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El nuevo horizonte de las exguerrilleras en Guatemala Kaos en la red
Por Laura Solé
Brotan proyectos comunitarios de reinserción en países de Centroamérica basados en el modelo cooperativista de autogestión.
http://www.lamarea.com/2017/07/23/98694/
Yolanda, David y el Gato charlan animosamente mientras David corta con brío el pelo a su hijo. El Gato es
el mote por unos ojos como grietas de polo norte, pero también herencia
de los años en la selva, cuando se les quitó el nombre. Todas las
personas aquí, no hace tanto, eran combatientes de las Fuerzas Armadas
Rebeldes (FAR) de Guatemala, y los tres forman parte ahora de Nuevo Horizonte,
una cooperativa integral ubicada en el departamento del Petén, a pocos
kilómetros de la frontera mexicana. Fue constituida en 1998 por 90
excombatientes de las FAR tras la firma de los acuerdos de paz en el
país. Aún hoy, los miembros siguen siendo únicamente exguerrilleros y,
además de una cooperativa, Nuevo Horizonte es también una comunidad
relajada en la que viven 475 personas, entre las asociadas y sus
familias.
La aldea es un ajedrez de
casitas ajardinadas entre caminos de tierra, acunada por el verde y los
sonidos de la selva. Sus 900 hectáreas incluyen bosques, tierras para el
cultivo y el ganado y una laguna. El proyecto de autogestión
comunitaria tiene por objetivo unir paulatinamente todos los elementos
básicos de una economía e integrar los sectores de actividad necesarios
para vivir al margen del sistema capitalista. Durante el conflicto
armado, que duró más de 30 años, miles de campesinas que huían de las
masacres perpetradas por el Ejército en las aldeas se refugiaron en el
monte, más por supervivencia que por ideas revolucionarias. Y el monte
catalizó la indignación y la transformó en conciencia de clase y
resistencia colectiva. Petrona escapó a la selva embarazada y
cargando con cuatro hijos, tras la desaparición forzada de su esposo en
diciembre de 1982. “Si una se metió a andar en estas cosas fue porque
no le quedó más para sobrevivir. Nos escondimos en la montaña seis años,
allí me sentí segura, parte de una comunidad. Aprendí a leer, a
escribir, a orientarme en la selva, a conseguir comida. Nos daban
pláticas sobre nuestros derechos. Comprendí que el único delito que yo
tenía era haber nacido pobre y mujer”, relata.
Con
la firma de los acuerdos de paz, en 1996, se abrió un horizonte y un
reto para las centenares de campesinas que llevaban años ocultas y que
habían perdido el pasado por el camino. Volver. ¿A dónde y para qué?
Muchas llegaron en la infancia y no habían conocido otra vida que la
lucha clandestina. Dejar la guerrilla no consistía solo en dejar las
armas, sino en pasar de un entorno consagrado al colectivo a uno mucho
más individualista.
Un espejo para Colombia
Inevitablemente,
con sus diferencias, este escenario recuerda a la desmilitarización de
las FARC en Colombia, en tanto que se repite el desafío de la transición
de la vida militar a la vida civil. En aquel país se espera la
desmovilización de cerca de 5.000 guerrilleras y la puesta en libertad
de 4.000 miembros del grupo armado. Naciones Unidas, que participa en el
proceso de desarme, ha mostrado su preocupación por la seguridad de las
guerrilleras en el nuevo contexto y ha insistido en la necesidad de
crear mecanismos de protección. Los procesos fracasados de reinserción
en Guatemala y El Salvador son un antecedente que pesa, pues para muchas
ha sido origen de gran parte de los conflictos que han convertido la
región en una de las más violentas del mundo.
Nuevo
Horizonte no fue el único proyecto comunitario de reinserción de
exguerrilleras en Guatemala, pero sí el único que ha tenido continuidad.
Con la firma de la paz, 145 miembros de las FAR adquirían un crédito
para la compra en propiedad de 900 hectáreas de tierra para la
cooperativa. Ronnie, socio cooperativista, recuerda los inicios: “No
tenía sentido irnos cada uno por su lado a cultivar su milpa como si
nada hubiera pasado y echar por tierra tantos años en la selva. Así que
decidimos dejar los fusiles pero no la lucha: volver a organizarnos y
tratar de cambiar el mundo desde lo pequeño”. Cuenta que llegaron con lo
puesto y que los primeros años pasaron hambre: “Organizamos grupos de
trabajo en los que participábamos todos. Algunos tuvimos que salir a
buscar empleo fuera y otros buscaron financiación internacional”.
La formación, la autodisciplina y la visión compartida del
mundo por la vivencia en la guerrilla fue fundamental para el
desarrollo de la cooperativa. “Aprendimos que la base de toda sociedad
es la organización”, añade Petrona, que, mientras enseña orgullosa las
orquídeas del jardín, resume el traslado a México donde se encargó del
envío de armamento y medicamentos a la guerrilla. Fue detenida y
encarcelada hasta los acuerdos de paz. En la actualidad, además de los
grupos de trabajo, en la cooperativa existe un consejo rector y comités
para discutir aspectos prioritarios para la comunidad, como la
educación, la salud o el acceso al agua. Las representantes rotan y
están sujetas a la rendición de cuentas periódicas.
La
comunidad también gestiona un centro de salud y una escuela basada en
los modelos de educación popular. La mayoría de profesores son jóvenes
que pertenecen a la segunda generación de Nuevo Horizonte. “También hay
un comité de educación que organiza capacitaciones sobre temas de
interés para la comunidad. Las promotoras son personas de la propia
comunidad, aunque puntualmente también participan voluntarias a través
de talleres específicos de medicina o ingeniería, por ejemplo”, detalla
Marisa, presidenta de la junta directiva. El trasfondo
de la cooperativa es, por tanto, la construcción de nuevas formas de
convivencia, basadas en una economía que rechaza las lógicas de la
propiedad privada, el mercado y la búsqueda del beneficio. Los socios
trabajan en los proyectos productivos (agricultura, ganadería,
piscicultura, reforestación y conservación de la selva, tienda y turismo
solidario) según sus intereses y se parte de la base de la economía
colectivista, según la cual las cosas no son propiedad de nadie sino de
quien las usa.
Soberanía alimentaria
Conscientes
de que el acceso a la tierra y a las semillas son clave para garantizar
la vida, la cooperativa maneja un área productiva con cultivos de
frutas y vegetales. La tierra es comunal, pero se combinan formas de
producción individual (pequeñas parcelas para huertos familiares), con
áreas de cultivo para la comercialización en forma colectiva. Asimismo,
cuenta con un banco de semillas y un centro de investigación en
agroecología y participa de una red de economía solidaria con las
comunidades vecinas para garantizar la soberanía alimentaria.
A
pesar del crecimiento del proyecto, la situación económica no es fácil
para la mayoría de familias, pues aún se encuentran en proceso de
capitalización de la organización y pago de la deuda de la tierra. Por
ese motivo, algunos miembros se ven obligados a trabajar dentro y fuera
de la cooperativa. Guillermo evoca cómo era la resistencia en la ciudad,
que fue vital para minar efectivos del ejército y conseguir
colaboradores. Está plantando en la huerta chili habanero. Un abismo
separa una vida y otra y, sin embargo, habla con la serenidad de los que
están de vuelta o están donde quieren estar. Atardece y las palabras se
van entrelazando con los aullidos de los saraguates. Es la banda sonora
de una selva que sigue siendo cobijo.
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