Planeación desubicada
La presentación del Plan Nacional de Desarrollo.
Foto: Benjamin Flores
Foto: Benjamin Flores
En la sociedad en que vivimos, se planifica todavía como si los tiempos medios o largos existieran, cuando ahora es posible recurrir a una visión prospectiva. Pero por seguir la tradición burocrática y política, a ninguno de los tecnócratas de la planificación sexenal se le ocurrió escudriñar respecto de la existencia de metodologías, comunes y corrientes en todo el mundo, de la prospectiva, para presentar elementos de discusión participativa en busca de la construcción de un nuevo proyecto de gobierno. Así, se instruyó seguir con la tendencia burocrática de hacer un plan sin visión y sin sentido, con programas abstractos y metas que no podrán ser cumplidas, simple y llanamente para llenar las formas. Dicen que se logró en el plazo de un par de meses (sic) una planeación absolutamente participativa (y para ello muestran en el documento de referencia algunas opiniones para justificar que se trató de un ejercicio absolutamente democrático, de “abajo hacia arriba”… ¡carcajadas aparte!).
No obstante, el gran problema es que el enfoque asumido, los conceptos y la orientación de este PND no concuerdan con la desigual realidad que se vive, con las contradicciones que se padecen y con los grandes retos que se tienen como nación para salir medianamente hacia adelante, con algún nivel de bienestar para la mayoría de la población (que es sobre todo joven), para elevar la calidad de vida de la gente más pobre, o para proyectar políticas que pudieran hacer posible alcanzar algún tipo de sociedad en donde no prevalezcan de forma tan alarmante la impunidad, la arrogancia de los juniors, la corrupción generalizada, la piratería como ejercicio de gobierno, o la explotación en beneficio de unos cuantos. Digamos, como para perfilar, por lo menos, la idea de que se puede alcanzar algún tipo de sociedad en donde sea posible vivir con dignidad.
No, en el enfoque del PND predomina el más puro teocratismo neoliberal y arcaico, que parece regocijarse al presentar, a la lectura de una sociedad dolida y despreciada, conceptos que están tan vetustos que uno no entiende siquiera por qué se siguen usando, y por qué los tecnócratas mexicanos (o sus asesores extranjeros) no han logrado siquiera ponerse al día para presentar alguna idea que pueda alcanzar el tamaño del discurso político internacional.
Para dar un ejemplo, está el caso del programa “México con educación de calidad”. Siendo la educación, la ciencia y la tecnología, componentes centrales de un escenario de posibilidades y oportunidades para el bienestar de la población, los conceptos que se han asumido y la orientación que se muestra en el plan se remontan a los años sesenta del siglo pasado, y tienen muy poco que ver con la posibilidad de avanzar hacia una sociedad de conocimiento.
Desde el principio de la más obtusa obsolescencia intelectual y con el léxico de una visión harto criticada y superada, se pone en el centro de todo este programa la idea de que la educación de calidad está definida como un “capital humano”. ¡Tremenda novedad! Este concepto, que aparece mencionado como el eje rector de la propuesta educativa del plan, se relaciona, desde los años sesenta, con una educación que debe servir sólo para el adiestramiento y la capacitación de los trabajadores, técnicos y profesionales adaptados a las necesidades del mercado, a la mercantilización de la educación, a la formación de competencias para el trabajo. Ni más ni menos.
Fragmento del análisis que se publica en la edición 1908 de la revista Proceso, actualmente en circulación.
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