jueves, 23 de octubre de 2014

Ayotzinapa. Ayer, hoy y siempre

Ayotzinapa. Ayer, hoy y siempre
ayer hoy y siempre
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Ernesto Cruz Flores
(21 de octubre, 2014).- Hoy, la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, mejor conocida como Ayotzinapa está en boca de todos. La solidaridad (sobre todo la moral) está cayendo a raudales. Lo cual es bueno. Inmensamente positivo.
Pero, ¿qué tanto sabemos de esta escuela rural? ¿Qué tanto sabemos del normalismo? ¿Alguno de nosotros se ha interesado en conocer, en convivir con estos jóvenes por lo que son y no sólo porque son trending topic?
Mi primer acercamiento a esta escuela fue el 12 de diciembre de 2011, cuando nos enteros del ataque que habían recibido por parte de policías ministeriales y federales en la autopista del sol, en el llamado Parador del Marqués.
Esa vez, salimos de noche del Distrito Federal, una brigada de compañeros del Frente de los Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), llegamos la madrugada del 14 de diciembre a un local de los compañeros de la Asamblea Popular de los Pueblos de Guerrero, en Chilpancingo. Esa noche, medio
inquietos, medio cansados, logramos dormirnos acurrucados en el piso junto un tropical árbol de navidad.
Al salir el sol, comenzaron a llegar compañeros campesinos, que un par de horas antes venían bajando la sierra. Al filo del mediodía nos trasladamos hacia la normal, por la carretera Chilpancingo-Tixtla. Justo al entrar a Tixtla, recordé que en ese lugar fue donde nació el general Vicente Guerrero, líder insurgente, guerrillero consumado y primer presidente negro de México.
A un lado de la carretera se encuentra un arco rojo, el cual da la bienvenida a todo aquel que busca la Normal. A un costado se encuentra el busto de Raúl Isidro Burgos Alanís, fundador de la Normal. A mi regreso al Distrito Federal investigué un poco, y si bien es cierto que la Normal de Tixtla se fundó bajo la dirección de Rodolfo A. Bonilla, fue bajo el liderazgo de Burgos Alanís que se consiguieron los terrenos de la ex-hacienda de Ayotzinapa, y que entre estudiantes, padres y madres de familia, pueblo en general y con el profesor Raúl Isidro Burgos a la cabeza, fue que se prepararon los terrenos y se construyeron las actuales instalaciones de la Normal de Ayotzinapa. Por eso, y pese que a muchos y muy destacados egresados, la escuela mantiene con orgullo y cariño, el nombre de su fundador y primer director.
El camino de acceso se convierte rápidamente en una pendiente algo pronunciada, la cual va a dar a un pequeño valle donde se yerguen, como si brotaran de la tierra, los múltiples edificios que componen la Normal y su internado.
Junto con nuestra brigada, llegaron muchos compañeros más, la mayoría familiares de estudiantes o egresados de la Normal. Porque esto es importante: la escuela está en un completo abandono y si sigue de pie, es gracias a la manutención que los habitantes de Tixtla realizan año con año. La Normal es de Ayotzinapa y Ayotzinapa es de Tixtla, eso lo tiene bien claro cualquier tixtleco.
***
La Normal de Ayotzinapa se compone de una veintena de edificios de dos plantas, muy parecidos a las escuelas primarias donde los egresados de esta normal no enseñarán porque si bien aquí se imparten tres carreras: Educación primaria, Educación primaria bilingüe y Educación física; los egresados de esta carrera darán clases (si es que el gobierno otorga las plazas), en comunidades altamente marginadas (muy parecidas a aquellas donde son originarios), donde la “escuela” consiste en un jacal (la mayoría de las veces de palos, cartón, y cuando hay lujos, de adobe), sin pizarrón, donde no hay baños, ni electricidad, ni piso de cemento; donde cada alumno debe llevar un cajón, una piedra, algo que le sirva de asiento; donde los seis grados de primaria son atendidos por un mismo profesor.
A ese futuro aspiran estos muchachos.
El primer edificio, que se alza imponente sobre los demás, es el edificio de gobierno, donde se alojan las oficinas administrativas, la biblioteca y el auditorio. Su construcción hace recordar su pasado hacendado.
Bajando las escaleras llega uno a la cancha principal de basquetbol y voleibol, los deportes más populares en estas tierras. Cancha techada, que lo mismo alberga partidos que reuniones estudiantiles. Enfrente se encuentra la nueva cancha de tenis; todo un lujo, pero que costó años de sacrificios.
Del lado derecho se encuentra el comedor, un amplio galerón donde cada mañana y tarde los estudiantes se organizan para mal desayunar y peor comer. En Ayotzinapa no existe la cena. Atrás del comedor se extienden, como muchos testigos y compañeros eternos, los campos de cultivo, donde, bajo duro y aplastante sol de Guerrero, los normalistas intentan arrancarle con horas de sudor y de cayos, con machetes oxidados y arados de madera, algunas semillas a la madre tierra. Esa madre que los pone a prueba. Ahí también deambulan, algunas vacas raquíticas y unos cuantos burros y mulas flacas, que ayudan en las labores del campo.
A un lado de las tierras de labranza, están las canchas deportivas, la alberca, la cancha de fútbol y la pista de atletismo, la cual consiste en un simple óvalo de pura tierra suelta. A pesar del duro trabajo, tanto en las aulas, como en los campos, los jóvenes normalistas buscan el tiempo y la energía para practicar su deporte favorito y representar al equipo de la escuela: los tortugos.
Ayotzinapa en náhuatl quiere decir “lugar del río de las pequeñas tortugas”, (“Ayótl”, tortuga; el sufijo “-tzin”, diminutivo; “atl”, agua; el sufijo “pan”, lugar de). Por eso, la mascota, el símbolo de la Normal, es una tortuga, incluso en el escudo de la escuela bajo el nombre Ayotzinapa, se ve una tortuga.
Por eso, en cada dormitorio hay una tortuga pintada, herencia de generaciones pasadas. Pero no son las únicas pintas. Por toda la escuela (a excepción del edificio de gobierno), se alzan todo tipo de murales: algunos monumentales, de más de cinco metros de altura, otros más pequeños.
Hechos en distintas épocas, todos los murales cuentan la historia de la Normal: aquí y allá se ven los rostros de Genaro Vázquez y de Lucio Cabañas; por allá se alza en toda la fachada de un edificio la silueta de una miliciana del EZLN. Hay murales contra el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y contra el capitalismo. No falta el rostro de Emiliano Zapata, y cómo no, una referencia a Atenco y al FPDT.
El resto de la Normal, son nueve edificios que sirven como dormitorios. Los menos deteriorados, que se consideran de lujo, son para los grados más avanzados. El dormitorio en peores condiciones es para los novatos, a los que les tocan las tareas más duras y difíciles, porque dicen los más experimentados: “A Ayotzinapa no se viene a jugar, si no aguantan trabajar de sol a sol, comiendo tres tortillas al día, no sirven para ser maestros. No aguantarían un movimiento político”.
Y tal parece que la historia les da la razón.

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