Los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 quedarán recordados para siempre como los "Juegos nazis", ya que se celebraron en la Alemania dominada por Adolf Hitler, quien aprovechó el evento para vanagloriarse de la supuesta superioridad de la raza aria por encima de cualquier otra.
En este marco, la alemana Gretel Bergmann llegaba como la gran candidata en la disciplina de salto en alto. "Hubiera ganado el oro", aseguró años después en diálogo con la agencia DPA. Sin embargo, los nazis no toleraron que fuese judía y antes del inicio del certamen le avisaron que no participaría de la cita.
Su lugar lo ocupo quien era su compañera de cuarto, Dora Ratjen, que finalmente logró el cuarto lugar. La ganadora de la prueba fue la húngara Ibolya Csak, quien saltó 1,60 metros, igualando el récord personal de la propia Bergmann.
Al año siguiente, por las constantes amenazas del régimen nazi, la atleta abandonó Alemania y se erradicó en Estados Unidos, país en el que vivió desde entonces.
Lo curioso fue que años más tarde, luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, se conoció que Dora Ratjen no era quien decía ser, sino que su verdadero nombre era Heinrich Ratjen, un hombre de 18 años que se hizo pasar por mujer para entrar en el equipo.
Según se supo en los años 50, el joven que luego establecería una nueva marca mundial en la disciplina, 1,70 metros, le había ocultado su identidad incluso al gobierno alemán, por lo que fue acusado de fraude y de traición al Tercer Reich.
Con el paso del tiempo, Bergmann fue reconocida por sus colegas y por las autoridades. En 1999 voló a Alemania por primera y única vez tras su exilio, para recibir el premio Georg von Opel, que distingue a los atletas que no fueron reconocidos en su debido momento.
El miércoles pasado, en su apartamento de Nueva York, el corazón de la alemana dejó de latir luego de 103 años y dejó atrás una vida de injusticias que tiene una página grabada en la historia de la infamia en el deporte olímpico.