, ha estallado en mil pedazos. Y hoy no existe en su lugar nada mundial que articule esas expectativas comunes. Lo que se tiene es un repliegue atemorizado al interior de las fronteras y el retorno a un tipo de tribalismo político, alimentado por la ira xenofóbica, ante un mundo que ya no es el mundo de nadie.
La medida geopolítica del capitalismo
Quien
inició el estudio de la dimensión geográfica del capitalismo fue Karl
Marx. Su debate con el economista Friedrich List sobre el
Las
categorías de subsunción formal y subsunción real del proceso de
trabajo al capital con las que Marx devela el automovimiento infinito
del modo de producción capitalista, suponen la creciente subsunción de
la fuerza de trabajo, el intelecto social y la tierra, a la lógica de la
acumulación empresarial; es decir, la supeditación de las condiciones
de existencia de todo el planeta a la valorización del capital. De ahí
que en los primeros 350 años de su existencia, la medida geopolítica del
capitalismo haya avanzado de las ciudades-Estado a la dimensión
continental y haya pasado, en los pasados 150 años, a la medida
geopolítica planetaria.capitalismo nacional, en 1847, y sus reflexiones sobre el impacto del descubrimiento de las minas de oro de California en el comercio transpacífico con Asia, lo ubican como el primero y más acucioso investigador de los procesos de globalización económica del régimen capitalista. De hecho, su aporte no radica en la comprensión del carácter mundializado del comercio que comienza con la invasión europea a América, sino en la naturaleza planetariamente expansiva de la propia producción capitalista.
La globalización económica (material) es pues inherente al capitalismo. Su inicio se puede fechar 500 años atrás, a partir del cual habrá de tupirse, de manera fragmentada y contradictoria, aún mucho más.
Si seguimos los esquemas de Giovanni Arrighi, en su propuesta de ciclos sistémicos de acumulación capitalista a la cabeza de un Estado hegemónico: Génova (siglos XV-XVI), Países Bajos (siglo XVIII), Inglaterra (siglo XIX) y Estados Unidos (siglo XX), cada uno de estos hegemones vino acompañado de un nuevo tupimiento de la globalización (primero comercial, luego productiva, tecnológica, cognitiva y, finalmente, medio ambiental) y de una expansión territorial de las relaciones capitalistas. Sin embargo, lo que sí constituye un acontecimiento reciente al interior de esta globalización económica es su construcción como proyecto político-ideológico, esperanza o sentido común; es decir, como horizonte de época capaz de unificar las creencias políticas y expectativas morales de hombres y mujeres pertenecientes a todas las naciones del mundo.
El
fin de la historia
La
globalización como relato o ideología de época no tiene más de 35 años.
Fue iniciada por los presidentes Ronald Reagan y Margaret Thatcher,
liquidando el Estado de bienestar, privatizando las empresas estatales,
anulando la fuerza sindical obrera y sustituyendo el proteccionismo del
mercado interno por el libre mercado, elementos que habían caracterizado
las relaciones económicas desde la crisis de 1929.
Cierto, fue un
retorno amplificado a las reglas del liberalismo económico del siglo
XIX, incluida la conexión en tiempo real de los mercados, el crecimiento
del comercio en relación con el producto interno bruto (PIB) mundial y
la importancia de los mercados financieros, que ya estuvieron presentes
en ese entonces. Sin embargo, lo que sí diferenció esta fase del ciclo
sistémico de la que prevaleció en el siglo XIX fue la ilusión colectiva
de la globalización, su función ideológica legitimadora y su
encumbramiento como supuesto destino natural y final de la humanidad.Y aquellos que se afiliaron emotivamente a esa creencia del libre mercado como salvación final no fueron simplemente los gobernantes y partidos políticos conservadores, sino también los medios de comunicación, los centros universitarios, comentaristas y líderes sociales. El derrumbe de la Unión Soviética y el proceso de lo que Antonio Gramsci llamó transformismo ideológico de ex socialistas devenidos furibundos neoliberales, cerró el círculo de la victoria definitiva del neoliberalismo globalizador.
¡Claro! Si ante los ojos del mundo la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), que era considerada hasta entonces el referente alternativo al capitalismo de libre empresa, abdica de la pelea y se rinde ante la furia del libre mercado –y encima los combatientes por un mundo distinto, públicamente y de hinojos, abjuran de sus anteriores convicciones para proclamar la superioridad de la globalización frente al socialismo de Estado–, nos encontramos ante la constitución de una narrativa perfecta del destino
naturale irreversible del mundo: el triunfo planetario de la libre empresa.
El enunciado del
fin de la historiahegeliano con el que Francis Fukuyama caracterizó el
espíritudel mundo, tenía todos los ingredientes de una ideología de época, de una profecía bíblica: su formulación como proyecto universal, su enfrentamiento contra otro proyecto universal demonizado (el comunismo), la victoria heroica (fin de la guerra fría) y la reconversión de los infieles.
La
historia había llegado a su meta: la globalización neoliberal. Y, a
partir de ese momento, sin adversarios antagónicos a enfrentar, la
cuestión ya no era luchar por un mundo nuevo, sino simplemente ajustar,
administrar y perfeccionar el mundo actual, pues no había alternativa
frente a él. Por ello, ninguna lucha valía la pena estratégicamente,
pues todo lo que se intentara hacer por cambiar de mundo terminaría
finalmente rendido ante el destino inamovible de la humanidad, que era
la globalización. Surgió entonces un conformismo pasivo que se apoderó
de todas las sociedades, no sólo de las élites políticas y
empresariales, sino también de amplios sectores sociales que se
adhirieron moralmente a la narrativa dominante.
Con ello, el
Luego viene la ralentización de la economía mundial, pero en particular del comercio de exportaciones. Durante los 20 años recientes, éste crece al doble del producto interno bruto (PIB) anual mundial, pero a partir de 2012 apenas alcanza a igualar el crecimiento de este último, y ya en 2015 es incluso menor, con lo que la liberalización de los mercados ya no se constituye más en el motor de la economía planetaria ni en la
Por último, los votantes ingleses y estadunideneses inclinan la balanza electoral en favor de un repliegue a estados proteccionistas –si es posible amurallados–, además de visibilizar un malestar ya planetario contra la devastación de las economías obreras y de clase media, ocasionado por el libre mercado planetario.
Hoy, la globalización ya no representa más el paraíso deseado en el cual se depositan las esperanzas populares ni la realización del bienestar familiar anhelado. Los mismos países y bases sociales que la enarbolaron décadas atrás, se han convertido en sus mayores detractores. Nos encontramos ante la muerte de una de las mayores estafas ideológicas de los siglos recientes.
Sin embargo, ninguna frustración social queda impune. Existe un costo moral que, en este momento, no alumbra alternativas inmediatas sino que –es el camino tortuoso de las cosas– las cierra, al menos temporalmente. Y es que a la muerte de la globalización como ilusión colectiva no se le contrapone la emergencia de una opción capaz de cautivar y encauzar la voluntad deseante y la esperanza movilizadora de los pueblos golpeados.
La globalización, como ideología política, triunfó sobre la derrota de la alternativa del socialismo de Estado; esto es, de la estatización de los medios de producción, el partido único y la economía planificada desde arriba. La caída del muro de Berlín, en 1989, escenifica esta capitulación. Entonces, en el imaginario planetario quedó una sola ruta, un solo destino mundial. Lo que ahora está pasando es que ese único destino triunfante también fallece. Es decir, la humanidad se queda sin destino, sin rumbo, sin certidumbre. Pero no es el
Lo que hoy queda en los países capitalistas es una inercia sin convicción que no seduce, un manojo decrépito de ilusiones marchitas y, en la pluma de los escribanos fosilizados, la añoranza de una globalización fallida que no alumbra más los destinos.
Entonces, con el socialismo de Estado derrotado y el neoliberalismo fallecido por suicidio, el mundo se queda sin horizonte, sin futuro, sin esperanza movilizadora. Es un tiempo de incertidumbre absoluta en el que, como bien intuía William Shakespeare,
¿Cuál será el nuevo futuro movilizador de las pasiones sociales? Imposible saberlo. Todos los futuros son posibles a partir de la
En cualquier caso, no existe sociedad humana capaz de desprenderse de la esperanza. No existe ser humano que pueda prescindir de un horizonte, y hoy estamos compelidos a construir uno. Eso es lo común de los humanos y ese común es el que puede llevarnos a diseñar un nuevo destino distinto de este emergente capitalismo errático que acaba de perder la fe en sí mismo.
La historia sin fin ni destino
Hoy, cuando aún retumban los últimos petardos de la larga fiesta
Los primeros traspiés de la
ideología de la globalización se hacen sentir a inicios de siglo XXI en
América Latina, cuando obreros, plebeyos urbanos y rebeldes indígenas
desoyen el mandato del fin de la lucha de clases y se coligan para tomar
el poder del Estado. Combinan- do mayorías parlamentarias con acción de
masas, los gobiernos progresistas y revolucionarios implementan una
variedad de opciones posneoliberales, mostrando que el libre mercado es
una perversión económica susceptible de ser remplazada por modos de
gestión económica mucho más eficientes para reducir la pobreza, generar
igualdad e impulsar crecimiento económico.del fin de la historia, resulta que quien salió vencedor, la globalización neoliberal, ha fallecido dejando al mundo sin final ni horizonte victorioso; es decir, sin horizonte alguno. Donald Trump no es el verdugo de la ideología triunfalista de la libre empresa, sino el forense al que le toca oficializar un deceso clandestino.
Con ello, el
fin de la historiacomienza a mostrarse como una singular estafa planetaria y de nuevo la rueda de la historia –con sus inagotables contradicciones y opciones abiertas– se pone en marcha. Posteriormente, en 2009, en Estados Unidos, el hasta entonces vilipendiado Estado, que había sido objeto de escarnio por ser considerado una traba a la libre empresa, es jalado de la manga por Barack Obama para estatizar parcialmente la banca y sacar de la quiebra a los banqueros privados. El eficienticismo empresarial, columna vertebral del desmantelamiento estatal neoliberal, queda así reducido a polvo frente a su incompetencia para administrar los ahorros de los ciudadanos.
Luego viene la ralentización de la economía mundial, pero en particular del comercio de exportaciones. Durante los 20 años recientes, éste crece al doble del producto interno bruto (PIB) anual mundial, pero a partir de 2012 apenas alcanza a igualar el crecimiento de este último, y ya en 2015 es incluso menor, con lo que la liberalización de los mercados ya no se constituye más en el motor de la economía planetaria ni en la
pruebade la irresistibilidad de la utopía neoliberal.
Por último, los votantes ingleses y estadunideneses inclinan la balanza electoral en favor de un repliegue a estados proteccionistas –si es posible amurallados–, además de visibilizar un malestar ya planetario contra la devastación de las economías obreras y de clase media, ocasionado por el libre mercado planetario.
Hoy, la globalización ya no representa más el paraíso deseado en el cual se depositan las esperanzas populares ni la realización del bienestar familiar anhelado. Los mismos países y bases sociales que la enarbolaron décadas atrás, se han convertido en sus mayores detractores. Nos encontramos ante la muerte de una de las mayores estafas ideológicas de los siglos recientes.
Sin embargo, ninguna frustración social queda impune. Existe un costo moral que, en este momento, no alumbra alternativas inmediatas sino que –es el camino tortuoso de las cosas– las cierra, al menos temporalmente. Y es que a la muerte de la globalización como ilusión colectiva no se le contrapone la emergencia de una opción capaz de cautivar y encauzar la voluntad deseante y la esperanza movilizadora de los pueblos golpeados.
La globalización, como ideología política, triunfó sobre la derrota de la alternativa del socialismo de Estado; esto es, de la estatización de los medios de producción, el partido único y la economía planificada desde arriba. La caída del muro de Berlín, en 1989, escenifica esta capitulación. Entonces, en el imaginario planetario quedó una sola ruta, un solo destino mundial. Lo que ahora está pasando es que ese único destino triunfante también fallece. Es decir, la humanidad se queda sin destino, sin rumbo, sin certidumbre. Pero no es el
fin de la historia–como pregonaban los neoliberales–, sino el fin del
fin de la historia. Es la nada de la historia.
Lo que hoy queda en los países capitalistas es una inercia sin convicción que no seduce, un manojo decrépito de ilusiones marchitas y, en la pluma de los escribanos fosilizados, la añoranza de una globalización fallida que no alumbra más los destinos.
Entonces, con el socialismo de Estado derrotado y el neoliberalismo fallecido por suicidio, el mundo se queda sin horizonte, sin futuro, sin esperanza movilizadora. Es un tiempo de incertidumbre absoluta en el que, como bien intuía William Shakespeare,
todo lo sólido se desvanece en el aire. Pero también por ello es un tiempo más fértil, porque no se tienen certezas heredadas a las cuales asirse para ordenar el mundo. Esas certezas hay que construirlas con las partículas caóticas de esta nube cósmica que deja tras suyo la muerte de las narrativas pasadas.
¿Cuál será el nuevo futuro movilizador de las pasiones sociales? Imposible saberlo. Todos los futuros son posibles a partir de la
nadaheredada. Lo común, lo comunitario, lo comunista es una de esas posibilidades que está anidada en la acción concreta de los seres humanos y en su imprescindible relación metabólica con la naturaleza.
En cualquier caso, no existe sociedad humana capaz de desprenderse de la esperanza. No existe ser humano que pueda prescindir de un horizonte, y hoy estamos compelidos a construir uno. Eso es lo común de los humanos y ese común es el que puede llevarnos a diseñar un nuevo destino distinto de este emergente capitalismo errático que acaba de perder la fe en sí mismo.
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