El poder está en servir
Julio Faesler
30/03/2013 00:17
Hoy, la declaración del Papa argentino es simple: el poder está en el servir. En este sencillo principio basará su enseñanza de humildad. “Quien está más alto debe estar al servicio de los otros…” No se busque ya el poder por la violencia. Se merece el poder a través de la solidaridad y entrega a aquello que harán digna la existencia de cada ser humano.
La sentencia del Papa parecería dirigirse sólo a gobernantes y políticos. No es así. Al lado del mundo de éstos, el sistema neoliberal de mercado deja rienda suelta a la acumulación de la riqueza personal por cualquier medio, incluso la corrupción. Impulsada por el consumismo se transmite la globalización sin límites. Las formas de vida de miles de millones de seres humanos las moldean e imponen a su conveniencia los que ejercen mayor poder económico. Las concentraciones financieras controladas por un corto número de magnates superan con mucho los presupuestos de naciones enteras e incluso de los programas internacionales destinados a aliviar los problemas de pobreza, ignorancia y de salud. La brecha entre ricos y pobres se abre sembrando rencores hasta en los países económicamente más avanzados.
En su homilía del pasado Domingo de Ramos el papa Francisco condena “la sed de poder y la corrupción” y añade que “el odio la envidia y la soberbia ensucian la vida”, alusión directa a la ceguera que desvía a los más poderosos de su misión de mitigar las carencias y sufrimientos de los millones de pobres que los rodean.
No es cosa nueva que un Papa condene la injusticia económica y social que prevalece. Las posiciones de Juan Pablo II son bien conocidas.
Un papa latinoamericano aporta experiencias distintas a las europeas, donde la dureza de ánimos acompaña el progresivo debilitamiento de la Iglesia. Un número creciente de sacerdotes y monjas de América Latina van al viejo mundo que ya es tierra de misión, al igual que países asiáticos y africanos donde los católicos sufren frecuentes persecución.
América Latina, continente predominantemente católico y de homogénea cultura ibérica, aún experimenta casos de regímenes políticos arbitrarios. El papa Bergoglio, argentino, sabe de ellos como también los conoció Juan Pablo II.
El reto de la Iglesia y del nuevo Papa no está, pues, sólo en emprender con gran decisión la indispensable reestructuración de numerosas facetas de la actividad del Estado Vaticano cuya imagen tanto se ha deteriorado en los últimos años. Los escándalos, ocultados al principio, y después ávidamente divulgados mundialmente por los medios, requieren no sólo aclaración y castigos ejemplares, sino un auténtico golpe de timón.
Al papa Francisco no le será fácil postergar su atención en asuntos de doctrina planteadas por una feligresía más cuestionante. Nuevas reglas sobre la amplitud de la autoridad papal, antes tan centrada en su inspiración personal, harán que las difíciles definiciones en puerta sean compartidas de manera más colegiada.
La Iglesia ha prevalecido en otras crisis. El Pontificado del papa Francisco se anuncia muy trascendente para la vida del catolicismo universal. El propio Pontífice se ha encargado de emitir todas las señales necesarias para que el mundo esté pendiente de los rumbos que habrá de indicarle.
Jesuita, proviene de una tradición que jamás se arredró para iniciar nuevos pasos. “No debemos creerle jamás al Maligno que nos dice que no podemos hacer nada contra la violencia o la corrupción, la injusticia o contra nuestros pecados. Jamás hemos de acostumbrarnos al mal.” Buen pensamiento para esta significativa Semana Santa.
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