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Emoji o la anulación del pensamiento Kaos en la red
Se
trata de una crítica a la película infantil Emoji y a la anulación del
pensamiento profundo que supone desde el ámbito de la filosofía.
Por Patricia Terino
“El lenguaje es la casa del Ser“, decía Heidegger en su última etapa filosófica, después de haber explorado otras vías en la búsqueda permanente de aquello que nos constituye, y que él, como tantos otros anteriormente, denominaron el Ser. Pero el lenguaje al que ha quedado supeditada la sociedad actual, lejos de desvelar la esencia intrínseca a todo lo existente, la corrompe, eliminando cualquier atisbo de profundidad en él y revistiéndolo de la más absoluta superficialidad, permaneciendo así acorde a nuestro tiempo y a casi todo lo que a este caracteriza. No en vano, el argumento de Emoji: la película, resulta ser una apología sin paliativos de la eliminación del lenguaje escrito e incluso hablado, en favor de sus sustitutos digitales como expresiones de todo tipo de emociones, sentimientos o ideas, vacías de contenido y desprovistas de los caracteres propios con los que ha contado la comunicación humana desde sus orígenes.
La filosofía del lenguaje y todo lo que esta nos ha enseñado desde sus recientes orígenes a finales del S.XIX, parece haber fracasado ante la tendencia ya casi instaurada por completo en nuestra sociedad, a la eliminación del pensamiento profundo, a la reflexión, a la argumentación y exposición de ideas presentadas razonadamente. Los lingüistas actuales coinciden en establecer un vínculo inseparable entre pensamiento y lenguaje, por lo que si empobrecemos y pervertimos este último, el primero sufre las consecuencias de esta corrupción en términos lingüísticos.
A principios del S.XX, bajo el contexto de lo que se denominó el giro lingüístico, la filosofía analítica planteó las dificultades que traía consigo el lenguaje ordinario para la elaboración de teorías filosóficas y la propia exposición de ideas, dada la gran complejidad de este tipo de expresión lingüística por la abundancia de sinonimias, polisemias, simbolismos, matices, metáforas y expresiones hechas, lo que da lugar a confusiones y malentendidos en el significado dentro del terreno de la filosofía. Por ello, el logicismo de Frege, el atomismo lógico de Russell y del primer Wittgenstain y el neopositivismo del Círculo de Viena intentaron refugiar a la filosofía en el lenguaje de la lógica y desprenderla así de las imperfecciones del lenguaje ordinario o cotidiano, tarea, por otra parte, a la que ya se habían encomendado otros pensadores anteriormente, como Leibnizy su proyecto de la characteristica universalis.
Pero a pesar de que el lenguaje formal de la lógica elimina los contenidos lingüísticos tal como los empleamos habitualmente, con el fin concreto de facilitar la comprensión en un ámbito muy concreto, a saber, el matemático y científico, ello no es comparable ni siquiera de forma somera, al despojo al que se somete el lenguaje en la actualidad de sus caracteres y propósitos más esenciales y, por ende, al propio pensamiento, volviéndolo banal, superficial, dócil, manipulable y, por consiguiente, controlable.
Y todo ello queda de manifiesto en esta película infantil, patrocinada por las grandes multinacionales de la era digital y dirigida a captar pequeños adeptos a esta nueva forma vacía de comunicación y, por extensión, de entretenimiento, igualmente vacío y destinado a la anulación del pensamiento. En el largometraje no se desmiente ni se presenta ningún atisbo de crítica hacia afirmaciones como que “las palabras no molan”, repetidas por los personajes de la película; se acepta casi de buen grado por parte de los profesores el uso constante del móvil en clase que los alumnos utilizan de manera permanente para intercambiar mensajes carentes de palabras entre ellos; y se defiende el éxito final al que conduce este tipo de comunicación artificial, en detrimento del contacto humano y de la palabra para con las relaciones interpersonales.
No creo exagerar al comparar este lenguaje del presente, extendido entre los más jóvenes y vulnerables, a la neolengua descrita por Orwell en su ya clásica obra 1984, como mecanismo de control hacia la ciudadanía. Y es que más allá de la perversión del lenguaje y, por ende, del pensamiento, que se lleva a cabo al privarlo de contenidos profundos, y de la crítica que la filosofía pueda hacer al respecto, la principal característica de esta inmediatez y vacuidad en el lenguaje reside en el papel que juega como mecanismo adormecedor de conciencias utilizado por el sistema como su principal y más eficaz arma y recurso en el dominio de la sociedad.
Jerry Mander entre otros, hace cuarenta años, y por tanto antes de la imposición definitiva de la era digital, ya alertaba de los peligros de la tecnología y su tendencia al estado alfa en el que esta nos sumerge (concepto aplicado a la televisión, sobre la que versan sus estudios, pero extrapolable a los efectos causados por cualquier tecnología visual actual). Otros, como Nicholas Carr, en su obra Superficiales, inciden en los daños cognitivos irreparables que produce la cada vez mayor falta de profundidad de nuestro pensamiento, causada en gran medida, no solo por el canal que empleamos para elaborarlo y transmitirlo, sino por el tipo de lenguaje al que lo sometemos, favoreciendo su superficialidad y haciéndolo vulnerable, una vez más, y del modo más sutil que podamos imaginar, al control por parte de los que ostentan el poder. Y algunos otros, anteriormente en el tiempo, como los pensadores de la Escuela de Frankfurt, especialmente Adorno, Horkheimer o Marcuse, denunciaron en los años veinte del pasado siglo, esta nueva forma de control y dominio a través de la tecnología incipiente que empezaba a desarrollarse y expandirse por el mundo a través de la radio, la televisión o la publicidad, bajo el entramado de la llamada industria cultural y del entretenimiento, y que hoy día alcanza su máximo apogeo a través de las telecomunicaciones que prescinden del lenguaje como tal y de la esencia de la que este consta.
Los defensores de la llamada hipótesis de Sapir-Whorf afirman que el tipo de lenguaje empleado determina y condiciona nuestro pensamiento y visión del mundo. Un primer paso hacia la corroboración de esta teoría es el análisis del ser humano actual y los tipos de relaciones que entabla a través de un lenguaje carente de profundidad, como casi todo lo que nos envuelve. Un tipo de lenguaje vanal, despersonificador y desprovisto de emociones y sentimientos reales que puedan ser transmitidos personalmente, da lugar a un pensamiento de estas mismas características y a la interiorización de una determinada realidad por parte de una ciudadanía carente de crítica y rebosante de esa conciencia adormecida de la que hablaba Marcuse, hoy más presente que nunca.
Esta película es un reflejo más del poder adoctrinador del sistema a través un medio sutil para los más pequeños y vulnerables ante estos mecanismos, introducidos de manera tan natural y cotidiana en nuestras vidas que pasan absolutamente desapercibidas las consecuencias que traen consigo y que claramente empiezan a ser evidentes entre los más críticos.
El citado giro lingüístico tuvo lugar porque los grandes pensadores del momento tuvieron que reconocer la absoluta relevancia del lenguaje para el estudio del ser humano y de su pensamiento. El mundo que construimos pasa irremediablemente por nuestro modo de interactuar en él y entre nosotros mismos, a través especialmente del lenguaje que empleamos. El que se nos impone en la actualidad nos dirige hacia la deshumanización, como apuntaba el estructuralismo filosófico, y hacia un nuevo triunfo del status quo, de la homogeneización del pensamiento y del control sobre este inherente al mismo. Por ello, el verdadero desafío de la maltrecha filosofía actual y del pensamiento crítico, denostados de nuevo por el poder hegemónico en la era contemporánea, será devolverle su casa al Ser, a lo que auténticamente somos y que nos está siendo arrebatado.
Por Patricia Terino
“El lenguaje es la casa del Ser“, decía Heidegger en su última etapa filosófica, después de haber explorado otras vías en la búsqueda permanente de aquello que nos constituye, y que él, como tantos otros anteriormente, denominaron el Ser. Pero el lenguaje al que ha quedado supeditada la sociedad actual, lejos de desvelar la esencia intrínseca a todo lo existente, la corrompe, eliminando cualquier atisbo de profundidad en él y revistiéndolo de la más absoluta superficialidad, permaneciendo así acorde a nuestro tiempo y a casi todo lo que a este caracteriza. No en vano, el argumento de Emoji: la película, resulta ser una apología sin paliativos de la eliminación del lenguaje escrito e incluso hablado, en favor de sus sustitutos digitales como expresiones de todo tipo de emociones, sentimientos o ideas, vacías de contenido y desprovistas de los caracteres propios con los que ha contado la comunicación humana desde sus orígenes.
La filosofía del lenguaje y todo lo que esta nos ha enseñado desde sus recientes orígenes a finales del S.XIX, parece haber fracasado ante la tendencia ya casi instaurada por completo en nuestra sociedad, a la eliminación del pensamiento profundo, a la reflexión, a la argumentación y exposición de ideas presentadas razonadamente. Los lingüistas actuales coinciden en establecer un vínculo inseparable entre pensamiento y lenguaje, por lo que si empobrecemos y pervertimos este último, el primero sufre las consecuencias de esta corrupción en términos lingüísticos.
A principios del S.XX, bajo el contexto de lo que se denominó el giro lingüístico, la filosofía analítica planteó las dificultades que traía consigo el lenguaje ordinario para la elaboración de teorías filosóficas y la propia exposición de ideas, dada la gran complejidad de este tipo de expresión lingüística por la abundancia de sinonimias, polisemias, simbolismos, matices, metáforas y expresiones hechas, lo que da lugar a confusiones y malentendidos en el significado dentro del terreno de la filosofía. Por ello, el logicismo de Frege, el atomismo lógico de Russell y del primer Wittgenstain y el neopositivismo del Círculo de Viena intentaron refugiar a la filosofía en el lenguaje de la lógica y desprenderla así de las imperfecciones del lenguaje ordinario o cotidiano, tarea, por otra parte, a la que ya se habían encomendado otros pensadores anteriormente, como Leibnizy su proyecto de la characteristica universalis.
Pero a pesar de que el lenguaje formal de la lógica elimina los contenidos lingüísticos tal como los empleamos habitualmente, con el fin concreto de facilitar la comprensión en un ámbito muy concreto, a saber, el matemático y científico, ello no es comparable ni siquiera de forma somera, al despojo al que se somete el lenguaje en la actualidad de sus caracteres y propósitos más esenciales y, por ende, al propio pensamiento, volviéndolo banal, superficial, dócil, manipulable y, por consiguiente, controlable.
Y todo ello queda de manifiesto en esta película infantil, patrocinada por las grandes multinacionales de la era digital y dirigida a captar pequeños adeptos a esta nueva forma vacía de comunicación y, por extensión, de entretenimiento, igualmente vacío y destinado a la anulación del pensamiento. En el largometraje no se desmiente ni se presenta ningún atisbo de crítica hacia afirmaciones como que “las palabras no molan”, repetidas por los personajes de la película; se acepta casi de buen grado por parte de los profesores el uso constante del móvil en clase que los alumnos utilizan de manera permanente para intercambiar mensajes carentes de palabras entre ellos; y se defiende el éxito final al que conduce este tipo de comunicación artificial, en detrimento del contacto humano y de la palabra para con las relaciones interpersonales.
No creo exagerar al comparar este lenguaje del presente, extendido entre los más jóvenes y vulnerables, a la neolengua descrita por Orwell en su ya clásica obra 1984, como mecanismo de control hacia la ciudadanía. Y es que más allá de la perversión del lenguaje y, por ende, del pensamiento, que se lleva a cabo al privarlo de contenidos profundos, y de la crítica que la filosofía pueda hacer al respecto, la principal característica de esta inmediatez y vacuidad en el lenguaje reside en el papel que juega como mecanismo adormecedor de conciencias utilizado por el sistema como su principal y más eficaz arma y recurso en el dominio de la sociedad.
Jerry Mander entre otros, hace cuarenta años, y por tanto antes de la imposición definitiva de la era digital, ya alertaba de los peligros de la tecnología y su tendencia al estado alfa en el que esta nos sumerge (concepto aplicado a la televisión, sobre la que versan sus estudios, pero extrapolable a los efectos causados por cualquier tecnología visual actual). Otros, como Nicholas Carr, en su obra Superficiales, inciden en los daños cognitivos irreparables que produce la cada vez mayor falta de profundidad de nuestro pensamiento, causada en gran medida, no solo por el canal que empleamos para elaborarlo y transmitirlo, sino por el tipo de lenguaje al que lo sometemos, favoreciendo su superficialidad y haciéndolo vulnerable, una vez más, y del modo más sutil que podamos imaginar, al control por parte de los que ostentan el poder. Y algunos otros, anteriormente en el tiempo, como los pensadores de la Escuela de Frankfurt, especialmente Adorno, Horkheimer o Marcuse, denunciaron en los años veinte del pasado siglo, esta nueva forma de control y dominio a través de la tecnología incipiente que empezaba a desarrollarse y expandirse por el mundo a través de la radio, la televisión o la publicidad, bajo el entramado de la llamada industria cultural y del entretenimiento, y que hoy día alcanza su máximo apogeo a través de las telecomunicaciones que prescinden del lenguaje como tal y de la esencia de la que este consta.
Los defensores de la llamada hipótesis de Sapir-Whorf afirman que el tipo de lenguaje empleado determina y condiciona nuestro pensamiento y visión del mundo. Un primer paso hacia la corroboración de esta teoría es el análisis del ser humano actual y los tipos de relaciones que entabla a través de un lenguaje carente de profundidad, como casi todo lo que nos envuelve. Un tipo de lenguaje vanal, despersonificador y desprovisto de emociones y sentimientos reales que puedan ser transmitidos personalmente, da lugar a un pensamiento de estas mismas características y a la interiorización de una determinada realidad por parte de una ciudadanía carente de crítica y rebosante de esa conciencia adormecida de la que hablaba Marcuse, hoy más presente que nunca.
Esta película es un reflejo más del poder adoctrinador del sistema a través un medio sutil para los más pequeños y vulnerables ante estos mecanismos, introducidos de manera tan natural y cotidiana en nuestras vidas que pasan absolutamente desapercibidas las consecuencias que traen consigo y que claramente empiezan a ser evidentes entre los más críticos.
El citado giro lingüístico tuvo lugar porque los grandes pensadores del momento tuvieron que reconocer la absoluta relevancia del lenguaje para el estudio del ser humano y de su pensamiento. El mundo que construimos pasa irremediablemente por nuestro modo de interactuar en él y entre nosotros mismos, a través especialmente del lenguaje que empleamos. El que se nos impone en la actualidad nos dirige hacia la deshumanización, como apuntaba el estructuralismo filosófico, y hacia un nuevo triunfo del status quo, de la homogeneización del pensamiento y del control sobre este inherente al mismo. Por ello, el verdadero desafío de la maltrecha filosofía actual y del pensamiento crítico, denostados de nuevo por el poder hegemónico en la era contemporánea, será devolverle su casa al Ser, a lo que auténticamente somos y que nos está siendo arrebatado.
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