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Posantropología | Página transversal
por Alexander Dugin – La sociedad humana después de la crisis: el infierno en la tierra a través de la lente de la sociología profunda.
Sociología de las profundidades
Una sociedad concreta (fenomenal) siempre se compone de dos partes: la superficie y la subterránea.
La parte superficial es lo que normalmente denominamos «sociedad», es
decir, una esfera de actividad racional donde prevalece el logos
(λόγος). Esto es el dominio de lo «diurno». La parte subterránea es la
oscuridad, la isla submarina del inconsciente colectivo, la región de la
noche social (lo «nocturno»), donde manda el mito (μύθος).
Durante algún tiempo, la ciencia progresista creyó
que estas dos partes estaban situadas en orden diacrónico. En los
tiempos antiguos (y entre los pueblos «primitivos», el desafortunado
«residuo» de la antigüedad), el mito era predominante. Pero el progreso
de la civilización suplantó gradualmente el orden mitológico y lo
reemplazó con un orden basado en el logos. La comunidad, o Gemeinschaft, es reemplazada por la sociedad, o Gesellschaft
(F. Tönnies). Pero esta exaltación optimista no duró mucho tiempo.
Mientras que la fe ciega en el supuesto progreso reinaba casi
incuestionablemente en la Europa Occidental de los siglos XVIII-XIX, el
subconsciente, donde predominan las leyes eternas e inmutables del mito,
fue descubierto a principios del siglo XX.
Las obras de Jung desarrollaron la teoría de Freud
y establecieron una nueva topología de la psicología humana. Freud ya
había demostrado que, además del «Yo» (el «ego»), un «Ello» invisible y
reprimido (en alemán «es», en latín «id»),
opera activamente dentro del hombre. Jung demostró que el fundamento de
este «Ello» está arraigado en una realidad especial común a todas las
personas. El inconsciente colectivo es uno para todos.
El seguidor de Jung, el sociólogo francés G.
Durand, apoyándose en la teoría junguiana del inconsciente colectivo y
sus arquetipos, complementó la topología psicoanalítica con una
sociológica, sentando así las bases para una «sociología de las
profundidades», una «sociología profunda», o «sociología de la
imaginación». Así, la segunda parte subterránea de la sociedad, en cuyo
centro reside el mito, fue descubierta, estudiada e impartida con la
descripción.
Sociólogos ordinarios como Weber, Sombart,
Durkheim, Moss, Sorokin, etc. describen más a menudo la sociedad diurna y
sus propiedades, es decir, el logos social. Los sociólogos de las
profundidades, por otra parte, tales como G. Durand o M. Maffessoli, se
dedican a la exploración de los mitos sociales, elaborando una especie
de sociología del mito.
El estudio de las interconexiones entre los dos
niveles principales de esta topología, es decir, entre el logos y el
mito, enterró el concepto de racionalidad y la noción de «progreso» en
las primeras etapas. Según G. Durand, resulta que estos últimos no son
otra cosa que una racionalización del mito de Prometeo. El siguiente
paso fue el descubrimiento de que el propio Logos, como destino
axiológico de la cultura de Europa Occidental (desde Platón a Descartes
hasta el positivismo), no era sino una edición especial del mito (un
«mito ascendente» en la teoría de G. Bachelard o «régimen diurno» , «le
diurne» en la teoría de Durand). Este es el descubrimiento de la
sociología profunda (la sociología de la imaginación) basada en el
estructuralismo de C. Levi-Strauss, la historia de la religión (H.
Corbin, M. Eliade), el psicoanálisis (C.G. Jung), la reflexología
(M.Bekhterev), la física y las matemáticas modernas (R.Tohm, V.Pauli
etc.). Esto abrió una visión completamente diferente de la esencia,
contenido, significado, naturaleza y calidad de los procesos sociales.
La sociología clásica, que había detectado numerosos fracasos del logos
en la sociedad (por ejemplo, el principio de «heterotelia», una ley
sociológica que afirma que los procesos sociales casi siempre alcanzan
objetivos distintos de los que se establecieron para empezar, anulando
la lógica causa-efecto en la que tan firmemente creyeron los padres
fundadores de la sociología -los positivistas Kant y Durkheim), llegó a
través de la sociología profunda a formar un sistema coherente y
semánticamente completo. El enorme material metodológico y documental
acumulado por los sociólogos clásicos empezó a ser interpretado de una
manera totalmente nueva.
Así, a fines del siglo XX, se estableció una
«sociología de dos niveles» en la que la investigación sobre el logos
social fue paralela a los estudios del «subterráneo social» (la
«mazmorra social») y del «mito social». En otras palabras, se descubrió
el «inconsciente social».
El Logos social
Por su profesión, un sociólogo está llamado a
mirar más allá de la «opinión pública», de las «ideas comunes» y el
«sentido común», es decir, aquellas creencias e ideas que circulan entre
las masas en su «mayoría» y constituyen el marco de la «sabiduría
convencional». La «opinión pública» nunca refleja el cuadro completo. Su
lugar natural está situado en el espacio entre la verdad científica y
lo que es una quimera pura, o nada. Incluso Platón, en su República,
definió la «opinión» (δόξα) como mostrándonos algo al mismo tiempo que
nos oculta algo más, revelándonos en todos los casos no lo que está en
la superficie a transmitir, sino en algún otro lugar, engañándonos
siempre. Los expertos estadounidenses más francos en especulación
financiera y mercados de valores han formulado la misma ley en los
términos más ásperos: «la mayoría siempre está equivocada».
Al analizar la «opinión», los sociólogos derivan
de tal la verdad semimanifestada y semioculta, explicando así el
mecanismo y, a su vez, la estructura semántica de las mentiras
(silencio, eufemismos, proyecciones, transposición y otros tropos
retóricos). Por lo tanto, es la suma de verdades científicas,
aclaraciones y etiologías de conceptos erróneos y mentiras extraída -el
contenido del logos social- que constituye el objeto de la sociología
clásica.
El pesimismo de los sociólogos clásicos: el logos al borde de la catástrofe
La mayoría de las grandes reconstrucciones de los
sociólogos clásicos (las «grandes teorías») fueron marcadas por la
naturaleza perturbadora de los procesos sociales en el siglo XX. La
misma idea de «progreso», que se ha convertido en algo que se da por
sentado en la «opinión pública», fue aceptada en un momento dado como un
eufemismo diseñado para iluminar las premoniciones de un desastre
inminente.
La mayoría de los sociólogos, y Pitirim Sorokin en
particular, enfatizaron unánimemente la naturaleza hedonista, material,
sensual y sensata de la moderna civilización occidental, y esta
cualidad afectó al «logos social» aún más en profundidad a lo largo del
siglo XX. Los valores materiales, entrañando una «obsesión por la
economía», la búsqueda de la libertad material y egoista y del placer,
vinieron a la vanguardia y socavaron y erosionaron la estructura de la
organización racional de la sociedad. Casi todos los sociólogos
predijeron de una manera u otra que el logos social de Occidente y de
toda la civilización mundial, habiendo estado bajo influencia decisiva
de Occidente, amenazaba el desastre.
Este sentimiento se intensificó especialmente en
la era posmoderna, cuando muchos comenzaron a hablar de la «sociedad del
espectáculo» (G. Debord), el «orden del simulacro» (J. Baudrillard), o
el «fin de la historia» (F. Fukuyama). De hecho, Fukuyama habló de una
«sociedad de brechas», aumentando la «fragmentación de los lazos
sociales», etc. El logos social se había desintegrado frente a nuestros
propios ojos transformándose en algo más constatado con gran dificultad y
exigiendo nuevos métodos sociológicos para comprenderlo y explicarlo.
Algunos, como Castells, han sugerido tímidamente
que el logos no muere, sino que pasa a una nueva forma de existencia
como una red. Pero esto no sonó y no suena muy convincente. En cualquier
caso, a partir de finales del siglo XX, la sociedad clásica se
encontraba en el umbral de, como dicen los optimistas, una metamorfosis
fundamental cualitativa o, como sospechaban los pesimistas (como
Spengler), del colapso.
El momento social a través de los ojos de los sociólogos de la profundidad: deslizándose en la noche
Aún más alertados por el agotamiento de la
modernidad están los sociólogos de la profundidad, quienes en principio
han creído que la revalorización del logos a la vista del mito equivale a
un desastre que, por definición y desde el principio, está cargado con
el colapso y la inflación colosal del logos. No siendo oponentes del
logos, simplemente señalan que el gigantesco esfuerzo de reevaluar una
mitad de la sociedad (la mitad diurna), está cargado con la posibilidad
de una rápida regresión y de caer en el extremo opuesto, las regiones
del inconsciente, sin alivios o etapas intermedias. Consideraron
acertadamente que los totalitarismos europeos del siglo XX fueron una
caída rápida hacia el mito, por ejemplo, el régimen nazi (con su «Mito
del siglo XX» que, ciertamente, es más bien una pálida y lamentable
parodia del mito en sí mismo) y la URSS con su intento milenarista de
construir un «paraíso en la tierra» (el mito diacrónico-trinitario de
Joaquín de Fiore salteado por Hegel y el específicamente ruso mesianismo
cultural).
Pero la inflación del logos no cesó con la
victoria sobre el fascismo o después del fin del comunismo. En la década
de 1990 surgió la ilusión temporal de que el logos social había
encontrado finalmente su encarnación final en el paradigma
estadounidense liberal-democrático (de ahí el globalismo y el «fin de la
historia»), que duraría para siempre (como los neoconservadores
estadounidenses intentaron inaugurar con el «Proyecto para un Nuevo
Siglo Americano» y las teorías de la «hegemonía benevolente» y el
«imperio benévolo»). En los años 2000, todo esto se hizo cada vez más
dudoso. Cuando golpeó la crisis financiera de 2008 y el demócrata negro
Barack Obama llegó al poder en Estados Unidos, quedó claro que la ronda
precedente no fue el establecimiento de un «nuevo orden mundial», sino
la agonía final del logos occidentalocéntrico.
Desde el punto de vista de los sociólogos de la
profundidad, se trataba de la colisión de dos mitos que habían actuado
durante tres siglos en la “mazmorra” de las sociedades europeas
occidentales (y los que estaban bajo su influencia).
La era moderna y la Ilustración reflejaron el
surgimiento del mito de Prometeo, que inspiró tanto a los racionalistas
como a los románticos, al pueblo del día y a los poetas de la noche. El
titán, embaucador, impostor de los dioses (la noche), Prometeo, actuando
como Fausto y Lucifer, trae a la gente el fuego y el conocimiento (el
día). Schelling, Hugo, Hegel, Marx, y tanto los liberales como los
socialistas se inspiraron en el mito de Prometeo. Incluso en el
fascismo, a través de la lente nietzscheana del «Superhombre» y del
wagnerianismo, Prometeo encontró una expresión peculiar.
Pero con el final del siglo XIX, Prometeo comenzó a
ceder el paso al mito de Dionisio. Emanado de los salones decadentes,
penetró en la cultura y posteriormente se convirtió en el principal mito
de la gente dedicada a los medios de comunicación (y, por regla
general, de los marginados, los borrachos, los pervertidos y los
drogadictos, como señaló Durand acertadamente), el cine y más tarde la
televisión, los intelectuales y los artistas – la típica gente de la
noche en prácticamente todas las sociedades. Gradualmente imbuidos del
estilo individualista-hedonista de los «periodistas», escépticos
inveterados, y los opositores de toda organización racional (enemigos
del logos social), la sociedad se convirtió en una sociedad del
entretenimiento y del disfrute, la «sociedad del espectáculo».
Dionisio desplazó a Prometeo, el final de cuyo mito se describe en el espléndido e irónico libro de André Gide, Prometeo mal encadenado.
Pero el propio Dioniso perdió poco a poco su atractivo, su impulso y su
energía, como las perversiones decadentes de la élite, teniendo algo
estilísticamente atractivo, se convirtieron en la asquerosa putrefacción
de las masas en decadencia que se deslizaban en la noche. Los plebeyos
desfiles gay convirtieron el ambiente refinado de los salones de
Oscar Wilde, la insanidad solar de Arthur Rimbaud y el gesto poético del
Apollon de Kuzmín, en un kitsch plebeyo (otro ejemplo del
significado de la expresión «no arrojar perlas a los cerdos»). El mito
de Dioniso, a su vez, alcanzó el punto de saturación y se convirtió en
una de las fuentes de frescura del estancado pantano estinfaliano.
El ciclo de la cultura occidental ha llegado a su fin. La posmodernidad con sus epifenómenos es un ejemplo convincente de esto.
De todos modos, los sociólogos de las
profundidades están a la espera de un nuevo mito (tal vez esperan que
este sea el mito equilibrado e integrador de Hermes – como el grupo
Eranos, que incluyó a Jung, Eliade, Bachelard, Corbin, Dumezil, Scholem y
Durand), pero comprenden claramente que el logos europeo está a punto
de deslizarse en la noche. Francamente hablando, me parece bastante
dudoso que estas maravillosas personas, estos neo-hermetistas, logren
detener lo que está cayendo, mucho menos cambiar esta caída…
La topología de Jung
Las observaciones precedentes eran necesarias para
llegar al tema principal, es decir, nuestro intento de concebir lo que
espera a la humanidad una vez que la posmodernidad finalmente adquiera
todo su sentido y el logos social finalmente perezca en la noche del
mito. En otras palabras, estamos interesados en reconstruir el cuadro de
la inminente dimensión sociológica teniendo en cuenta aquellos
significados estructurales y semánticos que nosotros (o no) debemos
sobrevivir (o no). Sobre la base de una reconstrucción sociológica de
las teorías clásicas y no clásicas, podemos construir diferentes modelos
del futuro, basándonos en la topología psicoanalítica de Jung, que se
preocupó por el destino del hombre y trató de describir lo más
imparcialmente posible la plenitud del factor humano en sus diversas
dimensiones en diferentes etapas. Antes de «pintar» la «sociología del
Apocalipsis» con «la pintura de Jung», recordemos los principales
parámetros de su topología.
Según Jung, un ser humano es un sistema complejo
que consiste en varios polos, los principales de los cuales son el
«ego», la «persona», el «ánima / ánimus», la «sombra» y el Selbst (el «Sí-mismo»). Agreguemos el «superego» de Freud en aras de la exhaustividad.
Mi «yo» y mi máscara
El hombre es considerado como un individuo
racional que se llama a sí mismo «yo». En el psicoanálisis, esta función
se denomina mediante el término latino «ego», cuyas propiedades son el
intelecto, la capacidad para las operaciones mentales, la posesión de
estructuras lógicas (o «proto-lógicas», como las llamadas «tribus
primitivas» y «salvajes»), la capacidad de autorreflexión y la
separación clara de uno mismo («ego») del mundo exterior, los «otros», y
«el otro».
El logos social generalizado es la proyección
colectiva del «ego», lo que Freud llamó «superego» o «super-yó». El
«ego» siempre se relaciona con el «superyó», que da lugar así a un
sistema de normas sociales y determina una gran parte del ser del «yo».
En cuanto al otro «yo» social y al logos social
agregado (superego), el ego actúa como el personaje, la personalidad, o
la máscara. Existe una brecha entre el ego y la personalidad, que
consiste en que el «ego» tiene otra dimensión, invertida en sí misma,
que la distingue de la personalidad o «personaje» a través de una
función sociológica completamente exhaustiva. El ego tiene una psique,
mientras que un personaje no (tal es cuidadosamente ocultado e
ignorado). La psique del ego se da a conocer sólo cuando un personaje
comienza a comportarse o a sentir inadecuadamente dentro de la sociedad o
frente al superego dado como un estándar en la moral y las reglas del
pensamiento (un trastorno mental).
El «Yo» por lo general parece estar solo como
resultado de la reflexión del logos sobre la separación física del
cuerpo humano. Pero esto no es necesario, enfatiza Jung. La deformación
de las estructuras lógicas, una disminución del nivel mental (abaissement du niveau mental),
o simplemente el soñar pueden fácilmente desdibujar la singularidad del
yo, su identidad, y dispersar en varias fracciones el «alter ego». En
algunos casos de psicosis, esto se manifiesta a través de voces, a
través de la vista, o incluso a través de visiones de uno mismo. En
algunos casos, varios «egos» pueden formar una forma bastante estable de
identidad (como el Stevenson del Dr. Jekyll y Mr. Hyde).
El «yo» de Jung no es una constante de una vez y
para siempre, sino que es plural. A veces Jung habla del ego como una
parte de una psique compleja junto con otros «complejos».
El reino del inconsciente colectivo y el Selbst
Dentro del «ego» comienza el espacio de la psique
que contiene diferentes capas, algunas cercanas al «ego» (como la
memoria, la evaluación subjetiva de las acciones y la «invasión» desde
el exterior) y aquellas más alejadas, como el inconsciente.
Freud llamó al inconsciente «es» o «id».
Él mismo restringió el inconsciente a sentimientos e instintos
individuales formados por lo general durante la infancia e incluso en el
período prenatal. En el famoso sueño de Jung de 1909, en el cual viajó a
través del Atlántico por barco con su maestro, vio que en el
inconsciente hay un nivel aún más profundo que deja de ser individual y
se convierte en colectivo. El reino del inconsciente colectivo es el
centro de la topología conceptualizada de Jung.
El inconsciente colectivo, según Jung, es el mismo
para todos y está habitado por mitos y arquetipos eternos. Este
inconsciente colectivo se explica por argumentos estables de ciertos
sueños (grandes sueños), mitos, cuentos, cuentos de hadas, visiones
religiosas y obras artísticas. El inconsciente colectivo, bien recibido,
comprendido, aceptado y sagradamente exaltado, dirigido hacia la luz,
es lo que Jung llama Selbst o «yo».
El ánimus / ánima y el doble oscuro
Además, entre el ego y el inconsciente colectivo
existen dos de las principales instancias intermedias: el ánimus / ánima
(el alma que Jung divide por género) y la “sombra” (umbra, die Schatten).
El ánimus / ánima (como el Séraphitus-Séraphita
de Balzac), es una imagen del inconsciente colectivo como aparece en
forma pura en el ego masculino o femenino. A lo largo de su
investigación (incluyendo estudios clínicos), Jung señaló que los
hombres constantemente imaginan que el «inconsciente» («es» e «id»)
es femenino (de ahí el «ánima», el alma femenina), mientras que las
mujeres lo imaginan masculino (de ahí el «ánimus», el alma masculina).
En ruso, sería tentador utilizar las palabras afines dusha («alma») y dukh
(«espíritu»), pero tienen un significado regularmente diferente (aunque
uno podría preguntarse: ¿tiene cualquiera de ellas algún sentido hoy en
absoluto?).
Tenemos también la «sombra», que representa el
gemelo oscuro del ego, que consiste en productos negativos del diálogo
entre el ego y el inconsciente colectivo. Todo lo que la mente diurna
reprime, elimina, expulsa, censura y no reconoce en los impulsos
surgidos desde las profundidades inconscientes, configura la «sombra»,
formando su estructura y una especie de «anti-persona» (simétricamente
opuesto a un persona). El diablo es la forma generalizada de la sombra.
La individuación como realización del Selbst
De gran importancia en las obras de Jung es el
tema de la «individuación». La individuación es la transferencia
armoniosa, equilibrada, incremental y mesurada de las estructuras del
inconscente colectivo al nivel del logos. Una vida humana correctamente
orientada es la realización del Selbst, es decir, la
individuación. Sólo en este caso, el ego sirve al propósito de dejar
caer lo que está en el nivel del mito en el reino del logos.
Jung clarificó la relación entre determinados
casos en su topología, suministró matices, explicó detalles y resolvió
los rompecabezas de sus relaciones dialécticas. Delineó la dialéctica de
esta estructura en sus pacientes y en obras de arte, doctrinas
religiosas, teorías filosóficas, biografías famosas y en los prejuicios
de los ciudadanos comunes. Prácticamente todo su trabajo creativo se
dedicó a este fin.
La sociología de la imaginación
La aplicación de la topología de Jung a la
sociedad (con ciertos ajustes) produce la sociología profunda o la
sociología de la imaginación, desarrollada principalmente por R. Bastide
y G. Durand. El logos social (la «conciencia pública» de Durkheim) es
el ego generalizado (superego). En el otro extremo está el inconsciente
colectivo (o inconsciente social). Entre ellos está el ego humano frente
a la sociedad a través de su personalidad (persona), y frente al
inconsciente colectivo (el reino nocturno de los mitos) a través de su
psique y sus figuras (el ánima, el ánimus y la sombra).
Entre la conciencia colectiva y el inconsciente
colectivo existe una dinámica en la medida en que resuenan en ciertas
cuestiones y son homólogos, mientras que en algunos casos entran en
discordia y conflicto. Esto se debe a la cinética social (incluida la
movilidad) y al contenido profundo de los procesos sociales. El
individuo o el humano son un punto en esta compleja dialéctica de dos
tiempos de la noche y el día, o diurna y nocturna.
El modelo tripartito de la topología social de
Pitirim Sorokin, que distingue entre tres tipos de sociedades y
estructuras sociales (ideales, idealistas y sensuales), sobre la base de
un enfoque puramente heurístico, se da base firme en las tres
estructuras arquetípicas de Durand: «heroica» «cíclica» y «mística», que
son un homólogo mitológico directo de los constructos sociológicos de
Sorokin. La escuela de Durand, el Centro de Investigación sobre el
Imaginario, ha producido en sus 50 años de existencia una enorme
cantidad de trabajo hermenéutico en el «mito-análisis» de los sistemas
sociológicos y la «mito-crítica» de las obras literarias o de los
registros históricos.
Soñando el mundo
Ahora sobre la crisis económica. Antes hemos dicho
que es muy probable que la actual crisis financiera sea una expresión
de un proceso mucho más profundo, es decir, el declive del logos social
borroso o saturado de momentos sensuales (a la Sorokin), o del mito
dionisíaco que ha sido superado por las masas osculadoras (a la Durand). En el sistema de Jung, este proceso puede ser visto como el «descenso del nivel mental» (abaissement du niveau mental).
Supongamos que las estructuras lógicas del ego y del superego se
desmoronan en un umbral crítico -y esto es muy probable si tenemos en
cuenta las observaciones sobre la sociedad rusa, que se ha degradado
rápidamente en el sentido intelectual y moral, así como los procesos que
tienen lugar en la cultura y la política occidentales. En este caso,
debemos esperar que la humanidad sumerja la cabeza primero en el régimen
nocturno.
En la topología junguiana, esto significa que
hemos descendido al inconsciente colectivo. Esto no es simplemente
nihilismo. El mismo concepto de nada, o nihil, pertenece al orden
de las estructuras lógicas capaces de representar abstractamente la
negatividad pura en contraste con la presencia pura. Pero en la medida
en que la lógica se erosiona, la nada cristalina del nihilismo lógico
nos aparece no como vacía, sino llena de significados evasivos, imágenes
incoherentes y sonidos cacofónicos arreglados discordantemente. El
nihilismo de la noche está lleno de sonidos, colores y formas, pero sólo
desde el punto de vista del día. Esto es la nada.
Comenzaremos a ver los puntos críticos enumerados
debajo en la oscuridad. Después de todo, siempre hay unos objetos que
son más oscuros que otros. Es en este punto que hemos llegado a la
versión junguiana de la futurología poscrisis.
El logos social ha caído. A pesar de haber
derrotado con éxito a todos sus competidores lógicos e ideológicos
(teocracia, monarquía, fascismo y comunismo), el liberalismo no ha
lidiado con la carga del logos social, es decir, es incapaz de defender
el orden del día todo por sí solo contra la noche acercándose desde
todos los lados y desde dentro. El último de esos intentos fue la
aventura imperial de los neocons estadounidenses. Mientras tanto, los logoi anteriores son abandonados irremediablemente repudiados y destrozados.
El carácter diurno del liberalismo es relativo.
Tal vez ganó precisamente porque ofrecía el más suave de todos las
órdenes, el logos más discreto, el instrumento más comprometedor y
tolerante de la represión diurna del inconsciente nocturno. Pero ahora,
por fuerza, ha sido dejado cara a cara frente al caos, el mismo caos en
el que se apoyó anteriormente.
Si la actual crisis económica (para la
civilización liberal, la economía es un sustituto del orden y del logos)
resulta ser la última, entonces se producirá un «descenso fundamental
del nivel mental de la humanidad». El mundo se sumergirá en un sueño.
¿Qué tipo de sueño será este?
Los nuevos actores de la posantropología
La eliminación del «ego» y del «superego», su
vuelco en la neblina oscura de la psicosis, conduce a la aparición de
nuevos actores en la vanguardia. Estos actores no serán ni las clases
(como en el comunismo), ni las razas (como en el nacionalsocialismo), ni
incluso el individuo (como en el liberalismo) – todas estas ideologías
sociales se fundaron sobre sistemas lógicos específicos y, paralelamente
a tales, sobre mitos nocturnamente estructurados bastante
distinguiblemente. Estos actores serán las formas del inconsciente que
quedan de la época de la dominación luminosa del logos. Este será un
orden poslogos que conducirá a la introducción de la posantropología.
Las principales figuras de la relación entre el
ego y el inconsciente adquirirán autonomía y se convertirán en el
sustituto del ego. La humanidad oirá «voces».
El hecho de que el ego del hombre moderno se
vuelva dinámico, plural, parecido a un juego y aleatorio puede verse ya
en todas partes: en el constante cambio de profesiones, en el movimiento
(el nuevo nomadismo), cambiando de género, en los nicks,
en la aparición de dobles y clones (primero en la literatura, las
películas y los juegos de computadora, pero mañana en la práctica). Esto
se convertirá en algo corriente según la vida adquiera una naturaleza
más irónica y parecida a un juego. El ciclo se contraerá a medida que
las familias, los socios, los amigos, los países y las ocupaciones
cambien con una velocidad caleidoscópica. La gente cambiará su género
con mayor frecuencia, y las operaciones de cambio de sexo llegarán a ser
algo que suceda más de una vez: una es mujer, tiene suficiente, se
convierte en un hombre, luego en una mujer de nuevo, y así
sucesivamente. Pero después de cierto punto – apenas lo notaremos – la
noción de identidad individual se disolverá y el principio de libertad
corroerá los «grilletes totalitarios» de la individualidad. En el átomo
humano se descubrirán componentes separados: electrones, protones,
cuark, que demandarán por sí mismos «nuevas libertades» (como el
escritor belga Jean Ray anticipó en su obra La mano de Götz von Berlichingen).
Y es en este momento que nos enfrentaremos a una
serie de fenómenos y de avances muy interesantes que definirán el
panorama del paisaje posantropológico.
El advenimiento de la sombra
La «sombra» será uno de los actores principales
del «apocalipsis junguiano». Las fantasías de las sombras vivas (en las
obras de Anderson y el folklore popular) son un cuento famoso que
aparece repetidamente en la literatura, el teatro y la ópera. La
«sombra» es un sinónimo del diablo, y podemos decir que esta imagen
coincide con las amplias y variadas descripciones del Anticristo o de la
«venida de Satanás». La perspectiva de Jung difiere de las visiones
religiosas y teológicas sobre este tema en que él examina la figura del
diablo – en el espíritu del «Apocatástasis» de Orígenes – como
relativamente negativa. De acuerdo con Jung, en la «sombra-diablo» se
acumula todo lo que ha sido descartado por el ego en el curso de una
individuación sin éxito, es decir, en el curso de la traducción del
inconsciente colectivo y sus arquetipos en la esfera del logos. Así, el
diablo no es independiente ni primordial, sino que simplemente simboliza
la totalidad de los fracasos humanos y los resultados de la fricción
con el «superego», que a su vez no está asociado tanto con los errores
individuales como con la disonancia y el conflicto del logos social
(incluyendo los aspectos religiosos y morales) con el complejo
mitológico situado bajo los cimientos de la sociedad. La sombra es el Selbst fallido. Después de todo, el diablo fue una vez un ángel de luz que cayó…
La sombra que se revelará en un futuro próximo no
debe ser considerada necesariamente como el «diablo» de la religión
cristiana. En términos sociales y psicoanalíticos, esto será simplemente
un «residuo», una especie de sustituto de un «Yo» que desaparece, y
frente al inconsciente colectivo indiferenciado, esta figura parecerá
como «paja salvadora» que, como corresponde a su identificación, será
más alta que el caos mitológico que nada por debajo. Por lo tanto, para
la poshumanidad, la «sombra», como imagen preservada del «ego» perdido,
se presentará como una especie de tentación. La sombra no actuará como
un enemigo de la humanidad (especialmente porque el hombre por ese
tiempo dará paso al poshombre). Más bien, actuará como un enemigo del
abismo indiferenciado de sueños indistinguibles.
¿Qué será esta «sombra» en su venida? Esto es
difícil de imaginar, ya que el panorama social cambiará
significativamente. El colapso del logos no cancelará la ciencia, o más
precisamente la tecnología, por lo que la disolución del individuo
podría muy bien combinarse con la continuación del progreso tecnológico
por inercia. Por lo tanto, la sombra vendrá con el séquito de máquinas y
dispositivos. Pero no será un ser humano singular o un grupo de seres.
Será algo parecido a una nube, una niebla, una nebulosa pensante que
puede asumir varias identidades, nombres y tipos. Estas imágenes serán
algo vagas, como si estuvieran cubiertas de niebla. La sombra
difícilmente aparecerá en forma de monstruos, sino más bien en forma de
recuerdos y sueños lánguidos y densos.
Este es un polo.
Operación Alraune
Otra figura del apocalipsis junguiano será el
ánima femenina desencarnada. Esta no será una hembra humana, sino la
feminidad en su aspecto colectivo, de aparición.
Aquí vale la pena insistir con más detalle en la
idea del ánima en las obras de Jung. El ánima de Jung no es una imagen
de una mujer basada en el instinto animal o la observación lasciva del
sexo femenino, y ni siquiera en la memoria genética como lo presentan el
freudismo y la psicología materialista. Es la creación de un ego
puramente masculino que, a través del ánima, se estructura tanto a sí
mismo como las relaciones con el otro interno (que es el mismo),
procediendo a proyectar esta relación hacia afuera sobre el otro y sobre
sí mismo, ahora dentro del marco de la forma – es la mujer en un
sentido social-de género.
El ego masculino no sabe nada sobre el ego
femenino, y no quiere ni puede saber nada al respecto. Simplemente
proyecta una imagen viva, en la que es apelado por el inconsciente
colectivo («es»), sobre la materia socio-biológica circundante.
El ánima interno y la mujer externa son para el ego masculino (logos)
estrictamente uno y lo mismo. El ánima es primaria y aquello que no
coincide con el ánima en una mujer tampoco es notado, rechazado,
censurado u odiado por el ego masculino. Todo esto ha sido rastreado por
los psicoanalistas en millones de ejemplos.
Si el ánima masculino es atraído por la figura de
la Melusina (el habitante acuático mágico, mujer pez con cola y sin
genitales), entonces un desajuste en la mujer externa en relación con
este estándar será presentado como su culpa, y no como la culpa de la
imagen (en la cual, de hecho, no hay nada patológico – después de todo,
está armoniosa y fuertemente tejida en el sagrado léxico de los grandes
sueños).
Una investigación paralela ha sido llevada a cabo
por Levi-Strauss en el estudio de la estructura del parentesco. En los
mitos de muchas tribus americanas, así como otros pueblos de África y
Melanesia o, más ampliamente, del mundo entero, es recurrente el tema de
una “escala apropiada del matrimonio”. Con el fin de mostrar lo que es
correcto, un mito muestra lo que es incorrecto. Hay un sinnúmero de
motivos estables que conciernen al matrimonio con animales (Masha y el
oso, etc.), espíritus, demonios y ángeles (el Libro de Enoch),
objetos, monstruos, y así sucesivamente. Estos están demasiado distantes
de las relaciones, lo que significa que el ego ha ido demasiado lejos a
través de los horizontes del conocimiento y, por regla general, las
leyendas advierten que nada bueno sale de esto.
Lo demasiado cerca de un parentesco está
representado por el incesto, un tabú que descansa en el corazón de todas
las estructuras sociales conocidas con sólo raras excepciones (como el
zoroastrismo, que legalizó e incluso proscribió el incesto; y en la
práctica de sectas judías sabateas en Turquía, ver M. Maffesoli). En
relación con el ánima, esto significa que el ego ha llegado demasiado
cerca del inconsciente colectivo, que está cargado de disolución o
podría en lugar de tal introducir sus propias proyecciones “egoístas”
conduciendo a la esterilidad o a la generación de monstruos, es decir,
desembocar en el reino de las sombras. La sombra es la totalidad de
aquellos tabúes que el hombre ha sentido la tentación de violar.
Aquí surge una pregunta: ¿de dónde viene el ego
masculino? Diferentes sociólogos, filósofos y psicólogos han ofrecido
diferentes respuestas. El sociólogo marxista Bourdieu, por ejemplo, cree
que el género es un fenómeno puramente social, es decir, el ego es
dotado de una cualidad masculina exclusivamente por la sociedad – la
dictadura del «superego» – y en la práctica mediante la educación y la
estructuración de las relaciones familiares. Según Bourdieu, si un niño
es criado y tratado como una niña, será una niña, y su ego y su
personalidad serán plenamente femeninas en la personalidad. Sobre esto
está basada la «tolerancia de género» contemporánea y la interpretación
occidental de los derechos humanos, en los que el hombre (como afirmó el
clásico del liberalismo, Locke) es una tabula rasa sobre la cual la
sociedad escribe todo lo que le plazca. Marx también lo creía así.
En cualquier caso, se puede suponer que no es del género de un alma (el ánima-ánimus) de lo que depende si el ego es masculino o femenino, sino por el contrario, el género de un alma a través de una lógica inversa determina la identidad de género del ego. El ánima conduce al ego que es masculino con el fin de hacer armónico el proceso de individuación, es decir,
su entrada a la luz del logos. A la inversa, el ánimus se extrapola a
sí mismo en la región de la lógica a través del ego femenino con el fin
de ejercer toda la misma individuación. Tengamos en cuenta que todas
estas consideraciones se aplican sólo a la teoría de Jung, según la cual
el alma tiene un género.
En cualquier caso, comprender la autonomía
particular del alma imbuida de género nos permite visualizar la figura
del ánima que probablemente nos encontraremos en el transcurso de la
crisis financiera global. Esta feminidad «sin mujeres» o «aparte de las
mujeres» podría muy bien aparecer a través de una serie de arquetipos
que se manifestarán, bien diacrónica o sincrónicamente, en la forma de
figuras femeninas gigantes, mujeres oscuras, feas y viejas, hadas,
ondinas, ninfas y salamandras, o en la forma de elementos femeninos
directamente tales como el agua y la tierra. La fantasía plástica del
logos social en descomposición produce formas técnicas o virtuales. Sin
embargo, es poco importante si estas figuras del ánima aparecerán por
medio de un mal funcionamiento en el proceso de clonación, o como
resultado del desarrollo de las ilusiones visuales de la pantalla
totalitaria. Lo más importante en esto no es la tecnología del fenómeno
del ánima, sino su significado filosófico. El logos social ha sido en el
último milenio predominantemente masculino. En descomposición, se
derramará la fantasía femenina definitiva al igual que, según la
leyenda, de la semilla procedente del ahorcado se obtiene la mandrágora o
alraune (ver la maravillosa novela de Hanns Heinz Ewers, Alraune).
Cuando pensamos en la feminidad sin mujeres,
queremos hacer hincapié en cómo el ánima está asociado con el ego
masculino, y esto significa que el polo posantropológico del ánima
probablemente estará ligado al hombre en desaparición y a su “Yo”
hundido más que a las mujeres que, desde el punto de vista lógico, será
relegado a un nicho específico existencial. Ahora vamos a considerar qué
tipo de nicho será.
El ánimus
Si el ánima es el producto del ego puro masculino,
entonces el ánimus es el producto de lo puramente femenino. El hombre
que constituye el sueño de la mujer, es decir, la forma masculina del «es»,
nunca ha existido y no existirá. Este no es el ego masculino, sino algo
bastante diferente. El Príncipe azul, el noble caballero, el héroe: la
mujer da a luz y puebla la cultura con ellos. La mujer creó al hombre.
En el sentido literal, ella le dio a luz. En sentido figurado, lo
inventó. El hombre fue ideado por la mujer en tres formas: como el bebé,
como el héroe, y como el profesor viejo y sabio. Estas son los tres
instancias del inconsciente. El puer ludens, el homúnculo,
el liliputiense, el niño jugando y riendo – estas son insinuaciones de
lo inconsciente, que el ego femenino es capaz de abrazar, comprender y
abarcar. El marido heroico es el inconsciente en la forma con la que la
batalla existencial se puede librar para jugarse su existencia (ya que
los hombres de verdad que merecerían esto simplemente no existen).
Finalmente, el anciano profesor es el inconsciente en forma de muerte,
que captura la dinámica del ego femenino y lo congela en el hielo de la
eternidad. Tales hombres viven solamente en la psique de la mujer y de
allí aparecen en las obras de arte. Los artistas con talento feminizados
leen los finos pliegues de los sueños de las mujeres y los traen a la
cultura. Y sólo a partir de ahí, como patrones, asumen su ego masculino,
totalmente diferente en estructura y estilo, conforme a las normas
sociales, la dictadura del “superego” y mantienen el estado del
personaje.
El debilitamiento de la presión de la cultura
conduce a los hombres a convertirse en lo que vemos hoy a nuestro
alrededor, de lo cual el ego femenino retrocede con disgusto. Estos son
los bebés mocosos y gritones de hoy, los hombres puercos, sucios (en el
mejor de los casos), cobardes, y codiciosos, y los viejos y groseros que
han acumulado a lo largo de toda su vida útil sólo conflictos y malos
hábitos. Las proyecciones sociales del espíritu femenino tejieron
anteriormente unidas las imágenes de los hombres heroicos y las
impusieron como el estándar. Cuando este trabajo se debilitó en un
segmento del logos social del que las personalidades femeninas fueron
responsables en la era del patriarcado, entonces todo se derrumbó. Sólo
los seres extraños y desordenados de orientaciones no tradicionales
permanecen – bichos raros y friquis. El patriarcado fue un producto de
la extrapolación de la fantasía femenina.
Entonces, ¿quién será el ánimus sin hombres?
Esta será la figura de la versión final de la
energía femenina, el héroe solar, el “superhombre” – inocente como un
niño, cruel como un hombre, y sabio como un anciano. El diálogo femenino
con el inconsciente producirá la descarga final de energía erótica en
una figura dorada voladora. Será efímera y se disolverá rápidamente, ya
que, dada la ausencia de orden social (sobre la superficie de la cual el
residuo sobrante nadará al igual que la policía de tráfico, que
sobrevivirá fácilmente a la desaparición del sentido y de la lógica de
las cosas), el ánimus no tendrá nada a través de lo cual asegurar su
voluntad de poder. Este será el destello de la aurora absoluta del
«fascismo» metafísico, que se manifestará en el horizonte sólo para
derretirse lejos en la noche inminente en un instante.
Sin embargo, quién sabe, tal vez incluso la
contemplación momentánea del nacimiento y la desaparición del ánimus
será un espectáculo que, de una manera ilusoria, satisfará grandes
expectativas femeninas.
El Sujeto radical
Todavía otra figura tendrá su lugar en la (anti)
utopía poscrisis. Esta vez, este personaje no es del arsenal de la
topología junguiana, sino de las intuiciones posfilosóficas de la «nueva
metafísica». Es el Sujeto radical descrito esquemáticamente en mis
libros The Philosophy of Traditionalism, Post-Philosophy, y The Radical Subject and its Double. Aunque no sea una figura junguiana, no obstante, puede ser descrito en los términos del «apocalipsis junguiano».
El Sujeto radical es la realización de la erupción
de los arquetipos del inconsciente colectivo a la luz del día siguiendo
un modelo distinto de los del logos social y cultural que dominaron en
el ciclo de la civilización humana conocida. El Sujeto radical es el
logos alternativo (o más precisamente, el logos en potencialidad
llevando un número de logoi), que comparte con los logos
conocidos hasta ahora su naturaleza diurna, pero que pertenece al
inconsciente colectivo y a la fundación mitológica de la sociedad
(cultura, civilización) de una manera diferente. En comparación con
esto, la génesis de los primeros (viejos) logos fuera de los mitos era
cuestionable en el mismo principio, si no fatalmente equivocada.
Desde el punto de vista filosófico, la teoría más
cercana a este modelo es el «Ereignis» de Heidegger, que desarrolló de
1936 a 1944.
El Sujeto radical es capaz de individuación bajo
cualquier circunstancia en la medida en que opera con el logos no como
una realidad, sino con el logos como una potencialidad, es decir, en la
esfera que se encuentra entre el inconsciente colectivo (el mito) y su
concentración en la actualidad del logos, antes de que esta
concentración se vuelva irreversible.
Este es el logos disuelto, el proto-logos. El Sujeto radical es la realización del Selbst
en su forma incondicional libre de todas las circunstancias, y la
psique no participa en tal realización ya que estamos tratando (según
Jung y Otto) con los horizontes numinosos del espíritu en forma pura más
allá de las aguas psíquicas, una especie de “vía seca”.
La composición final
El escritor Mamleev escribió una vez en el título
de una de sus historias: «Estamos listos para la Segunda Venida». Eso es
correcto.
¿Cuál será la combinación de los polos de la posantropología?
En teoría, y siguiendo las simetrías formales,
habrá cuatro posidentidades dinámicas que son relativamente autónomas –
la sombra, el ánima, el ánimus, y el Sujeto radical. Se puede suponer
que la “sombra-diablo” tratará de ampliar su campo en la máxima medida
disponible, es decir, contra el ánima, el ánimus, y el Sujeto radical.
Hasta qué punto ocurrirá la re-duplicación del
Sujeto radical , es decir, el establecimiento de su simulacro diabólico,
lo he tratado de describir en mi libro The Radical Subject and its Double,
en el que el “doble” que tenemos en mente es estrictamente al que Jung
se refiere como la “sombra”, sólo en la perspectiva apocalíptica y
sociológica que estamos examinando ahora – la sombra del macrocosmos, no
de la micro-psicología. Para resumir este libro en una sola frase:
distinguir el Sujeto radical de su doble será difícil, y en esto reside
el nervio metafísico de todo el drama del mundo (el mundo fue creado a
la luz del telos de este discernimiento final).
La valencia de la relación entre la sombra y el
Sujeto radical, entre otras cosas, presta a la sombra un valor
metafísico, y fuera de este residuo inercial del logos que se dispersa,
lo convertirá en una figura “socialmente” significativa. Aquí, por
cierto, es muy pertinente el modelo teológico de la comprensión del
diablo que, a diferencia del pragmatismo psicológico de Jung (y de su
dependencia de los gnósticos), forma en relación con este carácter las
proporciones adecuadas de reacción, lucha, y vuelo (si en tal punto
alguien está todavía «formando su mente», entonces por ahora su mente no
es simplemente «no la suya», sino que desaparece por completo como el
humo).
El ánimus dorado, saliendo de la periferia del
horizonte del sexo femenino en el resplandor del (nunca antiguo)
fascismo absoluto, probablemente no tendrá relación alguna con el ánima o
con la sombra. A la sombra es inaccesible porque en ella el ego
femenino se libera de sí mismo, de su propio pecado, de su propia
sombra. El ego femenino es la sombra. Pero, ¿qué es, entonces, el ego
masculino? ¿Tal vez sólo un malentendido? Cómo se relaciona el Sujeto
radical con el ánimus desencarnado aún no está claro. ¿Y alguna vez
tendrá algún significado? …
Ahora la sombra está sin duda tratando de
apoderarse del ánima líquido, incluirlo en su estructura, tal vez por la
inercia de la memoria. Como sabe la física moderna, incluso las
sustancias materiales tienen memoria. La sombra verá la simetría
posantropológica con su ego femenino desapareciendo en la nada.
Sin embargo otro elemento, el quinto, será el
telón de fondo, el cual sólo puede ser descrito como el «retorno de los
dioses antiguos» (la fórmula de Heidegger), el ascenso del inconsciente
colectivo o del infierno en su forma etimológica, como lo invisible (el
Hades) se convierte en visible (la idea, la forma). En ausencia de un
logos que reprimir, todos los mitos se levantarán juntos sin ningún tipo
de control diacrónico o de cualquier orden (Ordnung). La
conciencia cristiana también puede seguramente relacionar esto como
demandas de religión. En un sentido moral, estrictamente religioso, la
tentación no debe tener ningún poder o fuerza sobre el hombre salvado si
el mal no asume en un momento rasgos ambiguos que forman una elección
espiritual y moral – para el discernimiento de los espíritus es un reto
verdaderamente heroico y una gran hazaña -, y no dándose por sentado
como una banalidad sociocultural. Cuando el mal viene bajo la apariencia
del mal, no es tan difícil de rechazar. Cuando surge como algo
incomprensible y sobrecogedor a la vez, entonces, tomar una posición
estricta es mucho más difícil. Todo gira y cae fuera de lugar, y es
imposible distinguir una cosa de la otra. Este es el mal vigoroso y
eficaz.
¿Sucederá esto?
Necesariamente, ya que, por una parte, este
escenario en términos generales ha sido escrito en los textos sagrados
de la humanidad, mientras que por otro lado, la sociología moderna, los
estudios culturales, la filosofía y la psicología analítica, en sus
propios idiomas y terminologías, han llegado a una visión más o menos
similar. Sin duda será, y precisamente como se ha descrito. La pregunta
es ¿cuándo exactamente?
Cada fracaso en la historia de la civilización,
cada gran guerra, desastre natural, revolución sangrienta, y ciclo
furioso de desarrollo cultural, político, social, económico y
tecnológico, puede significar potencialmente el colapso del logos
social, que clara y suficientemente hace tiempo ha alcanzado su
saturación y ha pasado por las principales etapas de su viaje. El logos
social ya ha «nacido, se ha casado, y ha muerto». Esto era evidente en
el tiempo de Nietzsche. Heidegger, Spengler, y en un sentido más amplio
la mayor parte de los revolucionarios conservadores de Alemania en los
años 1920 y 1930, vivían exclusivamente con el sentimiento de este
final.
La revolución rusa cabalgó esta misma ola, al
menos como lo entendieron los poetas, filósofos y artistas de la Edad de
Plata (y fueron los únicos en entenderlo correctamente). La propuesta
de que el proletariado se reconozca a sí mismo como una identidad de
clase (sobre todo en la década de 1920), la literatura de A. Planatov y
la poesía de Klyuev, Blok, y Maiakovski, ya había anticipado el
movimiento posantropológico de energías sin cuerpo, deshumanizadas. La
Rus-Sofía de Blok es el ánima. Klyuev describe en detalle la geografía
del inconsciente colectivo con la minuciosidad de un zoólogo o topógrafo
alemán. Maiakovski creó una ontología poética de los seres de clase.
Platonov explicó cómo estar vivo y trabajar a través de las comunas
luminosas, como sus héroes comen la tierra (como el personaje Chevengur
que se hace llamar “Dios”), se transforman en Dostoievski, y lujosa y
voluptuosamente dañan la realidad de Rosa Luxemburg y la revolución
mundial.
Si nos asomamos más profundamente en la historia,
entonces que Rus viviera en la época del cisma y Europa durante la
Reforma muy bien puede atribuirse a la misma categoría. El mundo se
terminó, el logos social se agrietó y derribó, y de debajo de los
escombros se arrastraron las figuras gigantes del subconsciente
indomable.
Ha habido no pocas repeticiones de la crisis
actual, y la humanidad está culturalmente preparada para ello. La estafa
que llamamos «modernidad», con sus quimeras y vacío, terminará tarde o
temprano. Por lo tanto, todo sucederá, sucederá pronto, y sucederá
precisamente. Por supuesto, no hemos descrito cómo, porque vemos todo
como abierto y nos preparamos para participar.
Y todavía existe la posibilidad de que este
estallido de la burbuja no sea el último (o el penúltimo). Heidegger
consideró metafísicamente: «Vivimos cerca del punto de la medianoche –
no, no parece sin embargo – siempre el eterno ‘todavía no’»…
Pero no importa cómo podrían ser frustradas las
expectativas de un resultado rápido, esto no significa que no haya nunca
un fin. Podría retrasarse, pero mire a su alrededor. Todo lleva sus
signos. Tal vez sea pospuesto una vez más, se olvidará, y la escoria una
vez más se alegrará y agitará, sintiendo que que esta vez no es
«todavía aún…». Podríamos permitir esto, pero, de nuevo, quizá no sea
pospuesto. Incluso si lo fuera, hay que vivir – ya hoy – como si no
fuera a ser pospuesto. Y cuando realmente vivamos, fijos sobre el
desenlace posantropológico, viviendo en su mismo interior y tal vez
anticipando sus acontecimientos, entonces todo sucederá.
Será, necesariamente será.
(Traducción: Página Transversal)Fuente: Geopolitica.ru
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