Sin
embargo, no fue sino hasta mediados del siglo XX, que los diarios rusos
adquirieron mayor relevancia académica, antropológica y etnográfica,
especialmente si se les compara con las notas de Alexander von Humbold
Bonpland, Maria Graham, Spix & Martius, Eschwege, etcétera. Hoy en
día, todavía se estudian los diarios rusos para comprender, desde una
mirada más amplia, rica compleja y diversa, los procesos históricos y
etnológicos que han tenido lugar en América, desde la Alaska hasta la
Patagonia. De acuerdo a Shur (1977, p. 395–402), habían sido Völkl,
Sprintsin, Komissarov, Bartley, Blomkvist, Bancroft, Lyapunova,
Shprintsin y Shur, los escasos investigadores que se dedicaron a ubicar
las fuentes primarias sobre los viajes de rusos en América, muchas
ubicadas en la jurisdicción de la antigua Unión Soviética, razón por la
cual los investigadores se veían obligados a viajar a las principales
bibliotecas de Rusia. Se le debe al doctor Leonid Shur, formado en la
Universidad de San Petersburgo (Rusia), la Academia de Ciencias de Moscú
(Rusia) y la Universidad de Jerusalén (Israel)—
luego becado por el Wilson Center de los Estados Unidos de América — ,
no solo la ubicación de las fuentes primarias sobre la temprana
presencia rusa en América, sino también la catalogación y
sistematización de estos archivos. Como dificultad adicional, debe
señalarse que muchas de estas fuentes se encuentran en bibliotecas
particulares, debido a que los marineros y oficiales de la marina tenían
la costumbre de conservar estos archivos en sus casas.
La antigua iglesia rusa ortodoxa en Fort Ross, California.
Leonid
Shur catalogó en tres grupos principales los archivos sobre los rusos
en América: el primero, los diarios y las notas de los rusos que
viajaron alrededor del mundo; el segundo, las notas de viaje, los
reportes y las correspondencias de los empleados de la compañía
Ruso-Americana; el tercero, las publicaciones generadas a partir de las
expediciones científicas que los rusos realizaron en América,
particularmente en los países del sur. En particular, las fuentes del
tercer grupo son de particular interés para investigadores
contemporáneos especializados en geografía, historia y antropología,
debido a que los datos fueron recogidos por científicos rusos altamente
capacitados, los cuales estudiaron con atención las costumbres y
tradiciones de los pueblos americanos; la cotidianidad cultural y
política de la región (Shur, 1977, p. 396). México, Chile, Brasil y Perú
fueron algunos de los territorios que los rusos estudiaron en América.
La importancia de Alaska en los Estados Unidos
La
primera colonia rusa en América, fijamente establecida y bien
estructurada, fue fundada por Gregory Shelikov en 1785, en la isla de
Kadyak, Alaska. Diez años después, en el puerto de Pavlovsky en la isla
Kadyay, se construyó la primera iglesia ortodoxa rusa de América. (Chyz y
Roucek, 1939, p. 639). Después de llegar a las costas del Océano
Pacífico, más o menos en el año 1643, los cosacos comenzaron a abrirse
paso hacia el norte — y otras teorías, aún por demostrar, sugieren que
refugiados provenientes de Novgorod habían llegado a Alaska en 1571 — .
Las crónicas de las etnias nativas de Kamchatka sugerían la existencia
de un país al otro lado del mar. Fue en 1741, después del viaje de
Gvozdev en 1732, que se organizó una expedición compuesta por dos
barcos, San Pablo y San Pedro, con el propósito de explorar las islas y
el continente frente a Kamchatka. El Capitán Vitus Behring estuvo a
cargo de la expedición y del barco “San Pedro”; el Capitán Chirikov fue
el patrón del “San Pablo”. Chirikov fue el primero en ver la tierra en
los primeros días del mes de julio; envió varios grupos de desembarco y
ninguno sobrevivió. El otro grupo tuvo más éxito: las islas Kayak,
Kadyak y otras fueron descubiertas. La expedición terminó con el
naufragio de la embarcación y la muerte del capitán Behring. Estos
colonos y exploradores no lograron establecerse.
A
partir de entonces, Alaska y las recién descubiertas Islas Aleutianas
fueron constante objeto de caza y ataque por parte de piratas y
aventureros rusos, que organizaron expediciones con el propósito de
cazar nutrias marinas y animales con pieles. Según Chyz y Roucek (1939,
p. 640), el saldo de los encuentros entre los rusos y los nativos
aleutianos fue, con frecuencia, sangriento; en muchas ocasiones, los
rusos fueron masacrados, y en otras, los aleutianos fueron los
exterminados y sus bienes saqueados por los invasores aventureros.
Comunidad ortodoxa reunida en Fort Ross, en los
Estados Unidos. Uno de los sitios emblemáticos en la historia de la
ocupación rusa de América.
Una
vez que los rusos se establecieron en los territorios aledaños a Alaska,
la Compañía Ruso-Americana en las Indias Occidentales comenzó a
fomentar la ocupación dispersa de otros espacios en América. La Compañía
Ruso-Americana, institución de carácter semi-oficial, recibió de las
autoridades rusas la autorización para la administración de Alaska y las
Islas Aleutianas, así como la regulación del comercio en la región. El
principal administrador residente de la colonia, fue el señor Alexander
Baranov, durante el período 1747–1819). Baranov fundó el asentamiento de
Sitka en 1804. Con el establecer un sistema de producción agropecuaria
local, que permitiera el abastecimiento de granos y verduras sin tener
que importar estos bienes desde la Rusia natal, Baranov envió un grupo
de colonos rusos y aleutianos a la región de Bodega Bay en California,
en donde fue fundada una colonia rusa llamada Fort Ross, la cual existió
entre 1812 y 1841. Debido a desacuerdos con el gobierno mexicano en
cuanto al derecho de asentamiento por parte de los colonos, los rusos se
retiraron del lugar; vendiendo sus tierras y edificios en 1841 a un
ciudadano de origen suizo, de apellido Sutter. La rudimentaria iglesia
ortodoxa rusa aún se mantiene en pie, a pesar del paso del tiempo.
La antigua iglesia rusa ortodoxa en Fort Ross, California.
Iglesia Ortodoxa Rusa en Fort Ross, California. Hoy ejerce soberanía los Estados Unidos de América sobre esta región.
La
primera orden del Sínodo Ruso, el establecimiento para 1796 de una
diócesis independiente en Kadyak, nunca se concretó; en 1811 fue
revocada. Fue en 1840, que las misiones religiosas ortodoxas en Alaska y
las Islas Aleutianas lograron organizar una diócesis independiente bajo
la dirección del Obispo Innokenty Venyaminov. En 1861, la diócesis ya
tenía 7 iglesias y 35 capillas. Para entonces, el capital agregado
acumulado de las iglesias ortodoxas rusos excedió los 255.000 rublos.
Años más tarde, la jurisdicción del obispo de Alaska-Aleutiana se
extendió por toda la América del Norte. Ya para el siglo XX, las
autoridades metropolitanas de la Iglesia Ortodoxa Rusa en los Estados
Unidos y Canadá eran considerados los sucesores de la obra del obispo
Innokenty.
Los rusos en América durante el siglo XIX
Fundada
en 1799, la Compañía Ruso-Americana tuvo derechos exclusivos sobre las
posiciones rusas en la América del Norte Occidental. Entre sus más
distinguidos empleados a través de la historia, se encuentra el viajero y
escritor Kyrill Khlebnikov, considerado el Patriarca de la Compañía
Ruso-Americana. Los años más productivos de su vida fueron los que pasó
en América, donde aprendió inglés y español. En California, a pesar de
su origen ruso, fue una de las autoridades intelectuales más respetadas;
en un territorio que, hasta principios del período decimonónico, había
sido un espacio fronterizo de la América Hispana con otras
jurisdicciones político administrativas, y después de la Guerra de la
Independencia, se convirtió temporalmente en parte de la República de
México.
A
pesar de su gran importancia para la geografía, la biología y la
historia del Estado California en los Estados Unidos, no fue sino hasta
finales del siglo XX, que la obra de Khlebnikov comenzó a ser estudiada
con mayor énfasis; la mayoría de sus escritos aún no habían sido
desclasificados y publicados oficialmente. Con precisión, Khlebnikov
describe la fauna, la geología, el clima, la etnolingüística y la flora
de California; muestra la perspectiva de los sectores conservadores
rusos sobre la independencia de la América Hispana del poder central
español; revelan sus diarios, como fuente primaria, importantes y
reveladores datos sobre la política interna de México y la relación
Iglesia-Estado; sus diarios son de gran utilidad, como material de
estudio, para comprender la relación de los funcionarios de la Compañía
Ruso-Americana con los gobernadores de México (Shur, 1979).
La
Compañía Ruso-Americana permaneció a cargo de Alaska hasta 1861, debido a
que el gobierno ruso decidió administrar directamente el territorio,
sin que la compañía rusa fuera una intermediera. Seis años después, las
posesiones rusas en Alaska se vendieron a los Estados Unidos por la suma
de 7.200.000 $. Según el índice de inflación acumulado desde 1867 hasta
2019,
Alaska fue vendida por el equivalente a 124,909,783 $ (dólares corrientes de 2019).
En líneas generales, el modelo de colonización ruso en América fue
desorganizado y muy disperso; la población de Alaska en en 1880 era de
apenas 33.426 habitantes, en su mayoría nativos y mestizos, quienes
aceptaron la autoridad rusa y la fe ortodoxa. A las pocas semanas de que
se concretara la venta de Alaska a los Estados Unidos, quedaban apenas
algunas decenas de rusos étnicos en Sitka, la sede de la administración
rusa; el resto decidió regresar a Rusia. Whymper (1869) describe la
cotidianidad de los pueblos que vivían en los alrededores del río Youkon
en Alaska. A través de los resultados de su ejercicio antropológico, es
posible inferir las diferencias que existieron entre la colonización
rusa en América, con respecto a los casos ingleses, franceses,
holandeses, portugueses e hispanos.
Mapa de los territorios rusos en América del Norte, en lo que la historiografía define como la “América Rusa”.
Fue
el ucraniano Andrey Honcharenko, quien llegó a la ciudad Boston en 1865,
el fundador del primer periódico ruso en los Estados Unidos, el Alaska
Herald, que apareció en formato ruso e inglés en la ciudad San Francisco
el 1 de marzo de 1868. Ya en 1867, Honcharenko había fundado la primera
organización rusa en América, llamada la Asociación de los
Decembristas. Desde el principio, fue subsidiado por el gobierno de los
Estados Unidos, con el fin de que los habitantes rusos en Alaska se
habituaran a las leyes y costumbres de los Estados Unidos.
Con
el paso del tiempo, el ucraniano Honcharenko tuvo problemas con la
administración militar estadounidense en Alaska, la cual fue duramente
criticada en su periódico. El subsidio del gobierno fue retirado, una
vez que Honcharenko comenzó a criticar las políticas públicas
estadounidenses en Alaska. En 1873, Honcharenko intentó nuevamente
publicar un periódico, esta vez solo en ruso, llamado Свобода
(Libertad). Algunos años después, decepcionado por el fracaso de los
rusos en California para organizar una comunidad progresista — el
término no tenía entonces la misma connotación que se le da hoy en
día — , Honcharenko se retiró a una pequeña granja cerca de Hayward,
California, donde murió en 1916.
Fort Ross, Estados Unidos.
Tampoco
debe ignorarse que Alaska fue el destino de grupos de exiliados y
convictos rusos, que fueron transportados desde Siberia a Alaska y a las
Islas Aleutianas. Muchos de ellos huyeron de Alaska y luego se
asentaron en México y la actual California estadounidense — que durante
mucho tiempo fue territorio mexicano — . Otro grupo de los rusos que
llegaron a Alaska se establecieron en el territorio que hoy en día se
conoce como Oklahoma, en donde formaron gremios de artesanos y cowboys.
Cabe destacar que, en la nomenclatura urbana de la Oklahoma
estadounidense existe un lugar que lleva por nombre Kremlin. Los rusos
siguieron llegando a los territorios que antiguamente fueron colonias
rusas en América, especialmente aquellos que deseaban huir del pasado y
rehacer sus vidas, en un lugar donde nadie conociera sus identidades. La
mayoría de estos rusos se estableció en San Francisco, California.
Históricamente,
las estadísticas oficiales de inmigración en América, han incluido en
la categoría de “rusos” a un grupo muy amplio de personas, lo cual
dificulta hacer un estudio preciso sobre la llegada de rusos a la
región; no fue. No fue sino hasta 1899 que en los Estados Unidos se
recogieron, con cierta rigurosidad, estadísticas sobre la llegada y
salida de extranjeros, en función de su nacionalidad. Las autoridades
estadounidenses en los siglos XVIII y XIX consideraron rusos a aquellos
colonos e inmigrantes provenientes de la antigua Rusia, así como también
a aquellos que consideraban el idioma ruso su “lengua materna”. Los
hebreos (judíos habitantes del Imperio Ruso), los caucásicos — oriundos
del Cáucaso — , los georgianos y los ucranianos, eran usualmente
agrupados en la categoría de rusos, aunque en términos étnico-culturales
existían importantes diferencia. Este asunto sigue siendo muy
controversial, no solo para estudiar la presencia rusa en América, sino
para comprender la cotidianidad actual en la Federación Rusa, en donde
existe una amplia dimensión terminológica para referirse al ruso, que
puede ser русский, es decir, ruso étnico; o российский, es decir,
ciudadano ruso. Y no debe olvidarse que, en la misma Rusia, una vez que
la Rus Medieval se convirtió en un imperio expansionista, la noción y
alcance del término ruso se amplió.
Entre
los años 1820–1870, llegaron oficialmente a los Estados Unidos 3886
inmigrantes provenientes de Rusia, excluyendo a los rusos polacos, que
para los censos de la época eran incluidos en una categoría especial.
Entre los años 1871 y 1880, llegaron a los Estados Unidos 39.284
inmigrantes provenientes de Rusia; debido a que la noción de ruso era
bastante amplia, es muy difícil determinar, hasta qué punto, en este
grupo fueron incluidos ucranianos, hebreos rusos, lituanos, letonios,
estonios, finlandeses, alemanes menonitas, etcétera. Con respecto a los
alemanes menonitas, cabe destacar que el legado cultural de este grupo
ha sido uno de los más representativos en la historia de la temprana
presencia rusa en América. Un importante grupo de los menonitas de
México todavía conserva sus tradiciones y se mantienen alejados del
resto de la población. En menor medida, estos colonos ruso-alemanes
también han tenido una presencia en Perú, en donde también viven en un
estado de segregación y aislamiento. Rusia no fue el único país de
procedencia de los menonitas que llegaron a América, pero sí uno de los
principales.
Las
estadísticas señalan que, a finales del siglo XIX, hubo un gran aumento
en el flujo de inmigrantes percibidos y catalogados como rusos en
territorio estadounidense, aún cuando el Imperio Ruso ya había vendido
sus principales posesiones en América. Entre las principales causas de
este fenómeno, se encuentran las siguientes: las leyes especiales
promulgadas durante Alexander El Tercero, la intolerancia religiosa
hacia los judíos, el rechazo hacia los grupos disidentes en la Iglesia
Ortodoxa Rusa, la persecución emprendida contra los grupos anarquistas,
socialdemócratas, social-revolucionarios, las precarias condiciones
económicas en las provincias occidentales rusas, etcétera.
Los menonitas en México, pueblo de origen étnico
alemán. La mayoría se mantienen en un estado de aislamiento, con el fin
de conservar sus tradiciones. Debido a que una buena parte de los
menonitas que emigraron a América estuvieron asentados en el Imperio
Ruso, conservan ciertas tradiciones culturales eslavas.
El
primer inmigrante ruso conocido en el sector oriental de la América del
Norte fue el príncipe Serene Prince Dmitry Vladimirovich Golitsyn, hijo
del embajador ruso en Holanda, a fines del siglo XVIII. Golitsyn abrazó
la fe católica romana y llegó a Maryland el 8 de octubre de 1792; se
convirtió en sacerdote católico y luego trabajó como misionero, primero
en Maryland y después en Pensilvania, en donde compró grandes
extensiones de tierra y se estableció en las comunidades católicas. Fue
desheredado por el zar ruso, debido a su deslealtad y cambio de fe
religiosa. Gracias a su labor, se fundaron muchos pueblos en lo que hoy
se conoce como el condado de Cambria. Existen monumentos a Golitsyn en
Loretto, Pensilvania; Gallitsin, Pensilvania; Gallitsinville, en el
Estado de Nueva York. Estos dos últimos lugares le rinden honor al
príncipe en sus nombres.
Sin
embargo, la presencia rusa en la región oriental de la América del Norte
sigue siendo, en líneas generales, menos numerosa y relevante que la
que tuvo lugar en las regiones norte y occidental. Mientras que la
Iglesia Ortodoxa ya se había establecido en 1792 — y la primera iglesia
rudimentaria se construyó en 1795 — , no fue sino hasta 1876 que en el
este de los Estados Unidos se organizó la primera parroquia ortodoxa
rusa. Se sabe muy poco de los rusos que vivieron en el territorio
oriental de lo que hoy en día se conoce como los Estados Unidos, antes
de 1870. Fuera de las menciones al príncipe Golitsyn, los nombres de
militares rusos que participaron en la Guerra Revolucionaria y la Guerra
Civil y los censos tomados en Connecticut durante el siglo XIX, la
presencia de estos fue muy limitada. Se sabe que el coronel ruso John
Basil Turchin, sirvió como coronel y general de brigada en Illinois,
aunque se desconocen las razones que motivaron su partida de Rusia.
Turchin renunció a su cargo el 2 de octubre de 1864 y luego vivió en
Chicago, en donde dirigió negocios inmobiliarios. En Illinois fundó la
ciudad de Radom.
Los
inmigrantes rusos, antes de la Primera Guerra Mundial, eran
principalmente campesinos. Algunos autores estiman que hasta el 92 por
ciento, debido a las malas condiciones de vida en algunas provincias
rusas. Aunque California fue el asentamiento principal, estos también
llegaron a los distritos de Dakota del Sur, Texas, Colorado, Wisconsin,
Pensilvania, Nueva York, Nueva Jersey, Massachusetts, Washington y
Connecticut. En las grandes ciudades como Nueva York, Chicago, Detroit,
San Francisco, Michigan, Los Ángeles, Gary y Ohio, también han
participado en el sector industral. Los inmigrantes de la posguerra
fueron su mayoría miembros de las grandes élites y del antiguo ejército
imperial ruso; llegaron a los Estados Unidos con carreras
universitarias.
En el
Estado de Florida, la ciudad de Petersburg fue establecida por uno de
los miembros fundadores del Partido Socialista Laborista de los Estados
Unidos, el noble aristócrata Peter Demens, también conocido como Pyotr
Alexeyevitch Dementyev. En los Estados Unidos, además de fundar la
ciudad de Petersburg, fue reconocido como un exitoso hombre de negocios,
colonizador y constructor de ferrocarriles. Debido a sus ideas
políticas y abiertas críticas a los zares, tuvo que abandonar el Imperio
Ruso. El escritor ruso Leo Tolstoy fue bisnieto del señor Peter Demens,
fundador de Petersburg en Florida (Estados Unidos).
De
manera que, la influencia progresista y socialista de los rusos en los
Estados Unidos ha sido notable desde el período decimonónico, sin
ignorar la evolución histórica y lingüística que han tenido ambos
términos. Así como en el siglo XIX la fundación del Partido Social
Laborista de los Estados Unidos tuvo la participación de rusos, las
organizaciones comunistas del siglo XX también. Aunque el liberalismo
también tuvo un importante papel en las rebeliones y gestas
revolucionarias en Rusia, llama la atención que los liberales rusos no
gozaron de relevancia en los Estados Unidos. En Occidente se ignora que
antes de los eventos que la historiografía internacional conoce como la
Revolución Rusa de 1917, ocurrió otra revolución en 1905. La ideología
liberal fue una de las fuerzas propulsoras más importantes de la
Revolución Rusa de 1905.
La disidencia religiosa
Así
como la Iglesia Ortodoxa llegó a América, también lo hicieron las sectas
y cultos primitivos eslavos. Los molokanos, quienes se establecieron en
los Estados Unidos, Canadá y México, habían sido perseguidos por el
gobierno ruso por su negativa a cumplir los dogmas y ritos de la Iglesia
Ortodoxa. Los molokanos se establecieron principalmente en California y
Baja California; se dividen en varios grupos: los molokanos puros, los
respiradores, los practicantes, etcétera.
Mientras
tanto, los dujoboros, conocidos como los guerreros del espíritu,
llegaron, a finales del siglo XIX, a Canadá. Muchos de ellos luego se
establecieron en los Estados Unidos, principalmente en las siguientes
ciudades: Los Ángeles, Chico, San Diego, en el Estado de California;
Chicago en Illinois; Detroit; etcétera. Hasta mediados del siglo XX,
algunos diarios en Chicago tenían una columna especial dedicada a ellos.
Los dujoboros tenían la tendencia a establecerse en granjas alejadas de
las ciudades; consideraban que su trabajo en las ciudades era temporal y
no pertenecían a ellas, sino al campo.
Los
otros grupos disidentes de la Iglesia Ortodoxa Rusa, como los Viejos
Creyentes, los estundistas, y los menonitas alemanes residentes en el
Imperio Ruso, se caracterizaron por la marcada distancia que tuvieron
con las comunidades rusas en Norteamérica. Los viejos creyentes se
establecieron en las cercanías de Pittsburgh; llegaron a los Estados
Unidos desde Polonia. A principios del siglo XX, la mayoría de ellos
vivía en el condado de Allegheny en Pensilvania.
Los rusos en la independencia de América Latina
En
cuanto a la América del Sur, fue Russell H. Bartley, quien realizó sus
estudios de doctorado en la Universidad de Stanford, el pionero en el
estudio de la posible influencia rusa en los movimientos
independentistas decimonónicos. Aunque Rusia ha sido históricamente
considerada un poder imperial, y sus pretensiones de expansión en el
hemisferio occidental habían sido visibilizadas antes de la
independencia de las provincias españolas en América, la mayoría de los
académicos se enfocaron, hasta la década de los setenta, en el rol que
jugaron España, Francia, Inglaterra, los Países Bajos y los Estados
Unidos en el conflicto de índole bélico y separatista.
Según
Bartley (1978, p. 3–5), el desconocimiento del proyecto geopolítico del
Imperio Ruso en la América Hispana, así como la posible participación
de los zares en el proceso de emancipación de las provincias españolas
en la región, tuvo su causa en que la correspondencia diplomática fue la
principal fuente primaria usada por investigadores e historiadores que
estudiaron la independencia latinoamericana desde las relaciones
internacionales. Lo cierto es que, ya para el siglo XVIII, se conocía la
existencia de proyectos del Imperio Ruso para establecer colonias en
Centroamérica y América del Sur. Fue en el siglo XX que los académicos
le comenzaron a prestar mayor atención a los proyectos rusos de
colonización en América Latina, durante los siglos XVIII y XIX. Sobre
esta cuestión, los trabajos del alemán Ekkehard Vökhl y el
ruso-estadounidense Yuri Slezkine fueron los más notables.
Mapa de América Latina
Völkl
fue el primer académico, fuera de la órbita soviética, que se percató
del interés del Imperio Ruso en convertir a América Latina en su ancla
económica en toda la cuenca del Pacífico. Para los rusos, era necesaria
la construcción de una ruta estratégica, en términos geoeconómicos y
geopolíticos, entre Alaska, California, Haití y las provincias españolas
y portuguesas en América. A través del control fluvial en América,
desde Alaska hasta la Patagonia, Rusia buscaba desafiar a Inglaterra. En
este contexto, Haití tenía una gran importancia como punto central para
el comercio.
Las
políticas de los zares rusos hacia las jóvenes repúblicas
latinoamericanas pueden dividirse en cuatro períodos: 1) las relaciones
entre el Imperio Ruso y las provincias españolas-portuguesas antes de
las gestas independentistas; 2) la consideración del potencial de
establecer relaciones diplomáticas y económicas con los rebeldes en
América Latina (1808–1812); 3) el reconocimiento oficial de los
intereses de la Corona Española en América Latina (1813–1817), debido a
la alianza formal con España y el contexto bélico en Europa; 4)
hostilidad a los rebeldes y mercenarios en las provincias españolas en
América, a partir de 1817; Rusia promovió el diálogo entre los rebeldes y
la Corona Española, en el marco de una política exterior de
no-intervención y neutralidad. En este último período, existen distintas
perspectivas sobre la hostilidad de Rusia hacia los Estados de facto en
América Latina: no hay consenso con respecto al grado de hostilidad;
mientras que unos sugieren que la hostilidad era abierta y marcada,
otros señalan que era una política exterior moderada.
Aunque
los intentos de establecer relaciones formales y productivas entre el
Imperio Ruso y Venezuela durante el siglo XIX, fueron un gran fracaso,
por razones que no necesariamente fueron culpa de los funcionarios de
las administraciones rusas y venezolanas, sino por vicisitudes
circunstanciales, lo cierto es que Venezuela marcó un precedente en la
región. El ímpetu inicial de los rusos en diseñar una política comercial
hacia la América Hispana provino del interés que en ello mostraron los
insurgentes venezolanos, durante el verano de 1811. Los independentistas
buscaron apoyo del gobierno ruso para establecer lazos comerciales y
económicos. El señor Cortland Parker, estadounidense residente en
Caracas, viajó a San Petersburgo, representando los intereses de las
nuevas autoridades venezolanas, para establecer relaciones comerciales
directas con Rusia, en el marco de una política de puertos abiertos para
todos los aliados y amigos del nuevo gobierno de Venezuela (Hernández,
2005; Bartley, 1978, p. 52). Tampoco debe ignorarse, que en el verano de
1810, comienzan a aparecer en la prensa rusa titulares sobre la
independencia hispanoamericana, todos sobre los eventos que tenían lugar
en Caracas. La prensa rusa señalaba que la América del Sur se dividiría
en dos: la primera con su capital en Caracas y la segunda en Buenos
Aires.
El
diplomático Parker fue recibido, en dos ocasiones, por el conde ruso
Rumiantsev. El estadounidense le aseguró a las autoridades rusas que la
independencia de las provincias españolas ya era un hecho, más allá de
los resultados que podría traer la guerra; le entregó al conde
Rumiantsev un memorándum detallado sobre el potencial comercial de
establecer relaciones comerciales entre la nueva república de Venezuela y
el Imperio Ruso. Aunque en un principio Rumiantsev le aseguró a Parker
que, los acuerdos previamente establecidos con España eran la prioridad
del gobierno ruso, este mandó a investigar la potencialidad de la oferta
hecha por el gobierno rebelde venezolano. De manera que, el gobierno
ruso jugó en dos terrenos: no reconoció formalmente la independencia de
Venezuela, pero sus acciones la favorecieron, en la medida que se
percibiera un posible beneficio de ello. Las implicaciones de esta
visita a Rusia por parte del diplomático estadounidense-venezolano
marcaron la pauta para la política exterior rusa hacia el resto de las
provincias rebeldes en América; una política exterior cuyos vaivenes
eran determinados por la evolución de las batallas entre
independentistas y realistas en los distintos territorios.
En
1812, a través del comisionado venezolano en Londres, el señor Luis
López Méndez, el provisional gobierno rebelde de Venezuela intentó
nuevamente establecer relaciones con el Imperio Ruso. El gobierno ruso
manifestó su interés en los territorios españoles en la América del Sur,
particularmente aquellos con grandes extensiones de costas, entre los
cuales destacaban Cuba y Venezuela. El gobierno de facto separatista
venezolano insistía en el reconocimiento formal y expreso de la
independencia venezolana por parte del gobierno ruso. La solicitud fue
rechazada nuevamente, aunque manifestaron su respecto a la causa de
lucha de los hispanoamericanos. En la primavera de 1812, los rusos
comunicaron oficialmente que los productos provenientes de las
provincias rebeldes en América ingresarían en Rusia sin ser bloqueados,
sin importar los problemas de registro y licencia.
Aunque
los independentistas venezolanos no consiguieron todo lo que buscaban
por parte de los rusos, lo cierto es que parece que el encuentro de
Parker con el conde Rumiantsev tuvo una influencia sobre el zar
Alexander, quien no mostraba la misma disposición de antes para negociar
con España. El señor Francisco Zea Bermúdez, entonces embajador del
Reino de España en el Imperio Ruso, se vio en serias dificultades ante
la Corte de San Petersburgo, debido al avance de las negociaciones entre
los independentistas venezolanos, representados por un diplomático
estadounidense, y el gobierno ruso, que evaluaba la potencialidad de
cooperar estrechamente con la América del Sur. Zea Bermúdez presionó a
los rusos, haciendo énfasis en los riesgos y debilidades que existían en
la relación entre Francia y Rusia; a los rusos no les convenía
traicionar a los españoles, más allá del potencial geopolítico de
extender la influencia rusa hacia la América del Sur y las concesiones
económicas y político-administrativas que los independentistas le
hicieran al gobierno ruso, con el fin de ganar su apoyo y quitarle un
aliado a España.
A los
estadounidenses les llamaba muy particularmente la atención, que los
productos manufacturados rusos tenían una importante presencia en la
oferta de bienes importados por los proveedores norteamericanos en
Caracas, capital de Venezuela. John Quincy Adams, sexto presidente de
los Estados Unidos de América, manifestó en varias ocasiones, desde
1810, el estupor que le causaba el “peculiar interés” del conde ruso
Rumiantsev en la América del Sur. Un interés de índole económico,
político, militar y cultural.
El
Imperio Ruso tuvo una importante participación, años más tarde, en los
intentos hispanos de recuperar Buenos Aires y Río de la Plata. Los
españoles adquirieron buques rusos para reconquistar sus provincias en
América. Las cortes de Madrid y San Petersburgo se aliaron para ello. El
18 de febrero de 1815, zarpó del puerto de Cádiz con la misión de
aplacar a los revolucionarios venezolanos, el General Pablo Morillo. Se
llegó a sugerir que la expedición de Morillo fuera enviada a Buenos
Aires, en vez de Caracas, debido a que este territorio era más fácil de
controlar y las posibilidades de obtener éxito eran mayores (Bartley,
1978, p. 126). De manera que, el Imperio Ruso siguió siendo un
importante aliado de España, aún cuando cooperó, en determinados casos,
con los insurgentes hispanoamericanos.
En
marzo del año 1817, comenzaron las conversaciones secretas entre los
gobiernos de Rusia y España, con el fin de negociar convenios de
asistencia militar. El rey Fernando VII, entonces, le manifestó por
primera vez al embajador ruso Demetrius Pavlovitch Tatischev, su interés
en adquirir cuatro barcos y siete-ocho fragatas de la flota báltica de
Rusia. España necesitaba la asistencia militar de Rusia, especialmente
en materia naval, para gobernar en sus colonias de América — en las
correspondencias se usa el término colonia y no provincia — . A cambio,
la corte de San Petersburgo exigía concesiones territoriales de España,
por ejemplo en California, lo que sería extremadamente provechoso para
la Compañía Ruso-Americana; también podría exigir exclusividad derechos
comerciales con La Habana (Cuba), Veracruz (México) o los puertos de
Venezuela.
Gracias
a Francisco de Miranda, el Imperio Ruso obtuvo la información que
necesitaba para emprender su proyecto geopolítico para la América
Latina, que si bien no logró materializarse, ha fijado precedentes muy
interesantes, en materia de relaciones internacionales, para el
establecimiento y desarrollo de un proyecto ruso transcontinental en los
períodos dieciochesco y decimonónico. Según Bartley Russell (1978, p.
21), el interés de Catalina La Grande, en no solo recibir con los brazos
abiertos a Francisco de Miranda en Rusia, sino además darle privilegios
inusuales a un extranjero de su clase, estuvo motivado por el deseo
ruso de penetrar América y extender su influencia a lo largo y ancho del
continente. No debe ignorarse que, aún después de su partida de Rusia
en 1787, y luego de rechazar una oferta de Catalina, Francisco de
Miranda no dejó de recibir, durante varios años, su apoyo político y
financiero. Ya para los años 1770–1780, las crónicas hablan de una
expansión rusa en la América Hispana, a través de California y México.
En el
Archivo de Francisco de Miranda, particularmente en los volúmenes VI y
XV, existen interesantes referencias al Imperio Ruso. En una
correspondencia de Miranda a Woronzow, con fecha del 27 de mayo de 1790,
el venezolano señala que los partidarios de la independencia de la
América Hispana le tenían más que agradecer a Rusia que a cualquier otro
país del mundo. De hecho, existen evidencias documentales que
demuestran el interés de Rusia en darle asistencia militar a Francisco
de Miranda, tanto en el suministro de infraestructura bélica, como en el
envío de tropas rusas.
No
debe obviarse que el hispanoamericano Francisco de Miranda tuvo amigos,
socios y financistas en distintas partes del mundo. El primer estudiante
extranjero en los Estados Unidos y distinguido prócer venezolano, tuvo
importantes conexiones con los comerciantes judíos-hebreos, esparcidos
alrededor del mundo, como señala Chocrón (2011), a lo largo de su obra.
De manera que, aunque los rusos hayan encontrado beneficio en los
servicios obtenidos de Francisco de Miranda, a la hora de considerarlo
un agente del Imperio Ruso, es conveniente tomar en cuenta el complejo
tejido geocultural y geopolítico del activismo de Miranda alrededor del
mundo.
Más aún, hay que prestarle atención a su curioso árbol genealógico y
las posibles implicaciones que este tuvo, tanto en su vida personal y
política, como en su trayectoria y legado en la historia universal.
Algunos de los viajes y expediciones realizadas
por rusos en América Latina, a finales del siglo XVIII y principios del
siglo XIX. Fuente: Buynova (2017, p. 206).
Algunos de los viajes y expediciones realizadas
por rusos en América Latina, a finales del siglo XVIII y principios del
siglo XIX. Fuente: Buynova (2017, p. 207).
El
viajero y geógrafo ruso que visitó la mayor cantidad de países en la
América del Sur fue Platon Aleksandrovich Chikhachyov. Los estudios
sobre su presencia en la región señalan que visitó todos los países en
la región. También estuvo en México, en la América del Norte. Los
territorios más visitados fueron Brasil, Cuba, México, Argentina, Perú y
Chile; Nicaragua, El Salvador, Ecuador y Costa Rica se encuentran entre
los menos visitados. Colombia, Panamá y Venezuela se ubican en la media
de ambos grupos. No se descarta, no obstante, que estas estadísticas
deben ser revisadas nuevamente, puesto que los diarios de los viajeros y
científicos rusos en América Latina no han sido lo suficientemente
estudiados. Por mucho tiempo, el interés de la academia rusa se centró
en países como Cuba, México, Perú y Argentina, razón por la cual el
resto de la región quedó en segundo y tercer plano. Ahora que países
como Colombia y Venezuela tienen una mayor relevancia geopolítica,
geoeconómica y geocultural para Rusia, se espera que las academias rusas
estudien, con mayor énfasis y atención, la presencia de los primeros
viajeros rusos en estos países. El creciente interés por parte de la
audiencia rusa en la historia de Venezuela se ha evidenciado,
especialmente, a partir de los años 2014–2015, a raíz de la
profundización de la cooperación estratégica entre los gobiernos de
Venezuela y Rusia, así como la importancia que los rusos perciben que se
le da a la crisis venezolana en Occidente. Aunque durante el gobierno
de Chávez tuvo lugar el acercamiento de ambos Estados, en materia
estratégica-militar, no ha sido sino hasta el año 2015 que el tema
Venezuela adquirió mayor relevancia mediática-geopolítica, en gran
medida, gracias a los medios de comunicación. La controversia sobre una
hipotética intervención militar estadounidense en los Estados Unidos ha
popularizado los estudios sobre Venezuela en la Federación Rusa. A
medida que más se ha hablado de intervenir militarmente a Venezuela, más
ha crecido el interés del pueblo ruso en el país sudamericano; un
interés que ya toca la fascinación y tiene pocos precedentes en la
historia de América, más allá de Cuba en el siglo XX.
No
debe ignorarse que, como Panamá y Venezuela fueron, durante un tiempo,
parte de la República de Colombia — período que en la historiografía
latinoamericana ha definido Gran Colombia, para así diferenciarla de la
República de Colombia actual, si bien la Gran Colombia no existió
formalmente– , las visitas realizadas a estos territorios son agrupadas
en los viajes emprendidos por rusos a Colombia. S
obre Venezuela, el geógrafo y geólogo ruso Chikhachyov (1835–1837), dijo: “Su
ubicación geográfica y la de sus puertos, su cercanía a las Antillas,
las aguas del navegable río Orinoco y la tolerancia religiosa, son
factores que contribuyen a su creciente relevancia y oportunidades de
crecimiento sobre otros países” (Белов, Бредихин, Добролюбов,
Комиссаров, Наумов, et al., 2014, p. 134). La percepción que se tenía de
Venezuela era la de un país con mucho potencial, si bien las
vicisitudes del café en los mercados internacionales, las frecuentes
guerras caudillistas, la muy rudimentaria institucional del joven Estado
Venezolano y las constantes disputas entre los venezolanos y las
principales potencias europeas, por cuestiones de soberanía e
intromisión extranjera, limitaron el desarrollo nacional venezolano
durante el siglo XIX.
La
América del Sur ha sido, por lo menos desde mediados de la época
dieciochesca, un importante punto estratégico para los rusos, que vieron
en ella una oportunidad para establecer, en el marco de un proyecto
imperial-expansionista, un ancla de sus intereses geopolíticos y
geoeconómicos transcontinentales. A través de California, Alaska,
México, Haití, Cuba y Venezuela, el Imperio Ruso configuró una
cosmovisión y una organización del mundo que desafiara a Inglaterra. Los
rusos también jugaron un papel en la independencia de las provincias
españas en América; un papel que, como demuestra el investigador Russell
H. Bartley, fue opacado durante mucho tiempo, debido a que la dimensión
del análisis del proceso histórico independentista se había limitado al
choque de intereses en América por parte de las principales potencias
occidentales. La presencia rusa en el continente americano es antigua,
así como su participación en los distintos eventos de índole político y
cultural. Los eventos que hoy ocurren en América, en el ámbito
geopolítico y geoeconómico, tienen una relación con la evolución
histórica de las relaciones internacionales y el pasado del continente,
visto en retrospectiva y desde distintos enfoques.
Claro
está, la participación e influencia del Imperio Ruso en los asuntos
internos políticos de la América del Sur, debe ser comprendida en el
marco de las capacidades reales y relativas de los rusos, en un
determinado contexto físico-temporal de las relaciones internacionales. A
lo largo de su historia, Rusia ha tenido distintas épocas de gloria y
auge; caída y decadencia; en el marco de ciclos periódicos que coinciden
en las siguientes variables: primera, la escasa capacidad para asimilar
los cambios; segunda, las dificultades para incentivar el desarrollo de
una clase media próspera; tercera, la falta de un sistema robusto
institucional que sirviera de base para el desarrollo mercantil e
industrial nacional; cuarta, la necesidad de acceso a nuevos puertos que
permitan extender su red de influencia geoeconómica alrededor del
mundo, fuera de su zona de proximidad histórico-cultural; quinta, el
establecimiento de condiciones para estimular las condiciones que
permitan el desarrollo económico de Rusia, sin que esto signifique un
cese de la soberanía; sexta, la creación de una burguesía nacional
sólida, cuya acumulación de capitales sirva de base para el desarrollo
de Rusia; séptima, el fomento de élites intelectuales que promuevan el
desarrollo de nuevas tecnologías.
Después
de las Guerras Napoleónicas (1815), el Imperio Ruso se convirtió en la
segunda potencia geopolítica en Europa, superada por el Imperio
Británico; su poderío se extendía desde Escandinavia hasta el Océano
Pacífico y cubría más de once husos horarios. Durante la gesta
independentista en la América Latina, el Imperio Ruso se encontraba en
pleno auge y con posesiones activas en la América del Norte, razón por
la cual había sido viable y plausible la injerencia de los rusos en este
proceso. La erección de los Estados Unidos como potencia regional en el
siglo XIX, como potencia mundial a partir de 1898, y como la gran
superpotencia mundial en el siglo XX — cuyos años clave han sido 1945 y
1991 — , le puso cierto freno, con base en la Doctrina Monroe, a la
participación rusa en América; después de todo, la Unión Soviética fue,
hasta el momento de su disolución, el más importante aliado de Cuba, así
como de los movimientos subversivos de izquierda y/o partidos hostiles a
la política exterior de los Estados Unidos en la región.
Mientras
que, algunos países como México, vieron en las relaciones diplomáticas y
económicas con la Unión Soviética, no solo una oportunidad para
reafirmar su soberanía y marcar cierta distancia con los Estados Unidos,
sino también desarrollar su mercado interno. En el año 1960, además
de Cuba, la Unión Soviética solamente tenía relaciones importantes con
tres países latinoamericanos: Argentina, México y Uruguay.
La
geopolítica es una ciencia fascinante que nos permite comprender la
distribución espacial de los fenómenos políticos, en función de las
relaciones de poder y la influencia que ejercen los factores geográficos
sobre estas. La geopolítica es el poder en movimiento; los factores
territoriales en el devenir histórico de las naciones; el espacio en
donde las distintas ciencias sociales se tocan en un sistema de
retroalimentación.
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