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La ira de Trump podría conducirlo por un peligroso camino
Por
Stephen Collinson, CNN
(CNN) -
Los presidentes usualmente se enojan, pero la mayoría se esfuerza mucho
para ocultar sus ataques de rabia y evitar la impresión de que la furia
rige sus decisiones.
Pero no Donald Trump.
En sus tres meses y medio en el Gobierno, el presidente número 45 de Estados Unidos ha mostrado que esa indignación, impulsividad y el deseo espinoso de proteger su imagen están en el centro de su filosofía de gobierno.
El más reciente ejemplo de la furia del presidente ha emergido luego de su decisión de despedir a James Comey, al parecer la culminación de una larga animosidad con el director del FBI.
Trump dio una idea de su irritabilidad e impaciencia con Comey durante una entrevista con NBC News este jueves.
Trump criticó agudamente y calificó a Comey como "un fanfarrón" y "que se pavoneaba”. Trump añadió que Comey había lanzado al FBI hacia una "tormenta política”.
Problemas
Pero esas reacciones viscerales a veces meten en problemas al presidente. El despido repentino de Comey, por ejemplo, podría hacer más que darle un golpe político al presidente. Podría llevarlo a un campo constitucional peligroso y corre el riesgo de que se vea involucrado en una serie de investigaciones que podrían conducirlo a direcciones impredecibles y cavar todo tipo de situaciones políticas y legales.
Esta no sería la primera vez que Trump se hiere políticamente con su temperamento.
Por ejemplo, duró semanas emprendiendo peleas provocadas por su propia ira, empezando su presidencia con una confrontación sobre el tamaño de la multitud que asistió a su toma de posesión, y luego aseguró, aparentemente furioso por la interminable historia de la intromisión de Rusia en las elecciones, que fue espiado telefónicamente por orden del presidente Barack Obama.
Su torrente diario de mensajes en Twitter y las cada vez menos conferencias de prensa y eventos públicos, también revelan su respuesta altamente emocional al mínimo criticismo político.
Pero a pesar de que los ataques le hagan daño a veces, hay una razón por la cual pueda ser reacio a calmarse. La rabia ha sido una potente arma política para conectarse con la animosidad hacia Washington sentida por sus seguidores. Así lo admitió durante una entrevista con Erin Burnett, de CNN, en enero de 2016.
“Estoy enfadado. Estoy enfadado y muchas otras personas también lo están sobre la incompetencia de cómo está siendo manejado este país. Estoy extremadamente enfadado y molesto y creo que es ridículo”, dijo Trump en ese entonces.
Temperamento presidencial
Trump no es el primer presidente en sentir que le hierve la bilis.
El temperamento de Lyndon Johnson fue legendario. La furia estomacal de Richard Nixon con sus enemigos fue revelada en el sistema de grabaciones de la Casa Blanca que llevaron a su caída. El personal de Bill Clinton le temían a su furiosa cara roja. E incluso Barack Obama descargaba su ira en privado cuando las cámaras estaban apagadas generalmente contra su personal, como cuando el sitio web de Healthcare.gov no funcionó el mismo día de su lanzamiento.
Pero a diferencia de aquellos presidentes, las emociones y la rabia de Trump le dan forma a su dominante persona política. Estas parecen dictar en gran medida cómo conducir su negocio como presidente, arremetiendo contra sus enemigos, aparentemente sin previsión.
El drama de Comey sugiere grandes desventajas a este enfoque.
También genera una pregunta potencialmente crucial que llega al corazón de las esperanzas de Trump para forjar una presidencia exitosa. ¿Podría este impetuoso y extemporáneo uso de su poder ejecutivo convertirse en un incidente fatal y llevarlo a situaciones mucho más serias que la discusión política que ha batallado hasta ahora, e incluso ponerlo en peligro legal?
Cualquier presidente tiene el derecho de reemplazar al director del FBI. Pero es el momento y las miradas alrededor de la despedida de Comey que son incómodas para la Casa Blanca, pues el director del FBI estaba investigando si sus asistentes cooperaron para que los rusos se infiltraran en la elección presidencial.
Al parecer, Trump también estaba molesto de que Comey refutara sus afirmaciones de escuchas telefónicas en una audiencia ante el Congreso, aunque controló un poco el daño sobre este tema en su entrevista con NBCNews.
“Estaba sorprendido de que lo dijera, pero no estaba enfadado”, dijo Trump.
La
salida de Comey levantó sospechas de que la decisión de Trump fue
motivada no solamente por una profunda animosidad personal, sino que fue
un intento de descarrilar la investigación que tiene el potencial de
exponer las malas conductas de su circulo más íntimo.
Lo que motiva la ira de Trump en este caso es lo que dirá cómo termina.
Si Trump solo despidió a Comey en un ataque de rencor, puede afectarse políticamente y fomentar impresiones de que su gobierno está en desorden, pero es poco probable que se vea a sí mismo enfrentando una peligrosa pendiente legal.
Pero si la ira de Trump es motivada por algún conocimiento interno de supuestos vínculos entre Rusia y su equipo de campaña, o por la preocupación de que otro mal comportamiento podría ser expuesto, sería otro problema.
“Si resulta, por ejemplo, que la presidencia no tenía nada que ver con eso, si resulta que era totalmente irrelevante y está despidiendo a Comey por razones políticas, el tema morirá ahí”, dijo Andrew Hall, abogado que representó a John Ehrlichman, asesor del presidente para Asuntos Internos durante el gobierno de Nixon y que se vio involucrado en el escándalo del Watergate.
“Pero si van más allá mostrando que está tratando de protegerse a sí mismo o a alguno de los miembros de su equipo por la divulgación de un hecho que pueda ser criminal o una gran vergüenza y pase por actos ilegales, que él esté evitando que sea revelado, entonces se va a meter en problemas”, dijo Hall.
Pero, hasta el momento, ha sido casi imposible decir si Trump está actuando simplemente de manera imprudente o con una idea más nefasta ya que las explicaciones de su gobierno han sido confusas y contradictorias.
Por ejemplo: le dijo que Comey que fue despedido por recomendación del fiscal general, Rod Rosenstein, debido al manejo que le dio a la investigación de los correos electrónicos de Hillary Clinton.
Pero al día siguiente, la Casa Blanca dijo que Trump de hecho había pensado a despedir a Comey desde que ganó la elección, en noviembre de 2016.
Trump también creyó que el jefe del FBI no tomó lo suficientemente en serio las investigaciones sobre las filtraciones y creyó que su “propio hombre” podría significar problemas al estar tan cerca de la presidencia, informó CNN.
Aún así, Trump también considera que incluso si sus motivos no son siniestros, el comportamiento de la Casa Blanca en el asunto de Comey invita a la sospecha y a la investigación.
Es ahí donde los gobiernos pueden ser atraídas a manipular o frustrar las investigaciones e intentar evitar que las verdades salgan y que eventualmente queden atrapadas en el lodo legal. Después de todo no fueron las interceptaciones al Comité Nacional Demócrata en el escándalo del Watergate lo que provocó la salida de Nixon de la presidencia, sino sus esfuerzos y de su equipo por cubrirlos.
Pero no Donald Trump.
En sus tres meses y medio en el Gobierno, el presidente número 45 de Estados Unidos ha mostrado que esa indignación, impulsividad y el deseo espinoso de proteger su imagen están en el centro de su filosofía de gobierno.
El más reciente ejemplo de la furia del presidente ha emergido luego de su decisión de despedir a James Comey, al parecer la culminación de una larga animosidad con el director del FBI.
Trump dio una idea de su irritabilidad e impaciencia con Comey durante una entrevista con NBC News este jueves.
Trump criticó agudamente y calificó a Comey como "un fanfarrón" y "que se pavoneaba”. Trump añadió que Comey había lanzado al FBI hacia una "tormenta política”.
Pero esas reacciones viscerales a veces meten en problemas al presidente. El despido repentino de Comey, por ejemplo, podría hacer más que darle un golpe político al presidente. Podría llevarlo a un campo constitucional peligroso y corre el riesgo de que se vea involucrado en una serie de investigaciones que podrían conducirlo a direcciones impredecibles y cavar todo tipo de situaciones políticas y legales.
Esta no sería la primera vez que Trump se hiere políticamente con su temperamento.
Por ejemplo, duró semanas emprendiendo peleas provocadas por su propia ira, empezando su presidencia con una confrontación sobre el tamaño de la multitud que asistió a su toma de posesión, y luego aseguró, aparentemente furioso por la interminable historia de la intromisión de Rusia en las elecciones, que fue espiado telefónicamente por orden del presidente Barack Obama.
Su torrente diario de mensajes en Twitter y las cada vez menos conferencias de prensa y eventos públicos, también revelan su respuesta altamente emocional al mínimo criticismo político.
Pero a pesar de que los ataques le hagan daño a veces, hay una razón por la cual pueda ser reacio a calmarse. La rabia ha sido una potente arma política para conectarse con la animosidad hacia Washington sentida por sus seguidores. Así lo admitió durante una entrevista con Erin Burnett, de CNN, en enero de 2016.
“Estoy enfadado. Estoy enfadado y muchas otras personas también lo están sobre la incompetencia de cómo está siendo manejado este país. Estoy extremadamente enfadado y molesto y creo que es ridículo”, dijo Trump en ese entonces.
Temperamento presidencial
Trump no es el primer presidente en sentir que le hierve la bilis.
El temperamento de Lyndon Johnson fue legendario. La furia estomacal de Richard Nixon con sus enemigos fue revelada en el sistema de grabaciones de la Casa Blanca que llevaron a su caída. El personal de Bill Clinton le temían a su furiosa cara roja. E incluso Barack Obama descargaba su ira en privado cuando las cámaras estaban apagadas generalmente contra su personal, como cuando el sitio web de Healthcare.gov no funcionó el mismo día de su lanzamiento.
Pero a diferencia de aquellos presidentes, las emociones y la rabia de Trump le dan forma a su dominante persona política. Estas parecen dictar en gran medida cómo conducir su negocio como presidente, arremetiendo contra sus enemigos, aparentemente sin previsión.
El drama de Comey sugiere grandes desventajas a este enfoque.
También genera una pregunta potencialmente crucial que llega al corazón de las esperanzas de Trump para forjar una presidencia exitosa. ¿Podría este impetuoso y extemporáneo uso de su poder ejecutivo convertirse en un incidente fatal y llevarlo a situaciones mucho más serias que la discusión política que ha batallado hasta ahora, e incluso ponerlo en peligro legal?
Cualquier presidente tiene el derecho de reemplazar al director del FBI. Pero es el momento y las miradas alrededor de la despedida de Comey que son incómodas para la Casa Blanca, pues el director del FBI estaba investigando si sus asistentes cooperaron para que los rusos se infiltraran en la elección presidencial.
Al parecer, Trump también estaba molesto de que Comey refutara sus afirmaciones de escuchas telefónicas en una audiencia ante el Congreso, aunque controló un poco el daño sobre este tema en su entrevista con NBCNews.
“Estaba sorprendido de que lo dijera, pero no estaba enfadado”, dijo Trump.
Lo que motiva la ira de Trump en este caso es lo que dirá cómo termina.
Si Trump solo despidió a Comey en un ataque de rencor, puede afectarse políticamente y fomentar impresiones de que su gobierno está en desorden, pero es poco probable que se vea a sí mismo enfrentando una peligrosa pendiente legal.
Pero si la ira de Trump es motivada por algún conocimiento interno de supuestos vínculos entre Rusia y su equipo de campaña, o por la preocupación de que otro mal comportamiento podría ser expuesto, sería otro problema.
“Si resulta, por ejemplo, que la presidencia no tenía nada que ver con eso, si resulta que era totalmente irrelevante y está despidiendo a Comey por razones políticas, el tema morirá ahí”, dijo Andrew Hall, abogado que representó a John Ehrlichman, asesor del presidente para Asuntos Internos durante el gobierno de Nixon y que se vio involucrado en el escándalo del Watergate.
“Pero si van más allá mostrando que está tratando de protegerse a sí mismo o a alguno de los miembros de su equipo por la divulgación de un hecho que pueda ser criminal o una gran vergüenza y pase por actos ilegales, que él esté evitando que sea revelado, entonces se va a meter en problemas”, dijo Hall.
Pero, hasta el momento, ha sido casi imposible decir si Trump está actuando simplemente de manera imprudente o con una idea más nefasta ya que las explicaciones de su gobierno han sido confusas y contradictorias.
Por ejemplo: le dijo que Comey que fue despedido por recomendación del fiscal general, Rod Rosenstein, debido al manejo que le dio a la investigación de los correos electrónicos de Hillary Clinton.
Pero al día siguiente, la Casa Blanca dijo que Trump de hecho había pensado a despedir a Comey desde que ganó la elección, en noviembre de 2016.
Trump también creyó que el jefe del FBI no tomó lo suficientemente en serio las investigaciones sobre las filtraciones y creyó que su “propio hombre” podría significar problemas al estar tan cerca de la presidencia, informó CNN.
Aún así, Trump también considera que incluso si sus motivos no son siniestros, el comportamiento de la Casa Blanca en el asunto de Comey invita a la sospecha y a la investigación.
Es ahí donde los gobiernos pueden ser atraídas a manipular o frustrar las investigaciones e intentar evitar que las verdades salgan y que eventualmente queden atrapadas en el lodo legal. Después de todo no fueron las interceptaciones al Comité Nacional Demócrata en el escándalo del Watergate lo que provocó la salida de Nixon de la presidencia, sino sus esfuerzos y de su equipo por cubrirlos.
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