lunes, 12 de enero de 2015

La historia nunca es en blanco y negro

La historia nunca es en blanco y negro
Víctor Flores Olea
P
or supuesto, el horrendo crimen de los periodistas de Charlie Hebdo, en París, ha cubierto las primeras páginas de la prensa mundial. Horrendo crimen, en efecto, que muchos han interpretado, no sin razones, también como un vil ataque a la libertad de expresión, al aniquilar prácticamente a todo el cuerpo de redacción de la revista satírica. Muy grave el hecho porque trae a la memoria al 11 de septiembre de 2001 (en otras dimensiones), y porque indica que la Guerra Santa de los musulmanes contra parte de occidente sigue su marcha por la vía de los asesinatos y la destrucción, y que no parece haber control alguno para evitarlo.
Desde luego, aparte de la pérdida dramática en vidas humanas, el asesinato parisino parece haber estimulado la discriminación y el racismo que parecen imperar en los llamados países occidentales, es decir, en la también llamada cuna de la civilización de la que, en el mejor de los casos, apenas queda un nebuloso recuerdo. Por supuesto, no nos cansaremos de repetirlo, fue un acto intolerable de barbarie lo ocurrido con el cuerpo de redacción de Charlie Hebdo, pero resulta también intolerable el clima de linchamiento y de racismo discriminatorio que se ha alentado en los días posteriores, en contra de un islam bárbaro al cual no se le aplican matices ni distingos. El crimen ha dado lugar a otro crimen masivo de discriminación y racismo por los civilizados occidentales. Y claro está, por este camino de enfrentamiento sin distingos no hay posibilidad alguna de reconciliación a la vista.
Porque el civilizado occidente también carga como pesado fardo haber conquistado e impuesto condiciones imperiales, varias veces en la historia, a un universo musulmán debilitado y en más de una ocasión esclavizado. (Re­cordemos la tortura y otras lindezas análogas cometidas por las fuerzas francesas de ocupación en Argelia, cuando este país luchaba por su independencia.) Por supuesto, lo dicho es aplicable enteramente como antecedentes y en cierta forma explicación de lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001, pero no pretende ser justificación alguna de los crímenes. De ninguna manera, porque la historia jamás se escribe en blanco y negro, sino habitualmente en colores matizados. Este es el caso, en las tragedias de septiembre de 2001 o de enero de 2015, y en muchas otras plenamente vigentes y actuantes (por ejemplo, en Medio Oriente).
En efecto, hasta donde llegan mis conocimientos, el islam ha sido objeto al menos de dos lescturas extremas. Según una de ellas, tal vez la más objetiva (y desde luego la mayoritaria), el islam y sus principales textos serían particularmente pacíficos y moderados, en cambio habría otra lectura, seguramente con base en algunos párrafos aislados, en que se incita a la violencia, a la destrucción de los enemigos religiosos e incluso raciales y diferentes culturalmente, que habrían sido tomados a la letra por esos grupos de la violencia terrorista que vemos actuar hoy día. Creo que esta distinción, y lo que significa una educación profunda, sería una de las tareas más urgentes que tendrían ante sí los expertos en estas cuestiones. Insistir, precisar en el carácter pacífico y liberador del islam. Diría yo, con un lenguaje muy a la mano, resaltar los valores espirituales del islam: una enorme y necesaria tarea educativa y civilizatoria.
(Por lo demás, recordemos los pecados cometidos entre los musulmanes mismos, como Salman Rushdie, el escritor nacido en Bombay y al cual condenó a muerte el ayatola Jomeini por escribir la novela Los versos satánicos, en que, según la opinión del líder religioso musulmán, se hacía una descripción irreverente de Mahoma, que resultaba absolutamente inaceptable. Externando las contradicciones, la reina de Inglaterra, en 2007, lo designó caballero por sus servicios prestados a la literatura.)
Por lo demás, parece imprescindible, por lo pronto, no aflojar en las tareas de vigilancia. Porque en este caso, precisamente el de Charlie Hebdo, pareciera que hubo descuidos y hasta negligencia grave por parte de los cuerpos del orden y de la inteligencia francesa: varios de los culpables aparecían ya desde hace tiempo como sospechosos que no fueron detenidos o vigilados y, por tanto, se les dejó actuar. Algunos de ellos habrían estado en Yemen, en los entrenamientos de Al Qaeda, y a lo que parece no se les vigiló suficientemente a su regreso a Francia. ¿Simplemen­te fue descuido y hasta negligencia burocrática?, que son precisamente, en ocasiones, los que conducen a actos extremos, como el de Charlie Hebdo.
No hay duda que resultan complicados los conflictos en que se hace una urdimbre de lo religioso, de lo político y social. Todo indica que, en el mejor de los casos, se llevará un buen tiempo acercarnos a su solución, y eso siempre que las partes estén dispuestas a poner en la balanza lo mejor de sí mismas. ¿Será aún posible? Lo esperamos, por bien de la humanidad y, desde luego, para evitar injustas tragedias, como la que ahora ha golpeado a Francia. Pero con una nota imprescindible; la acción de prepotencia discriminatoria, colonialista o imperialista pone del lado de los más vulnerables a los prepotentes, que pueden ser blanco de acciones terroristas relativamente espontáneas, como la de París, o bien motivo de acciones mayores concertadas, ahora, por ejemplo, que está vigente el llamado Estado Islámico.
Pero del lado occidental, igualmente deberá actuarse con precaución: sí la vigilancia necesaria, pero sin la prepotencia y superioridad supuesta de los conquistadores que terminan naufragando. Por lo demás, vale preguntarse si la irreverencia de Charlie Hebdo, que lo mismo se aplicaba a Mahoma que a Cristo y al Papa, es la mejor manera de defender y practicar la libertad de expresión, o es una simple y llana provocación.

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