El mes de octubre de 2019 será recordado por el
incremento ostensible de la lucha de los pueblos de América Latina
contra un modelo neoliberal que se ha querido imponer a sangre y fuego
en la región y que parecía sólidamente asentado en la vida de nuestros
países.
Aunque parece muy lejano tras el intenso devenir de los últimos días, en Ecuador — tal como se esperaba — se impuso una vez más el engaño, la mentira y la manipulación del pueblo, quien, a pesar de salir con valor a las calles hasta poner en jaque al Gobierno de Lenín Moreno, no pudo lograr cambios importantes en la orientación de sus gobernantes.
Moreno se las arregló para sobrevivir, políticamente hablando, después de acordar una reforma parcial con una directiva limitada y sectaria de la Conaie, cuya gran capacidad de conducción en la lucha no se manifestó en el momento de la negociación. Esto permitió presentar como victoria lo único que obtuvieron: la anulación del aumento de los precios de los combustibles, al mismo tiempo que desistieron de todas las otras demandas por las que se movilizó el pueblo ecuatoriano y los indígenas de ese país.
A cambio, la Conaie aceptó compartir con Moreno su profundo sentimiento de odio contra el expresidente Rafael Correa y contra su gobierno, solo porque — como todos saben en Ecuador — Correa no aceptó la solicitud de la Conaie de que concederle tres ministerios en el gabinete a cambio de su apoyo.
Una semana después de haberse iniciado las negociaciones, la Conaie se retiró de la mesa porque, como era previsible, descubrió — por enésima vez — el actuar engañoso natural de la oligarquía ecuatoriana.
Sin embargo, en Ecuador nada será igual. El gobierno de Moreno está políticamente muerto. Solo se mantiene en pie gracias al apoyo de Estados Unidos, de los medios de comunicación y de los empresarios, que son los grandes sujetos de la traición de Moreno.
Por el contrario, el pueblo de Chile, movilizado de manera unitaria y sin manejo de organización alguna que pudiera pactar con sus gobernantes, se mantiene. Lleva 12 días en las calles tras 30 años de ignominia durante los cuales cinco presidentes se preocuparon de mantener incólume el modelo de Pinochet amparándose en una constitución ilegítima que les permitió maximizar ganancias, exacerbando así el modelo neoliberal de democracia restringida y violenta.
La respuesta de la derecha pinochetista en el Gobierno, encarnada por Sebastián Piñera, fue regresar a la represión propia de la dictadura. Una represión que ya había sido utilizada por sus antecesores, especialmente por Michelle Bachelet, en contra del pueblo mapuche.
Paradójicamente es la misma Bachelet que tiene en sus manos el destino de Piñera. El lunes 28 de octubre debió llegar a Chile una comisión formada por sus representantes, pero ello no se concretó porque dicha embajada no arribó a Santiago. Y ello a pesar de que en la búsqueda del éxito del espectáculo organizado al efecto, antes Piñera eliminó el toque de queda y estado de excepción e hizo cambios en su gabinete.
Como es habitual en este tipo de misiones, Bachelet primero debió consultar a Washington, sabiendo que la sentencia que ahí se dictaminara significaría que — igual que en el imperio romano — el mandamás de la Casa Blanca sería quien decidiera si elevaba su dedo o lo bajaba, provocando el fin de Piñera.
Sabe también Bachelet que tal decisión podría implicar su regreso victorioso a la Moneda. Si no a ella, a alguno de sus copartidarios. Así que entendió que no debía apresurarse ante el botín que sin querer cayó en sus manos. En este sentido y ante la indecisión de Estados Unidos, Piñera optó por cancelar las cumbres de la APEC y del cambio climático que en noviembre y diciembre se iban a realizar en Santiago.
Pase lo que pase en Chile, Piñera — al igual que Moreno en Ecuador — es un cadáver político, hoy incluso bajo la sombra de una acusación constitucional en su contra por la represión y la muerte de más de 20 ciudadanos. Su único objetivo ahora es tratar de salvarse, minimizar daños y buscar una salida gatopardiana para el modelo mediante cambios cosméticos que no lo modifican en lo sustancial.
Los positivos resultados electorales en Bolivia y Argentina — el primero para fortalecer el proceso de construcción del Estado plurinacional y el segundo para sacudirse cuatro años de barbarie neoliberal — apuntan a un nuevo momento de la región. El presidente Evo Morales ahora debe enfrentar la sedición de la derecha, que, como ya va siendo habitual, no sabe aceptar la derrota.
El modelo de democracia teledirigido desde Washington a través de la OEA establece que cualquier victoria popular que se exprese en las urnas por pequeños márgenes no será aceptada y que ello desatará de inmediato toda la parafernalia reaccionaria que incluye: declaratoria de fraude, violencia callejera, no aceptación por parte de Estados Unidos y sus satélites europeos y latinoamericanos de los resultados, puesta en funcionamiento del ministerio de colonias para que avale todo lo anterior y, finalmente, amenazas de intervención, chantajes, bloqueos y sanciones económicas.
La receta comienza a ser reiterativa, pero los pueblos, así como aprendieron a ganar elecciones, ahora han asimilado la necesidad de defender los resultados a pesar de todas las plagas imperiales que se ciernen sobre ellos. El pueblo boliviano, su Gobierno y Morales sabrán enfrentar esta situación y con la inteligencia, la paciencia y la sabiduría acumulada durante varios siglos de lucha sabrán derrotar esta intentona que pretende retrotraer la historia.
En Argentina, el peronismo unido casi en su totalidad propinó una aplastante derrota de casi ocho puntos al presidente Mauricio Macri y a las prácticas neoliberales emanadas de su Gobierno, que sumieron al país en un cuatrienio de terror que se evidencia en el deterioro de las condiciones de vida de los ciudadanos, en el estado de zozobra generalizado, en el incremento de la pobreza, en la entrega de la economía a los fondos buitre y a la banca extranjera y en una vergonzosa regresión en materia de defensa inalienable de la soberanía de Argentina sobre las islas Malvinas.
La conjunción de acontecimientos en Argentina y Chile junto al alzamiento del pueblo ecuatoriano, la victoria electoral del presidente Evo Morales y la resistencia de Cuba, Venezuela y Nicaragua a la voracidad imperial son manifestaciones contundentes. Esta vez no habría que esperar los 25 años que transcurrieron entre Salvador Allende y Hugo Chávez para que los pueblos nuevamente asumieran el protagonismo de los procesos de transformación de la sociedad, echando por la borda la teoría de los ciclos, toda vez que la lucha es permanente y dialéctica, con avances y retrocesos, pero todavía continua, constante y progresiva.
Aunque parece muy lejano tras el intenso devenir de los últimos días, en Ecuador — tal como se esperaba — se impuso una vez más el engaño, la mentira y la manipulación del pueblo, quien, a pesar de salir con valor a las calles hasta poner en jaque al Gobierno de Lenín Moreno, no pudo lograr cambios importantes en la orientación de sus gobernantes.
Moreno se las arregló para sobrevivir, políticamente hablando, después de acordar una reforma parcial con una directiva limitada y sectaria de la Conaie, cuya gran capacidad de conducción en la lucha no se manifestó en el momento de la negociación. Esto permitió presentar como victoria lo único que obtuvieron: la anulación del aumento de los precios de los combustibles, al mismo tiempo que desistieron de todas las otras demandas por las que se movilizó el pueblo ecuatoriano y los indígenas de ese país.
A cambio, la Conaie aceptó compartir con Moreno su profundo sentimiento de odio contra el expresidente Rafael Correa y contra su gobierno, solo porque — como todos saben en Ecuador — Correa no aceptó la solicitud de la Conaie de que concederle tres ministerios en el gabinete a cambio de su apoyo.
Una semana después de haberse iniciado las negociaciones, la Conaie se retiró de la mesa porque, como era previsible, descubrió — por enésima vez — el actuar engañoso natural de la oligarquía ecuatoriana.
Sin embargo, en Ecuador nada será igual. El gobierno de Moreno está políticamente muerto. Solo se mantiene en pie gracias al apoyo de Estados Unidos, de los medios de comunicación y de los empresarios, que son los grandes sujetos de la traición de Moreno.
Por el contrario, el pueblo de Chile, movilizado de manera unitaria y sin manejo de organización alguna que pudiera pactar con sus gobernantes, se mantiene. Lleva 12 días en las calles tras 30 años de ignominia durante los cuales cinco presidentes se preocuparon de mantener incólume el modelo de Pinochet amparándose en una constitución ilegítima que les permitió maximizar ganancias, exacerbando así el modelo neoliberal de democracia restringida y violenta.
La respuesta de la derecha pinochetista en el Gobierno, encarnada por Sebastián Piñera, fue regresar a la represión propia de la dictadura. Una represión que ya había sido utilizada por sus antecesores, especialmente por Michelle Bachelet, en contra del pueblo mapuche.
Paradójicamente es la misma Bachelet que tiene en sus manos el destino de Piñera. El lunes 28 de octubre debió llegar a Chile una comisión formada por sus representantes, pero ello no se concretó porque dicha embajada no arribó a Santiago. Y ello a pesar de que en la búsqueda del éxito del espectáculo organizado al efecto, antes Piñera eliminó el toque de queda y estado de excepción e hizo cambios en su gabinete.
Como es habitual en este tipo de misiones, Bachelet primero debió consultar a Washington, sabiendo que la sentencia que ahí se dictaminara significaría que — igual que en el imperio romano — el mandamás de la Casa Blanca sería quien decidiera si elevaba su dedo o lo bajaba, provocando el fin de Piñera.
Sabe también Bachelet que tal decisión podría implicar su regreso victorioso a la Moneda. Si no a ella, a alguno de sus copartidarios. Así que entendió que no debía apresurarse ante el botín que sin querer cayó en sus manos. En este sentido y ante la indecisión de Estados Unidos, Piñera optó por cancelar las cumbres de la APEC y del cambio climático que en noviembre y diciembre se iban a realizar en Santiago.
Pase lo que pase en Chile, Piñera — al igual que Moreno en Ecuador — es un cadáver político, hoy incluso bajo la sombra de una acusación constitucional en su contra por la represión y la muerte de más de 20 ciudadanos. Su único objetivo ahora es tratar de salvarse, minimizar daños y buscar una salida gatopardiana para el modelo mediante cambios cosméticos que no lo modifican en lo sustancial.
Los positivos resultados electorales en Bolivia y Argentina — el primero para fortalecer el proceso de construcción del Estado plurinacional y el segundo para sacudirse cuatro años de barbarie neoliberal — apuntan a un nuevo momento de la región. El presidente Evo Morales ahora debe enfrentar la sedición de la derecha, que, como ya va siendo habitual, no sabe aceptar la derrota.
El modelo de democracia teledirigido desde Washington a través de la OEA establece que cualquier victoria popular que se exprese en las urnas por pequeños márgenes no será aceptada y que ello desatará de inmediato toda la parafernalia reaccionaria que incluye: declaratoria de fraude, violencia callejera, no aceptación por parte de Estados Unidos y sus satélites europeos y latinoamericanos de los resultados, puesta en funcionamiento del ministerio de colonias para que avale todo lo anterior y, finalmente, amenazas de intervención, chantajes, bloqueos y sanciones económicas.
La receta comienza a ser reiterativa, pero los pueblos, así como aprendieron a ganar elecciones, ahora han asimilado la necesidad de defender los resultados a pesar de todas las plagas imperiales que se ciernen sobre ellos. El pueblo boliviano, su Gobierno y Morales sabrán enfrentar esta situación y con la inteligencia, la paciencia y la sabiduría acumulada durante varios siglos de lucha sabrán derrotar esta intentona que pretende retrotraer la historia.
En Argentina, el peronismo unido casi en su totalidad propinó una aplastante derrota de casi ocho puntos al presidente Mauricio Macri y a las prácticas neoliberales emanadas de su Gobierno, que sumieron al país en un cuatrienio de terror que se evidencia en el deterioro de las condiciones de vida de los ciudadanos, en el estado de zozobra generalizado, en el incremento de la pobreza, en la entrega de la economía a los fondos buitre y a la banca extranjera y en una vergonzosa regresión en materia de defensa inalienable de la soberanía de Argentina sobre las islas Malvinas.
La conjunción de acontecimientos en Argentina y Chile junto al alzamiento del pueblo ecuatoriano, la victoria electoral del presidente Evo Morales y la resistencia de Cuba, Venezuela y Nicaragua a la voracidad imperial son manifestaciones contundentes. Esta vez no habría que esperar los 25 años que transcurrieron entre Salvador Allende y Hugo Chávez para que los pueblos nuevamente asumieran el protagonismo de los procesos de transformación de la sociedad, echando por la borda la teoría de los ciclos, toda vez que la lucha es permanente y dialéctica, con avances y retrocesos, pero todavía continua, constante y progresiva.
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