Desde Londres
Nadie da un euro o una libra o un dólar o un centavo por esta tercera ronda de conversaciones entre la Unión Europea y el Reino Unido que se abrió ayer en Bruselas. La UE quiere que el Reino Unido se comprometa con una fórmula para calcular la deuda que tiene con el bloque. Los británicos no quieren dar una cifra o un método y piden “flexibilidad e imaginación” para avanzar en el camino de un acuerdo. En la conferencia de prensa el jefe del equipo negociador europeo, Michel Barnier, no se anduvo con vueltas. “Hay que empezar a negociar en serio. Necesitamos claridad en la posición británica para tener una negociación constructiva. Cuanto antes terminemos con la ambigüedad, mejor será para discutir el futuro de nuestra relación y el período de transición”, indicó.
El tiempo apremia. En septiembre son las elecciones en Alemania, a principios de octubre el congreso anual de los conservadores en el Reino Unido y a mediados de ese mes Barnier debe dictaminar ante el Consejo Europeo si se ha progresado lo suficiente en el tema de la deuda británica, los derechos de los ciudadanos y la frontera irlandesa como para buscar un acuerdo para el futuro de la relación económica y el período de transición. En caso de que Barnier juzgue que no ha habido suficiente progreso se paraliza la negociación hasta que se solucionen estos puntos.
La diferencia hoy es que los 27 miembros de la UE están bastante unidos y el gobierno británico está totalmente dividido. En el caso de la UE la razón es muy simple. El presupuesto europeo se paga con la contribución de cada uno de sus miembros: lo que paguen o dejen de pagar los británicos al retirarse del bloque determinará el aporte presupuestario que tengan que hacer los 27 miembros. A todos les interesa que el Reino Unido pague. Cuanto más, mejor.
El gobierno británico, en cambio, está plagado de facciones irreconciliables. Están los talibanes del hard Brexit, liderados por el ministro de comercio, Liam Fox, los hard brexit moderados de David Davis, el negociador británico, los soft brexit que encabeza el ministro de finanzas Philip Hammond y está “last but not least” la primera ministra Theresa May que en poco más de un año pasó de pro-europea a Hard Brexit y que hoy busca cualquier posición que la mantenga en el cargo.
Este ha sido el panorama que dejó la pírrica victoria de May en la elección de junio. La novedad de esta tercera ronda de negociaciones con la UE viene del interior del Reino Unido y añade presión al gobierno británico. El principal partido de oposición, el laborismo de Jeremy Corbyn, redefinió este domingo su postura respecto al Brexit con un firme apoyo a seguir en el mercado unificado europeo y la unión aduanera en un período de transición que se podría extender hasta 2023.
Este cambio de posición del partido de Corbyn, anunciado en el dominical The Observer por su portavoz en la negociación, Keir Starmer, coloca al laborismo al frente de una virtual coalición que incluye a prácticamente todo el arco opositor de las fuerzas políticas, el parlamento escocés, la asamblea galesa, el empresariado, la city, los sindicatos y una crecientemente politizada juventud británica, cuyo voto fue vital en el resurgimiento laborista en las elecciones de junio.
Al mismo tiempo, el cambio aísla aún más a los atribulados conservadores y agudiza sus divisiones internas. Con una minoría parlamentaria sostenida con el apoyo de los diputados más reaccionarios de la Cámara, el DUP de Irlanda del Norte, el gobierno de May tiene que hacer malabares de equilibrista para no caerse. Nadie sabe cuánto puede durar en esta cuerda floja porque no hay un punto medio entre los que están dispuestos a empantanar la negociación con la UE para “comerciar libremente” con el mundo y los que quieren luchar por un nuevo referendo o conseguir un acuerdo similar al que proponen los laboristas.
A mediado de agosto, las distintas facciones conservadoras se pusieron de acuerdo en la necesidad de un período de transición de dos años posterior a marzo de 2019 para que la economía británica pueda adaptarse al cambio. Pero los talibanes se cobraron esa concesión con un compromiso firme de que, incluso en ese período de transición, el Reino Unido dejaría de pertenecer al mercado unificado europeo, la unión aduanera y la Corte Europea de Justicia. La posición de los laboristas es la opuesta: extender la transición a cuatro años, seguir durante este período en el interior del mercado unificado europeo, es decir, con plena libertad de circulación de bienes y personas, y dentro de la Unión Aduanera, es decir, sin firmar acuerdos con otros países o bloques.
Esta nueva línea laborista deja, según el editor político del The Observer, Andrew Rawnsley, cosas sin definir. “En cuanto al punto de destino el laborismo sigue siendo vago. Keir Starmer dice que hay que permanecer “flexible” al respecto. Muchos se pueden burlar de esta indefinición, pero no los conservadores porque el gobierno ni siquiera ha podido definir con la Unión Europea los puntos más básicos de la retirada británica de la UE. La realidad es que el laborismo está pensando en el poder. Si el gobierno conservador cae y el laborismo termina haciéndose cargo de las negociaciones, necesita una posición clara. En el caso más probable de que la elección sea más adelante, el laborismo querrá recoger un dividendo electoral si los conservadores terminan con un Brexit perjudicial para el Reino Unido, o aún peor, sin un acuerdo, variante que sería francamente desastrosa”, señala Rawnsley.
En la matemática parlamentaria los analistas detectan unos 20 conservadores dispuestos a aliarse a los laboristas, nacionalistas escoceses, liberal demócratas y autonomistas galeses para forzar un “very soft Brexit”. Una ex ministra conservadora, la muy pro-europea Anna Soubry, señaló que el cambio está en el aire desde las elecciones. “Nos hemos librado del Hard Brexit. El debate ha virado hacia una negociación más razonable. Pero cuidado con el laborismo porque ellos no han cambiado de posición sino que están haciendo política”, dijo Soubry.
Es el drama de muchos conservadores. Si se unen a la posición pro-europea que impulsa el laborismo, pueden poner en peligro la supervivencia de su gobierno y, quizás, sus propios escaños. Si no lo hacen, pueden dar paso a alguna forma de “Hard Brexit”. El primer gran reto será el debate parlamentario de la “Great Repeal Bill” en 10 días que busca sustituir con leyes británicas toda la legislación europea incorporada en 42 años de pertenencia al bloque europeo. Según un informe del Archivo de la Cámara de los Comunes, se trata de “uno de los proyectos más gigantescos a nivel legislativo de nuestra historia” Imparcial, el Archivo se refirió solo a la complejidad técnica. La política es impredecible, pero está claro que una derrota gubernamental dejaría groggy al gobierno de May.
Nadie da un euro o una libra o un dólar o un centavo por esta tercera ronda de conversaciones entre la Unión Europea y el Reino Unido que se abrió ayer en Bruselas. La UE quiere que el Reino Unido se comprometa con una fórmula para calcular la deuda que tiene con el bloque. Los británicos no quieren dar una cifra o un método y piden “flexibilidad e imaginación” para avanzar en el camino de un acuerdo. En la conferencia de prensa el jefe del equipo negociador europeo, Michel Barnier, no se anduvo con vueltas. “Hay que empezar a negociar en serio. Necesitamos claridad en la posición británica para tener una negociación constructiva. Cuanto antes terminemos con la ambigüedad, mejor será para discutir el futuro de nuestra relación y el período de transición”, indicó.
El tiempo apremia. En septiembre son las elecciones en Alemania, a principios de octubre el congreso anual de los conservadores en el Reino Unido y a mediados de ese mes Barnier debe dictaminar ante el Consejo Europeo si se ha progresado lo suficiente en el tema de la deuda británica, los derechos de los ciudadanos y la frontera irlandesa como para buscar un acuerdo para el futuro de la relación económica y el período de transición. En caso de que Barnier juzgue que no ha habido suficiente progreso se paraliza la negociación hasta que se solucionen estos puntos.
La diferencia hoy es que los 27 miembros de la UE están bastante unidos y el gobierno británico está totalmente dividido. En el caso de la UE la razón es muy simple. El presupuesto europeo se paga con la contribución de cada uno de sus miembros: lo que paguen o dejen de pagar los británicos al retirarse del bloque determinará el aporte presupuestario que tengan que hacer los 27 miembros. A todos les interesa que el Reino Unido pague. Cuanto más, mejor.
El gobierno británico, en cambio, está plagado de facciones irreconciliables. Están los talibanes del hard Brexit, liderados por el ministro de comercio, Liam Fox, los hard brexit moderados de David Davis, el negociador británico, los soft brexit que encabeza el ministro de finanzas Philip Hammond y está “last but not least” la primera ministra Theresa May que en poco más de un año pasó de pro-europea a Hard Brexit y que hoy busca cualquier posición que la mantenga en el cargo.
Este ha sido el panorama que dejó la pírrica victoria de May en la elección de junio. La novedad de esta tercera ronda de negociaciones con la UE viene del interior del Reino Unido y añade presión al gobierno británico. El principal partido de oposición, el laborismo de Jeremy Corbyn, redefinió este domingo su postura respecto al Brexit con un firme apoyo a seguir en el mercado unificado europeo y la unión aduanera en un período de transición que se podría extender hasta 2023.
Este cambio de posición del partido de Corbyn, anunciado en el dominical The Observer por su portavoz en la negociación, Keir Starmer, coloca al laborismo al frente de una virtual coalición que incluye a prácticamente todo el arco opositor de las fuerzas políticas, el parlamento escocés, la asamblea galesa, el empresariado, la city, los sindicatos y una crecientemente politizada juventud británica, cuyo voto fue vital en el resurgimiento laborista en las elecciones de junio.
Al mismo tiempo, el cambio aísla aún más a los atribulados conservadores y agudiza sus divisiones internas. Con una minoría parlamentaria sostenida con el apoyo de los diputados más reaccionarios de la Cámara, el DUP de Irlanda del Norte, el gobierno de May tiene que hacer malabares de equilibrista para no caerse. Nadie sabe cuánto puede durar en esta cuerda floja porque no hay un punto medio entre los que están dispuestos a empantanar la negociación con la UE para “comerciar libremente” con el mundo y los que quieren luchar por un nuevo referendo o conseguir un acuerdo similar al que proponen los laboristas.
A mediado de agosto, las distintas facciones conservadoras se pusieron de acuerdo en la necesidad de un período de transición de dos años posterior a marzo de 2019 para que la economía británica pueda adaptarse al cambio. Pero los talibanes se cobraron esa concesión con un compromiso firme de que, incluso en ese período de transición, el Reino Unido dejaría de pertenecer al mercado unificado europeo, la unión aduanera y la Corte Europea de Justicia. La posición de los laboristas es la opuesta: extender la transición a cuatro años, seguir durante este período en el interior del mercado unificado europeo, es decir, con plena libertad de circulación de bienes y personas, y dentro de la Unión Aduanera, es decir, sin firmar acuerdos con otros países o bloques.
Esta nueva línea laborista deja, según el editor político del The Observer, Andrew Rawnsley, cosas sin definir. “En cuanto al punto de destino el laborismo sigue siendo vago. Keir Starmer dice que hay que permanecer “flexible” al respecto. Muchos se pueden burlar de esta indefinición, pero no los conservadores porque el gobierno ni siquiera ha podido definir con la Unión Europea los puntos más básicos de la retirada británica de la UE. La realidad es que el laborismo está pensando en el poder. Si el gobierno conservador cae y el laborismo termina haciéndose cargo de las negociaciones, necesita una posición clara. En el caso más probable de que la elección sea más adelante, el laborismo querrá recoger un dividendo electoral si los conservadores terminan con un Brexit perjudicial para el Reino Unido, o aún peor, sin un acuerdo, variante que sería francamente desastrosa”, señala Rawnsley.
En la matemática parlamentaria los analistas detectan unos 20 conservadores dispuestos a aliarse a los laboristas, nacionalistas escoceses, liberal demócratas y autonomistas galeses para forzar un “very soft Brexit”. Una ex ministra conservadora, la muy pro-europea Anna Soubry, señaló que el cambio está en el aire desde las elecciones. “Nos hemos librado del Hard Brexit. El debate ha virado hacia una negociación más razonable. Pero cuidado con el laborismo porque ellos no han cambiado de posición sino que están haciendo política”, dijo Soubry.
Es el drama de muchos conservadores. Si se unen a la posición pro-europea que impulsa el laborismo, pueden poner en peligro la supervivencia de su gobierno y, quizás, sus propios escaños. Si no lo hacen, pueden dar paso a alguna forma de “Hard Brexit”. El primer gran reto será el debate parlamentario de la “Great Repeal Bill” en 10 días que busca sustituir con leyes británicas toda la legislación europea incorporada en 42 años de pertenencia al bloque europeo. Según un informe del Archivo de la Cámara de los Comunes, se trata de “uno de los proyectos más gigantescos a nivel legislativo de nuestra historia” Imparcial, el Archivo se refirió solo a la complejidad técnica. La política es impredecible, pero está claro que una derrota gubernamental dejaría groggy al gobierno de May.
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