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- Autor: Héctor Zagal
Yo también rento mi cuerpo
En un sociedad liberal, nadie me debería recriminar ni perseguir por vender mi inteligencia dando clases. Soy profesor porque quiero, porque puedo y porque hay personas dispuestas a pagar por escucharme. Ciertamente, pongo unos límites. No soy esclavo de la universidad ni de mis estudiantes; soy su empleado. La autoridad protege mi profesión; hay un contrato de por medio.
¿Por qué nos escandaliza que algunas personas cobren por el placer que su cuerpo puede proporcionarnos? Trabajar como strippers o en el sexoservicio no es muy distinto de cobrar por cantar lo que el público pide, o de recibir un sueldo por escribir discursos a los políticos. Mi trabajo no es más digno que el de un carpintero. Escribir no es más “noble” que cocinar.
Una ola de puritanismo hipócrita amenaza México. En la práctica, nuestras autoridades están confundiendo la trata de personas y la explotación sexual con la prostitución y los bailes eróticos. No niego el horror del acoso, la explotación sexual y la trata de personas. Hay políticos que se aprovechan de su puesto para conseguir “favores sexuales”. En México se explota sexualmente a menores de edad, a migrantes, a personas indefensas. Esos comportamientos son criminales. Son extorsión, abuso, coacción.
Pero la autoridad debe maximizar los espacios de libertad, no reducirlos. El derecho a trabajar libremente en una actividad honesta es clave. Si una persona libre y responsablemente quiere cobrar por mantener relaciones sexuales o por desnudarse en un bar, ¿por qué negárselo? La autoridad debe proteger la libertad de quienes negocian con el sexo, siempre y cuando no se coaccione ni obligue a otras personas. En un Estado liberal, todos tienen derecho a ganarse la vida y a divertirse como quieran y puedan mientras no se vulneren los derechos de otros.
Criminalizar los espectáculos nudistas y la prostitución propicia la clandestinidad, donde peores cosas pueden ocurrir. El mismo cuento que el de las drogas. La prohibición traerá consigo más corrupción y violencia. Las sombras son el lugar idóneo para quienes, por medio de la coacción, lucran con otras personas.
La criminalización del consumo del sexoservicio y de los bailes eróticos propicia la explotación sexual. Los varones y las mujeres que proporcionan esos servicios quedan en la ilegalidad. Criminalizar “el comercio del propio cuerpo” le da fuerza al proxeneta, al explotador, al abusador. El papel de la autoridad es proteger el sexoservicio como cualquier otro tipo trabajo. La autoridad debe garantizar que se dediquen a esa actividad quienes libremente lo desean. Por favor, no le sigamos haciendo el haciendo el caldo gordo al crimen organizado.
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal
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