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La Segunda República no fue Caperucita Roja. Los límites de la acción política
Ricardo Robledo
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No
es bueno que el historiador confíe en “los cuentos fantasiosos como el
de que la Segunda República fue Caperucita Roja (2012)”. Este es el
consejo de Stanley Payne, prologuista del libro de Álvarez Tardío y Roberto Villa 1936, Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular(Espasa).
Con su publicación se habría completado el triángulo maldito: en 1931
llegó “la revolución”; en 1934 los rojos anticiparon la Guerra Civil y
en febrero de 1936 el pucherazo electoral arruinó la democracia: era
“inevitable y legítimo un alzamiento combinado del ejército y del pueblo
contra el poder ilegítimo, que pasó a la historia como Alzamiento
Nacional”, se lee en el comunicado de la Fundación Francisco Franco del
22 de marzo pasado.
El libro –exageración de algunas
irregularidades electorales que siempre habían existido-- constituye un
episodio más de la batalla historiográfica por la memoria que ha de quedar.
Aquí no hay tregua que valga. Y resulta coherente con la orientación
historiográfica defendida por sus autores desde hace unos diez años que
resumo sintéticamente: la República necesita ser desidealizada. Su
mitificación resulta comprensible desde la lucha antifranquista, pero ya
no puede constituir antecedente de la democracia actual que es plural.
Pensemos sobre ella, si se quiere, y aprendamos de sus errores. Con la
Segunda República se inauguró un proceso revolucionario: las izquierdas,
especialmente los socialistas, la consideraron patrimonio suyo y
practicaron políticas de intransigencia que no permitieron la
alternancia. La República no fue democrática. Los sindicatos eran
“agencias delegadas del Gobierno”. El sistema electoral fue ideado por
socialistas y republicanos para marginar a los adversarios
conservadores.
El libro constituye un episodio más de la batalla historiográfica por la memoria que ha de quedar
Estos postulados, que comparten en todo o
parcialmente varios historiadores de contemporánea, se sostienen en el
desprestigio de la “historia estructural y de clase”. Las condiciones
materiales pasan a segundo plano y se da más importancia al discurso
que crea realidades, a los factores políticos y al liderazgo. Se llega
hasta la afirmación de que fijar la atención en la desigual distribución
de la riqueza puede convertirse en “la coartada para
justificar la radicalidad del proyecto político de la izquierda
republicana y de los socialistas, su intransigencia e, incluso, la
violencia ejercida desde las organizaciones políticas y sindicales”
(Álvarez Tardío, 2011).
Sin
embargo, “para vivir hace falta comer, beber, alojarse bajo un techo,
vestirse y algunas cosas más”, escribían Marx-Engels en La ideología alemana.
Es normal que el presente llame a la puerta del historiador. La
recesión económica, las altas tasas de desempleo, las medidas de
austeridad, etc. han complicado dramáticamente la supervivencia de los
más desfavorecidos. Por otra parte, crece la preocupación por el
incremento de la desigualdad, que no solo recorta las posibilidades de
crecimiento económico y por tanto del potencial empleo, sino que está
amenazando la cohesión social.
La igualdad política
que requiere la democracia siempre está bajo la amenaza de la
desigualdad económica y, cuanto más extrema es la desigualdad económica,
mayor es la amenaza a la democracia (Gilens, 2012). Justamente algo
parecido había dicho el ministro de Agricultura Ruiz-Funes en junio de
1936: “La definitiva consolidación en España de una República
democrática [es] la obra fundamental de la Reforma Agraria”. Y a tal
empeño --democratizar la economía para democratizar la sociedad-- se
consagró la política agraria del Frente Popular haciendo creíble la
reforma. Sin embargo, la visión catastrofista de ese periodo
(pucherazos, invasiones de fincas, política totalitaria…) que quiere
transmitir más de un historiador va dejando en penumbra aquellas
realizaciones.
Y a tal empeño, democratizar la economía para democratizar la sociedad, se consagró la política agraria del Frente Popular haciendo creíble la reforma
Ciertamente los márgenes de maniobra que
evitaran la prepotencia de unos y la falta de posibilidades de elección
de otros eran muy limitados en la década de 1930. Las actuaciones
basadas en la confianza mutua se fueron estrechando desde febrero de
1936. Con ser reducido, el marco de actuación era mucho más amplio en
1931. Conviene tener claro quiénes estrecharon más ese marco de
actuación coaligándose desde el primer día para conspirar contra la
República.
El historiador se nutre de fuentes
diversas. Considero un hallazgo importante el escrito inédito de Ramón
López Barrantes (1897-1977), gobernador del Banco Exterior de España
durante 1936-1939. No estamos pues ante una opinión cualquiera. Es la
contestación a un cuestionario del ministro de Industria en el exilio,
Irujo, sobre la restauración de la República que ingenuamente pensaba
podía producirse en breve. Seguramente la exclusión de España de la ONU
en febrero de 1946 animó estas perspectivas. El Informe está firmado el
31 de julio de 1946 desde Hendaya. Del amplio escrito, conservado en el
Archivo de la Segunda República en el exilio, extracto estos párrafos:
“Nuestros
dirigentes de “izquierda” –hablo con crítica sana, sin mordacidad--
embriagados del triunfo político descuidaron que la realidad económica
de España subsistiría idéntica en mandos y orientación efectiva después
del “14 de abril”, ya que no podían desconocer que POLÍTICA Y ECONOMÍA
marchan en la actualidad paralelamente. Este paralelismo exigía que el
“estirón”, permítaseme la palabra, del avance democrático de la
implantación de la República acompañase ritmo análogo en lo económico, y
así como el pueblo democratizó sus Instituciones políticas, [era preciso] que se hubiera democratizado
su sistema económico –o parte, al menos-- eliminando de la dirección
los elementos retardatarios y hostiles a que el mismo –el sistema--
estaba tradicionalmente sometido. No se hizo, porque tal vez no se
pudiera hacer, seamos justos. Y llegamos a la realidad (1931-1936) de
que continuando el poderío económico en manos de las derechas, viejas,
nuevas, disimuladas y no, cuando gobernaban las izquierdas el impulso
que daba, de derecho, el “poder” político era constantemente frenado,
desvirtuado o inutilizado, de hecho, por los “equipos” económicos (Altas
empresas y altos funcionarios) de signo contrario, más claramente, de
derechas.
Quienes conozcan un poco la vida interior de
la Administración pública española (Ministerios, Gobiernos Civiles,
etc.) reconocerá que la ascensión al “Poder” de las derechas era
recibida en el mundo financiero y en la alta burocracia con
alborozo, abriéndoles los brazos como a parientes ricos que vienen a
honrarnos con su compañía y de los que se espera algo… En cambio, si
quienes llegaban al “Poder” eran las izquierdas, se fruncía el ceño, se
cubrían las apariencias, se murmuraba y criticaba sin descanso
(Recuérdese la “campaña contra el socialista Cordero por “enchufista”…) y
se hacía todo lo posible porque fracasasen y se marcharan cuanto antes.
La eterna historia de los parientes pobres.
La guerra
de 1936-1939 era punto menos que imposible que la ganase la República
española, tal como entonces se encontraba, por desgracia para la
Humanidad, el “tablero” internacional, pero así y todo, pecaría de
miopía más que política y social quien creyera que la victoria de los
sublevados la consiguieron unos Generales valerosos, un Ejército eficaz o
unos traviesos jovenzuelos forjadores de la Falange. Sin entrar a
discutir ni el valor ni la eficiencia ni la travesura, la victoria
aludida la alcanzaron los mismos intereses --Banca, grandes negocios,
acaudalados, hombres de empresa y acólitos burgueses-- que la prepararon
y a quienes favorecía. Porque fue una lucha ECONÓMICA, que ha
obedecido, no lo olvidemos nunca, a CAUSAS ECONÓMICAS, EXCLUSIVAMENTE”.
(Las mayúsculas, cursivas y comillas son de López Barrantes).
Es
la voz de un experto con responsabilidades financieras y se podrá
discrepar del énfasis concedido a los intereses económicos, pero no de
la verosimilitud de esos argumentos que confirma “la eterna historia de
los parientes pobres”. La historia económica, no voy a dar nombres ahora
salvo el del banquero e historiador Sánchez Asiaín (fallecido no hace
mucho), confirma lo que digo. Creo que es un texto que anima a la
reflexión sobre los límites de la acción política cuando se parte de la
inferioridad económica.
La llamada historia objetiva quiere acabar con el cuento de que “La Segunda República fue Caperucita Roja”
Todos están empeñados en la historia que ha de quedar,
en fabricar el relato más conveniente, como ahora se dice. La llamada
historia objetiva quiere acabar con el cuento de que “La Segunda
República fue Caperucita Roja”. El paso siguiente, como se ha escrito,
es que gracias al franquismo llegó inconscientemente, sin quererlo, la
democracia a España “gracias a su evolución interna, sus
políticas e incluso su legislación, amén del desarrollo económico del
país”. Por eso es pertinente el recuerdo veraz de quienes acabaron con
la República y de los efectos de esta acción. Si para desidealizar la
República se cargan las tintas sobre quienes la defendieron, el
desenfoque dará lugar a lecturas erróneas si no perversas.
Pero
hay otras razones para que la República sea algo más que el
recordatorio voluntarioso del mes de abril. Los estudios sobre el
republicanismo (Petit, entre otros) han servido para superar la
consideración puramente individualista del “homo economicus”
que lleva aparejada la opresión o la exclusión social. Hay algo más que
la dicotomía de I. Berlín sobre la libertad positiva y negativa. Las
abstracciones del jusnaturalismo (libertad, igualdad…) que acompañan al
derecho burgués tienen una validez que “se agota en un nivel formal,
pero que resultan absolutamente insatisfactorias en lo social”; se
quiere contentar a los indigentes con “el plato de lentejas de la
igualdad jurídica” sin tocar la desigualdad de hecho, razona P. Grossi.
Cuando se leen los manifiestos que los vecinos de los pueblos elevaban
al Gobierno Civil en la primavera de 1936 pidiendo el rescate de los
bienes comunales privatizados, estamos ante un laboratorio donde se
puede analizar la extensión de la ciudadanía, la no dominación y la
superación de determinados contratos sociales que se quedaban en la
superficie de la igualdad jurídica.
No se puede por
menos de imaginar también qué diferente sería nuestro presente de no
haberse producido la rebelión militar. López Barrantes, observando el
desastre económico y social de los años 40, del que se beneficiaba un
reducido grupo, escribió:
“Se ha entregado el Poder
público, con furor, a la persecución de los vencidos, poniendo entre los
barrotes de las prisiones los brazos –crispados por la iniquidad-- que
hacían falta en la tierra. El rencor de los vencedores cometió la
insensatez de llevar a cabo una política económica de precios altos y
jornales bajos, en régimen de castas, que condujo a que las clases
sociales adscritas a los sublevados de julio de 1936 (Clero, Ejército y
adinerados) hayan ido ellas mismas devorando con su consumo improductivo
y continuo las fuentes de riqueza, depauperando hasta el mínimo
rendimiento al pueblo productor”. Todavía estamos sufriendo los efectos
del “rencor de los vencedores”.
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Ricardo Robledo. Catedrático jubilado de la Universidad de Salamanca. Profesor visitante de la Universitat Pompeu Fabra.
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