viernes, 31 de mayo de 2013

El comunista


El comunista

Gerardo Galarza

El comunista
Arnoldo Martínez Verdugo es el líder histórico del comunismo mexicano. Fue un político serio y polémico, pero sin estridencias. Un hombre modesto y austero. Leal consigo mismo y con los demás y consecuente al extremo, sus virtudes lo hacían un político confiable, cualidad casi ausente en la mayoría de quienes se dedican a la política. Fue tan consecuente con lo que pensaba y creía que llevó al Partido Comunista Mexicano (PCM), del que fue secretario general de 1963 a 1981, a su disolución en aras de la unidad de la izquierda.
“Aspiro a la democracia completa, a la igualdad, al comunismo. No he arriado ninguna bandera en ese sentido. Creo que ahora estoy colocado, junto con otros compañeros, en el plano más cercano del acceso a esas posiciones”, respondió con sencillez en 1991 cuando aún había críticas por haberse sumado al Partido de la Revolución Democrática (PRD), cuyo registro oficial es el que obtuvo el PCM en 1979, en una de las muchas entrevistas que este escribidor tuvo la enorme fortuna de hacerle en su oficio reporteril.
Arnoldo, como a secas le decían sus compañeros comunistas, nació en un poblado llamado Pericos, en el municipio de Mocorito, Sinaloa, en 1925. De ahí, a los 15 años, salió rumbo a Sonora a la pisca de tomate y trigo, productos que estaban en auge por la Segunda Guerra Mundial. Luego viajó a la Ciudad de México para trabajar en la Papelera San Rafael; contó que la primera vez que entró a su sindicato encontró una pequeña biblioteca en la que había una pequeña colección de obras marxistas —“de Marx”, le gustaba aclarar— y de la revista Dialéctica.
A los 20 años de edad compartía su trabajo de obrero con sus estudios de pintura en La Esmeralda, donde fue compañero de Rafael Coronel, Arturo García Bustos y Rodrigo Arenas Betancourt. La guerra y la lectura lo entusiasmaron y salió a la calle a festejar la derrota del fascismo. “La convicción que teníamos los jóvenes de entonces era que el artífice del triunfo había sido el ejército soviético y que los comunistas de todos los países habían llevado el peso de la guerra”, y así se ligó al PCM “en el peor momento de su historia”, según lo consideró.
Como aprendiz de pintor, Arnoldo trabajó de ayudante de Miguel Covarrubias en la elaboración de dos murales en el Hotel del Prado (donde hoy está el Hotel Hilton Alameda), perdidos en el terremoto de 1985. Decidió entonces dedicarse a la política y abandonó absolutamente y para siempre su vocación por la pintura. “Destruí todo lo que había hecho y lo que tenía, para no tener amarras. El oficio requiere entrega completa, no se puede ser aficionado. Seguramente era muy malo; si no, sería pintor”, y dicha esta frase fue una de las pocas veces que el escribidor vio al adusto líder del PCM reír a carcajadas. Negó que quedara por ahí algún “Martínez Verdugo”, aunque sabía de un dibujo suyo que apareció en una exposición de ex alumnos de La Esmeralda; se aceptó “tamayista”, pero sin tener alguna pintura del oaxaqueño, y reconoció que Coronel le obsequió un cuadro, “pero lo perdí, nunca supe dónde quedó”.
Honesto, siempre reconoció haber sido, en su momento, un comunista dogmático y estalinista, corriente de la que se alejó por nefasta. “No es marxismo, es una interpretación personal de Stalin, pero nuestra generación se formó en esa corriente”, explicó. Y vaya si rompió: en 1968, bajo su dirección, el PCM condenó, nada menos, la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia. Además: apoyó a los comunistas polacos, condenó también la invasión a Afganistán (1979) y abrió el diálogo entre marxistas y cristianos, lo que llevó a la formación de células del PCM que integraron muchos creyentes. Esas decisiones causaron grandes polémicas y hasta crisis en el PCM.
En otra entrevista, luego de la caída de la URSS, le pregunté sobre “el oro de Moscú” y sin inmutarse respondió: “Sí, el PCM sí recibió en algunas ocasiones contribuciones económicas del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Esas contribuciones (unos 15 mil dólares anuales, según calculó en otra parte de la conversación) no determinaron nunca nada; no significaban casi nada. Eran casi simbólicas. Se aceptaron como una forma de solidaridad, que nunca implicó supeditación ni subordinación ni compromiso de ninguna índole con un partido extranjero”.
“¡Unidad, unidad, unidad!”, era el grito que siempre se escuchaba en eventos de los partidos y grupos de izquierda en México. Martínez Verdugo fue uno de los comprometidos con ella. En 1979, luego de 60 años de clandestinidad, el PCM obtuvo su registro como partido político. Su primera bancada parlamentaria fue de 18 diputados, encabezados por Arnoldo y pertenecientes a diversas corrientes de la izquierda. Siguió, junto con otros más, trabajando en la unidad: con ese registro en 1981 surgió el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), convertirlo en Partido Mexicano Socialista (PMS) en 1987, y dos años más tarde en el actual PRD.
Arnoldo Martínez Verdugo transitó todos esos procesos de unidad. Siempre estuvo seguro de lo que hacía. Negó noches de insomnio, lágrimas o nostalgia por el PCM, su partido. Se supo comunista y demócrata. En aquella entrevista inevitablemente llena de humo de cigarros explicó:
“Es que no se puede ser marxista ni socialista si no se es demócrata consecuente. Y esto no significa ser partidario de reducir la democracia a una elección cada tres o seis años. Lo que significa democracia consecuente es que el hombre va a intervenir en todos los aspectos de vida que le corresponden, no sólo en el electoral, como persona humana y no va a haber ninguno que se le escape.
“No he arriado ninguna bandera”, dijo sin ningún aspaviento.

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