sábado, 29 de julio de 2017

Del Gmail al Vietnam


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Del Gmail al Vietnam Kaos en la red


Por Jose Luis Merino
¿Ficción o realidad? Un relato que entrevera la ficción y la realidad, al hilo del Gmail.
Por José Luis Merino
I
Un hombre aburrido encendió el ordenador. Dirigió sus dedos a la bandeja de entrada, como es norma entre millones de aburridos usuarios semejantes a él. En la pantalla aparecía la palabra Google, en letras grandes, pero nada de la pestañita Gmail, desde donde aparecen los e-mails recibidos. Acudió al buscador de ayuda. Una voz iba llevándole de un lado a otro. Cada siete palabras añadía la estúpida coletilla ¿vale? Al momento simpatizó con aquel tipo, gracias a su jerga de mortal aburrimiento. Al fin quedó subsanada la anomalía.
En los días siguientes, el hombre aburrido se puso una de las faldas plisadas de Agatha Christie, y con ella, tras cuatro apreturas de meninge, encontró la solución, o creyó encontrarla. La ausencia de la pestaña Gmail tenía su origen en el contenido de un e-mail suyo enviado a un amigo mexicano, dos días antes. En ese correo se solidarizaba con el pueblo mexicano, llamando al Presidente Trump, patán, machista, matachín y bocón. Por aquellos días se hablaba de los espionajes por parte de las agencias cibernéticas de todo el mundo. Cada vez que la palabra Trump salía en la Nube, quedaba registrado quién o quiénes lo hicieron…
El hombre aburrido se quitó la falda, y se sintió Alguien.
II
El hombre aburrido citó en su casa a unos amigos suyos. Todos ellos muy críticos con él por sentirse espiado desde los Estados Unidos de América. Tras invitarles a un aburrido té, el anfitrión leyó dos pasajes de un libro suyo de aforismos, editado en 1972. Decía el primero: Maldigo a los soldados estadounidenses, por matar con napalm a niños vietnamitas de ojos oblicuos que no podrán ver más la Luna. Especificaba el segundo: Felicitaciones al Presidente Lyndon B. Johnson por la derrota en la guerra del Vietnam. Guardó su voz. Tomó un sorbo. Esperó.
Los escuchantes no dijeron nada. De lo que no se sabe es mejor no hablar, dice Wittgenstein. El hombre aburrido les mostró una postal de USA, fechada el 20 de julio de 1982. La firmaban dos profesores. Dio sus nombres. La mayoría de los presentes los conocían. Estos profesores decían haber visto su libro de aforismos en la biblioteca de la Universidad de California, en Los Ángeles (UCLA). De repente sonó un ruido nervioso de cucharillas y tazas. Para el más resuelto de los reunidos, el caso ponía al descubierto la existencia, en aquellos años, de una dilatada red de lectores distribuidos por medio mundo, para detectar e-n-e-m-i-g-o-s en letra impresa de la nación americana. Estuvieron de acuerdo con lo expuesto. Lo probaba el control de un libro insignificante, de un autor desconocido. Quien tiene el control, tiene el poder, sentenció uno de los seis convocados. Se levantó la sesión. Todos abrazaron al dueño de la casa, y se disculparon por las feroces críticas contra él. Al quedarse solo, el hombre aburrido lucía una sonrisa viajada de oreja a oreja.

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