El negocio de alquilar amigos falsos para las vacaciones y
posar en lugares exóticos con Instagram funciona, es tan fácil como
contratar amigos a través de Internet para presumir de ser el más
popular en Facebook y otros patios sociales de recreo posmoderno. Pero
si quieres fardar de novia o novio un fin de semana, lo llevas a casa de
los padres o al último restaurante de moda. O sea “con Uber alquilas un
coche; con Airnrnb una casa, y con Ameego, una persona que te acompañe
para el viaje”, así sintetiza la cosa el norteamericano Clay Kohut, creador de la aplicación.
Instantáneas de este infantilismo a granel. Clases sin necesidad de deberes, trabajo sin obligaciones, palabras, gestos y acciones sin consecuencias, ciencia sin refutación, periodismo sin información. La cocina tampoco se libra de esta tendencia. Así lo testimonia la llamada “alta cocina”, con sus biblias, (guía Michelin), que valora la excelencia del servicio en primer lugar y la comida, o “Restaurant” que premia algo tan subjetivo como la novedad. Ocurre que lo “nuevo”, que se asocia rápidamente con lo bueno, es lo “cool”, la puesta en escena, el flash de Instagram. En definitiva, todos estos ranking se centran en el culto al chef y el postureo; o sea, plato grande y mucho precio, pero poco contenido.
Mientras tanto, entre comida y comida, el debate se ha sustituido por la agenda de los tertulianos que se retroalimentan, con un rigor informativo ausente, hace tiempo desplazado por el cotilleo y el reportaje obsceno, con mucha cámara oculta pero sin datos y hechos que avalen lo que se afirma y exhibe, o con datos ya cocinados y debidamente interpretados. Las noticias se han convertido en suceso, chanza y chascarrillo, propensos para los dimes y diretes en las redes.
La soledad también es una opción, ocasional o vital, en la búsqueda de la espiritualidad, del arte, de la interiorización, así como una alternativa al ruido y la compañía no deseada. También existen y son frecuentes los miedos a la soledad, un miedo crujiente como el que se produce en nuestros oídos cuando hemos estado varias horas metidos en un local con elevada carga decibélica.
Quien elige alejarse del ruido y de las prisas saborea la soledad, pero no es gratis. Se trata de un ejercicio que exige aptitudes ante la vida, entre las cuales no falta el esfuerzo y la resiliencia, un cultivo de los amigos, un disfrute del ocio, a cambio se recoge la cosecha en muchas formas, como la paz de espíritu.
El miedo a la soledad es pródigo y variado en sus efectos placebos, muy acordes con el patio infantil ya descrito. Estar siempre ocupado es una buena manera, otras veces se dispone de esa estantería con pastillas, y si no el consejo del coach de turno, o esas noches excitantes en el maratón de series que me propone la plataforma que ya sabe lo que me gusta y lo que me conviene. Conectados, hiperestimulados y carentes de contacto, presencia, sexo y conversación. Algo tiene que cambiar.
Foto: Aaina Sharma
Una sociedad infantilizada
Este episodio es un ejemplo más del infantilismo social dominante, en el que muchos padres se quieren parecer a sus hijos adolescentes, incluso aspiran a ser sus amigos, los jóvenes entran y salen de la universidad como adolescentes, y donde los medios de comunicación producen entretenimiento las veinticuatro horas del día. No hay tiempo ni ganas para el análisis, para contrastar las fuentes o sencillamente para leer con un poco de calma tres líneas. Los tiempos que corren exigen gratificación emocional para ya y de modo constante, porque la estimulación sensorial nunca es suficiente. El mecanismo cerebral del placer tiene su fiesta en los niveles más altos de dopamina, el circuito se activa conforme se reciben estímulos como pueden ser hacer ejercicio, comer chocolate o practicar sexo.Instantáneas de este infantilismo a granel. Clases sin necesidad de deberes, trabajo sin obligaciones, palabras, gestos y acciones sin consecuencias, ciencia sin refutación, periodismo sin información. La cocina tampoco se libra de esta tendencia. Así lo testimonia la llamada “alta cocina”, con sus biblias, (guía Michelin), que valora la excelencia del servicio en primer lugar y la comida, o “Restaurant” que premia algo tan subjetivo como la novedad. Ocurre que lo “nuevo”, que se asocia rápidamente con lo bueno, es lo “cool”, la puesta en escena, el flash de Instagram. En definitiva, todos estos ranking se centran en el culto al chef y el postureo; o sea, plato grande y mucho precio, pero poco contenido.
Mientras tanto, entre comida y comida, el debate se ha sustituido por la agenda de los tertulianos que se retroalimentan, con un rigor informativo ausente, hace tiempo desplazado por el cotilleo y el reportaje obsceno, con mucha cámara oculta pero sin datos y hechos que avalen lo que se afirma y exhibe, o con datos ya cocinados y debidamente interpretados. Las noticias se han convertido en suceso, chanza y chascarrillo, propensos para los dimes y diretes en las redes.
La era infantil que nos visita acoge la sonrisa del triunfador y el éxito de popularidad, pero otras realidades que no son producto del diseño y que forman parte de la vida y de la naturaleza humana no tienen hueco en las portadasEste infantilismo galopante, necesita sus iconos y sus líderes que con mucho acierto representa la clase política que ha hecho de lo público lo propio, de los intereses ciudadanos sus prebendas partidistas, y de la gestión de los recursos de todos, una amigable ideología. El “pánico moral” que avanzara el criminólogo Stanley Cohen en “Cohen Folks Devils and Moral Panics”, como un episodio que surge de un modo imprevisto, que afecta a los intereses individuales o de un grupo. Este escenario es muy fértil para dejarse llevar por las consignas y eslóganes de cualquier vendedor de humo, o formar parte del colectivismo de una u otra tendencia.
La soledad obligada y silenciada
Hemos hablado aquí de las conexiones entre depresión y soledad, con el caso de Noa Pothoven, que describe el fondo de dos realidades muy frecuentes, también muy silenciadas en los medios, la soledad y la depresión. La era infantil que nos visita acoge la sonrisa del triunfador y el éxito de popularidad, pero otras realidades que no son producto del diseño y que forman parte de la vida y de la naturaleza humana no tienen hueco en las portadas. “Cada vez me ocurre más, encontrarme con cadáveres de ancianos que llevan muchos días muertos, en avanzado estado de descomposición. No sé si falla la intervención social o los lazos familiares. Pero indica el modelo de sociedad hacia el que nos dirigimos”, señala el magistrado Joaquim Bosch Grau. No es una casualidad que en España crezca el número de empresas dedicadas a las denominadas “limpiezas traumáticas”, cuyo trabajo es limpiar los domicilios con estas personas fallecidas en soledad.La soledad como opción
Transitamos por soledades que son obligadas, impuestas, bien por la enfermedad y la vejez, o por las necesidades y el abandono, o por la suma de todo. Cuando las redes sociales son superficiales y efímeras, por tanto insatisfactorias, el sentimiento de soledad se hace insoportable. Scalise, Ginter y Gerstein, describen este sentimiento como la suma de varios factores que van desde el agotamiento, con un descenso de energía, y el aislamiento con una sensación de discriminación social, hasta la inquietud, muy relacionado con la frustración (otros hablan de displacer) y el abatimiento, con una sensación de falta de aliento, muy ligada a la depresión. Es muy probable que si mezclamos estos elementos el cóctel sea el profundo sentimiento de soledad.La soledad también es una opción, ocasional o vital, en la búsqueda de la espiritualidad, del arte, de la interiorización, así como una alternativa al ruido y la compañía no deseada. También existen y son frecuentes los miedos a la soledad, un miedo crujiente como el que se produce en nuestros oídos cuando hemos estado varias horas metidos en un local con elevada carga decibélica.
Quien elige alejarse del ruido y de las prisas saborea la soledad, pero no es gratis. Se trata de un ejercicio que exige aptitudes ante la vida, entre las cuales no falta el esfuerzo y la resiliencia, un cultivo de los amigos, un disfrute del ocio, a cambio se recoge la cosecha en muchas formas, como la paz de espíritu.
El miedo a la soledad es pródigo y variado en sus efectos placebos, muy acordes con el patio infantil ya descrito. Estar siempre ocupado es una buena manera, otras veces se dispone de esa estantería con pastillas, y si no el consejo del coach de turno, o esas noches excitantes en el maratón de series que me propone la plataforma que ya sabe lo que me gusta y lo que me conviene. Conectados, hiperestimulados y carentes de contacto, presencia, sexo y conversación. Algo tiene que cambiar.
Foto: Aaina Sharma
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