Los
trapos sucios que empañan las "democracias" de Brasil, Argentina,
Colombia, México y Perú quedan absueltos por eso que llaman comunidad
internacional
Temer sigue siendo presidente de Brasil sin un voto en las urnas. Macri, el de los Panama papers,
tiene a Milagro Salas en una cárcel argentina como presa política.
Santos está involucrado en el escándalo de Odebrecht, porque habría
recibido un millón de dólares para su campaña presidencial en Colombia
en 2014. En lo que va de la gestión de Peña Nieto han sido asesinados 36
periodistas en México por realizar su labor informativa. El año pasado
Kuczynski gobernó Perú con 112 decretos, evitando así tener que
transitar por el Poder Legislativo.
Sin embargo, nada de esto importa. El único país que llama la atención es Venezuela. Los trapos sucios que empañan las democracias de Brasil, Argentina, Colombia, México y Perú quedan absueltos por eso que llaman comunidad internacional. El eje conservador está exento de tener que dar explicaciones ante la falta de elecciones, la persecución política, los escándalos de corrupción, la falta de libertad de prensa o la violación de la separación de poderes. Pueden hacer lo que quieran, porque nada será retransmitido a la luz pública. Todo queda absolutamente sepultado por los grandes medios y por muchos organismos internacionales autoproclamados como guardianes de lo ajeno. Y además, sin necesidad de estar sometidos a ninguna presión financiera internacional; más bien, todo lo contrario.
En estos países la democracia tiene demasiadas grietas para estar dando lecciones afuera. Una concepción de baja intensidad democrática les permite normalizar todas sus fallas, sin necesidad de dar muchas explicaciones. Y en la mayoría de las ocasiones esto viene acompañado por el aval y propaganda de determinados indicadores enigmáticos que no sabemos ni cómo se obtienen. Uno de los mejores ejemplos es el calculado por la prestigiosa Unidad de Inteligencia de The Economist, que obtiene su índice de democracia con base en respuestas correspondientes a las evaluaciones de expertos, sin que el propio informe brinde detalles ni precisiones acerca de ellos. Así la democracia se circunscribe a una caja negra en la que gana quien tenga más poder mediático.
Pero aún hay más: este bloque conservador tampoco está para presumir de democracia en el ámbito económico. No puede haber democracia real en países que excluyen a tanta gente de la satisfacción de los derechos sociales básicos para gozar de una vida digna. Más de 8 millones de pobres en Colombia; más de 6.5 millones en Perú; más de 55 millones en México; más de 1.5 millones de nuevos pobres en la era Macri, y unos 3.5 millones de nuevos pobres en esta gestión Temer. Lo curioso del caso es que estos ajustes en contra de la ciudadanía tampoco les sirven para presentar modelos económicos eficaces. Todas estas economías están estancadas y sin atisbos de recuperación.
Esta América Latina invisibilizada no nos debe servir de excusa para no ocuparnos de los desafíos al interior de los procesos de cambio. No obstante, en esta época de gran pulso geopolítico debemos hacer que lo invisible no sea sinónimo de lo inexistente. Esa otra América Latina fallida debe ser descubierta y problematizada.
No dejemos que nos impongan la agenda.
www.celag.org
Sin embargo, nada de esto importa. El único país que llama la atención es Venezuela. Los trapos sucios que empañan las democracias de Brasil, Argentina, Colombia, México y Perú quedan absueltos por eso que llaman comunidad internacional. El eje conservador está exento de tener que dar explicaciones ante la falta de elecciones, la persecución política, los escándalos de corrupción, la falta de libertad de prensa o la violación de la separación de poderes. Pueden hacer lo que quieran, porque nada será retransmitido a la luz pública. Todo queda absolutamente sepultado por los grandes medios y por muchos organismos internacionales autoproclamados como guardianes de lo ajeno. Y además, sin necesidad de estar sometidos a ninguna presión financiera internacional; más bien, todo lo contrario.
En estos países la democracia tiene demasiadas grietas para estar dando lecciones afuera. Una concepción de baja intensidad democrática les permite normalizar todas sus fallas, sin necesidad de dar muchas explicaciones. Y en la mayoría de las ocasiones esto viene acompañado por el aval y propaganda de determinados indicadores enigmáticos que no sabemos ni cómo se obtienen. Uno de los mejores ejemplos es el calculado por la prestigiosa Unidad de Inteligencia de The Economist, que obtiene su índice de democracia con base en respuestas correspondientes a las evaluaciones de expertos, sin que el propio informe brinde detalles ni precisiones acerca de ellos. Así la democracia se circunscribe a una caja negra en la que gana quien tenga más poder mediático.
Pero aún hay más: este bloque conservador tampoco está para presumir de democracia en el ámbito económico. No puede haber democracia real en países que excluyen a tanta gente de la satisfacción de los derechos sociales básicos para gozar de una vida digna. Más de 8 millones de pobres en Colombia; más de 6.5 millones en Perú; más de 55 millones en México; más de 1.5 millones de nuevos pobres en la era Macri, y unos 3.5 millones de nuevos pobres en esta gestión Temer. Lo curioso del caso es que estos ajustes en contra de la ciudadanía tampoco les sirven para presentar modelos económicos eficaces. Todas estas economías están estancadas y sin atisbos de recuperación.
Esta América Latina invisibilizada no nos debe servir de excusa para no ocuparnos de los desafíos al interior de los procesos de cambio. No obstante, en esta época de gran pulso geopolítico debemos hacer que lo invisible no sea sinónimo de lo inexistente. Esa otra América Latina fallida debe ser descubierta y problematizada.
No dejemos que nos impongan la agenda.
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