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Adolfo Hitler y los nazis tomaban anfetaminas y opiáceos
29 de agosto de 2017
7-9 minutes
Hablamos con Norman Ohler, autor del libro que investiga el uso de drogas entre los jerarcas nazis.
La última obra de Norman Ohler, Der Totale Rausch (El
colocón total), cuenta la historia de cómo los nazis solían consumir
drogas para «mejorar el rendimiento». Al parecer, muchos de los
integrantes del partido de Hitler, desde los miembros de la Wehrmacht
hasta las más altas esferas, eran muy aficionados a probar todo tipo de
sustancias químicas.
Charlamos con Norman para que nos ampliara la información sobre este
hábito de los nazis del que tan poco se ha hablado en los libros de
historia.
VICE: Hola, Norman. Así que Hitler y sus camaradas del Partido Nazi iban colocados la mayor parte del tiempo, ¿no?
Norman Ohler: Eso
es lo que sugiere mi investigación. Pero hay que hacer distinciones:
cada uno tenía sus predilecciones y adicciones particulares y no todos
tomaban todo tipo de drogas. Algunos consumían más, otros menos. Por
ejemplo, Ernst Udet, Jefe de del departamento de adquisición y
suministro de aviones, era aficionado a la metanfetamina. Los había que
tomaban potentes anestésicos, como Göring, cuyo apodo era «Möring», de
«morfina». También está demostrado que Hitler consumía Eukodal –la marca
alemana con la que se conocía la oxicodona- por vía intravenosa. Me
dispuse a averiguar a qué se debía este consumo tan generalizado de
drogas y si tuvo alguna relevancia histórica.
Habrá
mucha gente incapaz de recordar qué se metió el viernes pasado cuando
salió de juerga. ¿Cómo se puede demostrar qué drogas tomó Hitler hace 70
años?
Se llevaba un registro muy detallado y preciso de todos los aspectos del Tercer Reich. El médico personal de Hitler, el doctor Theo Morell también
dejó un extenso legado clínico. Tuve oportunidad de consultar sus
registros en el Archivo Federal en Koblenz, en el Instituto de Historia
Contemporánea de Múnich y en los Archivos Nacionales, en Washington D.
C. En todos estos documentos queda constancia de las inyecciones diarias
que Hitler recibía. Es una lectura fascinante.
En
tu libro mencionas que el médico de Hitler tenía sobrepeso, era poco
agraciado físicamente y comía como un cerdo. No es precisamente la
imagen del ideal ario. ¿Cómo se inició esa estrecha amistad entre Morell
y Hitler?
Morell horrorizaba a todo el entorno de Hitler. Este último era el
único que no sentía lo mismo. Desarrollaron una relación simbiótica a
partir de las drogas. Al parecer, Morell ni siquiera pudo asistir al
funeral de su hermano, ya que habría tenido que estar dos días alejado
del Führer, que necesitaba sus inyecciones a diario. Todos sabemos lo
duro que es que tu camello se vaya de vacaciones.
¿Cómo te decidiste a escribir este libro?
Uno de mis amigos DJ, que es residente de Club der Visionäre de Berlín,
me habló del tema y decidí escribir una novela basada en él. Luego me
di cuenta de que la ficción no iba a funcionar, porque lo interesante de
esto son los hechos, por lo que finalmente opté por escribir un libro
de no ficción. Una cosa es la ficción y otra muy distinta los hechos
históricos.
Hasta ahora, el libro ha suscitado opiniones opuestas. La revista Der Siegel criticó el hecho de que no seas historiador, mientras que el Süddeutsche Zeitung escribió una crítica muy positiva. ¿Por qué crees que provoca reacciones tan diversas?
El tema se enmarca en un capítulo muy significativo de la historia del
mundo, por lo que siempre habrá personas que se nieguen a aceptar nuevas
perspectivas. Está muy relacionado con el miedo y la soberanía
interpretativa. Existe una autoridad académica que dicta quién puede
opinar sobre ciertos temas. Muchos creen, por ejemplo, que mi libro
podría contribuir a relativizar la culpa de los nazis. Esa es la
principal incógnita, por supuesto, y debe ser respondida.
Hablando
de culpa, ¿existe alguna forma en que se pudiera cuestionar la
culpabilidad penal de los nazis esgrimiendo el argumento del consumo de
drogas?
Desde luego que no. En este caso se aplica el principio jurídico fundamental actio libera in causa.
Significa que el hecho de drogarte para perpetrar un delito planeado de
antemano no te exime de la culpa del mismo. Los crímenes del régimen
nazi ya estaban contemplados en Mein Kampf, la obra incendiaria
de Hitler, y empezaron a ponerse en práctica durante la década de 1930,
antes de que empezaran a consumir drogas.
El
nacionalsocialismo es un capítulo oscuro de la historia de Alemania. En
tu libro, no solo describes la adicción de la cúpula directiva, sino
que hablas de experimentos con sustancias en los campos de
concentración. ¿Qué pasó allí exactamente? ¿Qué clase de experimentos
eran?
En Sachsenhausen,
se realizaba la llamada «patrulla de pastillas», durante la cual
obligaban a los prisioneros a ingerir una nueva «droga milagrosa», que
contenía altas dosis de cocaína, metanfetamina y Eukodal, y a
continuación les hacían correr en círculos toda la noche, cargando con
una mochila a la espalda. Estas pruebas eran realizadas por la marina y
las SS. A los prisioneros de Dachau les administraban dosis muy alta de
mescalina sin que lo supieran. Los nazis buscaban nuevas técnicas de
interrogatorio. El ejército estadounidense encontró los resultados de
estos experimentos cuando liberó el campo. Posteriormente, las agencias
de inteligencia norteamericanas utilizaron todo ese material para su Proyecto Artichoke, con el que pretendían desenmascarar a presuntos espías soviéticos.
Una Wehrmacht muy dopada invadió Polonia y Francia con tanta rapidez
que la gente se refería al conflicto como la Blitzkrieg (guerra
relámpago). ¿Realmente los soldados estaban bajo los efectos de alguna
droga?
Para la campaña en Francia se suministraron treinta y cinco millones de dosis de Pervitin,
cuyo principio activo es la metanfetamina, que hoy conocemos como
cristal. Las unidades en tanques recibían dosis especialmente altas.
También los pilotos de la Luftwaffe tomaban metanfetamina. Así, casi
podría decirse que la Guerra Relámpago era más bien una Guerra de la
Metanfetamina.
Después de 1945, ¿el ejército siguió tomando drogas?
Los nazis fueron precursores en la aplicación de las drogas como
potenciadores en la guerra, pero pronto les siguieron los pasos los
aliados. Consumían speed (anfetaminas). Los estadounidenses, por ejemplo, siguieron con esa práctica y administraron cantidades ingentes de speed a sus pilotos en la guerra de Corea. Hoy en día, a los pilotos de drones se les permite tomarse la llamada Go-Pill, que no es otra cosa que anfetaminas legales.
¿Y qué hay de las fuerzas armadas alemanas?
En Afganistán usaron modafinil, un agente estimulante que te ayuda a
mantenerte despierto y del que se dice que no tiene efectos secundarios.
Actualmente, el comité consultivo de medicina militar está deliberando
sobre si deberían seguir distribuyéndose estas sustancias potenciadoras
del rendimiento en grandes cantidades.
¿Por qué se ha ignorado el tema hasta ahora? ¿Es porque se considera tabú?
Se debe al concepto del propio nacionalsocialismo de «lucha contra los
narcóticos», que ejerció un férreo control sobre las sustancias y acabó
convirtiéndolas en un tema tabú en general. La ciencia formal hizo oídos
sordos al asunto. Incluso hoy en día las universidades evitan realizar
estudios exhaustivos al respecto.
¿Existe alguna similitud entre tu experiencia personal con las drogas y la de Hitler?
No he probado todas las drogas de las que hablo en Der Totale Rausch,
sobre todo porque, si hubiera intentado equipararme a los niveles de
consumo de Hitler, no habría podido escribir un libro. En serio, nadie
podría consumir esa cantidad.
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