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El “estado profundo” impone las reglas a Trump
Prólogo del editor del blog
Después de todo Trump no está tan
loco…
Era esperado que el verdadero Poder
que controla los Estados Unidos de América azote políticamente a un
“malcriado”
como Trump. El actual presidente no ha dado la talla de lo que espera de
un
mandatario el “estado profundo”. Nadie puede osar cuestionar la
estrategia que ha venido dando buenos resultados en el último siglo:
guerras rentables,
globalización económica, sumisión internacional, en general, PODER y
control
del mundo.
Si el presidente Trump pensaba que
por su poderosa billetera podía darse el lujo de contradecir a los señores de
las sombras, éstos últimos se han encargado, vía Congreso y Senado de los
Estados Unidos, servicios secretos, Complejo Militar-Industrial y de los
Halcones políticos y militares, de encausar por el sendero “correcto” al
multimillonario gobernante.
Trump no solo tiene altos
funcionarios gubernamentales en su contra, incluso su vicepresidente, Mike
Pence, en su última gira por los países bálticos afirmó “que el Congreso y la
Casa Blanca estaban hablando con una voz unificada", lo cual resulta ser
una falaz afirmación.
Ya lo hemos dicho en reiteradas
ocasiones, las “justificaciones” legales para aplicar el impeachment por parte del establishment
está en marcha: Que Trump es agente ruso en la Casa Blanca es su principal
“acusación”, no olvidemos que también congresistas demócratas sugieren enmendar
la Constitución para aplicar algo parecido a una “incapacidad mental” para
gobernar.
No obstante el desconsuelo por los
defectos personales de Trump, él tiene argumentos suficientes para alertar sobre
una conspiración que intenta frenar el paso de una nueva política
estadounidense a nivel mundial, alejándose de la dura política del garrote y la
sumisión. Es más que evidente que existen intereses secretos que intentan quebrantarlo.
Y es tan visible aquello que ya desde la campaña presidencial, fuerzas obscuras
probaron descalificarlo.
Un par de ejemplos será suficiente.
Su política de normalizar lazos comerciales y cooperación en otras áreas con Rusia
fueron la detonante. Por el momento, el supuesto vínculo Trump-Rusia es el que
más pega en los medios, eso equivale a decir que todos los
estadounidenses son unos completos mentecatos que no han percibido la
amenaza rusa en sus propias narices. Para el propio Donald Trump es algo que va
más allá de un intento de desprestigiarlo y apartarlo del poder (o al menos
enderezarlo), para él eso es humillar a todo los Estados Unidos.
No olvidemos que ya casi nadie
habla, muchos menos los demócratas, sobre los miles de correos electrónicos
oficiales de Hillary Clinton, ex secretaria de Estado y opositora presidencial
de Trump, logrando desviar este caso de la atención de los fiscales
estadounidenses.
En un magnífico ensayo publicado en
noviembre del 2016 por el investigador Andrew Korybko “Hillary y el FBI: Las
revueltas del ‘Estado Profundo’ “, es decir, el bullicio que sacudió
Norteamérica, cuando James Comey, ex director del FBI confesara al Congreso que
tiene lugar una investigación sobre los correo electrónico de Hillary Clinton,
puso a todo demócrata encrespado, aún más, teniendo en cuenta la cercanía de las elecciones presidenciales,
calificado como "interferencia política". La real decisión del FBI habría sido originada por un
escándalo mayor, las perversiones sexuales y sospechas de posesión de pornografía
infantil de Huma Abedin, asesora personal de Hillary Clinton y connotada
dirigente de la “Hermandad Musulmana” en los Estados Unidos. (De ser necesario
podríamos publicar posteriormente el artículo completo de Andrew Korybko).
Tampoco debemos desestimar las
denuncias de Trump, en plana campaña presidencial de que sus comunicaciones
telefónicas estaban siendo interceptadas por la administración Obama. Trump fue
duramente inculpado de infamar a la presidencia. Se citó, como burla, las
teorías de la conspiración, calificándolas de “Trump’s Fantasyland”, sus
oponentes políticos tildaron las denuncias de Trump de “extravagantes”. El ese
entonces jefe del FBI, James Comey, se declaró “incrédulo” de que Trump estaba
siendo espiado.
Volvamos al tema central. Aplicar
nuevas sanciones anti rusas por parte del Congreso (Trump no tiene otra opción que
firmar), es un procedimiento válido y reglamentario, aunque dudosamente legal, mucho
menos ético, el objetivo es que la “doctrina Trump” fructifique. El presidente
expresó que firmado esa ley "en aras de la unidad nacional", para
concluir manifestando que solamente la cooperación entre Rusia y los Estados
Unidos harán que estas sanciones ya no sean necesarias.
Los afectados no son solo los rusos,
sino China, Irán, Corea del Norte y hasta la Unión Europea. Trump acorralado,
sin embargo, ha declarado que esa ley tiene defectos legales e inconstitucionales,
ya que resta autoridad al presidente. La UE ya ha criticado este procedimiento
unilateral que afecta los intereses económicos de Europa, muchas voces se han
alzado para exigir que Bruselas defienda sus logros y acuerdos comerciales,
incluso ante los Estados Unidos.
Analistas expresan que las nuevas
medidas antirrusas no son efecto de la política 'America First' de Trump, al
contrario, son reflejo de la intención del Congreso y Senado de los EEUU para
destruir la “doctrina ”Trump",
concluyen que esas nuevas sanciones son ilegales e inaceptables, no
perjudican solo a Rusia sino, como lo hemos expresado a la Unión Europea y
otros países.
Qué puede hacer, por ejemplo, el
secretario de estado, Rex Tillerson ante los hechos consumados por el
Congreso
estadounidense? Él, al igual que Trump, responsabiliza al Congreso de la
nueva ley de sanciones, ha dicho textualmente: "ni el presidente ni yo
estamos muy
contentos". Tillerson no puede hacer otra cosa que jugar con la mente
del
público, distraerlos, usando iniciativas e inventivas fonéticas y
dialécticas.
Una elegante forma de calmar los ánimos, sobre todo en el exterior, es
su
afirmación que las nuevas sanciones dictadas por el Congreso sirven para “mejorar
la amistad con Rusia”!
La forma de ver esa “mejoría” de
relaciones con Rusia ha sido tomada con “agrado” en Moscú. Como cumplido y,
en contrapartida, para intentar “mejorar la amistad con Washington”,
siguiendo las gentilezas y canales del alto protocolo internacional, retribuyen
de forma irónica. Rusia solicita una drástica reducción de los más de mil
funcionarios diplomáticos estadounidenses en territorio ruso. Nadie se explica
el porqué de tan descomunal número de personal (seguramente muchos solo se
dedican al “turismo”).
Finalmente, Donald Trump ha
explicado en su Twitter que "Nuestra relación con Rusia está en un punto
muy peligroso y es el más bajo de todos los tiempos ! Pueden agradecérselo al
Congreso, la misma gente que ni siquiera puede darnos el HCare”.
Demos paso a Thierry Meyssan que con
sus reflexiones profundiza y aclara, mucho más, el tema en cuestión.
T. Andino
*****
El establishment estadounidense
contra el mundo
por Thierry Meyssan
La clase dirigente estadounidense se siente amenazada por los cambios
internacionales que el presidente Donald Trump está impulsando. Y ahora acaba
de establecer una alianza para someterlo al tutelaje del Congreso de Estados
Unidos. Mediante una ley que el Congreso acaba de adoptar de manera casi
unánime, la clase dirigente estadounidense impone sanciones contra Corea del
Norte, Irán y Rusia y torpedea las inversiones de la Unión Europea y China. Su
objetivo es detener la política de cooperación y desarrollo del presidente
Trump y volver a la doctrina Wolfowitz, una doctrina de confrontación y
supremacía de Estados Unidos.
Es un escándalo sin precedentes. El jefe del personal de la Casa Blanca, Reince
Priebus, era parte del complot destinado a desestabilizar al presidente Trump y
preparar su destitución. Priebus estaba alimentando las filtraciones
cotidianas que han venido perturbando la vida política estadounidense,
principalmente las vinculadas a la supuesta colusión entre el equipo de Donald
Trump y el Kremlin [1]. Al despedirlo, el presidente Trump entró en conflicto
con el establishment del Partido Republicano, partido que el propio Priebus
presidió en su momento.
Dicho sea de paso, todas esas “filtraciones” sobre las agendas y contactos
de diferentes personas no han aportado absolutamente ninguna prueba sobre las
acusaciones contra Trump y su equipo de campaña.
La reorganización del equipo de
Trump, después del despido de Priebus, ha sido en detrimento de las
personalidades republicanas y a favor de los militares que se oponen al
tutelaje del Estado Profundo. De
hecho, ha dejado de existir la alianza con Donald Trump que el Partido
Republicano había tenido que aceptar, de mala gana, el 21 de junio de 2016,
durante la convención de investidura del hoy presidente de Estados Unidos.
Así que nos encontramos nuevamente ante la ecuación inicial: de un lado,
el presidente de la «América Profunda»; del otro, toda la clase dirigente de
Washington respaldada por el Estado Profundo –o sea, la parte de la
administración a cargo de mantener la continuidad del Estado más allá de la
alternancia entre los grupos políticos.
Es evidente que esa coalición cuenta con el respaldo del Reino Unido y de
Israel.
Y sucedió lo que tenía que suceder: los líderes demócratas y republicanos se han puesto de
acuerdo para contrarrestar la política exterior del presidente Donald Trump y
mantener sus prerrogativas imperiales.
Con ese objetivo acaban de adoptar en el Congreso una ley de setenta páginas que
impone oficialmente sanciones
contra Corea del Norte, contra Irán y contra Rusia [2]. De manera unilateral,
ese texto impone además a todos los demás Estados del mundo la obligación de
respetar las sanciones comerciales estadounidenses. Por consiguiente, esas
sanciones se aplican de hecho tanto a la Unión Europea como a China, al igual
que a los Estados oficialmente designados como blancos de esas medidas
punitivas.
Sólo 5 parlamentarios se separaron de esa coalición y votaron en contra de
esta ley: los representantes Justin Amash, Tom Massie y Jimmy Duncan y los
senadores Rand Paul y Bernie Sanders.
Varias disposiciones de esa ley prohíben más o menos al poder ejecutivo
estadounidense –o sea, a la Casa Blanca y las diferentes dependencias
federales– aligerar en alguna forma las sanciones comerciales que el Congreso
impone. Donald Trump se ve así teóricamente
atado de pies y manos.
Por supuesto, siempre le queda al presidente Trump la posibilidad de oponer
su veto a la ley aprobada por los parlamentarios. Pero, según la Constitución
estadounidense, el Congreso sólo tendría que volver a votar el texto en los
mismos términos para hacer prevalecer su voluntad ante el veto del presidente.
Así que este último se limitará a firmar la ley para ahorrarse el peligro de
sufrir una derrota ante los parlamentarios.
El hecho es que estamos a punto de ser testigos, en los próximos días, de
una guerra inédita. Los partidos
políticos estadounidenses tienen intenciones de echar abajo la «doctrina
Trump», según la cual es mediante su propio desarrollo económico que Estados
Unidos debe mantener su liderazgo mundial. Y pretenden, por el contrario,
volver a la «doctrina Wolfowitz» de 1992, la cual estipula que, para mantener
su posición de predominio mundial, Washington debe obstaculizar el desarrollo
de todo posible competidor [3].
Paul Wolfowitz es un trotskista que se puso al servicio del presidente
republicano George Bush padre en la lucha contra Rusia. Diez años después, bajo
la administración del también republicano George Bush hijo, Wolfowitz fue
secretario adjunto de Defensa y posteriormente presidente del Banco Mundial.
Pero en la elección presidencial del año pasado, Wolfowitz aportó su respaldo a
la candidata demócrata Hillary Clinton. En 1992, Wolfowitz escribía que para
Estados Unidos el competidor más peligroso era… la Unión Europea y que
Washington tendría que destruirla políticamente, e incluso en el plano
económico.
La ley que los parlamentarios
estadounidenses acaban de adoptar pone en peligro todo lo que Donald Trump
había logrado durante los últimos 6 meses, específicamente en la lucha contra
la Hermandad Musulmana y sus organizaciones yihadistas, la preparación de la
independencia de la región de Donbass –que acaba de anunciar que pasará a
llamarse Malorossiya (Pequeña Rusia)– y el restablecimiento de la Ruta de la
Seda.
Como primera medida de respuesta, Rusia ya hizo saber a Washington que
tendrá que reducir el número de funcionarios de su embajada en Moscú al número
de funcionarios que cuenta la embajada rusa en la capital federal
estadounidense, o sea 455 personas, expulsando así a 755 diplomáticos
estadounidenses. Eso quiere decir que la embajada estadounidense en Rusia
contaba 1 210 funcionarios. Moscú hace notar así que si ha existido algún tipo
de interferencia rusa en la política estadounidense, no se trata ciertamente
de nada comparable con la envergadura de la injerencia de Estados Unidos en la
vida política rusa.
Por cierto, el 27 de febrero pasado, el ministro ruso de Defensa, Serguei
Choigu, anunció al parlamento de la Federación Rusa que sus fuerzas armadas
cuentan ahora con la capacidad de organizar –ellas también– «revoluciones de
colores», algo que Estados Unidos viene haciendo desde hace 28 años.
Mientras tanto, los europeos ven con
estupor como sus amigos en Washington –Barack Obama, Hillary Clinton, John
McCain– acaban de bloquear toda esperanza de crecimiento en los países de la
Unión Europea. Sin embargo, a pesar de esta cruel sorpresa, los europeos siguen
sin entender que el supuestamente «imprevisible» Donald Trump en realidad es su
mejor aliado. Totalmente aturdidos por ese voto del Congreso
estadounidense, que los sorprende en plenas vacaciones de verano, los europeos
no hallan nada mejor que ponerse «en posición de espera».
A falta de una reacción inmediata podrán verse arruinadas las empresas que
invirtieron en la solución de la comisión europea encargada de garantizar el
abastecimiento energético de la Unión. Wintershall, E.ON Ruhrgas, N. V.
Nederlandse Gasunie y Engie (la antigua GDF Suez) están implicadas en la
construcción de la nueva tubería paralela a la tubería ya existente del gasoducto Nord Stream, trabajo ahora
prohibido por el Congreso de Estados Unidos. Con ello pierden esas empresas no
sólo la posibilidad de presentarse como aspirantes en procesos de licitaciones
en Estados Unidos sino también todos sus fondos depositados en suelo
estadounidense. Se les bloquea además de inmediato todo acceso a los bancos
internacionales y no podrán continuar sus actividades fuera de la Unión
Europea.
El gobierno alemán ha sido, por el
momento, el único en expresar su descontento. No se sabe si
logrará convencer a los demás gobiernos europeos y obtener que la Unión Europea
se rebele al fin contra su amo estadounidense. Nunca antes se había visto
una crisis similar y por tanto no existen puntos de referencia que permitan
anticipar el curso de los acontecimientos. Es probable que varios Estados
miembros de la UE defiendan, aún en contra de sus socios europeos, los
intereses de Estados Unidos, o más bien la versión de esos intereses que presenta
el Congreso estadounidense.
Como cualquier otro país, Estados Unidos tiene derecho a prohibir a sus
empresas que mantengan relaciones comerciales con tal o más cual Estado
extranjero, así como a prohibir los intercambios con empresas de otras
nacionalidades.
Pero, según la Carta de las Naciones
Unidas, ningún Estado puede imponer a otro sus propias decisiones en materia de
comercio. Y eso es lo que hizo Estados Unidos con su política de sanciones
contra Cuba [4].
En aquel momento, por iniciativa de Fidel Castro –que no era comunista–, el
Gobierno Revolucionario de Cuba inició una Reforma Agraria que no fue del
agrado de Washington [5]. Los países miembros de la OTAN, cuya última
preocupación era la suerte de aquella islita del Caribe, se plegaron a aquellas
sanciones. Poco a poco, el soberbio
Occidente pasó a ver como algo normal el tratar de rendir por hambre a los
Estados que se resistían al poderoso amo estadounidense. Hoy vemos, por primera vez, como la propia
Unión Europea se ve directamente afectada por una forma de dominación que ella
misma ayudó a instaurar.
Más que nunca, el conflicto entre Trump y el establishment estadounidense
adopta una forma cultural. En ese conflicto se enfrentan los descendientes de los
inmigrantes que llegaron a Estados Unidos en busca del «American Dream» [6] y los
descendientes de los puritanos que
llegaron a América a bordo del Mayflower [7].
Eso explica, por ejemplo, las críticas de la prensa internacional sobre el
lenguaje, ciertamente vulgar, del nuevo jefe de prensa de la Casa Blanca,
Anthony Scaramucci. Hasta ahora, Hollywood había reflejado sin problemas los
modales poco convencionales de los hombres de negocios neoyorquinos. Pero ese
lenguaje soez es presentado ahora como algo incompatible con el ejercicio del
poder. El ex presidente Richard Nixon solía expresarse así y fue una de las
cosas que se le reprochó cuando el FBI organizó el escándalo del Watergate para
obligarlo a dimitir. Sin embargo todos reconocen que Nixon fue un gran
presidente –puso fin a la guerra de Vietnam y reequilibró las relaciones
internacionales al establecer vínculos diplomáticos con la República Popular
China, frente a la URSS. Resulta sorprendente ver a la prensa europea repetir
hoy el argumento puritano, religioso, contra el vocabulario de Scaramucci para
juzgar la competencia del equipo de Trump en materia de política, como también
sorprende que el propio Trump lo haya despedido a pesar de que acababa de
nombrarlo.
El futuro del mundo puede estar en
juego tras lo que hoy parece una simple lucha de clanes. Es posible que esté en
juego la posibilidad de que ese futuro esté hecho de enfrentamiento y
dominación o de que sea un futuro de cooperación y desarrollo.
Fuente original:
Thierry Meyssan
NOTAS:
[1] “State
Secrets: How an Avalanche of Media Leaks is Harming National Security”, Senate
Homeland Security and Governmental Affairs Committee, 6 de julio de 2017.
[2] H.R.3364 - Countering America’s Adversaries
Through Sanctions Act
[3] «US Strategy Plan Calls For Insuring No Rivals
Develop», Patrick E. Tyler, The New York Times, 8 de marzo de 1992. En la página 14 de esa misma edición del New York Times
también aparecen largos fragmentos del informe secreto de Wolfowitz: «Excerpts
from Pentagon’s Plan: "Prevent the Re-Emergence of a New Rival"».
Información adicional al respecto aparece en «Keeping the US First, Pentagon
Would preclude a Rival Superpower», Barton Gellman, The Washington Post, 11 de
marzo de 1992.
[4]
El autor se refiere aquí a lo que los medios de prensa occidentales llaman
eufemísticamente el «embargo» económico, comercial y financiero de Estados
Unidos contra Cuba, algo que los cubanos llaman simple y llanamente «el
bloqueo», debido a su evidente similitud con un asedio de tipo militar. Nota de
la Red Voltaire.
[5]
«El robo más largo de la historia cometido por un país contra otro», por Jorge
Wejebe Cobo, Agencia Cubana de Noticias, Red Voltaire, 19 de julio de 2017.
[6]
El llamado “sueño americano”. Nota de la Red Voltaire.
[7]
«Estados Unidos, ¿se reforma o se desgarra?», por Thierry Meyssan, Red
Voltaire, 26 de octubre de 2016.
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