En
el monte Muras, en Lugo, tuvo lugar en 1989 uno de los avistamientos
más impactantes de la ufología moderna. Marcelino Requejo, autor del
documentado libro OVNIs. Alto Secreto, editado por Cydonia, del que
extractamos el siguiente capítulo, consiguió hablar, no sin
dificultades, con el testigo que experimentó aquel suceso. Esto fue lo
que le contó sobre aquel expediente todavía sin resolver…
Por Marcelino Requejo
Conseguir su testimonio no fue una tarea sencilla,
pero finalmente accedió. Por ello, una vez concertada tan ansiada
entrevista, y ante el temor a cualquier contratiempo, le asesté un buen
golpe a la siempre estresante puntualidad, acudiendo a la cita con media
hora de antelación.Por Marcelino Requejo
Habíamos convenido en reunirnos a las siete de la tarde, así que no tuve más remedio que entretener mi impaciencia paseando de acá para allá por el vestíbulo del colegio. Ciertamente yo hubiera preferido un lugar más discreto pero, para no tentar a la suerte, opté por no poner objeción. Mientras esperaba, repasé de nuevo los pocos datos que tenía apuntados sobre este caso. Figuraban en mi cuaderno de campo con una extensión no superior a doce palabras: “Avistamiento OVNI monte de Muras. Testigo reacio a hablar. Carlos, teléfono 982…” y me habían sido facilitados por una amiga del testigo que el azar, por llamarle a “eso” de alguna manera, se encargó de poner en mi camino en el transcurso de otra investigación.
Confieso que, en un principio, pensé que se trataba de un avistamiento de luces sin más importancia, pero las reiteradas negativas de su protagonista a comentar lo sucedido me indujeron a sospechar que podría haber algo más… ¡Y no me equivoqué!
Por fin, a la hora acordada, Carlos apareció ante mí con unos libros de texto bajo el brazo y, como si me conociera desde siempre, hizo un ademán con la cabeza invitándome a seguirle. Me condujo hasta un aula vacía de aquel colegio donde ejercía su profesión y, al pie de una enorme pizarra, tras un cordial apretón de manos, me recordó de nuevo las dos condiciones que me había impuesto cuando se decidió a narrarme su experiencia: nada de grabadoras ni fotografías y no publicar absolutamente nada del caso, ni en radio, ni en prensa ni en televisión durante los próximos cinco años, pasados los cuales, podría hacerlo siempre y cuando cambiase nombres y apellidos de los testigos.
Acepté de nuevo las condiciones y le prometí que así sería. Hoy, más de diez años después de aquel asombroso relato, puedo jactarme de haber cumplido con creces mi palabra.
Carlos aseguró que no tenía prisa, que podíamos conversar a solas durante un buen rato, lo cual me alegró y, dado que aquella charla tenía visos de prolongarse, tomamos asiento, abrí el cuaderno de campo y centré toda mi atención en aquella voz firme y pausada que comenzaba a relatar lo sucedido en la madrugada del 25 de julio de 1989. “Ya sé que lo que te voy a contar no es creíble pero, como has insistido tanto en verme, supongo que te interesa mucho. Cuando pasó esto yo trabajaba como guarda jurado de la central térmica de Endesa en Puentes de García Rodríguez (A Coruña). Aquella noche en concreto se nos había encargado la vigilancia de las torres de alta tensión desde el monte de Muras pues, al parecer, había rumores de un posible sabotaje. Las dos líneas que íbamos a vigilar parten de la propia central, junto A Mourela que, si mal no recuerdo, son de 380.000 y 132.000 voltios. Esas líneas se dirigen hacia el norte de Lugo, a través de una zona muy montañosa, para abastecer ellas solas el polígono industrial de Alúmina-Aluminio en San Ciprián.
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